Capítulo 8

«Estúpida, estúpida, estúpida, estúpida».

Charlotte estaba mirando fijamente el teléfono de su cuarto, preguntándose cómo podría explicarle a Bella que no podía acudir a la fiesta de inauguración de su nueva casa. «Hola, Bella, no puedo ir porque sé que Gabe estará allí y llevo evitándole durante una semana. ¿Por qué? Porque el otro día perdí la cabeza. Estaba medio dormida y le ataqué como una amazona en celo.» Intentó decirlo en voz alta, por probar, y se dio con la almohada en la cabeza. «¡Estúpida!»

Aquella noche, en el sofá de Gabe, había perdido la cabeza por completo. Por supuesto, no había ido a su casa con la intención de seducirlo. Cómo seducir a Gabe, que tenía a muchas mujeres, como aquella rubia del restaurante, dispuestas a bailar desnudas ante él para conseguir su atención. En cualquier caso, él se habría reído ante un intento por su parte en tal dirección.

Una imagen del beso le cruzó por la mente, una imagen parecida a las muchas que llevaban atormentándola durante toda la semana. En medio de una reunión de trabajo, o en el supermercado, o cuando trataba de concentrarse en sus dibujos. O por la noche, antes de dormirse.

En realidad, ese era el peor momento.

Suspiró profundamente. Había salido corriendo de su casa, disculpándose, pidiéndole que olvidara lo ocurrido, cosa que él, a aquellas alturas, probablemente ya habría hecho. Ella, sin embargo, no podía dejar de olvidar lo ocurrido. Sabía bien que no era aquello lo que él quería. No, no deseaba mantener una relación con ella, el beso había sido algo placentero, agradable, pero estaba segura de que Gabe no quería mantener una relación con ella. Ella, por su parte, deseaba algo más..

Ella estaba enamorada de él.

Era algo que debería haber admitido mucho antes. Estaba enamorada de su mejor amigo. Cuando no tenía confianza en sí misma, con la amistad le bastaba. De hecho, en muchas ocasiones se había dado cuenta de que su amistad era mucho más de lo que ella merecía, pero ahora, cuando cada vez tenía más confianza en sí misma y mayor conciencia de sus deseos, tenía la sensación de que el matrimonio, la familia, los hijos, eran posibilidades al alcance de su mano.

Es decir, eran posibilidades con cualquier hombre en general, solo que ella quería a uno muy en concreto, quería a Gabe. Ahí estaba el problema.

Suspiró. El no quería ser el señor Adecuado de nadie. ¿Por qué iba a querer si podía salir con cualquier mujer que quisiera? Su vida, como él mismo admitía, era «perfecta» y no tenía el menor deseo de cambiarla. No, nunca se enamoraría de ella.

«¿Y ya está?», le dijo, indignada, la voz de su conciencia. «¿Y ahora qué?»

En cualquier tiempo pasado, se habría conformado con su situación, la habría sufrido en silencio, pero ahora no. Se sentía atractiva y confiaba en sí misma. ¿Por qué iba a quedarse suspirando por su suerte, esperando a que él entrara en razón? ¡Tenía otras opciones!

Un nuevo ánimo la impulsaba. Buscó el bolso y sacó un trozo de papel con un número de teléfono.

—Hola, ¿Jack? —sonrió, mirando un vestido que acababa de confeccionar—. Soy Charlotte. Me pregunta si te apetecía acompañarme a una fiesta esta noche.

Que Gabe hiciera lo que le diera la gana, se dijo, mientras Jack aceptaba la invitación. Ella tenía que vivir, no podía hipotecar su vida a un sueño que no podía hacerse realidad.

Gabe llevaba media hora sentado en el sofá del salón de la casa de Bella. Trataba de reunir la energía suficiente para mantener un nivel mínimo de sociabilidad. Desde el episodio sucedido con Charlotte no tenía humor para relacionarse con nadie y en realidad solo había acudido a la fiesta por ver si hablaba con ella.

Habían hablado por teléfono un par de veces, pero era obvio que algo la molestaba, porque se mostraba distante y evasiva. Lo más probable era que se sintiera incómoda con lo que había sucedido en su casa el domingo anterior, quizás sintiera cierta vergüenza. Incluso había admitido hasta qué punto le faltaba práctica, como si fuera un crimen.

Bueno, muy bien, pero él se encargaría de recuperar la normalidad. En realidad, ¿qué había de malo en que dos amigos se besaran? El había sentido una gran confusión con respecto a aquel asunto, era cierto, pero probablemente aquello no era nada compara4o con lo que la pobre mujer estaría pasando.

«Sí, claro; por eso te has portado igual que un ermitaño desde que todo esto empezó».

«Cállate, conciencia», se dijo. «Ahora mismo no me haces falta».

Sí, él conseguiría que ella volviera a sonreír y su relación de amistad recobraría su pulso normal. Le iba mucho mejor y las ropas que diseñaba parecían haber abierto un camino enteramente nuevo para ella, de hecho, pensaba proponerle la compra de algunos de sus diseños para su línea femenina. Si pudiera hablar con ella aunque no fuera más que cinco minutos, si pudiera...

—¡Charlotte! —dijo Bella, corriendo hacia la puerta de entrada y dándole a su amiga un gran abrazo—. Qué pena, cariño, que no nos hayamos visto desde la boda, pero la mudanza, ya sabes... además, sabía que estabas en las capaces manos de Dana.

—Hola, Bella —interrumpió Charlotte—. Quiero presentarte a mi amigo, Jack Landor. Jack, esta es Bella Donofrio... digo, Bella Paulson, que acaba de casarse.

—Enhorabuena. —La voz de Jack emergió desde la espalda de Charlotte. Gabe abrió los ojos de par en par—. Charlotte me ha hablado mucho de ti. ¿Qué tal en Hawái?

¿Jack Landor estaba allí? ¿Con Charlotte? ¿Qué demonios estaba pasando?

—Precioso, precioso —dijo Bella, colgándose del brazo de Jack—. Pero lamento haber estado fuera tanto tiempo, me he perdido la diversión. Para mi gusto, Charlotte y yo apenas hemos podido hablar de ti —dijo mirando de reojo a Charlotte con una enorme sonrisa.

—Bueno, pues yo voy a estar por aquí algún tiempo, así que nos va a ser fácil remediar la situación —dijo Jack con una sonrisa.

Bella se echó a reír, acompañando a la pareja a la cocina.

—¿Quieres algo de beber...?

«Genial», pensó Gabe. Al parecer, uno de los dos se las había arreglado para olvidar lo sucedido el último domingo como si no tuviera ninguna importancia... y no se trataba de él.

Se levantó y se dirigió a la puerta de la cocina, pero sin entrar.

—¿Así que esta es tu nueva casa? —oyó que decía Jack.

—Esta es su dulce hogar, sí —intervino Dana—. Brad, ¿por qué no le enseñas la casa a Jack? Charlotte ya la conoce y además tenemos muchas cosas de qué hablar. Tengo que ponerme al día.

Gabe se refugió detrás de la percha de los abrigos para que Jack y Brad no lo vieran, y siguió escuchando. Sabía que no debía hacerlo, pero como mejor amigo de Charlotte tenía derecho a saber de su vida. Al menos esa era la justificación que pensaba esgrimir en caso de que lo sorprendieran.

—¡Oh, Dios mío! ¡Es guapísimo! —dijo Bella.

—¿No te lo había dicho? —intervino Dana.

—Sí, pero no te das cuenta de hasta qué punto si no lo ves en persona. Qué rubio, qué sonrisa, Dios mío, casi me derrito.

Gabe levantó los ojos al cielo. Si Jack había recibido la aprobación de Bella, más le valía irse preparando para soportar una gran presión.

—Me encantan sus ojos —dijo Dana—. ¿Qué es lo que más te gusta de él, Charlotte? ¿O no puedes decírnoslo?

—Lo que más me gusta de Jack es que es muy tierno y no me presiona nunca. A diferencia de vosotras dos.

«Ésa es mi chica», pensó Gabe. «Duro con ellas».

—Oh, vamos, cariño —dijo Dana—. Me parece que no te pusimos una pistola en el pecho para que aceptaras la apuesta de Gabe. Te metiste en el lío tú solita. Pero ahora eso da igual, Jack es el hombre más guapo y más simpático con el que has salido, ¿qué tiene de malo en que insistamos en que no lo pierdas?

Charlotte no dijo nada y Gabe sintió la tensión del silencio.

—Si no os importa, no quiero hablar del tema. Gabe se mordió el labio en un gesto de frustración.

—¿Charlotte, qué ocurre? —preguntó Bella con preocupación—. ¡Estás blanca!

Gabe dio un paso adelante. ¿Charlotte enferma? No estaría...

—No es nada, es solo que no he dormido bien —dijo Charlotte y Gabe suspiró, si le ocurriera algo serio, lo habría dicho, sin duda—. Y además no he desayunado, últimamente como muy poco.

—Muy bien, lo primero que haremos es darte de comer —dijo Bella, adoptando un tono maternal—. ¿Sabes lo que parece? Que estás enamorada.

¿Enamorada?

¿Charlotte enamorada de aquel niño bonito?

—¿Habéis visto a Gabe? —preguntó Charlotte, y Bella se echó a reír.

—Muy bien, si quieres cambiar de tema, cambiaremos de tema —dijo Dana—. Gabe debe estar viendo algún partido en la tele, pero te diré una cosa, no, no puedes ir a buscarlo.

—Francamente, Charlotte, ¿qué va a pensar Jack si te ve ver la tele con el idiota de mi hermano? —añadió Bella.

Gabe suspiró. Ya tenía bastante problemas con Charlotte como para que Bella y Dana echaran más leña al fuego.

—Yo no pensaba ver la tele y no creo que Jack pensara nada malo de mí, pero llevo sin hablar con Gabe una semana.

Se hizo un prolongado silencio.

—Muy bien, ¿qué es lo que pasa, Charlotte? —intervino Dana, con evidente preocupación.

—¿Qué quieres decir?

—Si no vas a ver el partido y no hablas con Gabe desde hace una semana es que pasa algo muy gordo —dijo Dana—. Así que dinos qué es.

Gabe se inclinó hacia delante.

—No comes, no duermes y estás... un momento —dijo Bella, lentamente—. ¿No estarás embarazada?

Gabe se agarró a los abrigos con tanta fuerza que estuvo a punto de echar abajo el perchero.

—¿Qué? ¡No!

—¿Seguro?

—Seguro, a no ser que baste con un apretón de manos y un beso de despedida.

Gabe respiró de nuevo. No tenía por qué alegrarse de que Charlotte no se hubiera acostado con Jack, pero se alegraba, infinitamente. Fue como si le quitaran un gran peso de encima. Y entró en la cocina.

—Ah, Charlotte, estás aquí.

Las tres mujeres se callaron. Su hermana y Dana tenían rostros culpables y sonreían disimuladamente. Charlotte se lo quedó mirando fijamente.

—¿Estabais hablando de algo que yo debería saber, señoras?

—Era solo una conversación entre amigas —dijo Charlotte—. Nada que te interese.

—Bueno, pues podríamos hablar de otra cosa, ¿no?

—Tengo una idea —dijo Bella, con ánimo desafiante—. ¿Qué te parece si hablamos del hecho de que Charlotte está a punto de ganar la apuesta?

—Jack es el partido del siglo —dijo Dana.

Gabe no dejaba de mirar a Charlotte a los ojos.

—¿Por qué no me hablas de Jack, Charlotte? —dijo, bajando la voz—. La verdad es que no sé si estáis muy unidos o no.

—No hay mucho que contar —dijo Charlotte, elevando un poco la barbilla, clara muestra de orgullo, según Gabe sabía muy bien—. Quiero decir, Jack es un gran partido. Le gusta estar conmigo y a mí estar con él. Si él quiere algo más, bueno pues ya veremos, pero de momento solo estoy tratando de pasar mi tiempo con alguien con quien sí puedo imaginar un futuro —dijo, enarcando una ceja y sin dejar de mirar a Gabe, a quien aquella situación le resultaba familiar—. ¿Representa eso algún problema para ti, Gabe?

Gabe apretó los dientes.

—Claro que no —replicó—. ¿Por qué iba a serlo?

—Creo que voy a ir por Jack —dijo Charlotte, sonriendo—. Quería enseñarle el cuadro que te regalé, Bella. Si me perdonáis...

Desapareció sin más palabras.

—Bueno —dijo Dana—, ya te lo había dicho.

—Está preciosa —dijo Bella—, y no es tanto su nueva ropa, aunque parece claro que el verde le sienta muy bien, como la actitud.

—Sí, pero la ropa me encanta —adujo Dana—. Nuestra pequeña se ha convertido por fin en una mujer.

—¿Qué te parece, Gabe? —dijo Bella, sonriendo.

—Creo que tenéis que dejar de presionarla —dijo Gabe ásperamente y las dos mujeres se quedaron boquiabiertas.

—No la estamos presionando —protestó Dana—.. Solo estamos...

—Sí la estáis presionando. Nunca os ha gustado su manera de ser y ahora está cambiando por complaceros —dijo Gabe, frunciendo el ceño. Su temor era otro, que Charlotte cambiara y lo abandonase—. Me alegro de que haya ganado confianza en sí misma, ¿quién no se alegraría por eso? Pero no necesita que los dos insistáis en que se comience una relación para la que no está preparada.

Bella parecía confusa, pero Dana contraatacó.

—Es más fuerte de lo que tú crees.

—Es más frágil de lo que tú crees —replicó Gabe—. Confía en mí, lo sé muy bien, yo mismo le he hecho bastante daño. Así que lo único que digo es que tengáis cuidado, ¿lo haréis?

Bella asintió.

—Muy bien, por nada del mundo le haría daño a Charlotte.

—Claro que no —dijo Dana, suspirando—. Bueno, vale, Gabe, pero te digo una cosa, no creo que esta vez se sienta presionada, es que está muy implicada en su relación con Jack.

—Puede ser —dijo Gabe y salió al pasillo. Quería comprobar hasta qué punto estaba implicada con Jack. Era su mejor amiga y como tal responsabilidad suya, y no permitiría que nadie le hiciera daño... ni Dana, ni Bella, ni Jack ni siquiera ella misma.

—Ha sido genial, Charlotte —dijo Jack, sonriendo—. Gracias por invitarme.

—No pasa nada —dijo Charlotte, tomando un trago de su refresco. Se alegraba de que Jack lo estuviera pasando tan bien. Ella por su parte lo estaría pasando mucho mejor si supiera dónde andaba Gabe, que la había evitado desde su corta conversación en la cocina; aunque solo le había dicho la verdad, así pues, ¿por qué ocultarla?

—Tienes unos amigos estupendos —dijo Jack—. Son como una familia. Tanto que me han hecho echar de menos a la mía —dijo, y suspiró—. Puede que sean un poco pesados, pero te quieren, ¿sabes?

Charlotte abrió mucho los ojos.

—¿Puedes decir eso después de haber pasado con ellos solo un par de horas?

Jack se echó a reír.

—Hablaba de mi familia, Charlotte. No dejan de presionarme para que me case.

—Sé muy bien a qué te refieres.

—Un día de estos voy a relacionarme con alguien solo para que me dejen en paz.

—Eso me suena.

—Charlotte —dijo Jack, poniéndose muy serio—, ¿has pensado...?

—Hola.

Charlotte se giró. Gabe se colocó a su lado.

—¿Gabe?

—Hola, Jack, ¿te importa que te robe a Charlotte un momento? Tengo que hablar con ella.

Charlotte abrió los ojos de par en par. Jack asintió.

—Claro, adelante.

Charlotte frunció el ceño.

—Seguro que puede esperar —dijo.

—No, tengo que hablar contigo ahora mismo —dijo, y tomándola del brazo la empujó hacia el pasillo.

—Volveré ahora mismo —le dijo a Jack, y se volvió hacia Gabe—. ¿Qué haces?

—Salvarte —dijo Gabe—. Este sitio está lleno hasta los topes y tengo que hablarte en privado. Dónde... por aquí, ven —dijo, y abrió una puerta que conducía al sótano.

Charlotte se sentía algo frustrada.

—Será mejor que sea algo importante, Gabe —dijo, mirando a su alrededor la oscuridad que los rodeaba. El aire era húmedo y fresco, con ligero olor a detergente.

—¿Te has dado cuenta de lo que ese tipo estaba a punto de decirte? —dijo Gabe, tirando de la cuerda de la bombilla que colgaba del techo para encenderla—. Tienes suerte de que pasara por allí.

—¿Perdón? —replicó ella con estupor.

—Me has oído. Ese tipo estaba a punto de atacar —dijo Gabe, sonriendo con satisfacción—. Se las sabe todas. Tú no habrías sabido rechazar un montón de mentiras sobre el matrimonio y esas cosas.

—¿Y por qué iban a ser mentiras? —dijo ella—. Muy bien, de acuerdo, puede que quisiera «atacar», ¿y qué? ¡Ya era hora de que alguien lo hiciera!

—¿Hablas en serio? —replicó Gabe, apretando los dientes—. Esta sí que es buena, yo me rompo los cuernos por protegerte y lo único que se te ocurre decir es que te da igual.

—¿Protegerme? —dijo ella, con un gesto de impaciencia—. ¡Por favor! Cuántas veces voy a tener que decirte que puedo cuidar de mí misma. Soy una mujer adulta, hecha y derecha, perfectamente capaz de tratar con un hombre que tiene en la mente algo más que un beso por descuido.

—¿De verdad? —replicó Gabe con sarcasmo—. Tiene gracia. Ahora mismo creo recordar a cierta mujer «hecha y derecha» totalmente nerviosa después de besar a un tío en el sofá de su casa. Creo recordar a una mujer «hecha y derecha» que me dijo que le faltaba práctica en los aspectos físicos de una relación —dijo, con los ojos inyectados en sangre—. ¿O son imaginaciones mías?

—Es que, como me falta práctica, estoy pensando en que Jack me ayude a recuperar el tiempo perdido.

—Y un cuerno —gruñó Gabe—. Charlotte, no importa lo que pienses, no sabes dónde te estás metiendo. Estás mal de la cabeza, ¡ni siquiera conoces a este tipo!

—¡Claro que lo conozco!

—¿Después de dos semanas? —preguntó Gabe, dando un paso adelante, inflamado—. Entonces dime, ¿cuál es su deporte favorito? ¿Y su película favorita? ¿Y su helado preferido?

Charlotte se acercó a él, estaban a unos centímetros.

—No es un fanático del deporte, como tú, pero a veces ve algún partido de béisbol. Su película favorita es Espartaco y su helado preferido el mismo que el tuyo: de chocolate.

Gabe frunció el ceño.

—¿Y en la cama? ¿Qué tal en la cama?

Charlotte se quedó de piedra.

—¡Cómo te atreves!

—Claro, en esa cuestión no nos puedes comparar —dijo Gabe con una fría sonrisa—. Aunque puede que te dé una idea de lo que prefiero, para que Jack sepa lo que me gusta.

Antes de que pudiera moverse, Gabe la tomó por la cabeza y se echó sobre ella besándola violentamente.

Con esfuerzo sobrehumano, Charlotte se separó de él.

—¡Cómo te atreves! —dijo, con la respiración entrecortada.

Gabe la miró con ánimo incendiario. También a él le costaba respirar, pero, poco a poco, lograba controlarse y no dejarse llevar.

La voz de Charlotte vibró con la energía que le corría por las venas.

—En tu vida, escúchame bien, en tu vida vuelvas a hacer eso. Me da igual que te pueda tu impulso de macho. No eres Tarzán y yo no soy Jane —dijo, apretando los dientes—. Cuando quiera besar a alguien, no lo haré de rabia, ni por frustración, ni por lo que sea. Cuando bese a alguien será porque lo deseo, pura y simplemente. ¿Me oyes?

—Te oigo, sí.

—Mejor —respondió Charlotte, y sin más le echó los brazos al cuello, hundiendo los dedos en sus cabellos y lo besó apasionadamente.

Si pensaba que podía controlar las sensaciones que le provocaba aquel beso, se equivocaba. Pensó, vagamente, que quería demostrar algo, pero en aquel momento solo podía aferrarse al hecho de que necesitaba sentir sus labios, sus brazos, su cuerpo entero.

Gabe se quedó de piedra, sin poder reaccionar durante unos segundos, luego respondió con un abrazo, tomándola por la cintura, estrechándose contra ella. Trazó con la lengua el perfil de los labios de Charlotte y luego la deslizó dentro de su boca, para saborearla. Charlotte sintió una oleada de calor y fue como si un rayo de pasión y ardor la recorriera de arriba abajo. No pensaba porque no podía pensar. Solo podía desear... y actuar.

Gabe la empujó contra la lavadora, sentándola en ella. Charlotte se aferró a sus hombros y separó las piernas para recibirlo entre ellas. Gabe le acarició la espalda, poco a poco, dulcemente. Ella sentía las yemas de sus dedos, como si trazaran una senda de fuego que aumentaba su pasión.

—Charlotte —susurró él, con la respiración entrecortada, besándola detrás de las orejas, deslizando la lengua por el cuello. Ella arqueó la espalda para sentir su presión en los senos.

—Gabe —susurró ella, guiándolo hacia sus labios. El nuevo beso fue largo, dulce, cálido, pero no menos apasionado. Metían y sacaban la lengua en sus bocas, en un recordatorio de lo que ambos estaban deseando.

—¿Gabe, Charlotte, estáis ahí?

Charlotte dio un respingo al tiempo que Gabe se separó de ella, llegando hasta el otro extremo de la pequeña bodega.

Bella se asomó, con curiosidad.

—¿Estáis bien? ¿Pasa algo?

—Subimos dentro de un momento —dijo Gabe. Su voz era ronca, casi ahogada, y le daba la espalda a la escalera.

—¿Podéis subir una caja de cervezas? —dijo Bella, y cerró la puerta.

Charlotte lo miró con un brillo en los ojos.

—Gabe, tenemos que dejarnos de interrupciones.

—Charlotte, esto es una locura —dijo él, volviendo a su lado y besándola de nuevo sin dejar de hablar—. Si vuelve Bella, ¿qué le vamos a decir?

—¿Qué tal esto: «Bella, ¿te importaría volver después de que hagamos el amor en tu lavadora»? —dijo ella, y se echó a reír, aunque dejó de hacerlo al darse cuenta de que era eso precisamente lo que acabarían haciendo si no se detenían a tiempo. Sin embargo, a la alarma le siguió una nueva idea: ¿y qué? ¿qué importaba nada?; y lo besó de nuevo.

Gabe, no obstante, se separó de ella y retrocedió.

—Charlotte, no puedo hacer esto.

Su rechazo fue para Charlotte como un trago de ácido.

—Claro que no —dijo ella, y cerró los ojos para recibir un nuevo beso de él.

—Es una estupidez —dijo Gabe, besándola en el cuello—, porque sé que somos solo amigos, y... —volvió a besarla— ...los dos sabemos que esto no conduce a ninguna parte, ¿no?

—Claro —dijo ella, devolviéndole el beso—. Lo que tú digas.

—Si lo intentamos los dos, estoy seguro de que olvidaremos todo esto —dijo y la besó de nuevo, larga y dulcemente.

—Claro —respondió ella cuando pudo, sin saber muy bien por qué le daba la razón.

Luego, Gabe se separó de ella, dirigiéndose al otro extremo de la sala.

—Muy bien, de acuerdo. Yo puedo controlar la situación —dijo tomando aire. Luego cerró los ojos y al cabo de unos segundos dijo—: Vete de mi lado, Charlotte. Sé que entre tú y Jack hay algo y sé que no he debido dejar que esto llegase tan lejos, pero no he podido evitarlo. Te lo juro si me das unos días... una semana, me olvidaré de todo lo que ha pasado. ¿De acuerdo?

—Gabe, ¿de qué estás hablando?

—Eres mi mejor amiga —dijo él, depositando un beso en sus labios—. Por favor, por el bien de los dos, mantente lejos de mí.

Y con estas palabras, desapareció.

Abanicándose la cara con una mano, Charlotte se apoyó en la pared. Lo que había ocurrido era... ¡increíble!

«Él te desea».

No es que no le gustase físicamente, no es que la viera solamente como una amiga. Gabe pensaba que ella no estaba interesada en él, que de él solo quería la amistad.

Pero aquella sensación, la dejó perpleja. Si ella estaba enamorada de Gabe y si también sabía que él la deseaba, solo dependía de ella averiguar si una relación entre ellos podía salir adelante. No obstante, la situación era complicada. Resultaba sencillo penar por su amor, pero ahora que podía tenerlo a su alcance, resultaba mucho más difícil saber si era lo que realmente quería. Porque no se trataba de analizar sus sentimientos, o su amistad, sino de algo más importante, era una cuestión de amor... y de dejar de lado sus miedos y decidirse a buscar lo que realmente quería.

Si recordaba bien, había en La guía un capítulo dedicado a la seducción. Pues bien, había llegado la hora de poner a prueba aquel libro.