Capítulo 3

El jueves la paciencia de Gabe se colmó. Estaba harto de verse apartado por completo de la «agenda de transformación» de Charlotte. En realidad, ni siquiera había tenido tiempo de verla. Entre tanto, en él se había operado un cambio y ya solo tenía un objetivo: quitarle de la cabeza aquella maldita apuesta.

Metió su estilizado Mustang descapotable en el aparcamiento de Design Howes. Convencer a Charlotte de algo, sin embargo, era muy difícil, y conseguir que hiciera algo por su propio bien era prácticamente imposible.

—Soy imbécil —musitó, sacando el ramo de rosas blancas que le había comprado. A Charlotte le encantaban las flores, dos docenas de rosas rojas le habían salvado el cuello hacía dos años, cuando, por una broma estúpida, había acabado rompiendo el parabrisas de su coche.

Sin embargo, aunque no sabía por qué, se temía que aquella vez no podría convencerla tan fácilmente. Cuando Charlotte y él estrechaban sus manos para sellar una apuesta, no había nada que a ella le hiciera echarse atrás.

—Bueno —dijo una mujer desde la puerta—, ¿entras o piensas quedarte en la puerta toda la tarde?

—¿Eh? —dijo Gabe, que se encontraba abstraído en sus pensamientos—. ¿Qué?

Wanda, la recepcionista de Howes Design, le sonreía mientras sostenía la puerta abierta.

—¿Esas flores son para mí, guapo?

Gabe le devolvió la sonrisa.

—No, es la pipa de la paz para Charlotte. ¿Está?

Una extraña mirada cruzó el rostro de Wanda.

—Claro.

Gabe siguió a Wanda al interior.

—Vaya, vaya. Entonces, ¿eres tú lo que le ha ocurrido?

—¿Lo que le ha ocurrido? ¿A qué te refieres?

—Está muy rara, Gabe —dijo Wanda, en tono confidencial—. O sea, quiero decir que nunca la había visto así. Está rara.

—Oh, no —musitó Gabe.

Wanda se acercó más a él, rozándole el hombro con sus cabellos rizados y rojizos:

—¿Qué haces este fin de semana, guapo?

—Penitencia —masculló Gabe sin que la mujer le entendiera—. Gracias, Wanda.

Avanzó muy aprisa por el pasillo. ¿A qué se refería Wanda con aquello de que Charlotte estaba «rara»? Dios, ojalá no hubiera desempolvado los modelitos que su estúpido ex había diseñado, vestidos color pastel con botas militares, por ejemplo; ¿o se trataba de algo peor? ¿Cazadoras punkies con zapatos de, tacón? ¿Niquis de piel de leopardo? ¿Se habría afeitado la cabeza?

Suspiró profundamente antes de entrar y abrió la puerta del estudio.

Se quedó helado.

Charlotte levantó la vista un segundo.

—Eh, hola, pasa —dijo con una sonrisa cansada—. Tengo que terminar este diseño, llevo trabajando en él desde por la mañana. El cliente es una auténtica pesadilla.

Gabe se sentía igual que si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.

—Sí, sí, claro —balbució, sin saber qué decir—. Estás... estás... muy guapa.

Charlotte volvió a levantar la vista por un instante y la volvió a fijar en su mesa de trabajo.

Gabe esperaba cualquier cosa menos aquello. Era cierto, tenía un aspecto muy extraño: estaba extrañamente atractiva, extrañamente bella, extrañamente sensual.

Se había cortado la larga y descuidada melena y llevaba el pelo por los hombros, de un color distinto al suyo natural, más oscuro, quizás. Lo llevaba ligeramente recogido, mostrando su precioso cuello de cisne. Qué bien le sentaba aquel peinado a sus pómulos altos y marcados.

Parpadeó. ¿Cuándo demonios había reparado en sus pómulos?

Sus ojos castaños tenían un brillo especial, estaban llenos de vida.

—¿Gabe? Gabe —dijo—. Eh, Gabe —insistió con una tímida sonrisa.

Aquella sonrisa sacó a Gabe de su abstracción. Su aspecto no importaba, aquella sonrisa no podía ser de nadie más que de Charlotte... teñida de esa ternura capaz de curar las heridas más profundas, los golpes más duros.

—Estaba pensando en mi chequera. No sé si tendré que prepararme a rebajar mis ahorros o a añadir otro de los grandes.

Charlotte se echó a reír, con un ligero rubor que avivaba su «piel de porcelana», se dijo Gabe. «Menuda comparación, como esto siga así voy a terminar por escribirle un soneto».

Le tendió las flores con gran ímpetu.

—Para ti.

Charlotte se sonrojó aún más. Llevaba lápiz de labios rosa. Sus labios esbozaron una amplia y rosada sonrisa.

—Yo no te he comprado nada —bromeó, con una voz sensual, completamente nueva en ella.

¿Nueva? No, era su voz de siempre. «¿Por qué entonces mi corazón se ha puesto a mil revoluciones?»

Charlotte se levantó por un jarrón vacío que se encontraba sobre una estantería.

Fue entonces cuando Gabe se quedó con la boca abierta. Charlotte no llevaba los jeans raídos de siempre, sino un vestido rosa de verano que flotaba sobre su cuerpo como una nube. Además, tenía un cuello muy escotado que dejaba bien visible el canal entre sus pechos. También llevaba unas sandalias blancas, con tacones. Gabe se preguntaba por qué extraña ecuación física los tacones hacían lo que hacían en las piernas de las mujeres, pero lo cierto es que en Charlotte el efecto era... superlativo. Tenía unas piernas largas y esbeltas, como a él le gustaban.

«Eh, que es a Charlotte a quien te estás comiendo con los ojos».

Aquel pensamiento lo dejó de piedra.

Charlotte colocó las flores en el jarrón.

—¿Y esto a qué se debe? —preguntó, sonriendo.

—Rendición incondicional —murmuró Gabe, dejando por fin de fijarse en las piernas de Charlotte y preguntándose cuándo había perdido el control de la situación—. Por ambas partes. Vamos a acabar con esa estúpida apuesta; Charlie.

Charlotte adoptó un gesto grave y suspiró. «Esto no va a resultar tan fácil», se dijo Gabe

—¿Por qué empezó todo esto, Gabe? —preguntó Charlotte, volviendo a su mesa de dibujo. Sus tacones resonaron viciosamente.

—¿Tú qué crees?

Charlotte enarcó una de sus depiladas cejas.

—¿Quizás porque tú creías que solo iba a conseguir ponerme en ridículo?

—Yo nunca he dicho eso —interrumpió Gabe—. Pero no quiero que sufras.

—Es decir, crees que voy a sufrir porque no soy la clase de mujer que resulta atractiva.

«Hasta hoy», pensó Gabe, que no podía recordar lo que pensaba de ella anteriormente.

—Nunca me has parecido fea —dijo, con mayor gravedad de la que pretendía.

—¿Ah, no? ¿Y qué te parecía?

Gabe abrió la boca, pero reconsideró la respuesta.

—Eres buena, cariñosa, divertida. No juegas mal al póker, te gusta el rugby. Eres brillante en tu trabajo...

—Oh, y por eso mi agenda está llena de citas —le interrumpió Charlotte con sarcasmo—. Y mi físico, Gabe, ¿qué te parecía mi físico?

Gabe suspiró.

—Eres mi mejor amiga, yo qué sé. ¡No pienso en mis amigas de esa manera!

—¡No escurras el bulto!

—Lo sabía. Llevas cuatro días con este asunto y ya me tratas de un modo distinto —dijo Gabe con aspereza—. Mirándote, oyéndote hablar, sé que todo esto es una mala idea. Además, ¿sabes con qué clase de tipos te puedes encontrar? ¡No tienes ni idea de dónde te estás metiendo!

—¡Puedo cuidar de mí misma, muchas gracias, lo he hecho durante todo este tiempo! ¡No hace falta que te preocupes por mí!

—¡Pues claro que me preocupo por ti! —replicó Gabe con rabia—. ¡Cómo no iba a hacerlo ahora si ya lo hacía antes de que perdieras la cabeza!

Permanecieron el uno ante el otro durante largos instantes. Las palabras que habían pronunciado resonaban como cuchillos. Antes de que cualquiera de los do9 pudiera interrumpir el silencio, sonó el teléfono. Y los dos se sobresaltaron.

Charlotte descolgó.

—¿Sí?

Gabe suspiró. Había metido la pata hasta el final. Su única intención era ser convincente, persuasivo, pero había bastado ver el nuevo aspecto de Charlotte para que sus planes pasaran a mejor vida. Afortunadamente aún podía salvar la situación. En cuanto Charlotte colgara trataría de abordarla de un modo más suave.

—¿Glinda, el Hada Buena del Norte? —decía esta—. ¡Santo cielo! Hola, sí, perdona. Soy Charlotte Taylor. ¿Eres Jack?

A Gabe se le pasaron los deseos de hacer las paces. Jack Landor? ¿Por qué demonios llamaba a Charlotte a la oficina? ¿Qué diablos quería?

Gabe se detuvo en mitad de sus preguntas. Oh, sí, estaba muy claro lo que aquel canalla quería.

—Sí, sí, estoy totalmente recuperada del fin de semana. Fuiste muy valiente... ¿Por qué? Por no salir corriendo nada más verme. Menuda pinta tenía... ¿Qué? Ah, eso —se echó a reír, y se sonrojó ligeramente—. Bueno, yo no sabía que se había caído nada precisamente ahí.

Gabe sintió el repentino deseo de dar un puñetazo, preferiblemente sobre el rostro de Jack.

—Hum... De manera que quieres la opinión de un nativo sobre los mejores lugares para salir en Manhattan Beach, ¿eh? Bueno, creo que podría ayudarte, conozco mucho restaurantes, un montón de bares deportivos y algunos clubs nocturnos... ¿Qué? —Gabe contuvo las ganas de ponerse en otro teléfono y comprobar qué le hacía .a Charlotte tanta gracia—. Hum, no estoy segura. Sí. Hoy es jueves, ¿no? Pues, no, no tengo planes para esta noche.

Gabe cerró el puño. Aquel canalla había invitado a Charlotte a salir. ¡Vaya rostro!

—¿Qué? ¿Por la otra línea? Sí, claro, espero —dijo Charlotte y cubrió el auricular para hablar con Gabe—. Es Jack Landor.

—Me alegro —dijo Gabe torciendo el gesto—. ¿No pensarás salir con ese personaje?

—Bueno, no había... —dijo Charlotte y se interrumpió. Sus ojos lanzaron afilados destellos—. ¿Por qué? ¿No puedo?

—¡Apenas lo conoces! Podría ser cualquier cosa. Un asesino en serie, por ejemplo.

—¡Es Jack Landor! ¡Es tan famoso que supongo que el único sitio donde encuentra cierta intimidad es en el cuarto de baño!

—¡A eso me refiero! —exclamó Gabe, que habitualmente solía ser mucho más lógico. La rabia cegaba gran parte de su cerebro—. Lo único que digo es que no lo has pensado bien. Es un pez gordo, un tipo famoso... y tú no puedes pensar en otra cosa que en la maldita apuesta. ¿Por qué si no ibas a querer salir con una celebridad? ¡Piénsalo!

Charlotte frunció el ceño.

—O, por ser más precisos, ¿por qué alguien como él querría salir conmigo?

Gabe hizo una mueca.

—No vayas, Charlotte, de verdad te lo digo, ¡no vayas!

—¿Jack? Hola —dijo ella, con una voz afilada como una navaja—. Me encantaría salir a cenar contigo. Creo que podemos ir al Blue Moon, está en Manhattan Beach Boulevard. Cocina italiana, muy buena. ¿Te parece bien a las siete?... Perfecto. De acuerdo, ya sabes dónde vivo... Claro... Hasta las siete entonces, colgó con mucha tranquilidad—. Tengo una cita con Jack Landor. Esta noche.

—¿Cómo es que sabe tu número? —preguntó Gabe—. Respóndeme a eso, ¿cómo es que sabe tu número?

—Mira, Gabe, no tengo por qué responderte a nada de nada —dijo ella, y señaló la puerta—. Es más, creo que esta conversación ya ha durado bastante. Fuera. .

—Aún no hemos terminado.

—Como sigas así, no tardaremos mucho en hacerlo. ¡Fuera!

—¡Vale!

Gabe salió dando un portazo. En la antesala, varias cabezas se levantaron para ver qué ocurría y él les lanzó una mirada asesina. Las cabezas volvieron a meterse en sus propios asuntos.

De modo que Charlotte había quedado con Jack Landor, ¿eh? De manera que pensaba que sabía cuidar de sí misma. Muy bien, pues habría que comprobarlo. Si ella se empeñaba en probar que podía ser una de las mujeres de la dichosa guía, él le demostraría la locura que tal pretensión suponía.

Aquella misma noche pensaba demostrarle que nadie sabía más de citas que el mismísimo Gabe Donofrio. No, señor.

Algunas horas más tarde, Charlotte todavía estaba furiosa por la escena de aquella tarde con Gabe. Se había comportado como un auténtico cavernícola, presentándose en su oficina y diciéndole a la cara que era incapaz de cuidar de sí misma. Y aquella ridiculez de que si salía con Jack pondría en peligro su seguridad... Si aquellas eran sus mejores armas para impedir que ganara la apuesta, estaba claro que lograría vencerle por goleada.

Apiló de cualquier manera lo diseños en los que había estado trabajando, demasiado nerviosa como para concentrarse en su ritual cotidiano de ordenar bien las cosas antes de marcharse. Pensó que, en última instancia, habían sido sus acusaciones e invectivas lo que la habían decidido a aceptar la cita con Jack.

De repente, ese pensamiento le atravesó el cerebro como un relámpago.

Una cita.

Estaba a punto de acudir a una cita.

Dos horas apenas.

Con el soltero más deseado de América.

¡Oh, no! ¿Por qué había cometido la torpeza de aceptar?

Salió de la oficina dando tumbos. Todos sus compañeros se habían marchado hacía rato, deseando aprovechar el buen tiempo de aquel veranillo de San Miguel, que estaban disfrutando. La mayoría habían trabajado como esclavos para sacar a tiempo adelante la cuenta Kesington, así que se merecían sin duda aquél descanso antes de meterse de lleno con el siguiente proyecto. Un proyecto en el que ella se habría quedado trabajando si no hubiera aceptado la invitación a cenar que le había hecho aquel Adonis, pensó, sintiéndose más nerviosa a cada segundo que pasaba. Quizá lo mejor fuera anular aquel compromiso... Seguramente él entendería que tuviera que quedarse trabajando hasta tarde.

También podía llamarlo y decirle que estaba enferma. A decir verdad, empezaba a encontrarse mal de verdad.

Wanda estaba apagando las luces cuando llegó a la zona de recepción; se la quedó mirando de arriba abajo con una maliciosa sonrisa.

—Ese amigo tuyo que ha venido esta tarde se ha marchado con una cara que daba miedo. ¿Qué os ha pasado?

Charlotte suspiró. Wanda era la mayor cotilla de la empresa, y también una auténtica devora hombres: pasaba de uno a otro con la misma facilidad que un niño engullía caramelos.

—No aprueba mi gusto para elegir mis citas —le explicó entre dientes.

—¿Tienes una cita? —exclamó Wanda con los ojos como platos. Debía considerar sus palabras como el cotilleo más jugoso de la semana—. ¡Vaya! ¡Eso lo explica todo!

—¿Explicar el qué?

—Los cambios —dijo Wanda señalando con un gesto su atuendo—. La ropa y todo lo demás, ya sabes.

—Puede que lo haya hecho solo porque me apetecía, ¿no te parece? —replicó ácidamente.

Wanda le dirigió una mirada compasiva.

—No me digas... Conmigo no hace falta que disimules, ¿sabes? —dijo la descarada joven mientras se encaminaban hacia la salida—. Ninguna chica se tomaría tantas molestias a no ser que estuviera realmente empeñada en la caza del hombre. No tienes precisamente tu aspecto habitual, me parece a mí.:.

—¿Acaso hay algo malo en la forma en que me he vestido hoy? —replicó Charlotte a la defensiva; en el fondo, estaba preocupada por las palabras de su interlocutora. Disimuladamente miró su imagen reflejada en las puertas de cristal; Dana y la dependienta de la tienda le habían asegurado que el vestido le quedaba de maravilla, pero ella no acababa de tenerlas todas consigo. Nunca le habían entusiasmado los colores pastel... Si por lo menos pudiera estar segura de que no parecía una ridícula...

—¡Claro que no! —la tranquilizó Wanda de inmediato—. Solo que tienes una pinta tan... distinta. Ya sé que muchas veces te he dicho que necesitabas un cambio pero, la verdad, no me esperaba algo tan radical.

—¿Radical? —a Charlotte no le hacía la menor gracia semejante expresión... o, para ser más exactos, aunque en el fondo le halagaba que se dieran cuenta de sus esfuerzos por cambiar, también la fastidiaba que la cosa fuera tan evidente.

—Aunque, claro, puede que fuera eso precisamente lo que necesitabas —continuó Wanda. Sus tacones repiqueteaban sobre el cemento de camino al aparcamiento.

«Si yo anduviera como ella, acabaría dislocándome la cadera», pensó Charlotte.

—¿Qué quieres decir? —preguntó intrigada.

—Por tu cambio de imagen, yo diría que estás dispuesta a cazar marido —dijo Wanda juguetona—. Y las empresas desesperadas necesitan medidas desesperadas, ¿no es cierto?

Charlotte se quedó plantada al lado de su coche, un volkswagen escarabajo de color púrpura al que cariñosamente llamaba Gominola. Sin saber qué decir, se quedó mirando a la joven que tenía enfrente, que le pareció más provocativa que nunca con aquel traje minifaldero color vino.

—Por lo que veo, tienes experiencia en la materia —articuló al fin.

Wanda se echó a reír, ni por asomo ofendida por lo que le acababa de decir.

—¡Ni hablar de eso! —exclamó—. Pienso divertirme una temporadita más antes de sentar cabeza. Pero, si necesitas ayuda, no tienes más que llamar a tu amiga Wanda. Ya has dado un paso en la dirección correcta al cambiar de estilo, pero cuando te decidas a jugarte el todo por el todo, dímelo y yo te echaré una mano. ¡Buenas noches!

—Buenas noches —repuso Charlotte débilmente. Por el rabillo del ojo vio alejarse a Wanda, erguida y con la pelirroja melena al viento. Parecía una modelo de revista.

Por fin abrió la portezuela y se sentó al volante. Desanimada, contempló su rostro reflejado en el retrovisor: recordó la perfecta piel de porcelana de Wanda, y no pudo por menos que lamentar su aspecto, con el maquillaje corrido y el peinado revuelto por no habérselo arreglado después de quitarse la banda elástica que se ponía para que los rizos no la molestaran mientras trabajaba. Con un triste suspiro, puso el coche en marcha.

Las empresas desesperadas necesitan medidas desesperadas.

Si cancelaba su cita con Jack lo único que conseguiría sería prolongar la agonía. Tenía que acabar con aquel tira y afloja de una vez por todas. Solo era una cita, nada más, y podría afrontarla, claro que sí.

Además, tenía que considerar la apuesta como un aliciente, no como algo que la agobiara aún más. A fin de cuentas, era ella la que se había metido solita en aquel berenjenal.

No pensaba volver a caer en la autocompasión. Dolía demasiado.