Capítulo 5

A la mañana siguiente Gabe estaba sentado en su despacho, delante del ordenador. Ya había tenido dos reuniones, dictado varias cartas e informes y examinado al menos media docena de propuestas para Lone Shark. A decir verdad, no había prestado la menor atención a ninguna de ellas.

La noche anterior se había acostado muy tarde, pero por fin había conseguido hacerse. una idea de la situación. En las circunstancias en las que se encontraba, una pequeña campaña de venganza no es que fuera conveniente, sino absolutamente necesaria.

Cuando por fin él y su acompañante salieron del restaurante, estaba que echaba chispas. Había, montado todo aquello para demostrarle cómo se comportaban las mujeres que salían en aquella dichosa Guía, lo previsibles que eran sus tácticas y, a decir verdad, Terri había desempeñado su papel a la perfección. Lo que jamás hubiera imaginado era que Charlotte tuviera el temple no solo para imitarla, sino incluso superarla con creces. Al final de la cena estaba tan enfadado que lo único que deseaba era dejar a Terri en un taxi y presentarse en casa de Charlotte para decirle un par de cosas. Solo se detuvo al pensar que tal vez su amiga no estuviera sola.

Y fue justo entonces cuando el hombre de negocios que llevada dentro tuvo una intuición genial. Tras dejar a su acompañante en un taxi, volvió al restaurante y le compró al fotógrafo del local por el triple de su valor el carrete de fotos que había sacado aquella noche.

Para entonces había conseguido tranquilizarse bastante: Charlotte no era el tipo de chica que se acostaría con Jack la primera noche, de eso estaba seguro. Se había portado de una forma tan escandalosa solo para vengarse de él, para provocarlo... y a fe que lo había conseguido. Ahora ella estaría esperando que él hiciera el siguiente movimiento... y ahí era precisamente donde entraban las fotos.

Llevó el carrete a una tienda de revelado rápido donde en menos de una hora le dieron una foto de no muy buena calidad pero en la que se distinguía perfectamente a Charlotte en el momento de llevarse a la boca la maldita cereza. Tenía que pensar cuidadosamente qué hacer con semejante material, no se le podía olvidar que ella era una auténtica maestra en el arte de la venganza. Recordó que una vez había conseguido un fotomontaje de lo más logrado en el que aparecía él completamente desnudo, tapando sus vergüenzas con un sombrero, y que lo había hecho imprimir en todas las invitaciones para su fiesta de cumpleaños.

La verdad era que cuando había una apuesta de por medio, Charlotte y él dejaban a un lado cualquier escrúpulo. Enseguida iba a ver aquella descarada lo que la esperaba después de su actuación en el restaurante.

Lo más extraño era que tenía que reconocer que el comportamiento de su amiga le había afectado profundamente. Le hubiera gustado que se tratara de puro enfado, pero se conocía demasiado bien como para decir eso: solo de pensar en lo ocurrido le hervía la sangre.

Se levantó y se asomó a la ventana, confiando que la brisa que llegaba del océano tuviera la virtud de relajar sus excitados nervios. Sin embargo, solo pudo. disfrutarla un segundo antes de que alguien entrara sin llamar en el despacho.

—¿Qué diablos significa esto?

Gabe sonrió sin volverse siquiera. Conocía muy bien aquella iracunda voz femenina.

—¡Hola, Charlotte! ¿Qué te trae por aquí?

Se dio la vuelta para enfrentarse a ella: los ojos le ardían como dos brasas. Llevaba una camiseta color azul claro y una vertiginosa minifalda. A Gabe le pareció que la temperatura de la habitación había subido varios grados; rápidamente asió la hoja de papel que Charlotte le mostraba, concentrándose en ella como si fuera lo más importante del mundo.

—Por lo que parece... esto es una foto tuya comiendo algo... ¿Una cereza, quizá?

—¡Eso ya lo sé! —le interrumpió la joven elevando el tono de su voz peligrosamente—. Lo que ahora quiero que me digas es quién la envió a mi departamento de informática.

—No tengo ni la menor idea —replicó Gabe con expresión de absoluta inocencia.

—¿De verdad? —se acercó a él con una mirada amenazante—, entonces, ¿cómo se las ha arreglado Ryan, nuestro común camarada de póker y colaborador mío en la empresa para colocarla en la página web de tu empresa?

Gabe se mordió la lengua para no soltar la carcajada. Desde que Ryan empezara a trabajar con Charlotte, la verdad era que le resultaba mucho más fácil maquinar bromas. Cuando lo llamó, la noche anterior, Ryan se mostró entusiasmado con su plan.

—No me lo puedo imaginar —dijo, manteniéndose lo más serio que fue capaz.

—¡Pues yo si puedo! —estalló Charlotte dándole un golpe en el pecho—. Todo el mundo sabe que tienes en tu página web una foto de la chica de la semana. ¿Cómo te has atrevido a poner la mía?

—Bueno, bueno, no te lo tomes así. No creo que lleve ahí más de una hora...

—¡Lleva toda la noche!

Gabe se puso repentinamente serio. ¿Toda la noche? ¿Qué había ocurrido?

—Hablé con Ryan anoche, es cierto —replicó rápidamente—. Me dijo que solía llegar a la oficina a las diez, y no son más que las once y media.

—Sí, claro: imagino que le pareció tan gracioso que no quiso esperar ni un segundo más —dijo Charlotte con amargura—. Y como todo el mundo sabe que cambiáis la foto en jueves, seguro que ya la han visto todos los adolescentes excitados que entran en tu página desde medianoche.

Aquello no era en absoluto lo que él había planeado.

—No ha puesto tu nombre, ¿verdad?

—No, y esa es la única razón por la que sigue vivo. Si Wanda no me hubiera avisado, quién sabe cuánta gente la habría visto a estas alturas. Por lo visto han colapsado el correo electrónico preguntando quien es la misteriosa chica de la cereza. ¿Puedes creerlo?

—¡Oh, no! —Gabe estaba aterrado por la magnitud del desastre—. Tienes que creerme, jamás pensé que ocurriera tal cosa. Yo lo único que quería...

En ese momento entró el asistente de Gabe.

—Perdón...

Gabe deseó que Charlotte hubiera cerrado la puerta detrás de ella antes de empezar a montarle esa escena

—Sí, Jake, ¿qué quieres?

—¿Has terminando de revisar los informes que te he pasado esta mañana?

Gabe se sentó ante su mesa y se puso a buscar entre la pila de papeles, esperando que eso le diera un poco más de tiempo para preparar sus disculpas. El joven se acercó tímidamente a Charlotte.

—Hola, me llamo Jake. Te he visto en la página web.

—¿De verdad? —Charlotte lanzó a su amigo una mirada venenosa.

—Sí, y he pensando que a lo mejor te gustaría salir a cenar un día, o al cine...

—Oye, Jake —le interrumpió Gabe antes de que su secretario se embalase—, ahora no encuentro esos informes y, como puedes ver, tampoco puedo atenderte. Hablaremos luego.

—Desde luego, perdona —se disculpó Jake.

Gabe le acompañó hasta la puerta, pero antes de que pudiera cerrar, se abalanzaron sobre él otros tres jóvenes con papeles en la mano.

—¿Está aquí? —preguntó uno de ellos.

—¿Qué queréis, chicos? —preguntó Gabe, cortante

Todos ellos se pusieron de puntillas, sin hacerle el menor caso.

—Quería pedirte que echaras un vistazo a estos papeles.

Gabe dio un rápido vistazo a uno de ellos.

—Maldita sea, Bill: es un informe que me mandaste hace un mes.

Bill sonrió cobardemente.

—No te lo tomes a mal, Gabe. Necesitaba una excusa para entrar. Esa mujer es una bomba.

¿Una bomba? ¿Aquellos cretinos se atrevían a llamar bomba a su Charlotte?

—Estoy reunido —dijo entre dientes—, y lo estaré durante la próxima media hora. Ya hablaré luego con vosotros —y sin añadir nada más, les dio con la puerta en las narices.

—Charlotte, lo siento mucho —se disculpó, sabiendo que sus palabras eran de muy poco consuelo—. Te lo juro, no sabía que esto iba a pasar. Solo era una broma. Ya sabes...

—Dime una cosa, Gabe —lo interrumpió Charlotte—, ¿cómo es que un hombre tan inteligente como tú sepa tan poco sobre las mujeres.

—¿Qué quieres decir?

—¡Oh, olvídalo! Acabo de recordar que tú no me consideras una auténtica mujer —dijo Charlotte. Su voz era dura y amarga—. Para ti solo soy la buena de Charlie, una más de la pandilla. Solo te acuerdas de mí cuando necesitas comida, un hombro en el que llorar, o alguien a quien tomar el pelo.

—Tú me tomas el pelo al menos tanto como yo a ti —se defendió Gabe.

—¿Qué pretendes? ¿Darme además una cucharada de mi propia medicina? Ni por un momento has pensado lo que todo esto significa para mí. Ya sé que no tengo mucha práctica pero, por una vez en mi vida, me gustaría hacer el esfuerzo y aprender a ser una auténtica chica. Fíjate lo que te digo: aunque fuera por una vez, me gustaría ser capaz de llorar. ¿Alguna vez has reparado en el daño que me haces con las cosas que me dices?

Aquello le llegó al corazón.

—¡Por Dios, Charlotte! Sabes que nunca he querido hacerte daño.

Ella se volvió al fin para mirarlo, con los ojos preñados de lágrimas.

—Entonces, ¿por qué me lo haces?

—Charlotte —enormemente arrepentido, Gabe se puso a su lado—. Ángel, lo siento mucho, muchísimo —conmovido, la abrazó con fuerza—. Te lo digo de verdad: no pensé que esta broma tan tonta fuera a hacerte tanto daño.

—Lo siento mucho, Gabe... Han sido tantas cosas: la cita, la página web. Creo que eso fue la gota que colmó el vaso —se separó un poco, con los ojos relucientes como ámbar oscuro por efecto de las lágrimas—. La verdad, creo que no tengo derecho a echarte nada en cara... pero tenía que decírtelo, entiéndelo. Es muy duro que tu mejor amigo te diga que no eres guapa, ni femenina, y que nunca conseguirás un marido...

—Oye, oye, para el carro —la interrumpió Gabe cariñosamente—: yo jamás he dicho semejante cosa. Ella meneó la cabeza con una triste sonrisa.

—No con esas palabras, pero el sentido era el mismo. Te conozco desde hace muchos años, y sé

perfectamente lo que piensas —se desasió de su abrazo y, componiendo el gesto, se acercó a la ventana, secándose los ojos con el dorso de la mano—. ¿Ves? Es imposible discutir contigo, siempre tienes razón. Mirándome, ¿qué hombre querría salir conmigo?

—¡Eres tonta! Charlotte, tú tienes mucho que ofrecer a cualquier hombre —replicó Gabe de inmediato, intentando restañar el mal que había hecho—: eres elegante, sexy y muy divertida. Lo que pasa es que no sabes verlo.

—Ni tú tampoco, si vamos a eso —apuntó Charlotte—. La verdad, pensé que serías el primero en, darme la razón.

Aquellas palabras tuvieron la virtud de hundirlo aún más.

—Sabes que estoy de tu lado, Charlotte.

—Lo estabas hasta que empezamos con esta estúpida apuesta —dijo, volviéndose a mirarlo con sus hermosos y luminosos ojos—. ¿Sabes por qué sigo en esto? Porque si pierdo tu hermana y Dana me han prometido que me dejarán en paz, y no se meterán más en mi vida. Creo que esa es la solución más fácil... Por lo menos así me lo parecía hasta que decidiste declararme la guerra abierta.

—Charlotte, por favor, me siento fatal, como la peor rata del Universo —Gabe le limpió una lágrima que rodaba por su mejilla—. Creo que he sido muy egoísta... —hizo una pausa antes de admitir algo que jamás le confesaría a nadie, ni a su familia ni a sus amigos, ni siquiera a los colegas de la pandilla—. Lo que pasa es que tenía miedo, temía que te convirtieras en una de esas mujeres superficiales cuyo único objetivo es la caza del marido. Y, sobre todo, temía perder a la mejor amiga que nunca he tenido...

Ella le dedicó una sonrisa entre las lágrimas.

—Sé cómo te sientes. Fíjate, anoche te llamé para contarte ,lo que había pasado en la cena.

—Hagamos un trato —propuso Gabe tomándole de la mano—: pase lo que pase, seguiremos siendo los mejores amigos. Eso significa que podremos contarnos cualquier cosa que nos ocurra. Como los mosqueteros: todos para uno y uno para todos. ¿De acuerdo?

—Trato hecho —dijo, estrechándole la mano primero y abrazándolo después—. No podemos consentir que esto nos ocurra otra vez.

—Claro que no, no pienso correr otra vez el riesgo de perderte, ángel.

Aunque no hacía la menor falta que continuaran abrazados, mantuvieron aquel gesto un buen rato, disfrutando de aquel calor y del consuelo mutuo. Ella sentía su cuerpo fuerte y acogedor, mientras Gabe se deleitaba con la suavidad de su pelo, el dulce aroma de su piel. Miró hacia abajo y ella alzó la cabeza: Charlotte tenía las mejillas arreboladas, y le miraba con una ternura que él no le había conocido hasta entonces.

—«Gabe», se dijo a sí mismo, «cualquier mujer que te mire con esa cara merece que la beses».

Estupenda idea. Por fin su conciencia se había decidido a echarle una mano. Se agachó un poco más, sin dejar de mirarla.

Justo cuando sus labios estaban a punto de tocarse, se detuvo en seco.

«Espera un momento. ¿Qué demonios estás haciendo?»

Se echó hacia atrás como si hubiera tocado una valla eléctrica. Se separó unos cuantos pasos, con el corazón latiéndole como una ametralladora. Ella lo miraba con una expresión indescifrable.

—Me... me alegro de que hayamos puesto las cosas en claro.

—Yo también —convino Charlotte rápidamente sin dejar de mirarlo

—Bueno... —Gabe carraspeó: se había salvado de milagro. ¿En qué diablos estaría pensando?—. Se me ocurre una idea para salir de este embrollo en el que nos hemos metido.

—Soy toda oídos.

—Es culpa mía el que te hayas metido en esta apuesta, así que lo más lógico es que sea yo el que te ayude a salir de ella.

—Gabe —le interrumpió Charlotte escéptica—, me parece que ya me has ayudado bastante...

—No tenía la menor idea de lo que te pasaba por la cabeza —se defendió su amigo—. Creo que lo que tienes que conseguir es sentirte un poco más cómoda con los chicos.

—Venga, hombre —protestó Charlotte entre risas—. Llevo saliendo con la pandilla desde que me saqué el carné de conducir. ¿De verdad crees que mi problema es que no me siento cómoda con los hombres?

—Lo que pasa es que cuando te comportas como una mujer te acobardas —le explicó Gabe—. Esta noche haremos una prueba. ¿Has quedado con alguien?

—¿Estás de broma? —Charlotte no daba crédito a lo que su amigo le proponía—. No tengo ninguna cita, y, si quieres saberlo, me alegro. Sin embargo, como Dana está tan emperrada con este asunto, seguro que viene a buscarme para que salgamos. Espero que no se le ocurra traer a su marido... eso sí que me acobardaría.

—¿Podrás librarte de ella y encontrarte conmigo, digamos a eso de las siete, en Sharkey's?

—Creo que sí.

—Y vente arreglada.

—¿Cómo dices?

—Ya me has oído: confía en mí. Con un poco de suerte, acabaremos de una vez por todas con este asunto de la apuesta.

—Tienes suerte de que sea tu mejor amiga, porque ninguna mujer en su sano juicio querría tener nada que ver contigo —le espetó Charlotte—. De acuerdo —cedió al fin—. A las siete en Sharkey's.

Sin embargo, aquella idea que en principio le había parecido a Gabe genial, resultó serlo solo en teoría. Para empezar, las cosas habrían ido mucho mejor si los chicos no se hubieran tomado sus papeles tan en serio.

—¡Gabe, esto es una ridiculez! —se rio Charlotte.

—Pues a mí me parece que Gabe ha tenido una idea súper —dijo Sean pasándole un brazo por los hombros—. Si lo que quieres es aprender a pescar a un tío, tendrás que documentarte primero.

—Nadie ha dicho nada de pescar a un tío —replicó Gabe ásperamente—. Lo que propongo es que se acostumbre a salir con ellos estando arreglada.

Y desde luego, lo estaba; llevaba un vestido color lavanda del mismo estilo que el rosa con el que había ido a trabajar el día que empezó todo aquel lío. También llevaba sandalias de tacón. Gabe ni se atrevía a mirarle las piernas, y mucho menos el escote... ni siquiera la cara. De hecho, se limitaba a fijar la vista en un punto indefinido por encima de su cabeza.

Pero el resto de los muchachos no tenía el mismo problema.

—¿Qué tal, belleza? —dijo Mike dirigiéndole su más luminosa sonrisa—. ¿Vienes mucho por aquí?

—Mike, estuvimos todos aquí el pasado lunes, ¿es que no te acuerdas? ¿No estarás exagerando?

—Vale, vale —se defendió el joven—. Lo que pasa es que no estabas tan requeteguapa como hoy.

—Gabe, esto es una estupidez —dijo levantándose y andando unos pasos. Inmediatamente varios pares de ojos quedaron prendados del meneo de sus caderas, así que se detuvo y se volvió para enfrentarlos—. Estos no son hombres de verdad, son los chicos de la pandilla, los conozco de toda la vida.

—Danos una oportunidad —bromeó Sean.

—Sí, cielo, hazlo —rogó Ryan enarcando las cejas—. Estamos deseando darte todo nuestro amor, princesa.

—¿Princesa? ¿Cielo? ¡Dios mío! No había oído nada semejante desde que estaba en el instituto.

—Gabe —se quejó Sean—, no se lo está tomando en serio.

—¡Es que me resulta imposible! —rio Charlotte. Se había pintado los labios en un tono de lo más atrevido, y también se había aplicado máscara de pestañas y sombra de ojos; fuera lo que fuese lo que había hecho, lo cierto es que había dado en el clavo. Estaba preciosa—. Desde que he llegado no habéis hecho más que el payaso.

—Por favor, tenéis que fingir que estáis en una fiesta o algo parecido —les indicó Gabe, intentando que se centraran en lo que tenían entre manos. Le había prometido a Charlotte que la sacaría de aquel lío y pensaba conseguirlo, aunque eso significara hacerle creer que era la mujer más atractiva y femenina de la tierra—. Lo que digan los chicos no debe importarte, Charlotte, tú limítate a sonreír, a hacerte la interesante.

—¿Y cómo lo hago? —preguntó la joven perpleja.

—Trátalos como si fueran gusanos —Gabe se corrigió con una sonrisa: convertir a su amiga en una chica sexy no significaba inducirla a que fuera una estirada. Estaba a punto de enseñarle cómo atrapar una buena presa—. Pórtate como si fueras la mujer más hermosa del planeta, dales a entender que pierden el tiempo contigo, como si ni siquiera deberían permitirse pensar en ti.

—Oye, Gabe, eso no es justo —intervino Mike—. Así es exactamente cómo me han tratado todas las mujeres desde que empecé a salir. Yo creí que esto iba a ser más divertido.

Charlotte esbozó una sonrisa. Empezaba a entender el quid de la cuestión.

—¿Quieres decir que si les trato como si fueran basura, ellos me adorarán como a una diosa?

—Exacto, creo que ese el gran secreto —Gabe sonrió al ver la expresión de deleite de su rostro. Las cosas empezaban a ponerse interesantes.

Charlotte volvió se encaramó a un taburete en la barra. Gabe estaba desprevenido y se quedó casi sin respiración al ver el sugestivo movimiento de sus caderas.

—Hola, preciosidad —dijo Mike volviendo a la carga.

Ella le lanzó una mirada cargada de intención, pero su voz era fría como el hielo.

—Esto no es para ti —dijo, señalando primero su cuerpo con un gesto y apuntándole después con el dedo.

Mike se retiró con una carcajada. Inmediatamente Ryan ocupó su puesto.

—Perdone, señorita, ¿podría prestarme 35 centavos? Mi madre me pidió que la llamara cuando me enamorara...

Charlotte rebuscó en su bolso y le dio tres monedas.

—Aquí tiene. Después de hablar con ella, intente llamar a alguien a quien le importe.

—¡Es muy buena! —dijo Sean acercándose a ocupar el puesto de Ryan—. Ahora voy yo: ¿Está usted cansada, señorita? Lo digo porque lleva rondándome por la cabeza toda la noche.

—De acuerdo, tú ganas. Bailaré contigo.

Sean 1e dio un cariñoso abrazo y la condujo a la pista.

—Siempre funciona —dijo a sus camaradas por encima del hombro.

Gabe se fijó en que la mayoría de los hombres presentes miraban a Charlotte como si se la quisieran comer con los ojos. Rogó a los cielos por no tener la misma expresión.

No quería sentirse atraído por ella, no quería que las cosas cambiaran. Habían sido amigos desde que tenían uso de razón, así que convocó en su memoria la imagen de una pecosa cría de ocho años. Cuando eso no le funcionó, evocó a la adolescente larguirucha, con vaqueros y camisetas dadas de sí.

A decir verdad, nunca se había permitido pensar en Charlotte como en una mujer. Por primera vez, no le quedaba más remedio que enfrentarse a esa realidad. Su transformación era tan evidente como una bofetada en pleno rostro.

Charlotte se echó a reír por algo que Sean decía. Estaba preciosa; feliz, vibrante, increíblemente viva.

La deseaba.

«Puedes pensar lo que quieras», le dijo una vocecita en su interior, «pero ni se te ocurra pasar a la acción. Es tu amiga, acuérdate».

Odiaba tener que admitirlo, pero esa vocecita tenía toda la razón. Aquella era la piedra de toque en la que se basaba toda su filosofía: las mujeres van y vienen, pero los amigos son para siempre. Después de lo ocurrido aquel día, intuía mejor que nunca lo que le esperaba si perdía la amistad de Charlotte. Aunque siempre había pensado que sería dramático ella se casara y, no pudieran pasar juntos casi todo el tiempo, mucho peor sería no volver a verla nunca más.

No podía engañarse a sí mismo: la mayor parte de las relaciones que había tenido habían durado muy poco tiempo, y las que habían resistido algo más habían terminado entre terribles peleas. Y jamás había vuelto a ver a ninguna de sus novias. No quería correr el mismo riesgo con Charlotte. Y si acababan pasando a mayores, sería eso precisamente lo que estaría haciendo.

Cada vez estaba más convencido de que tenía que evitar como fuera cualquier contacto físico con ella. Sería su amigo, nada más.

Cuando acabó el baile, Sean asió de la mano a Charlotte para llevarla hasta la barra, sonriendo como un bobo. Pero antes incluso de que hubieran salido de la pista, un hombre se plantó ante ellos.

Gabe se quedó mirándolos petrificado.

Charlotte se quedó boquiabierta al ver que el desconocido la estaba invitando a bailar. Nerviosa, miró a Sean en busca de ayuda, pero el joven se limitó a encogerse de hombros. Indecisa, se mordió el labio, hasta que por fin, encogiéndose a su vez de hombros, aceptó la invitación.

Sean llegó a la altura de Gabe, que había contemplado toda la escena sin poder dar crédito a sus ojos.

—¿Qué te parece? Casi ni habíamos acabado de bailar y viene ese tipo y se abalanza para llevarse a Charlotte delante de mis narices.

—¿Se puede saber en qué estabas pensando? —le gritó—. ¡La has dejado a merced de un completo desconocido!

—¿Y? —preguntó Sean confundido—. Creo que se las está arreglando muy bien. Al fin y al cabo, ¿no era este nuestro objetivo?

Gabe se dio cuenta de que el hombre hacía todo lo posible por arrimarse a Charlotte, con el pretexto de decirle algo al oído. Sin pensárselo dos veces, se levantó para acercarse a la pista y partirle la cabeza a aquel sinvergüenza.

—Oye, oye, para el carro —le detuvo Sean—. No te abalances, se las está arreglando la mar de bien...

Fijándose un poco más, vio que Charlotte mantenía a su pareja a raya sacudiendo la cabeza con firmeza. Tenía la misma expresión con la que había rechazado a Mike minutos antes: «Esto no es para ti», le estaba diciendo al hombre de forma inequívoca.

Gabe se relajó un poco.

—¿Sabes? —dijo Sean de repente—, creo que cuando no se quiere vender algo, no debería ponerse en el escaparate.

—¿Y qué demonios se supone que quieres decir con eso —preguntó Gabe, demasiado absorto en lo que estaba ocurriendo en la pista de baile como para entender la críptica frase de su amigo.

—Quiero decir que está preciosa, tío. Déjala en paz.

—La estoy dejando en paz —gruñó Gabe.

—Sí, ya.

Charlotte se reunió con ellos cuando acabó el baile. El desconocido la seguía con expresión de cordero degollado.

—Gracias por el baile —le dijo la joven amablemente.

—¿Me darías tu número de teléfono? —preguntó el hombre haciendo acopio de valor.

—No —replicó Charlotte tras pensarlo un instante.

—¿Por qué no?

—Ya la has oído, tío —dijo Gabe plantándosele delante, al tiempo que pasaba un brazo por los hombros de Charlotte—. Esfúmate.

—Vale, tío, vale —murmuró el hombre temeroso. Después lanzó una última y esperanzada mirada a Charlotte—. Vi tu foto en la página web. Estoy deseando contarle a mis compañeros que bailé con la chica de la semana.

Charlotte miró cómo se alejaba con los ojos como platos.

—Tendrás que reconocer que era una gran foto —bromeó, Ryan.

—Sí, lo admito —replicó ella cortante—. ¿Por eso la dejaste en la red doce horas?

Ryan no parecía en absoluto arrepentido de su hazaña.

—Me pareció una buena idea: además, los chicos empezaban a estar hartos de ver a las mismas modelos semana tras semana. Ha sido un cambio refrescante.

—Sí, estoy segura —convino Charlotte lanzándole una mirada glacial.

—Bueno, no es que se quejaran exactamente... Una tía buena es siempre una tía buena —filosofó Ryan mientras mascaba un puñado de cacahuetes—. Lo que pasa es que las últimas que habíamos metido en la página eran del tipo «ponme la crema bronceadora, cariño»... me refiero a que eran de las que solo existen en las islas tropicales de los anuncios. No creo que sea fácil encontrarse con una de ellas en el supermercado, por ejemplo.

—Entonces, si te he entendido bien —dijo Charlotte picada—, yo debo ser del tipo «pásame las patatas fritas, cariño»:

—Lo que quiero decir es que tú eres una mujer real... eres preciosa, pero no inalcanzable. Y esa cosa que hiciste —evocó Ryan sonriendo lujuriosamente—, ese nudo con la cereza... Te diré que he guardado una copia de la foto para mi disfrute personal.

—¡Dios...! —exclamó Charlotte tapándose la cara con las manos.

—Oye, ¿puedes sacar unas copias para mí? —intervino Sean—. Un par de tipos me las han pedido en la tienda de surf. Cuando quisieron verte ya habían quitado la foto.

—No, no puedes —contestaron al unísono Charlotte y Gabe.

—Vale, vale, no os pongáis así —les aplacó Sean. Charlotte echó un vistazo a su reloj.

—Tengo que irme, chicos. Gracias por la... lección Inmediatamente se alzó un coro de protestas. —¡Pero si es prontísimo! —dijo Sean—. ¿Qué pasa?

¿Tienes alguna cita tempranera o qué?

—La verdad es que tengo dos —contestó Charlotte. Gabe la miró sorprendido—. Para empezar, he quedado con Pana para hacer ejercicio; después iremos al salón de belleza. Conociendo a Dana, saldremos al amanecer —se lamentó.

—¿Y la otra?

—No vais a creerlo —les explicó Charlotte—. Voy a ir a la fiesta del Century Plaza. Tendré que ponerme un vestido de gala y todo. La verdad es que si no le hubiera visto tan apurado no habría aceptado... Ya sabéis lo poco que me gustan ese tipo de cosas. Espero salir airosa sin ponerme en evidencia... sobre todo después de este desagradable asunto de la página web —añadió mirando a Ryan con cara de pocos amigos.

Ryan se las arregló para fingir que estaba avergonzado, y Gabe sintió una punzada de auténticos remordimientos al acordarse de la escena en su oficina.

—Bueno, me alegro de que todos hayamos aprendido algo hoy —sentenció Charlotte con una radiante sonrisa—. Hasta pronto, chicos.

—Te acompañaré hasta el coche —dijo Gabe.

—No está lejos...

—No protestes.

—No se te ocurra pedirle su número —le advirtió Mike con una sonrisa—. Es una chica muy dura, te lo aseguro.

La pandilla en pleno les despidió con un coro de aullidos y silbidos. Charlotte puso una sonrisa de circunstancias, mientras que Gabe ni se molestó en mirarlos.

—Gracias por tu ayuda, Gabe —dijo la joven mientras abría la puerta de Gominola—. Sé que no es fácil para ti.

—¿Y por qué no habría de serlo?

—Bueno, al fin y al cabo me estás ayudando a ganarte la apuesta. Debería pagarte esos mil dólares, aunque solo fuera por las molestias que te estás tomando...

—No seas mema —gruñó Gabe—. Ya verás cómo al final lo conseguimos.

Ella asintió, estremeciéndose al sentir la fresca brisa de la noche.

—Anda, toma —Gabe le puso su chaqueta sobre los hombros—. Vas a resfriarte como no te andes con cuidado.

—Soy una chica con suerte: tengo el mejor amigo del mundo —dijo, dándole un cariñoso abrazo.

Gabe se concentró para no abrazarla, pero parecía que sus brazos tenían voluntad propia.

—Buenas noches —le deseó Charlotte alegremente metiéndose por fin en el coche.

—Buenas noches —respondió Gabe. Se quedó plantado hasta que la vio enfilar la carretera principal. Después, volvió al bar temblando de frío.

—¿Dónde has dejado la chaqueta? —le preguntó Sean.

—Se la he dejado a Charlotte. Estaba temblando.

—No me extraña —bromeó Mike—. No es que llevara mucha ropa encima precisamente... Estaba fabulosa.

—¿Y qué pasará ahora? —preguntó Ryan intrigado—. ¿Se convertirá en una devora hombres?

—No creo que llegue tan lejos, pero creo que la hemos ayudado bastante. Desde luego, parecía habérselas arreglado muy bien con el tipo con el que había bailado —comentó Gabe—. Sin embargo, la veo un poco insegura, no sé qué tal le irá en la fiesta de mañana. Ojalá hubiera una forma en que pudiéramos ayudarla. Ese embrollo de la página web le ha puesto muy nerviosa —Gabe se dejaría torturar si eso evitaba que Charlotte volviera a sentir un dolor como el de aquella tarde.

—Un momento, chicos... —dijo Ryan de repente—. Puede que tenga la solución. Ella dijo que era en el Century Plaza, ¿no?

—Sí, eso es.

—Entonces —continuó Ryan cada vez más entusiasmado—, supongo que será la fiesta de Sheffield.

—¿Y?

—Pues que conozco al dueño de la imprenta donde se han hecho las invitaciones —declaró por fin Ryan

A Gabe le costó solo un segundo entender a dónde quería llegar su amigo. Una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro.

—Buscad los esmóquines, chicos —declaró, sintiéndose completamente feliz por primera vez en toda la noche—. Mañana vamos de fiesta.