TÓPICO CINEMATOGRÁFICO N.° 419: La huida frustrada. Héroe/heroína en plena evasión, casi escapa de los malos, los elude, está a punto de conseguirlo; el villano aparece de pronto y dice: «¿Vas a alguna parte?».

VER: La gran evasión, El Imperio contraataca, Con la muerte en los talones, Los 39 escalones.

Heada se encontraba ante la puerta, cruzada de brazos, dando golpecitos con el pie. Rosalind Russell como la hermana superiora en Ángeles rebeldes.

—Deberías estar en la cama —dijo.

—Me encuentro bien.

—Eso es porque aún no te has desintoxicado del todo. Unas veces tarda más que otras. ¿Has orinado?

—Sí. Cubos enteros. Ahora, si me disculpa, hermana Ratchet…

—Vayas adonde vayas, puede esperar hasta que estés limpio —replicó ella, bloqueándome el paso—. En serio. La ridigraña no es cosa de broma. —Me condujo de vuelta a la habitación—. Quédate aquí y descansa. ¿Adónde ibas? ¿A ver a Alis? Porque si es así, ella no está. Dejó todas sus clases y abandonó la residencia.

Y está con el jefe de Mayer, quería decir.

—No iba a ver a Alis.

—¿Adónde ibas?

Era inútil mentirle a Heada, pero lo intenté de todas formas.

—Virginia Gibson aparece en Una cara con ángel. Quería conseguir una copia.

—¿Por qué no puedes conseguirla por fibra-op?

—Aparece Fred Astaire. Por eso te pregunté si había salido del litigio. —Dejé que esta información calara durante un par de fotogramas—. Dijiste que podría ser un simple parecido. Quería ver si es Alis o simplemente alguien que se le parece.

—¿Y por eso ibas a salir a buscar una copia pirata? —preguntó Heada, como si casi me creyera—. Tú dijiste que aparecía en seis musicales. Todos no están en litigio, ¿verdad?

—No había ningún primer plano en Atenea —contesté, y esperé que no preguntara por qué no podía conseguir una ampliación—. Y ya sabes lo que ella siente por Fred Astaire. Si aparece en una película, será en Una cara con ángel.

Nada de todo esto tenía sentido, ya que la idea era supuestamente encontrar alguna cita donde estuviera Virginia Gibson, no Alis, pero Heada asintió cuando mencioné a Fred Astaire.

—Puedo conseguirte una.

—Gracias. Ni siquiera tiene que ser digitalizada. Con una cinta me arreglo. —La conduje a la puerta—. Me quedaré aquí y me acostaré y dejaré que la ridigraña haga su trabajo.

Ella volvió a cruzarse de brazos.

—Lo juro —dije—. Te daré mi llave. Puedes encerrarme.

—¿Te acostarás?

—Lo prometo —mentí.

—No lo harás —dijo ella—, y desearás haberlo hecho —suspiró—. Al menos no estarás en los deslizadores. Dame la llave.

Le tendí la tarjeta.

—Las dos.

Le tendí la otra tarjeta.

—Acuéstate —me ordenó Heada; cerró la puerta y me dejó dentro.