Capítulo 8
EMILY se protegió los ojos del brillo del sol y miró hacia un paisaje de postal.
Por encima de su cabeza, las hojas de las palmeras se sacudían con la brisa y proporcionaban una agradable sombra. Si miraba hacia arriba, vería un cielo azul, limpio de nubes, entre las palmeras, pero tenía la vista clavada al frente, en el mar turquesa, que después pasaba a ser de un azul verdoso para terminar con un azul oscuro en el horizonte.
La arena parecía azúcar glas. A su derecha, el pequeño barco que los había llevado hasta allí se mecía en el agua. A lo lejos, Leandro nadaba tranquilamente hacia el horizonte. No tenía miedo a ninguna de las cosas en las que pensaba ella cuando nadaba en el mar: tiburones, rayas gigantes, barracudas... Y otras criaturas desconocidas, pero letales que estaban esperando a abalanzarse sobre los confiados bañistas.
Leandro estaba completamente desnudo. Cuando saliese del agua, Emily devoraría con la mirada su cuerpo, gloriosamente masculino, y vería cómo se excitaba ante ella. Era increíble que lo excitase tanto.
Ella también estaba desnuda sobre una enorme toalla de playa. Podían estar así porque en aquella pequeña isla no había nadie. Solo había arena, palmeras y plantas silvestres. Y solo se podía acceder en barco. Estaban solos en ella y cuando habían llegado, dos horas antes, la habían recorrido entera en menos de media hora.
Qué felicidad.
Dar un paseo de veinte minutos y después hacer el amor al aire libre, porque eso era lo que habían hecho después.
Eran amantes.
Habían decidido entregarse a la loca pasión que los consumía. ¿Por qué no? Estaban allí y se gustaban.
Leandro no le había preguntado a Emily cómo era capaz de hacer el amor con él mientras contaba los días para casarse con otro. Y Emily no se había parado a pensar qué opinión tendría de ella, en los cuatro días que llevaban así, había conseguido no darle vueltas.
Cuando estaba con él no se sentía cohibida. Y ni siquiera hacía falta que Leandro le dijese lo que tenía que hacer para darle placer. Al parecer, lo sabía por instinto.
Observó sonriendo cómo nadaba este hacia la orilla y contuvo la respiración cuando se puso en pie y se pasó los dedos por el pelo mojado.
Era un hombre increíble y Emily no se cansaba de mirarlo.
Con la mirada clavada en el rostro de Emily, a pesar de no poder descifrar su expresión en la distancia, Leandro avanzó lentamente.
Había descansado después de haber hecho el amor y volvía a estar preparado para más. Notó cómo crecía su erección y cuando llegó a la toalla estaba completamente excitado.
—Mira lo que me haces... —le dijo a Emily sonriendo.
Ella se sentó y lo tomó con la boca.
Leandro puso una mano en su cabeza y se quedó quieto mientras ella le acariciaba la erección con la lengua, preguntándose si debía molestarse en intentar controlar el precipitado orgasmo.
Ninguna mujer lo había excitado tanto como Emily.
Muy a su pesar, se apartó e intentó recuperar el control de su cuerpo.
—Eres una bruja.
Se tumbó a su lado, pegado a su cuerpo, y le separó las piernas para sentir el calor y la humedad que había entre ellas.
Jamás habría imaginado aquello, pero en esos momentos solo podía preguntarse cómo era posible que no hubiese ocurrido antes.
Hacerle el amor a Emily le parecía la cosa más natural del mundo.
La besó lentamente, tomándose su tiempo. Pasó de los labios al cuello y ella arqueó la espalda.
Leandro bajó a sus pechos para devorar un pezón endurecido hasta que la oyó gemir y notó que se retorcía de placer.
—Estás muy caliente... —comentó, metiendo la mano en la nevera portátil y sacando un hielo de ella—. Tienes que refrescarte. Al menos, tus pezones lo necesitan...
Se apoyó en un codo y pasó el hielo por su pecho, haciéndola gemir y reír al mismo tiempo.
—No me digas que no estás mejor ahora... —le dijo, tirando el hielo para continuar jugando con sus pechos.
Después pasó la lengua por su ombligo y sonrió al notar que Emily contenía la respiración.
El cuerpo de esta respondía a sus caricias de una manera exquisita. Leandro tenía la sensación de que era la primera vez que estaba con un hombre. En realidad, era una mujer inexperta. Sus dos últimos novios no habían sabido satisfacerla y saberlo lo había excitado todavía más.
Así que había decidido conseguir lo contrario: excitarla lo máximo posible y hacer que no pudiese desearlo más.
Siguió bajando con la lengua y le separó las piernas con cuidado. Probó su sexo y la oyó gemir de placer.
Sabía al calor del sol, a la sal del mar y estaba muy húmeda. Y a Leandro le encantaba verla con los puños cerrados y completamente concentrada en disfrutar de lo que le estaba haciendo.
Tuvo que hacer un esfuerzo para no obedecer a su cuerpo, que quería que la penetrase inmediatamente.
En el pasado, por mucho que le hubiese gustado una mujer, siempre había sido capaz de parar en caso de necesidad. Siempre había dejado el teléfono móvil encendido y había antepuesto el trabajo al placer.
Con Emily era diferente. Apagaba el teléfono durante horas. Y se sentía molesto si lo llamaban cuando estaba con ella.
Notó cómo el cuerpo de Emily se tensaba y empezaba a sacudirse por dentro y, muy a su pesar, se apartó y la besó en los labios.
—No quiero que pares —protestó ella.
—Ya lo sé. Yo tampoco quería parar. ¿Te he dicho alguna vez lo deliciosamente que sabes?
Emily sonrió y deseó poder grabar aquel momento en su memoria para siempre.
—Tal vez...
Lo vio buscar un preservativo en la ropa que habían tirado a un lado y ponérselo. Y esperó a que volviese a su lado y la llenase con su poderosa erección.
Lo agarró de los hombros con fuerza mientras él empezaba a moverse en su interior. Cerró los ojos y buscó sus labios a ciegas, encontrándolos y besándolos apasionadamente mientras él se movía cada vez más con más rapidez.
Cuando llegó al clímax, echó la cabeza hacia atrás y contuvo la respiración mientras su cuerpo se sacudía.
Leandro la estaba agarrando con fuerza, controlando su propio orgasmo y sintiendo todas las reacciones de su cuerpo.
Entonces explotó también, gimió y se puso tenso, y deseó poder haberle hecho el amor sin el preservativo.
—Estoy ardiendo —comentó Emily mientras él se quitaba el preservativo y después volvía a su lado para abrazarla.
—Tal vez debamos esperar unos minutos antes de retomarlo —murmuró él, sonriendo—. Soy casi sobrehumano en lo relativo al sexo, pero hasta yo tengo mis límites...
—Quería decir que tengo calor...
—Vaya golpe para mi ego...
Le dio un beso en la comisura de los labios y después añadió:
—Podemos darnos un baño y después comer. He traído tu plato favorito.
—No sabes cuál es mi plato favorito...
—¡Por supuesto que sí! Los sándwiches de jamón, lechuga y tomate, con mayonesa, pero sin mostaza. Y la ensalada de pollo, pero sin apio... También he traído pescado frito... con kétchup y...
—¿Cómo sabes eso?
Aunque Emily sabía que se lo había contado. Porque hablaban mucho, en ocasiones, de cosas sin importancia.
De repente, se sintió incómoda. Se recordó a sí misma que aquello era solo una aventura, que pronto volvería a su vida real en Inglaterra.
—Sé muchas cosas de ti, mi querida secretaria —le dijo él, tendiéndole la mano para ayudarla a levantarse.
Y la observó atentamente mientras lo hacía.
—Creo que tu vello púbico se está aclarando con el sol —comentó.
Emily sonrió y se ruborizó.
—El tuyo también —replicó antes de echar a correr hacia el mar.
—De eso nada, yo tengo el pelo demasiado oscuro para que se aclare con el sol. ¿De qué color tiene el pelo tu prometido?
No había querido hacerle aquella pregunta. Para Leandro, mientras estuviesen allí el otro hombre no existía. Y no tenía ni idea de si Emily hablaba con él a diario o no.
—Claro —respondió ella sin más.
No le apetecía hablar de Oliver.
Había hablado con él en un par de ocasiones desde que había llegado a la isla, aunque, desde que había empezado a acostarse con Leandro, ya no tenía tan clara su decisión de casarse con él.
Llegó al agua y se zambulló en ella. Y se puso a nadar hasta que notó los brazos de Leandro a su alrededor.
—¿No quieres hablar de él? —le preguntó este.
Ambos hacían pie todavía, pero el agua les llegaba más arriba de la cintura.
—No —respondió Emily, apartando la mirada.
—¿Por qué no?
—Porque... Ya sabes por qué, Leandro...
—¿No quieres que te recuerde que soy tu sórdido secreto?
—¡No!
—¿Y qué dirías si admitiese que es así como me siento?
—No te creería —le respondió ella, con el corazón acelerado—. Ambos sabemos que lo nuestro es algo temporal...
Se miraron a los ojos y Leandro la soltó.
—Vuelve a la playa, Emily, yo voy a alejarme un poco más.
—De acuerdo.
Leandro frunció el ceño. Emily parecía desesperada por deshacerse de él y evitar cualquier conversación un poco profunda.
No obstante, después de pasar veinte minutos nadando a buen ritmo, Leandro decidió que no iba a darse por vencido.
Le molestó encontrársela en la playa con el bañador puesto, las gafas de sol, el sombrero y un libro en la mano.
—¿Comemos? —le preguntó ella, humedeciéndose los labios con nerviosismo y dejando el libro en la toalla.
—¿Por eso te has puesto el bañador? —le preguntó Leandro, tomando su toalla para secarse—. ¿Porque es hora de comer?
Se sentó delante de la nevera y añadió:
—Solo nos quedan un par de días más aquí.
—Lo sé —respondió Emily, resignándose a mantener aquella conversación que prefería evitar—. Creo que hemos hecho todo... lo que nos habíamos propuesto.
—Me sorprende que sigas incluyéndote en este proyecto, teniendo en cuenta que vas a marcharte de la empresa en cuanto lleguemos a Londres.
—Ya te dije que me quedaría a formar a mi sustituta.
Leandro no tenía ganas de hablar de trabajo. En su lugar la miró fijamente durante mucho tiempo, hasta que Emily apartó la vista.
—¿Vamos a hablar de lo nuestro? —le preguntó entonces.
Emily se encogió de hombros, estaba muy tensa.
—No creo que merezca la pena —le contestó después de varios segundos.
—¿De verdad quieres que esto se termine cuando volvamos a Londres?
—Lo que yo quiera no importa.
—Quiero que me mires cuando te hablo.
Emily cambió de postura para mirarlo de frente.
—Y quiero verte los ojos.
Leandro le quitó las gafas de sol y ella se sintió vulnerable, desprotegida.
No quería hablar de aquello, ni quería pensar en si quería que aquello continuase o no cuando volviesen a Londres porque pensaba que no tenía elección. Tendría que terminar, le gustase o no.
—Yo...
—¿Sí?
—Ya te he dicho... que no soy una mujer romántica... como las otras con las que has salido...
—Lo sé, pero no me digas que vas a sacrificar el resto de tu vida por lo que ocurrió con tu padre.
—No voy a sacrificar mi vida, Leandro.
—Vas a tomar una decisión equivocada, y después no podrás echarte atrás aunque quieras.
—Existe el divorcio...
—No puedo creer lo que acabo de oír.
—¡Y yo no puedo creer que estemos teniendo esta conversación! —gritó Emily—. ¡Deberías dar gracias de que no soy una de esas mujeres que quiere atraparte para siempre! ¡Deberías estar contento porque no vas a tener que consolarme cuando quieras deshacerte de mí!
—El caso es que solo puedo sentir lástima por una mujer que va a casarse sin amor, por motivos equivocados.
Leandro empezó a sacar la comida de la nevera a pesar de haber perdido el apetito.
—Sabía que acabarías pensando mal de mí si... nos acostábamos.
—Tienes razón. No te admiro por lo que estás haciendo.
—Hay muchas cosas que no sabes.
—¿Y por qué no intentas contármelas?
Ella guardó silencio.
—Ah, ya entiendo, no son asunto mío.
—¿Qué quieres de mí?
—¿Una respuesta sincera? —le dijo Leandro, mirándola a los ojos—. Quiero que tengas la valentía de admitir que es un error casarse con un hombre cuando te gusta otro.
—No todo gira en torno al sexo.
—Me deseas. Y eso no va a cambiar cuando vuelvas a Londres y vuelvas a ponerte el traje de chaqueta...
—Lo que te pasa es que no quieres que esto termine porque siempre eres tú el que decide cuándo terminan tus relaciones, ¿no?
—¡Eso no es verdad! —replicó Leandro, poniéndose colorado.
—¡Por supuesto que sí! —volvió a gritar ella, levantándose y echando a andar hacia el mar.
Pero después se giró y volvió hacia él, con los brazos cruzados, muy tensa.
Aquel lugar era demasiado bonito para discutir en él. Además, Emily no quería discutir.
—Sales con mujeres y, cuando te cansas de ellas, las dejas. ¡Te sientes molesto porque todavía no te has cansado de mí!
—Me siento frustrado porque veo que vas a echar a perder tu vida...
—¿Y quieres salvarme de mi destino? ¿Es eso? ¿Estás seguro de que lo haces solo por mí?
—Quiero que me digas que de verdad quieres que lo nuestro se termine en cuanto lleguemos a Londres.
—Por supuesto que es lo que quiero. Lo nuestro es solo... un devaneo...
Leandro la miró fijamente, en silencio, antes de responder:
—Pues que así sea.
Leandro colocó la comida y el vino encima de la manta, pero prefirió beber agua.
—¿Que así sea?
—Será mejor que comamos. Después, volveremos a la isla.
Sin mirarla, tomó un sándwich y bebió agua.
—Por supuesto.
—Y puedes considerar que tu contrato con la empresa se ha terminado en cuanto pisemos suelo británico.
—¿Qué... qué quieres decir? —le preguntó ella, sentándose en la manta con las piernas cruzadas.
—Quiero decir que no hará falta que vuelvas por el despacho. Y durante el resto de nuestra estancia aquí nuestra relación será estrictamente profesional.
—¿Todo porque no quiero hacer lo que tú me dices?
Se quedó pensativa y luego añadió:
—Sé que no entiendes mi comportamiento... pero es que...
Puso la mano encima de la suya y pensó que, en esos momentos, la vida sin Leandro le parecía una vida sin sentido, vacía. No obstante, también sabía que su relación no podía durar.
—Mira, Emily —le dijo él, apartando la mano—. He llegado a la conclusión de que ya no quiero lo que me ofreces...
Casi no había probado bocado, pero no tenía hambre.
—Para mí, lo nuestro no se había terminado, pero no puedo seguir con ello varios días más para después ver cómo vuelves corriendo con tu prometido...
—¿Me estás dando un ultimátum? ¿Me estás diciendo que, si no dejo a Oliver, nuestra relación volverá a ser como antes de haber venido aquí...?
Emily contuvo las lágrimas, se sentía rechazada y dolida.
—¿Quieres que cancele la boda para pasar contigo un par de semanas?
—¿Quién ha dicho que lo nuestro duraría solo un par de semanas? Podría durar menos... o más...
—¿Y piensas que voy a sacrificar mi futuro por eso?
—Si pudieses convencerme de que tu futuro merece la pena, no estaríamos teniendo esta conversación, de hecho, ni siquiera nos habríamos acostado...
Leandro se levantó y se puso el bañador.
Sin mirarlo, Emily empezó a recoger la comida, que casi no habían probado.
No supo qué más decir. Era evidente que, para Leandro, el tema estaba zanjado.
Cuando regresaron al hotel, Leandro la trató de manera educada y distante y, cuando nadie los oía, le dijo:
—Esta noche puedes cenar en tu habitación si quieres. Yo tengo cosas que hacer.
Ella dudó un instante antes de apoyar la mano en su brazo.
Leandro miró la mano y le advirtió:
—Puedes mirar, pero has perdido el derecho a tocar.
—De eso nada —le respondió ella con voz pausada a pesar de tener el corazón acelerado y la boca seca.
—¿Qué has dicho? —preguntó él, incapaz de moverse, conteniendo la respiración.
—Que tienes razón —admitió Emily—. No puedo casarme con Oliver. No después de lo que ha pasado entre nosotros. Tal vez necesite seguridad, pero lo que tenemos es demasiado fuerte. Así que voy a llamarlo en cuanto llegue a mi habitación para decirle que no habrá boda...