Capítulo 5

 

EMILY no recordaba la última vez que había estado de vacaciones, de ningún tipo, desde la época en la que había tenido la ilusión de formar parte de una familia feliz. Cuando sus padres la habían llevado a caros viajes por el extranjero. Esas vacaciones no contaban. Y desde que era adulta... no había tenido la oportunidad, ni el dinero ni el tiempo... y ni siquiera ganas.

En esos momentos, delante del espejo, estudió a la chica que la miraba desde el otro lado y se puso nerviosa al darse cuenta de que tenía ganas de vacaciones. El calor, el olor salado del mar, el sonido ininterrumpido de las olas golpeando la costa, el ambiente sereno e íntimo de la isla...

En ocasiones, le resultaba difícil volver a la realidad. Estaba allí por trabajo, porque había dimitido y su jefe no confiaba en ella, o porque quería demostrarle que seguía mandando.

Y entonces se acordaba de por qué había dimitido. Porque su vida estaba a punto de cambiar. Porque iba a casarse. Con Oliver. Por motivos complejos, cínicos, que hacían que se sintiese muy triste. Aunque siempre que su mente empezaba a llevarla por aquellos derroteros, era capaz de apartarse del abismo.

Salvo en esos momentos, en aquel lugar, con las ventanas de la cabaña abiertas de par en par. De repente, no pudo evitar sentirse insatisfecha y melancólica con su vida. Jamás volvería a sentirse así de emocionada porque iba a ir de excursión. Con un hombre que...

Le dio la espalda al espejo y metió la toalla, la crema solar, una camiseta de tirantes y unos pantalones cortos, el libro que estaba leyendo y un sombrero en la bolsa de playa que había comprado en la tienda del hotel.

Su pie estaba completamente bien, se había quitado la venda y la había reemplazado por una tirita. Le resultó extraño dejar allí el ordenador, encima del escritorio. Hasta el momento, lo había llevado con ella a todas partes y había tenido la sensación de que le servía de escudo para protegerse de Leandro.

Se había puesto el bañador, unos pantalones cortos y una camiseta y se sentía como una adolescente, en vez de sentirse molesta y preocupada por tener que pasar el día con su jefe.

Había desayunado en la habitación y vio a Leandro nada más llegar a la recepción del hotel. Todo el mundo parecía nervioso con la llegada de la prensa y el personal del hotel, que hasta entonces había ido vestido de manera desenfadada, lucía unos impecables uniformes de color blanco y verde.

A Emily le dio un vuelco el corazón al ver a Leandro. Después de haber trabajado tanto tiempo para él, de haber pasado tanto tiempo en su compañía, no entendía que hubiese pensado que era inmune a él. Al parecer, no lo era.

Respiró hondo y se acercó con paso firme a él y al grupo de trabajadores que lo rodeaban, que pronto echaron a andar en diferentes direcciones.

—Están entusiasmados con todo esto, ¿no? —le preguntó en tono educado.

—Es normal —respondió Leandro estudiando con la mirada su pelo largo y claro, las piernas esbeltas y el sensual cuerpo.

Emily parecía mucho más joven sin el traje, sin maquillaje y con el pelo suelto.

—Supongo que sí —comentó ella riendo e intentando apartar la mirada de Leandro, que estaba muy guapo con un polo azul claro y pantalones cortos—. ¿Cuánto tiempo van a estar aquí las cámaras?

—Un día. Supongo que vamos a perdérnoslo. Salvo que quieras que te fotografíen.

—¡Por supuesto que no!

—¿Por qué no? —le preguntó él—. ¿No te gustan las cámaras? Si seguro que eres muy fotogénica...

Emily se ruborizó y se preguntó si Leandro acababa de hacerle un cumplido. Después se reprendió a sí misma por tener demasiada imaginación. Él era así. Innatamente encantador. Ese era el motivo por el que las mujeres lo encontraban tan atractivo. El motivo por el que...

Prefirió no seguir pensando en aquello y lo siguió hacia el pequeño coche que los estaba esperando. Leandro dejó su bolsa de la playa en el asiento trasero, donde ya había una cesta de picnic y una nevera en la que Emily supuso que habría bebidas.

—¿Sabes conducir esta cosa? —le preguntó.

—Si soy capaz de pilotar un avión, seguro que puedo conducir esta lata con motor. Además, casi no hay tráfico en la isla, y tienes mi palabra de que te protegeré como si mi vida dependiese de ello.

Emily volvió a sentir algo, algo que hizo que tuviese calor y se pusiese nerviosa.

—Supongo que llevarás crema solar —añadió él, poniendo el coche en marcha—. Tu piel parece muy sensible.

—Sí, no te preocupes.

—Ya te has quemado un poco la nariz.

Ella se tocó instintivamente la nariz y mantuvo la vista clavada al frente.

—Bueno, cuéntame qué te parece el hotel, si estás disfrutando de la estancia...

Leandro era consciente de las reacciones de Emily ante sus comentarios. Unas reacciones que siempre habían estado ahí, pero que Emily había ocultado hasta entonces.

Era evidente que le gustaba a pesar de ir a casarse con otro. Y esto avivaba todavía más su curiosidad y hacía que estuviese decidido a descifrar el enigma.

Tal vez incluso podía hacerle un favor y evitar que fuese infeliz demostrándole que, si se sentía atraída por otros hombres, en concreto, por él, casarse por desesperación no era la solución.

—Es el lugar más bonito en el que he estado en toda mi vida —le respondió ella con sinceridad—. El paisaje es precioso. Me preguntó si la isla seguirá siendo así de virgen cuando empiece a conocerse.

—El ministro de turismo de aquí parece ser un tipo con criterio, consciente de lo importante que es mantener el sabor de la isla. Explotarla demasiado sería casi más dañino que una guerra civil, y él lo sabe.

—Tuviste mucha suerte de ser el primero en poner el pie aquí...

—Yo diría que fue una cuestión de astucia, más que de suerte.

La miró y vio cómo Emily respiraba hondo mientras intentaba evitar que el pelo se le pusiese en la cara. La pequeña carretera estaba bordeada de palmeras y avanzaba paralela al mar. El cielo estaba completamente azul, sin una sola nube. Y la brisa marina hacía que la temperatura fuese perfecta. Leandro había escogido muy cuidadosamente la localización de su hotel.

—¿Siempre has sido así?

—¿Cómo? —preguntó Leandro, arqueando las cejas.

—¿Tan astuto en los negocios?

—No, pero aprendí a trabajar duro de mi padre y siempre supe que una educación cara no es un derecho, sino un privilegio que se debe aprovechar bien. ¿Y tú, Emily? ¿Siempre soñaste con ser secretaria?

—Lo dices como si fuese algo de lo que debiera... avergonzarme —replicó ella, fulminándolo con la mirada.

—Todo lo contrario. Detrás de un buen hombre de negocios siempre hay una secretaria pendiente de que el engranaje funcione.

—Quería ser veterinaria —confesó Emily.

—Veterinaria... —murmuró él—. No tiene nada que ver con ser secretaria. Hay que estudiar más...

—¿Y no me crees lo suficientemente inteligente para haberlo hecho?

—En absoluto. Llevo casi dos años trabajando contigo y sé lo lista que eres.

—¿Por qué tu actitud me parece de superioridad? —dijo ella riendo—. Cómo huele a mar. Es increíble.

—Mira allí, entre esos árboles, ¿ves un camino? Allí es adonde vamos.

—¿Y cómo has conocido este lugar?

—El gerente del hotel es toda una fuente de información y me ha indicado dónde están las mejores playas de la isla.

Salió de la carretera y detuvo el coche.

Tal vez no estuviese de vacaciones, pero Emily sintió que, por primera vez en mucho tiempo, había dejado de estar estresada.

Anduvieron por el pequeño camino, que transcurría entre la vegetación, y fueron a dar a una playa de arena blanca y muy fina, con forma de media luna, donde el mar estaba tranquilo y era de un azul turquesa brillante.

Emily miró a lo lejos y se sintió libre, libre de preocupaciones. Y pensó que se le había olvidado lo que era sentirse así. Saboreó la sensación, sabiendo que duraría muy poco.

Cuando se giró, vio que Leandro había extendido una manta muy grande en la arena y se había quedado en bañador. Verlo con el pecho desnudo le resultó todavía más impresionante que el paisaje.

Era la fantasía de cualquier mujer hecha realidad. Tenía los hombros anchos y fuertes, el vientre plano como una tabla y una suave capa de vello que resultaba agresivamente masculina.

Emily se dio cuenta de que le estaba costando trabajo respirar y, en un desesperado intento de ocultar su vergonzosa reacción, se puso a buscar las gafas de sol en la bolsa.

—¿Supongo que no irás a pasarte el día en pantalones cortos y camiseta?

Él había dejado la ropa encima de la manta, junto a los zapatos. Emily pensó que hasta tenía los pies muy sexys. ¿Cómo era posible?

—No se me da bien nadar.

—No te preocupes. Estoy contigo. No dejaré que se te lleve la resaca...

—Veo que eres un hombre con muchos talentos —comentó ella, incómoda—. Sabes pilotar aviones, conducir coches pequeños y cruzar a nado el Canal de la Mancha.

—Bueno, tanto como cruzar el Canal de la Mancha...

Luego ladeó la cabeza y esperó. Esperó a que se desnudase.

Aunque llevaba un bañador tan casto como el hábito de una monja. Negro y de una sola pieza. No obstante, Emily se quitó la ropa como si le diese vergüenza y lo dejó todo en la manta sin mirarlo ni una sola vez.

—No sabía que íbamos a quedarnos en un solo sitio —comentó—, pensé que habías dicho que íbamos a explorar la isla.

—Y vamos a hacerlo —le respondió él, echando a andar hacia el agua—, pero tenía tanto calor que he pensado que estaría bien empezar el día con un baño, para refrescarnos. ¿Vienes?

Ella lo miró y dudó, Leandro se metió en el agua y empezó a nadar hasta que se convirtió en una pequeña mancha en el horizonte.

Solo entonces, avanzó Emily con cautela.

Pero el agua era poco profunda y muy clara, y estaba sorprendentemente caliente. Incapaz de resistirse a la tentación, se hundió en ella. No recordaba la última vez que había estado en una piscina, y mucho menos en el mar, y aunque sabía nadar bien, le reconfortó notar la arena bajo los pies. Subió a la superficie y se tumbó boca arriba con los ojos cerrados y los brazos extendidos.

No se dio cuenta de que Leandro se había acercado a ella hasta que notó sus brazos, su cuerpo, y entonces volvió bruscamente a la realidad. Intentó apoyar los pies en el suelo, pero al parecer la corriente la había alejado algo más de la costa y no llegaba. Se sacudió nerviosa al darse cuenta de que no hacía pie y de la proximidad de Leandro, y este la agarró con más fuerza.

—¡Te tengo!

—¡Pues suéltame! ¡Inmediatamente! —le pidió ella, intentando apartarlo, cosa que le resultó imposible.

—Agárrate a mi cuello, Emily, nadaremos juntos hasta la orilla.

—¡Puedo volver nadando yo sola!

Lo empujó con más fuerza y se puso a nadar hacia la playa de manera frenética.

Luego salió del agua enfadada. Leandro la siguió. No le hizo falta girarse a comprobarlo, estaba segura.

—No me gusta que me... que me... —balbució enfadada cuando por fin se giró hacia él.

—¿Que te...? —repitió él.

Leandro se sentó, se puso las gafas de sol y luego se tumbó en la manta con las piernas cruzadas. Parecía estar muy cómodo, y completamente ajeno a su ira.

Emily lo miró y supo que estaba exagerando. Le había dicho que no sabía nadar bien y Leandro había querido ayudarla.

—Siento que hayas pensado que no iba a poder volver sola —le dijo—. Y te agradezco que hayas intentado salvarme, pero sé nadar, Leandro.

Deseó poder ver sus ojos y descifrar así su reacción, pero las gafas de sol se la ocultaban.

—¿Por qué no te tumbas y te recuperas?

Leandro tocó el trozo de manta que había a su lado sin mirarla y Emily estudió su mano con cautela.

—Y no te olvides de ponerte protección solar. Yo puedo pasar sin ella porque soy moreno, pero...

—¿No quieres que tu secretaria tenga que quedarse en casa en vez de ir a trabajar porque se ha quemado con el sol?

Leandro se levantó las gafas y la miró.

—Llevo año y medio preguntándome qué tienes en la cabeza. Y ahora me doy cuenta de que pensabas lo peor de mí. Si no quieres protegerte del sol, no lo hagas.

Volvió a ponerse las gafas y se cruzó de brazos.

—¿Has estado en todas las playas de la isla? —preguntó Emily, retomando la conversación en tono conciliador.

Sin tener que mirarlo, y solo con el cielo como testigo de su nerviosismo, Emily se sintió un poco más cómoda.

—Supongo que debiste de informarte bastante acerca de la isla antes de decidir invertir en este proyecto...

—¿Por qué decidiste convertirte en secretaria, en vez de hacerte veterinaria, si tus notas eran buenas?

—¿Perdona?

—Visité la isla una vez, poco antes de que tú empezases a trabajar para mí. Me aseguré de que todo estaba en orden y luego delegué. Así que, no, no conozco todas las playas de la isla. Ya he contestado a tu pregunta. Ahora, responde tú a la mía. ¿Por qué sentarte frente a un ordenador cuando podrías trabajar al aire libre, ocupándote de animales enfermos?

A Leandro no le hizo falta mirarla. Supo que Emily se sentía confundida, que no quería continuar con aquella conversación. Cerró los ojos detrás de las gafas de sol y guardó silencio.

Luego se tumbó de lado y la miró fijamente.

—Y no se te ocurra intentar cambiar de conversación...

Emily se mantuvo inmóvil, pero supo que Leandro seguía mirándola. No iba a dejarla tranquila. Tal vez estuviese aburrido... y ese fuese el motivo por el que sentía una curiosidad por ella que no se había evidenciado hasta entonces.

Si hubiese estado en Londres, lo más probable era que Leandro hubiese pasado el fin de semana en compañía de su última conquista. Quizás, como no tenía nada mejor que hacer, quería divertirse un poco con ella.

—No sé por qué te interesan las decisiones que tomé en el pasado, Leandro —dijo, echándose a reír.

—A lo mejor te parece que estoy loco, pero algunas personas somos así. Nos interesa el pasado de otras...

En realidad, no era cierto. Nunca había sentido demasiada curiosidad por el pasado de ninguna de sus novias. Tal vez porque estas habían insistido en contárselo de todos modos...

—Era demasiado caro —admitió Emily.

—¿Demasiado caro?

—Eso es.

Nerviosa, se sentó y se abrazó las rodillas.

Leandro se sentó también y ambos se quedaron mirando hacia el brillante mar.

—Supongo que no sabrás lo que es tener que tomar una decisión porque no tienes suficiente dinero en el banco, pero hay a quien le ocurre.

Aunque Emily se dijo que no tenía por qué haber sido así. Tenía que haber podido cumplir su sueño, pero había tenido que recurrir al plan B.

—¿Tu familia no pudo ayudarte?

—No quiero hablar de mi familia —le dijo ella en tono frío.

Leandro se preguntó por qué sería aquel un tema tan tabú. Lo mismo que el tema de su matrimonio.

—Entonces, ¿por qué no me hablas de tu novio?

Se giró hacia ella y se quitó las gafas de sol. Luego, alargó la mano y le quitó a Emily las suyas. Sin más. Antes de que le diese tiempo a apartarse.

—Pensé que ya habíamos hablado de ese tema.

Emily se puso en pie y se puso la camiseta antes de echar a andar hacia el mar, no se detuvo hasta que el agua caliente le mojó los pies.

Era evidente que aquella situación era peligrosa y, no obstante, se sentía tan... tan viva.

—¿Ya hemos hablado de él? —murmuró Leandro.

Estaba justo detrás de ella. La brisa hizo que el pelo de Emily lo tocase y deseó alargar las manos y quitarle la goma que se lo sujetaba.

—¿Has hablado con él desde que estamos aquí?

—Eso no es asunto tuyo —balbució Emily.

—¿Lo echas mucho de menos?

—¿Cómo te atreves a preguntarme eso? —inquirió ella, girándose a mirarlo y arrepintiéndose al instante porque tenía muy cerca su imponente pecho desnudo—. ¿Y... y... por qué no te pones una camiseta?

—¿Por qué? ¿Te molesta verme así?

—¡Por supuesto que no!

—Entonces, ¿por qué quieres que me ponga una camiseta? Hace calor.

—Deberíamos continuar con la excursión —añadió Emily nerviosa—. A este paso, no nos va a dar tiempo a recorrer la isla.

—La isla es muy pequeña, te lo aseguro. Podemos quedarnos aquí otra hora y todavía nos daría tiempo a recorrerla dos veces antes de que anocheciese. El motivo por el que te he preguntado si suspiras por tu amor verdadero es porque pienso que no es así.

—¿Perdona?

—Ya me has oído, Emily. No lo has mencionado ni una vez desde que hemos llegado aquí.

—No me gusta hablar de mi vida privada. Y lo sabes.

—¿Por qué cuando el gerente del hotel, Nigel Sabga, te ha preguntado que si estabas casada le has contestado que no creías en el matrimonio?

—¿Estabas escuchando nuestra conversación?

—Supongo que no me viste. Estaba probando algunos vinos detrás de un biombo, en el salón.

Leandro la miró fijamente y a Emily empezaron a arderle las mejillas.

—Así que... es un comentario chocante, ¿no crees? Para alguien que está a punto de casarse con el amor de su vida. Aunque sigo pensando que no es el amor de tu vida.

—No tienes ni idea de lo que estás diciendo, y no tienes ningún derecho a... a...

—¡Por supuesto que no! —admitió Leandro, encogiéndose de hombros—, pero pronto dejarás de trabajar para mí. ¿Por qué vas a casarte con él, si no crees en el matrimonio? ¿Tienes miedo a terminar sola? No te preocupes, todavía eres joven...

—No me asusta terminar sola —replicó Emily—. ¿Por qué iba a ser así?

—La verdad es que no sé lo que opinas del tema. El caso es que vas a casarte con un hombre al que no amas, y yo creo que no es un matrimonio que esté basado tampoco en otros criterios importantes...

—No sé de qué estás hablando, Leandro.

La cautela y el sentido común instaron a Emily a hacer algo, cualquier cosa menos quedarse allí, como una mosca atrapada en una tela de araña, pero su mente se negó a obedecer.

—¿A qué otros criterios importantes te refieres?

Tardó unos segundos en entenderlo, pero acabó dándose cuenta de que Leandro se refería al sexo. ¿A qué si no?

Echó a andar por la playa y cuando miró hacia atrás con disimulo vio que Leandro había vuelto a tumbarse en la manta y tenía los brazos cruzados debajo de la cabeza y las gafas otra vez puestas. Parecía muy relajado.

Emily apretó los labios y continuó alejándose de él. Si la playa hubiese sido más larga, habría desaparecido y lo habría dejado solo, pero después de diez minutos se vio obligada a dar la vuelta. Leandro no se había movido.

—¿Qué querías decir? —le preguntó al llegar a su lado.

Leandro se quitó las gafas y la miró.

—¿Qué?

Adiós a la mujer fría y controlada que había realizado sus tareas sin dejar entrever ni un atisbo de lo que pasaba por su cabeza. Había pasado de ser una estatua a convertirse en una mujer, una mujer apasionada y compleja, capaz de tener cautivado a un hombre para el resto de su vida.

—Que no sé por qué has hecho ese comentario. ¡No sabes nada de mi relación con Oliver!

—No me hace falta —le respondió él.

Volvió a ponerse las gafas de sol, ocultando así sus ojos, y Emily se puso furiosa al darse cuenta de que parecía estar a punto de quedarse dormido bajo el sol tropical.

—¿Y a qué viene eso? —inquirió molesta, dándole en el costado con la punta del pie.

Él se lo agarró antes de que le diese tiempo a apartarlo.

—Yo evitaría hacer eso —le advirtió, quitándose las gafas y colocándoselas en la cabeza.

—¿Por qué?

—Porque, si me tocas, a lo mejor empiezo a tocarte yo también a ti...

A Emily se le aceleró el corazón y notó calor en la cara.

—Y a eso es precisamente a lo que me refiero —continuó Leandro.

Ella lo miró en silencio. No quería que continuase hablando. No quería oír lo que tenía que decirle acerca de un tema del que no quería hablar, pero se sintió como un conejo, inmóvil ante los faros de un coche que avanzaba inexorablemente hacia él.

—Veo que estás empezando a entenderlo...

Leandro se sentó y la agarró de la muñeca para hacer que se sentase a su lado. Ella lo fulminó con la mirada.

—Se ha levantado la liebre, Emily. Ya no eres la secretaria que se escondía detrás de una imagen insulsa y que fingía no tener vida privada.

La tenía tan cerca que pudo sentir su atracción, una atracción que Emily estaba desesperada por ocultar.

—Estás prometida y vas a casarte con un hombre por el que sientes... ¿el qué exactamente? Es evidente que no es amor y, con toda sinceridad, pienso que tampoco es atracción física. ¿Y sabes cómo he llegado a esa conclusión?

Pasó un dedo por su mejilla, en un gesto que resultó sorprendentemente íntimo, y Emily retrocedió con brusquedad.

—Te lo acabo de demostrar. He llegado a esa conclusión, mi querida secretaria, porque te sientes atraída por mí...