Capítulo 9
EMILY se estiró en la enorme cama y miró a su alrededor.
Era su rutina, lo hacía siempre que pasaba la noche en casa de Leandro. Tenían sexo, dormían a ratos, hasta que uno de los dos buscaba el cuerpo del otro, y por la mañana, mientras él bajaba a preparar café, ella realizaba aquel recorrido visual de su dormitorio. Lo hacía porque, a pesar de que ya hacía cinco semanas que habían vuelto a Londres, sabía que aquello no iba a durar siempre.
Después de romper con Oliver, había dejado de preocuparse. Seguía teniendo los problemas que habría podido resolver casándose con él, pero le daba igual.
Sabía que se estaba enamorando de Leandro. Y también sabía que el sentimiento no era recíproco. Le gustaba y disfrutaba de su compañía, pero Leandro no la quería.
Nunca había pronunciado la palabra «amor» delante de ella. Eso era algo que reservaba para la mujer especial con la que se casaría algún día.
Incluso le había dicho que quería tener seis hijos.
Emily suponía que se casaría con una mujer argentina, como él, una belleza morena, sensual, posiblemente amiga de su familia, que sabía cómo funcionaba su mundo. Alguien de la misma clase social que él.
Ellos eran solo amantes. Por suerte, había dejado de trabajar para él, aunque Leandro la había ayudado a encontrar otro trabajo también muy bien pagado.
Las responsabilidades eran diferentes, pero a Emily le gustaba lo que hacía y había empezado a barajar la posibilidad de convertirse en pasante...
Había accedido a que la ayudase porque necesitaba el dinero. Era así de sencillo.
Oyó pasos y miró hacia la puerta, esperando a que se abriese.
—Ya estás despierta.
Leandro la miró con masculina satisfacción y sonrió.
—Estaba despierta cuando te has levantado.
—¿De verdad?
—Pero no te he dicho nada porque quería ver ese trasero tan mono.
Él dejó el café encima de la mesita de noche y se sentó en la cama, la acarició.
—No me has dicho qué tal estás en tu trabajo nuevo. Hace mucho tiempo que no he ido a ver al viejo Hodge.
—Todo bien. ¿Te he dicho que a lo mejor pienso en ser algo más que secretaria? Creo que se me daría bien el derecho. Me gusta...
Leandro no quería oír hablar de su futuro.
—Te estaba preguntando más bien por las personas con las que trabajas. No me gustaría que estuvieses rodeada de gente aburrida...
—Pues no te preocupes, todos son muy interesantes.
—¿Todos? ¿Cómo es posible?
—El ambiente es estupendo, Leandro. Quiero decir que... es distinto al de tu despacho. La empresa no es tan grande y hay más gente joven...
Aquello no era lo que Leandro quería oír. Frunció el ceño. No le gustaba la idea de que otros hombres se sintiesen atraídos por Emily. Solo era cuestión de tiempo que alguno le ofreciese una relación más estable que la que tenía con él.
Leandro siempre se había imaginado teniendo una relación seria con una mujer argentina, alguien que entendiese lo que se esperaba de ella, cuya meta en la vida fuese criar a sus hijos y estar en casa... alguien cuya carrera fuese él. Y, por supuesto, alguien que no estuviese interesado en su dinero.
Su madre había sido la esposa perfecta para su padre. Le había dado hijos y se había sentido orgullosa de satisfacer las necesidades de su marido.
Emily Edison: secretaria extraordinaria, bomba sexual extraordinaria y profesional en ascenso... no era lo que necesitaba. Así que Leandro no entendió por qué le molestaba la idea de que gustase a otros hombres. No era un tipo posesivo. Sobre todo, con sus amantes.
—¿De verdad? ¿Y ha intentado ligar contigo alguno de tus compañeros? —le preguntó.
Ella lo miró con sorpresa.
—¿Estás celoso?
—Yo nunca me pongo celoso. Es solo curiosidad.
—Ah. Bueno... —dijo ella, sintiendo decepción—. Lo cierto es que no llevo allí el tiempo suficiente como para tener ya una vida social.
—Y, sobre todo, no la necesitas porque me tienes a mí. Además, acabas de romper tu compromiso...
La curiosidad que sentía Leandro era... irresistible, peligrosa, imperiosa.
¿De verdad había roto Emily con su prometido? ¿Y si este estaba esperando a que su aventura se terminase para recuperarla?
Aunque entonces se dijo que ya había perdido demasiado tiempo pensando en un tipo que ni siquiera sabía cómo era físicamente.
Tal vez pudiese investigar un poco. Lo suficiente para saber si el tipo seguía en escena o no... Y quedarse tranquilo sabiendo que Emily era solo suya por el momento.
Nunca había sido machista, estaba de acuerdo en que las mujeres tenían los mismos derechos que los hombres, pero...
Con ella se sentía... primitivo.
No tenía sentido. No quería nada más que lo que tenían. Emily no creía en las relaciones duraderas, así que no esperaba nada de él.
Pero, no obstante, Leandro necesitaba estar seguro de que era suya y solo suya.
Solo con una llamada podría averiguar qué era de su ex, cómo era físicamente, a qué se dedicaba... A pesar de que no fuese asunto suyo.
—Todo el mundo necesita tener vida social, Leandro.
Él tardó varios segundos en volver a la conversación.
—¿Qué?
—Que tú no eres mi vida social —le aseguró Emily, que tenía claro que una cosa era estar enamorada de él y, otra muy distinta, que fuese el centro de su universo.
—¿Me estás diciendo que después de trabajar vas a divertirte con los jóvenes abogados del despacho?
—Por el momento no tengo tiempo para eso —admitió ella—, pero espero encontrarlo pronto...
—¿Y qué ha sido de...? Lo siento, se me ha olvidado el nombre de tu exprometido.
—Oliver.
—¿Qué es de él?
—Es mi amigo —le contó Emily—. Y seguimos en contacto.
—Qué bien.
—Tú también sigues hablando con algunas de tus exnovias...
—No recuerdo haber estado prometido con ninguna.
—¿Y qué más da eso?
—Ninguna de mis relaciones ha llegado tan lejos. Y, si algún día me comprometo, solo lo haré si lo nuestro funciona de verdad.
Leandro se levantó de la cama y tomó su teléfono móvil
—¿Adónde vas?
De repente, Emily sintió pánico. Lo vio desaparecer de la habitación y deseó salir corriendo detrás.
Suspiró aliviada al ver que volvía cinco minutos después.
—¿Adónde has ido? —le preguntó con naturalidad.
—Tenía que hacer una llamada —dijo él, dejando el teléfono y volviendo a la cama.
Antes de que terminase el día, tendría las respuestas que necesitaba.
A Leandro no le gustaba espiar y jamás le contaría a Emily que lo había hecho porque no tendría sentido, pero el caso es que ya estaba de mejor humor.
—Bueno, ¿por dónde íbamos? —preguntó sonriendo y dándole un beso.
Emily se echó hacia atrás y enterró los dedos en su pelo moreno. Cuando Leandro la besaba, no podía pensar.
Estaba deseando que le acariciase los pechos, así que arqueó la espalda y suspiró cuando Leandro tomó uno con la boca. Le había dicho muchas veces que le encantaban sus pechos a pesar de que Emily siempre había pensado que eran demasiado pequeños.
Se lo chupó con fuerza y se volvió loca. No se cansaba de él.
Necesitaba tenerlo dentro y sentir que su cuerpo entero cobraba vida.
Como de costumbre, no la penetró hasta después de haberse puesto un preservativo. Aunque ella había empezado a tomar la píldora y le había dicho en varias ocasiones que no hacía falta que él utilizase protección.
Pero Leandro le había contestado que la píldora podía fallar, y que no quería correr ningún riesgo...
Era evidente que no quería arriesgarse hasta que no llegase realmente la mujer con la que desease compartir su vida.
Emily cerró los ojos y gimió de placer mientras él se movía en su interior, apartó aquellos incómodos pensamientos de su mente y decidió disfrutar del momento.
Sus cuerpos encajaban a la perfección y, cuando llegaron al orgasmo, lo hicieron juntos.
—Está sonando tu teléfono —le dijo Emily, al ver que él no se daba cuenta.
—Estoy ocupado, ya lo miraré luego.
—¿Ocupado?
—Sí, mirando a la mujer que tengo en mi cama.
Emily se ruborizó y disfrutó del momento.
—Podría ser importante.
—No más que mirarte. Ni que... —salió de la cama y la tomó en brazos— darme un baño contigo. Ambas cosas son más importantes que cualquier tema de trabajo, del que puedo ocuparme después...
Le gustaba bañarse con ella, le recordaba a los días que habían pasado en la isla. En ocasiones, se planteaba organizar otro viaje de trabajo para poder repetir la experiencia...
Había estado en muchos lugares bonitos a lo largo de su vida, pero nunca había sentido la necesidad de volver.
Se tomaron su tiempo en el baño, en el que había una bañera gigante. Leandro se tumbó y ella se colocó encima, con la espalda pegada a su torso. Así, Emily podía notar su erección y él, acariciar todo su cuerpo mojado hasta volverla loca de deseo.
Leandro volvió a pensar en la posibilidad de irse de vacaciones con ella, de volver a la isla. O a otra parte. Al parecer, Emily no solía ir de vacaciones y él no entendía el motivo, porque se ganaba muy bien la vida y podía permitírselo.
Podría llevarla a París, a Roma, a Venecia. O a Isla Mauricio. A las Maldivas. O a algún otro destino exótico en el que poder disfrutar de ella.
Se lo propondría después, fuera de la bañera. Emily era muy independiente y él no quería que eso cambiase. Su relación seguía siendo temporal.
Aunque...
Por fin salieron de la bañera. Leandro miró el reflejo de Emily en el espejo y la observó mientras se secaba.
Ella sonrió.
—Te están llamando otra vez.
En esa ocasión, fue a responder a la llamada. No llegó a tiempo, pero tenía un mensaje en el contestador del tipo con el que había hablado un rato antes.
En el baño, Emily se secó el pelo, se vistió, se maquilló y al ver que Leandro no volvía, fue a buscarlo a la cocina.
No se giró hacia ella a pesar de que la había oído entrar.
—¿Va todo bien?
Leandro se dio la vuelta despacio y la miró. Se había vestido de manera informal y tenía las manos metidas en los bolsillos. Su pelo todavía estaba húmedo y lo llevaba peinado hacia atrás.
—Hay un tipo que trabaja para mí —empezó él con gesto inexpresivo—. Se llama Alberto. Lo utilizo cuando necesito información delicada y es muy bueno en su trabajo.
—¿Por qué me estás contando esto?
—Porque le he pedido que investigase a tu exnovio.
—¿Qué? —preguntó Emily, yendo a sentarse en una silla.
—Te has quedado completamente pálida.
—¡No tienes ningún derecho!
—Eres mi chica. Así que claro que tengo derecho. Supongo que imaginas lo que me han contado...
—Supongo que ya habrás sacado conclusiones equivocadas —murmuró ella.
—Me dijiste que te casabas porque necesitabas seguridad, pero ahora entiendo que tuvieses una aventura conmigo a pesar de estar comprometida con otro. Porque un marido homosexual no te iba a exigir fidelidad, ¿verdad?
Emily sacudió la cabeza en silencio.
—Ibas a casarte con tu amigo porque te sentías segura con él. A pesar de que tu padre te había enseñado que no podías confiar en ningún hombre, pensabas que sí podías fiarte de un hombre que jamás se beneficiaría de ti. Pensabas que era mejor casarte con alguien por quien sentías cariño que quedarte soltera. Con alguien que, además, tiene una buena cuenta corriente... Supongo que no querrías pasarte el resto de la vida trabajando duro, y que merecía la pena el sacrificio.
Emily bajó la cabeza y no dijo nada. Era el momento para contarle a Leandro toda la verdad, pero ¿qué sentido tenía? Su relación no era seria, no tenía que luchar por él.
—¿No tienes nada que decir? —le preguntó Leandro enfadado.
Se pasó las manos por el pelo con frustración y la fulminó con la mirada.
—Supongo que querías aprovecharte de mí mientras pudieras. Sabes muy bien lo generoso que soy con mis amantes...
Emily lo miró boquiabierta.
—Eso no es cierto —le dijo—. Jamás utilizaría...
¿El dinero de nadie? ¿Acaso no era eso lo que había querido hacer con Oliver? Aunque ambos hubiesen estado de acuerdo...
—Creo que debería marcharme —dijo, dudando un instante con la esperanza de que Leandro le pidiese que se quedase.
—¿Así, sin más? —preguntó él con enfado y frustración.
—No quiero tu dinero.
—Venga ya. Tenía que haberlo visto venir. Ya estuve una vez con alguien como tú, que estuvo a punto de convencerme de que no era una cazafortunas. Y pensar que casi vuelven a engañarme. Pero no va a ser así. Me puedes decir que no querías mi dinero, pero no puedes negar que ibas a casarte con un hombre que jamás habría podido llenarte porque te convenía... porque te gustaba su cuenta bancaria...
—En ocasiones hacemos cosas que jamás imaginamos que haríamos cuando éramos jóvenes e idealistas...
—¡Tú todavía eres joven!
—¡Pero hace tiempo que dejé atrás mis ideales!
Emily se dio la vuelta, temblando.
—Me marcho —dijo, con los puños cerrados.
Pero entonces los relajó y añadió en tono de súplica:
—No quiero que pienses mal de mí.
—¡Entonces, dime algo que lo evite! —le pidió Leandro—. No vas a hacerlo, ¿verdad? De todos modos, esto se iba a terminar. Ya sabes dónde está la puerta...