EPILOGO
—¡Mamá! —gritó Dick—. ¿Dónde estás?
Lyn, que se hallaba en el saloncito en brazos de su marido, se puso en pie rápidamente y atravesó el salón.
—Dick,. ven.
El muchacho apareció ante sus padres radiante. No recordaba a su madre y, en cambio, adoraba a Lyn, considerándola una madre verdadera. Corrió hacia ella y la besó en ambas mejillas. Inmediatamente apareció Mary, dando la mano a un chiquillo encantador, de ojos melados y nesros cabellos.
—Pero, ¿de dónde salís vosotros dos? —rió el padre, poniéndose en pie.
Lyn ya había llegado junto a la pareja que entraba. El niño, el pequeño Cliff, nacido de su matrimonio, hacía un delicioso pucherito. Manchado de lodo, apenas si se sabía de qué color era su traje.
—Mamá —dijo Mary, compungida—, Cliff se cayó a la charca del jardín.
Dick se echó a reír a lo hombre.
—Eso era lo que venía a decirte, mamá, Cliff se cayó y los gemelos están llorando en la terraza.
—¿Y la nursel —se escandalizó Lyn.
—Con ellos. Pero no dejan de llorar.
—Sois el colmo, hijos míos — gruñó, saliendo del salón.
Cliff, padre, quedó riendo. Era un hombre feliz. Tenía tres hijos de su segundo matrimonio, nacidos casi unos seguidos de otros, y dos del primero. Lyn no diferenciaba a ninguno de ellos. De igual modo adoraba a sus tres hijosque a los dos hijos de su hermana.
Todos los años, el día del aniversario de la muerte deHelen ambos se levantaban muy temprano, iban a misa ydespués al cementerio. Jamás entre ambos se mencionó a Helen o a Fal, pero siempre estaban presentes en la mentede los dos con un respeto casi religioso.
Lyn apareció de nuevo en la puerta del salón.
—¿Y los niños?
Cliff fue hacia ella y la asió de la mano. Lyn, impulsiva, con aquel impulso tan suyo, tan femenino, tan instintivo, seoprimió contra él.
—Son el colmo —dijo.
—Lyn..., soy tan feliz.
—Nunca lo he dudado.
—¿Sí?
—No juegues a medias palabras, cariño —rió ella, zalamera—, Sé que nunca has dudado de tu auténtica felicidad, porque yo sé —y esto lo recalcó con suavidad— que yo tehago feliz, de igual modo que tú me haces a mí.
—No te vayas...
—Pero los niños...
—¿Para qué quieres ia nurse?
—Cliff, nadie sabe atender a los hijos como su madre.
—¿Y a mí? ¿Quién me atiende?
Acaba de llegar de la oficina. Todo era como el primerdía. Ya vivían en Nueva York, en el gran palacete. Llegabaél y la acaparaba. Siempre les ocurrían cosas a los niñoscuando él llegaba, porque se cerraba a su lado en el salón, se sentaba en sus rodillas y empezaban a besarse, y elloscuando se besaban se olvidaban de todo.
—Mamá, mamá —gritó Dick desde el pasillo—, Cliff noquiere lavarse.
Mamá estaba en las rodillas de papá y papá no le permitía marcharse.
—Cliff, tengo que irme.
—Un momentito más.
—Pero si vuelvo luego.
—No será igual.
—Mamá..., mamá...
Mamá besaba a papá ardientemente.
F I N