Capítulo 9

 

Los firmes latidos del corazón de Raul calmaron las emociones de Libby, y la fuerza de sus brazos hizo que se sintiese segura. ¿No era aquello lo que había deseado de niña?, se preguntó. ¿Sentirse segura y protegida? Nunca había dudado del amor de su madre, pero sus novios casi nunca le habían gustado y siempre había ansiado la seguridad de una familia de verdad. ¿Le habría atraído Raul nada más conocerlo porque su instinto le había dicho que era un hombre fuerte y poderoso, en el que podía confiar?

Este entró en casa con paso firme y a Libby le dio un vuelco el corazón al darse cuenta de que no iba hacia el despacho o el salón, sino hacía la habitación principal.

—Tenemos que hablar —rugió mientras la dejaba en la cama.

Para consternación de Libby, se sentó a su lado, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo y respirar el embriagador aroma de su colonia, mezclado con otro olor, a hombre.

Ella se retorció los dedos en el regazo y dijo en voz baja:

—Supongo que no me vas a creer, pero me siento muy culpable por haberte engañado. Tienes derecho a estar enfadado.

Sonó tan convincente que a Raul le resultó imposible pensar que era muy buena actriz. Y, aunque lo fuese, ¿qué más daba? Se había casado con ella para conseguir el control de Carducci Cosmetics, y otros motivos: por Gino, para tener su propio hijo, y por el deseo que seguía sintiendo por ella.

Tomó uno de sus rizos con el dedo.

—Supongo que te entiendo —admitió Raul, dándose cuenta de que era verdad.

Todavía estaba enfadado con ella, pero no podía evitar admirarla por cómo había luchado por quedarse con Gino.

—Si hubiese estado en tu situación, habría hecho cualquier cosa para evitar que los servicios sociales se llevasen a Gino. Los recuerdos que tengo del orfanato no son precisamente felices.

—¿Cuántos años tenías cuando te adoptaron?

—Siete.

—A esa misma edad pude volver yo a vivir con mamá. Poco después nos marchamos a Ibiza. ¿Sabes algo de tus padres biológicos? —le preguntó Libby por curiosidad.

—Solo que eran muy pobres y que vivían en Nápoles. Mi madre falleció poco después de que yo naciese y yo viví unos años con mi padre —le contó Raul—. Solo recuerdo a un hombre grande y bruto, que me pegaba con el cinturón. Era alcohólico, aunque yo tardé en comprender eso. Solo sabía que tenía un temperamento impredecible y violento. Murió cuando yo tenía cinco años. No sé qué le ocurrió, pero creo que formaba parte de una banda criminal. Una noche salió y me dejó solo, como solía hacer, y la policía vino a casa y me llevó a un orfanato. Era un niño difícil y las monjas del orfanato tenían problemas para controlarme. Ninguna familia quería acogerme. Hasta que Pietro y Eleanora decidieron darme una oportunidad. No sé por qué quisieron adoptar a un chico salvaje de la calle —dijo Raul, y sus facciones se suavizaron al recordar a sus padres adoptivos—, pero se lo agradezco. Mi vida cambió para siempre gracias a ellos, y siempre les agradeceré lo que hicieron por mí.

Libby asintió, se le había encogido el corazón al imaginarse a Raul antes de su adopción.

—La vida puede ser muy complicada, y los niños son tan vulnerables… Yo lo único que quiero es que Gino crezca sintiéndose seguro de que lo quieren.

—Juntos haremos todo lo posible para darle una niñez feliz —le aseguró Raul—, pero, ¿de verdad es lo único que quieres, Libby? ¿Fue Gino la única razón por la que accediste a casarte conmigo?

Ella se puso tensa mientras Raul le levantaba la barbilla para que lo mirase a los ojos. Estaban tan cerca que podía ver las pequeñas arrugas que tenía alrededor de los ojos. Unos ojos que la habían mirado con furia unas horas antes, pero que en esos momentos eran cálidos. Su mirada la esperanzó.

—No me casé por tu dinero, te lo aseguro —le dijo enseguida—. No quiero tu dinero.

Su sensual sonrisa le cortó la respiración.

—Entonces, ¿qué quieres, cara?

La atmósfera cambió sutilmente y a Libby se le aceleró el corazón cuando Raul levantó la otra mano para apartarle un mechón de pelo del rostro. Ella bajó el rostro con timidez, pero entonces su vista se posó en el regazo de Raul y aquello le hizo recordar lo que había debajo de sus pantalones. Con las mejillas coloradas, apartó la mirada de aquella parte de su cuerpo. No obstante, no pudo olvidar la promesa de Raul de que la siguiente vez sería más cuidadoso y, mientras clavaba la vista en sus labios, se preguntó cuándo sería la próxima vez.

Después de que Raul tomase su virginidad, Libby había llorado más por la conmoción que por dolor, pero en esos momentos sintió calor entre los muslos al recordar cómo la había acariciado Raul con la lengua.

—Siento que perder la virginidad no haya sido la experiencia especial que debería haber sido, pero pienso que en algunos momentos también disfrutaste, ¿o me equivoco, Libby? —le preguntó Raul.

Ella pensó que Raul no la quería y que jamás le había dado motivos para pensar que eso podía cambiar, pero que sí quería que siguiesen casados, y eso ya era mejor que nada. Iba a ser un padre maravilloso para Gino, y para cualquier otro hijo que tuviese. Y a Libby le emocionaba le idea de ser madre. Tal vez un matrimonio de conveniencia no fuese el escenario perfecto, pero lo cierto era que pocas cosas en la vida lo eran. Al fin y al cabo, después de quedarse sola con Gino, Libby jamás había pensado que tendría un marido e hijos propios. Raul era un regalo inesperado y siempre y cuando no le contase que estaba enamorada de él, su matrimonio todavía podía salir bien.

—No te veo muy segura —murmuró él—. Me parece que ha llegado el momento de demostrarte lo placentero que puede llegar a ser el sexo.

Libby tragó saliva. El corazón le latía con tanta fuerza que le costaba respirar. Raul malinterpretó aquella repentina tensión y pasó un dedo por su espalda para tranquilizarla.

—No tengas miedo, cara. Esta vez tendré cuidado.

Y, como si quisiera demostrárselo, pasó suavemente los labios por los suyos. Fue un beso tan delicado que Libby solo pudo sentir que quería más.

Cuando Raul volvió a besarla, separó los labios y le devolvió el beso. Él tomó su rostro con ambas manos y siguió besándola hasta que Libby gimió con frustración y lo abrazó por el cuello de manera torpe.

El ímpetu de Libby era irresistible, pero a Raul también le resultó extrañamente conmovedor, sabiendo lo inexperta que era. Al notar que le metía la lengua en la boca, Raul dejó de controlarse y la empujó para que ambos pudiesen estar tumbados en la cama.

No era capaz de racionalizar lo que le estaba ocurriendo. Se había puesto furioso al darse cuenta de que no tenía por qué haberse casado con ella, pero después se le habían empezado a ocurrir razones por las que debía seguir casado con ella.

No estaba preparado para dejarla marchar… todavía. Y tal vez no lo estuviese en mucho tiempo. La noticia de que Libby no había sido amante de Pietro le había alegrado mucho, y era normal, teniendo en cuenta que lo único que sentía por ella era deseo. Lo había sentido nada más verla y, en esos momentos, dado que era su mujer, podía disfrutar del que, en su opinión, era el principal beneficio de estar casado: poder tener sexo con una mujer que era capaz de diezmar su control con tan solo mirarlo con sus ojos azules verdosos.

Miró su cuerpo pálido y esbelto, tenía los pechos sorprendentemente llenos y redondos, con los pezones rosados erguidos, invitándolo a probarlos con la boca. Libby lo estaba mirando con cautela y él supo que debía controlar su impaciencia y alargar los juegos preliminares hasta que estuviese completamente excitada y preparada. Volvió a besarla despacio hasta que ambos se quedaron sin respiración y entonces le quitó los pantalones vaqueros.

Se puso en pie para quitarse los suyos y vio duda en la mirada de Libby, que estaba clavada en su erección.

—Confía en mí, cara, esta vez te va a gustar —le aseguró, tumbándose en la cama y volviéndola a besar apasionadamente.

Su fogosa respuesta lo conmovió, y Raul le acarició un pecho y pasó la lengua por él hasta conseguir que el pezón estuviese completamente erguido. La sensación fue exquisita y Libby arqueó la espalda y gimió de placer cuando él comenzó a dedicar la misma atención al otro pecho. Ella empezó a sentir el mismo deseo que la primera vez que Raul le había hecho el amor, pero todavía más intenso. Deseó que este la acariciase entre los muslos y arqueó el cuerpo para hacérselo saber, pero él siguió acariciándole y besándole los pechos hasta que el placer se hizo irresistible.

Hasta que no se lo rogó, Raul no bajó la mano por su estómago y Libby contuvo la respiración cuando por fin la acarició muy despacio entre los muslos, se los separó lentamente y con cuidado introdujo un dedo. Ella levantó las caderas y Raul retiró el dedo un poco y luego lo enterró más, y repitió el movimiento una y otra vez.

A Libby le estaba ocurriendo algo que no podía controlar, era una sensación maravillosa que crecía y crecía mientras Raul realizaba movimientos rítmicos con la mano y la acariciaba, creando un calor delicioso entre sus muslos. Ella se aferró a las sábanas y cerró los ojos para concentrarse en los pequeños espasmos que estaban sacudiendo su vientre. Se le aceleró la respiración y dio pequeños gritos ahogados mientras Raul la llevaba a un lugar al que estaba desesperada por llegar, y protestó cuando este retiró el dedo de repente, dejándola despojada, vacía.

—Por favor…

Casi no podía hablar, le temblaban las piernas, necesitaba que Raul la volviese a tocar y la condujese hasta el final del viaje que había comenzado. Notó que él se movía y cuando abrió los ojos se dio cuenta de que se estaba colocando encima de ella. Notó su erección en la parte interna de los muslos y le dio un vuelco el corazón.

—Intenta relajarte, cara —le dijo con su voz profunda, temblando de deseo, pero sabiendo que era importante tener cuidado—. Estás preparada.

No obstante, dudó y pasó un dedo por los labios húmedos y henchidos de su vagina.

Libby dio un grito ahogado cuando le acarició el clítoris y la tensión volvió a crecer en su interior, sintió un placer indescriptible, pero supo que aquello era solo el principio, y dobló las rodillas para ayudar a Raul a penetrarla poco a poco, hasta el final.

—¡Ah!

La sensación de tenerlo dentro era tan increíble que Libby no pudo evitar gemir, pero él se quedó inmóvil al instante y apoyó la frente húmeda de sudor en la de ella.

—¿Te hago daño?

—¡No!

Lo agarró de los hombros para que no se retirase.

—No pares.

Las primeras olas de placer se estaban desvaneciendo, pero cuando Raul se apartó y volvió a entrar, con cuidado al principio, pero después más deprisa y con más fuerza, Libby sintió que la tensión volvía a crecer y que aumentaba de manera inexorable, y se retorció contra las almohadas. Raul la agarró de las caderas y la sujetó mientras seguía entrando en ella, cada vez con más intensidad. Libby estaba a punto. Raul se quedó inmóvil y ella susurró su nombre e hizo que volviese a moverse en su interior. Y entonces explotó por dentro y le clavó las uñas en la espalda, completamente consumida por su primer orgasmo.

Supo por la respiración de Raul que este también se estaba acercando a su propio nirvana, y deseó que experimentase la misma felicidad que le había dado a ella. Instintivamente, levantó más las piernas y lo abrazó con ellas por las caderas para que pudiese penetrarla más. La sensación fue todavía más intensa, e imposible de soportar… para ninguno de los dos. Raul echó la cabeza hacia atrás, con el rostro completamente rígido, mientras aguantaba al borde del orgasmo todo lo que podía, y entonces explotó por fin y volvió a hacer que Libby llegase al clímax por segunda vez.

Tumbado encima de ella, sintiéndose completamente saciado y muy relajado, pensó que ya había tenido la sensación de que Libby era una mujer muy sensual y apasionada, y en esos momentos tenía la prueba. Se sintió tan bien, tan extrañamente completo, que fue como si hubiese estado esperando aquel momento, a aquella mujer, toda la vida. De repente, la idea de acostarse con otra le resultaba repugnante, lo mismo que pensar en Libby con otro hombre. Libby era su mujer, su esposa, y jamás la dejaría marchar.

Se maldijo. ¿Cómo era posible que se le estuviese pasando todo aquello por la cabeza?, se preguntó con impaciencia. Había tenido una relación intensa en una ocasión, y había prometido que no volvería a cometer el mismo error. Libby no significaba nada para él. Su matrimonio era solo una asociación basada en el deseo mutuo de darle una familia a Gino, y a eso había que añadirle un sexo increíble.

Con aquello en mente, se apartó de Libby y se dio cuenta de que esta se había quedado dormida. La vio acurrucarse contra él como un gatito, buscando instintivamente su calor, con su increíble melena roja extendida en la almohada y las largas pestañas doradas descansando en las mejillas rosadas.

Y tuvo que repetirse que su matrimonio era solo una asociación. Libby era muy bella, eso lo tenía que admitir, incluso cuando se vestía con todos los colores del arco iris a la vez, pero él había aprendido que lo mejor para que un matrimonio tuviese éxito era no estropearlo todo con emociones, así que él no iba a sentir nada por la sirena pelirroja que dormía tranquilamente a su lado, con la mejilla apoyada en su corazón.

 

 

El sonido de la risa de Gino sacó a Libby de un sueño profundo. Se desperezó y notó una pequeña tensión entre las piernas, pero se dijo que debía de ser lo normal, después de que Raul le hubiese vuelto a hacer el amor apasionadamente al amanecer. Giró la cabeza y el corazón le dio un vuelco al verlo saliendo a la terraza, con Gino en brazos.

Cada vez que lo miraba le sorprendía lo guapo que era y, esa mañana, vestido con unos pantalones vaqueros desgastados y un polo negro, estaba impresionante. Lo oyó reír mientras Gino le metía un dedo regordete en la oreja y sonrió al bebé de manera tan tierna que Libby se sintió desesperada. ¿Cómo no iba a enamorarse de él? No podía ser más guapo, era sexy y se portaba muy bien con el niño al que pensaba adoptar.

Libby se sentó en la cama e intentó poner sus emociones en orden, y entonces dos pares de ojos con las pestañas negras y muy largas la miraron.

Buongiorno, cara —la saludó Raul, sonriendo ampliamente.

Sus dientes blancos contrastaron con el color dorado de su piel. Tenía un mechón de pelo moreno en la frente y Libby recordó cómo había enterrado los dedos en su pelo suave mientras él le había devorado los pechos.

Se ruborizó al ver que a Raul le brillaban los ojos, como si él lo recordase también. Hubo algo entre ambos que duró solo un instante y que Libby no supo cómo catalogar, pero la mirada de Raul estaba clavada en la suya y tenía el corazón encogido como le había ocurrido cuando habían hecho el amor por segunda vez, con sorprendente ternura, y a ella se le habían llenado los ojos de lágrimas y Raul se las había limpiado a besos.

—Gino ya ha desayunado y se ha bañado, y le he dado un paseo por el jardín —le informó Raul—. Pronto será la hora de su siesta.

—Ya es casi mediodía —murmuró Libby después de mirar el reloj horrorizada—. Tenías que haberme despertado.

—Silvana se ha ocupado muy bien de él. Supongo que pensó que estarías cansada después de la noche de bodas.

—¡Dios mío! —exclamó ella, cubriéndose las mejillas con ambas manos—. ¿Qué habrá pensado?

—Que estabas agotada después de pasar la noche gastando energía con tu marido —comentó Raul en tono satisfecho.

Se sentó en el borde de la cama y se inclinó para darle un beso que no duró lo suficiente.

—Estoy seguro de que entenderá que, a partir de ahora, vas a tener que descansar por las mañanas.

Su sonrisa era irresistible y Libby hizo una mueco.

—Quite esa sonrisa petulante de su rostro, signor Carducci.

—Oblígueme, signora Carducci —la retó él.

No la volvió a besar otra vez porque Gino se había aburrido y había apoyado la cabeza en su hombro.

—Lo voy a llevar a su habitación mientras tú te levantas —comentó Raul, poniéndose en pie y levantando al niño por los aires—. Silvana se ocupará de él un par de horas. He pensado que te gustaría venir a navegar conmigo.

Libby lo miró sorprendida. Los días previos a la boda, Raul había pasado mucho tiempo con Gino y con ella, pero no había querido engañarse a sí misma y había sido consciente de que Raul tenía toda su atención volcada en el niño. El corazón le dio un vuelco al pensar que quería estar a solas con ella. Habría ido a la luna con Raul si este se lo hubiese pedido, aunque tendría que ocultar su emoción si no quería que se diese cuenta de que lo que sentía por él era mucho más que una amistad.

—¿No tienes que trabajar? —le preguntó.

Tal y como había dicho, había trabajado desde el despacho de casa en vez de ir a Carducci Cosmetics en Roma, y en varias ocasiones le había pedido a Libby que leyese varios documentos y los firmase. Esto había causado cierta tensión, ya que Libby había cuestionado algunas de sus propuestas. Esta tenía que admitir que no había entendido todos los detalles, pero le había preocupado el nivel de riesgo de algunos de sus proyectos. Para su sorpresa, Raul no le había llevado la contraria, sino que había retirado los documentos y le había dicho que tal vez tuviese razón y que tenía que ser más cauto.

Libby esperaba que su participación en Carducci Cosmetics no crease tensiones entre ambos, pero entonces vio sonreír a Raul de manera sensual y se olvidó de la empresa y de todo lo demás.

—Por supuesto que no. Es nuestra luna de miel, cara, y pienso que debemos aprovechar la oportunidad para conocernos mejor. ¿Qué te parece?

«Que me he muerto y estoy en el cielo», pensó Libby, pero consiguió responder con naturalidad:

—Me parece bien.

 

 

El lago estaba precioso. El cielo estaba azul, el sol brillaba con fuerza, y una ligera brisa tiraba de las velas del barco de Raul y hacía que se deslizase por el agua. Libby se sentó con el brazo apoyado en la barandilla y clavó la mirada en el agua cristalina.

—Es maravilloso —murmuró, feliz.

Raul se estaba ocupando del barco, del que le había contado las características técnicas, pero ella prefería limitarse a disfrutar del paisaje. El lago era de un azul intenso, y estaba rodeado de follaje y árboles verdes, y a lo lejos se veían los torreones del famoso castillo Odelcalchi.

—¿Es la primera vez que navegas? —le preguntó él.

—Nunca había estado en un barco así, solo en un patín una vez. ¿Y tú, cuándo aprendiste a navegar?

—Me enseñó Pietro, de niño. Me encanta la sensación de libertad que tengo en el lago. Es adonde vengo siempre que estoy tenso.

Libby digirió la información y frunció el ceño ligeramente.

—¿Significa eso que ahora estás tenso?

—Solo están tensas determinadas zonas de mi anatomía —respondió él con los ojos brillantes.

Ella se ruborizó, pero no pudo evitar bajar la vista a sus pantalones.

—¡Oh!

Raul seguía sonriendo cuando llevó el barco hasta un pequeño muelle que daba a una recóndita playa. Cerca del agua había una cabaña y los altos pinos proporcionaban sombra y privacidad.

—Un bosquecillo secreto, qué bonito —murmuró Libby mientras intentaba convencerse de que el hecho de que Raul la hubiese llevado a su refugio no significaba nada—. Los árboles ocultan la casa tan bien que dudo que nadie sepa que está ahí.

El corazón le dio un vuelco al notar que Raul se acercaba por detrás y la agarraba por la cintura.

—Umm… Ya que estamos a salvo de las miradas, no hay motivo para que no haga esto —le susurró, apartándole el pelo y pasando los labios por su cuello antes de mordisquearle el lóbulo de la oreja.

Libby sintió placer y no intentó resistirse cuando Raul le bajó los tirantes del vestido para dejar sus pechos al descubierto y podérselos acariciar. La sensación de tener sus palmas calientes en la piel era embriagadora, y Libby dio un grito ahogado cuando le masajeó los pezones hasta conseguir que estos se endureciesen. Sintió un intenso calor entre los muslos. El deseo que sentía por Raul era instantáneo, abrumador, pero aun así no pudo evitar sentir vergüenza cuando él le bajó el vestido hasta los pies y la dejó solo con las braguitas de encaje blanco.

—¿Raul…?

—Nadie puede vernos —le aseguró él—. Te necesito, cara.

Los ojos le brillaron mientras le quitaba también la ropa interior y metía la mano entre sus muslos, y hubo ternura en su sonrisa al descubrir que ya estaba húmeda y excitada. La tomó en brazos y la llevó debajo de los árboles para tumbarla en la hierba. Luego se desnudó también y se tumbó sobre ella, besándola apasionadamente.

Los rayos del sol se filtraban a través del denso follaje de los árboles y moteaba sus cuerpos. Libby vio retazos del cielo azul entre las hojas verdes, pero cuando Raul bajó la cabeza y tomó uno de sus pezones con la boca, y después el otro, cerró los ojos y se entregó al placer. Se mordió el labio cuando notó que le separaba las piernas y pasaba la lengua por su clítoris una y otra vez, hasta que la ansiedad por tenerlo dentro hizo que levantase las caderas. Él, por su parte, estaba muy excitado y Libby le acarició suavemente la erección.

Raul disfrutó de sus atenciones durante un par de minutos antes de gemir y agarrarle la mano. Tenía la respiración entrecortada.

—Ya es suficiente, bruja… —murmuró con voz ronca antes de penetrarla despacio para después aumentar el ritmo hasta volverlos locos a ambos—. Tesoro

El apelativo cariñoso le había salido cuando habían llegado al clímax a la vez. Con los músculos vaginales de Libby apretándolo y dándole el placer más intenso que había sentido nunca.

Después, todavía unidos, ella se preguntó qué había querido decir Raul, pero le dio miedo preguntárselo por si acaso se había imaginado que, al llegar al orgasmo juntos, sus almas se habían tocado.