Capítulo 5
Desea tomar algo, signorina?
El camarero le dedicó una sonrisa educada, pero Libby se dio cuenta de que clavaba la vista en el pronunciado escote del vestido. Sintió ganas de pedir un zumo de naranja, así al menos tendría algo que hacer con las manos y no sentiría tanta vergüenza mientras esperaba a Raul, pero estaba a punto de contestar cuando alguien habló a sus espaldas.
—La señora tomará champán.
Era una voz que siempre la estremecía, rica y sensual como el chocolate fundido, y a Libby se le aceleró el corazón al girar la cabeza para encontrarse con la mirada oscura de Raul. Le brillaban los ojos, pero de una manera diferente, su mirada era tan sensual que a Libby se le cortó la respiración.
—Raul —lo saludó con cautela, en un susurro.
Era la primera vez que un hombre la miraba como la estaba mirando Raul y Libby no había esperado que fuese precisamente él quien la mirase con semejante deseo.
—¡Sei bellissima! —murmuró este con voz aterciopelada, haciendo que se le pusiese la carne de gallina—. Estás increíble con ese vestido, cara.
Libby se estaba perdiendo en su mirada y tuvo que humedecerse los labios antes de volver a hablar.
—¿Este trapo? —replicó—. Si me lo he puesto para limpiar suelos.
A Raul le brillaron los ojos como si aquello le hubiese divertido, pero su sonrisa fue triste.
—No puedo creer que hayas dicho eso. Estarías guapa hasta con un saco de patatas, pero con ese vestido…
La recorrió lentamente con la mirada antes de añadir:
—Me fascinas, bella.
Libby no supo cómo tomarse a aquel nuevo Raul, que ya no la miraba como si fuese la criatura más repugnante del planeta, y dio un sorbo a su copa de champán. Estaba delicioso y la hizo reír cuando notó cómo las burbujas explotaban en su lengua.
—Es la primera vez que tomo champán —confesó, arrepintiéndose al ver sonreír a Raul—, pero ya sabes que no soy nada sofisticada, como el resto de mujeres que hay aquí esta noche.
Raul dejó de sonreír y la miró fijamente.
—Eres la persona más dinámica que he conocido —admitió con sinceridad—. Haces que me sienta más vivo que nunca y siento que pienses que soy un estirado.
—No lo pienso —respondió ella, levantando la cabeza para mirarlo a los ojos.
Había tal tensión en el ambiente que casi era tangible, y Libby supo que Raul la sentía también. Lo que no sabía era qué había ocurrido en las dos últimas horas, pero el caso era que Raul ya no la miraba con ira y resentimiento. Por increíble que fuese, ya no parecían enemigos, sino solo un hombre y una mujer que se sentían atraídos el uno por el otro.
—Me alegra mucho oírlo —murmuró él, acercándose un poco más y pasando un dedo por su mejilla—. He pensado que, por el bien de Gino, deberíamos hacer el esfuerzo de ser amigos. ¿Tú qué opinas, cara?
Libby no pudo ocultar su sorpresa. ¡Amigos! Amistad era lo que había tenido con Tony en Pennmar, pero no podía imaginarse una relación así con Raul cuando se sentía tan atraída por él y estaba deseando que la volviese a besar.
Desconcertada, lo vio beber champán, ajeno a su mirada de deseo.
—Me parece buena idea. Por el bien de Gino, por supuesto —le contestó—. Aunque eso no significa que vaya a cederte las acciones de Gino.
—Por supuesto que no —aseveró Raul diplomáticamente.
—Sigo decidida a proteger los intereses de Gino —le advirtió ella.
—No dudo de tu devoción por tu hijo, y entiendo que quieras hacer lo que es mejor para él —le confirmó Raul, dedicándole una sensual sonrisa—. Espero que, con el tiempo, puedas confiar en mí y que te des cuenta de que yo también quiero el éxito de Carducci Cosmetics y el bien de Gino.
Tocó con su copa la de Libby.
—Vamos a brindar, Libby. Por un nuevo comienzo.
Ella bebió, obediente, pero había estado dándole vueltas a algo desde que Raul la había dejado con Maria, la estilista, y eso impedía que pudiese empezar con aquella nueva amistad.
—Este vestido ha costado una fortuna —le dijo muy nerviosa—. Por no mencionar el resto de prendas que Maria me ha dicho que necesito. Me ha explicado que van a cargarlo todo a tu cuenta, pero no voy a poder devolverte el dinero. Con el saldo que tengo en mi cuenta no podría pagar ni uno de estos zapatos.
Las compras habían sido una experiencia surrealista, sobre todo, teniendo en cuenta que Libby estaba acostumbrada a comprarse la ropa en tiendas de segunda mano. Después habían ido a la peluquería y al salón de belleza y, más tarde, cuando se había cambiado de ropa en el hotel, Libby había tenido la sensación de estar viviendo un cuento de hadas.
Raul frunció el ceño.
—Ya te he explicado que, como representante de Carducci Cosmetics, es necesario que vayas vestida de manera adecuada. No te preocupes por el dinero. Mi padre estableció en su testamento que se cubran todos tus gastos personales.
Libby se sintió culpable al oír aquello. Se mordió el labio.
—Pero no me siento cómoda —balbució—. Me parece bien que se cubran los gastos de Gino, pero no me parece moralmente correcto que yo viva del dinero de Pietro.
A Raul le dieron ganas de contestar que no había sido moralmente correcto que tuviese una relación con un hombre rico, cuatro décadas mayor que ella, sobre todo, porque él estaba convencido de que el nacimiento de Gino había sido planeado. No obstante, Libby parecía sincera al decirle que no quería que le pagase la ropa. La mayoría de las mujeres a las que conocía se habrían sentido felices de poder utilizar su tarjeta de crédito y a Raul le molestó que Libby no actuase como la cazafortunas por la que la tenía.
Se miró el reloj, consciente de que las personas que había en el bar estaban empezando a ir hacia el comedor.
—Es la hora de la cena —dijo, ofreciendo su brazo para ayudarla a bajar del taburete.
—¿Cuántas personas va a haber en la cena? —preguntó Libby, nerviosa, agarrándose a su brazo para no perder el equilibro subida a aquellos vertiginosos tacones.
Recorrieron un pasillo que terminaba en unas puertas dobles que estaban abiertas. Tras ellas se veían varias filas de mesas cubiertas con manteles blancos.
—La cena de esta noche es internacional, así que imagino que habrá unos doscientos invitados —respondió él, mirándola y dándose cuenta de que estaba muy tensa—. ¿Qué te pasa? Da la sensación de que te van a echar a los leones.
Libby se mordió el labio.
—La gente me mira —susurró—. ¿Piensas que saben quién soy?
—Si te refieres a si saben que eras la amante de mi padre y la madre de su hijo ilegítimo, no, no se lo he contado a todo el mundo —respondió él con frialdad.
También se había dado cuenta de que miraban a Libby con curiosidad, en especial, los hombres, y un instinto primitivo hizo que se acercase más a ella.
—Te miran porque esa piel tan clara y el color de tu pelo hacen que llames la atención, cara. Y porque estás muy bella con ese vestido.
Se lo decía con sinceridad, y a Libby le sorprendió. Miró a Raul a los ojos y se le aceleró el corazón al ver deseo en ellos. Era la primera vez que un hombre le decía que estaba guapa, pero al mirarse en el reflejo de uno de los enormes espejos que cubría una pared del salón, se dio cuenta de que el vestido realzaba su figura y le sentaba muy bien. Le resultó casi imposible creer que aquella mujer tan elegante fuese ella. Sin pensarlo, murmuró:
—Ojalá Miles pudiese verme ahora.
Raul arqueó las cejas.
—¿Quién es Miles?
—Miles Sefton, el único hijo de lord Sefton —contestó ella, haciendo una mueca—. Nos conocimos cuando yo trabajaba de camarera en un exclusivo club de golf. Cometí el error de enamorarme de él, y fui muy tonta al creerlo cuando me decía que él también me quería.
—Pero supongo que ocurrió algo que hizo que te dieses cuenta de que en realidad no estaba enamorado de ti —murmuró Raul.
El hecho de que Libby se hubiese sentido atraída por un miembro de la aristocracia inglesa le volvía a demostrar que era una cazafortunas. Seguro que el tono de dolor de su voz había sido fruto de su imaginación.
Libby asintió.
—Miles me invitó a comer a su casa y pensé que lo hacía porque quería que conociese a su familia, pero después me enteré de que lo había hecho para divertirse un poco, ya que sabía que sus padres se quedarían horrorizados cuando se enterasen de que salía con una camarera. Fue una de las experiencias más humillantes de mi vida —admitió—, pero no tanto como cuando oí a Miles asegurarle a su padre que nuestra relación no era seria y que solo salía conmigo para llevarme a la cama.
Vio la expresión en la mirada de Raul y añadió amargamente:
—Sé lo que estás pensando, que por qué si no iba a salir una persona de clase tan alta con una camarera. No obstante, aquello me demostró lo que decía mi madre siempre: que todos los hombres son egoístas y que no hay que confiar en ellos ni malgastar emociones.
De repente se dio cuenta de que había levantado un poco la voz y que otros invitados que esperaban para entrar en el comedor la habían mirado, así que respiró hondo y guardó silencio.
—Veo que tu madre tenía una opinión firme acerca del género masculino —comentó Raul en tono seco cuando estuvieron sentados a la mesa.
Aunque tal vez fuese normal teniendo en cuenta que Libby le había contado que su padre había abandonado a su madre antes de que ella naciese.
—Mi madre tuvo muchas experiencias malas con los hombres —replicó ella inmediatamente, saliendo en defensa de Liz—. Siempre la defraudaron.
Incluido Pietro Carducci, pensó enfadada al recordar lo mal que se había sentido su madre cuando su amante no había vuelto a llamarla después del crucero. Era cierto que después Pietro la había incluido en su testamento, pero había sido demasiado tarde. Liz había muerto pensando que Pietro también la había dejado.
—Yo no voy a cometer los mismos errores que mi madre —afirmó—. La mayoría de los hombres con los que ella salió cuando yo era niña eran asquerosos. Yo no voy a permitir que Gino piense jamás que tiene que competir con un hombre nuevo en mi vida.
Raul frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Quiero decir que, hasta que Gino tenga dieciocho años, va a ser el único hombre de mi vida. El amor es un juego de locos y, en mi experiencia, está sobrevalorado —le explicó ella, recordando las lágrimas que había derramado por Miles.
—No puedes hablar en serio, ¿cómo vas a pasar sola los siguientes diecisiete años de tu vida? —preguntó Raul sorprendido—. ¿No te gustaría casarte algún día? Y, tal vez, ¿tener más hijos para que Gino forme parte de una familia?
Intentó que no se notase en su tono que le fastidiaba que Libby no quisiese casarse.
Esta negó con la cabeza.
—La idea está bien, y supongo que, si te soy sincera, una parte de mí quiere creer que sería posible que me enamorase de un hombre que pudiese ser el padre perfecto para Gino, y con el que todos pudiésemos ser felices, pero la realidad es que uno de cada tres matrimonios terminan en divorcio, y que yo prefiero concentrar toda mi energía en Gino y no en una relación que puede no salir bien.
Hizo una pausa y después añadió:
—No niego que me encantaría que Gino tuviese una familia de verdad: un padre, hermanos. Es lo que yo más quería de niña, pero lo cierto es que el padre de Gino está muerto. Solo me tiene a mí y voy a hacer todo lo posible por ser un padre y una madre para él.
La llegada de un camarero con el primer plato puso fin a la conversación. Raul bebió de su copa de vino y reflexionó acerca de todo lo que Libby le había dicho. El hecho de que esta no fuese como él había imaginado al enterarse de que su padre había tenido una amante, lo llenaba de frustración. Libby le había contado ya que Pietro no había respondido a la carta en la que le había contado que estaba embarazada, y era evidente que pensaba que su padre la había abandonado, lo mismo que le había ocurrido a su madre al quedarse embarazada. Al leer en los periódicos que Pietro había fallecido, también debía de haber imaginado que podía exigir una pensión de manutención, pero en vez de ponerse en contacto con la familia Carducci, había desaparecido y Raul había tardado varios meses en encontrarla.
La posibilidad de haberla juzgado de manera equivocada lo atormentó durante la cena y los discursos que la siguieron, pero estar sentado a su lado, aspirando su delicado perfume mientras disfrutaba de la curva de sus pálidos pechos resultó una tortura todavía mayor. Tampoco había imaginado que sentiría deseo por la amante de su padre, pensó, molesto consigo mismo, cambiando de posición para calmar la incómoda sensación que le causaba aquel estado de excitación.
Libby se sintió aliviada cuando terminaron los discursos. Había entendido muy poco acerca de las políticas comerciales de la Unión Europea y de las nuevas oportunidades de negocio en China, y cada vez había sido más consciente de la presencia del hombre que tenía al lado. Raul parecía haberse tomado muy en serio la idea de que tenían que ser amigos por el bien de Gino, y había estado alegre y divertido toda la velada.
—¿Qué va a pasar ahora? —le preguntó ella mientras se levantaban de la mesa y seguían a otros invitados hacia la puerta.
—Ahora todo el mundo va corriendo al bar, a tomarse una copa —le respondió Raul—. ¿Quieres más champán? ¿O prefieres bailar?
Libby miró a su alrededor y se dio cuenta de que habían entrado en un inmenso salón de baile.
—Ya me he tomado dos copas de champán, no creo que deba beber más —respondió.
Y contuvo la respiración al notar que Raul la agarraba de la cintura para conducirla a la pista de baile.
—Buena elección —murmuró este, inclinando la cabeza y acariciándole el cuello con el aliento caliente.
Libby sintió su cuerpo caliente muy cerca y supo que aquello era mucho más peligroso que otra copa de champán, pero se dijo que no podía estropear su breve amistad apartándose de su lado.
—Relájate —le recomendó él en tono sensual, pasando los dedos suavemente por su espalda.
Ella perdió la noción del tiempo mientras bailaban cadera con cadera y pecho con pecho. Estaban rodeados de personas, pero Libby solo era consciente de él. Cuando Raul la soltó por fin y se apartó de su lado, ella sintió todavía más calor entre los muslos y lo miró aturdido al ver que la conducía hacia la puerta.
—Es medianoche, y vamos a tardar cuarenta minutos en volver a Villa Giulietta —le informó Raul en tono amable—. Supongo que querrás ir a dormir a casa para estar allí cuando Gino se despierte mañana por la mañana, antes que pasar la noche en mi apartamento.
—Sí, por supuesto —dijo ella enseguida, sintiendo vergüenza al darse cuenta de que se había olvidado completamente de Gino.
¿Cómo podía haberse olvidado de él, si durante los diez últimos meses había sido la persona más importante de su vida? Lo cierto era que Raul dominaba todos sus sentidos.
Ambos guardaron silencio en el coche. Raul parecía perdido en sus pensamientos y, después de mirar un instante su perfil, Libby cerró los ojos en un intento desesperado de tranquilizarse. Después de un rato, el sonido de la grava bajo las ruedas del Lamborghini le anunció que habían llegado a casa, y al abrir los ojos no pudo contener un suspiro al ver el reflejo de la luna y de las estrellas en el enorme lago negro que había junto a la casa.
—Qué bonito —susurró maravillada.
No esperó a que Raul diese la vuelta al coche y le abriese la puerta, salió del coche y se dirigió hacia el lago, pero caminar por la grava con aquellos tacones era casi imposible, así que se metió en el césped y se los quitó para poder correr hacia la orilla. El césped húmedo estaba frío y la suave brisa procedente del lago le acarició la piel. Levantó el rostro para admirar las estrellas y la belleza de la noche la hizo reír.
—Me encanta el reflejo de la luna en el agua. Dan ganas de quitarse la ropa y meterse en ella —comentó, girándose hacia Raul con gesto emocionado.
Su desbordante entusiasmo era irresistible y Raul sonrió.
—Me parece bien, desnúdate —murmuró—, pero a lo mejor te llevas una sorpresa cuando entres en el agua. La temperatura baja mucho por la noche.
Ella sintió calor en las mejillas.
—Hablaba en sentido figurado —murmuró con el corazón acelerado al ver que Raul se acercaba a ella.
—Qué pena —dijo él en tono divertido—. Daría cualquier cosa por verte desnuda bajo la luna, cara.
—Raul…
La brisa se llevó la leve protesta. Lo cierto era que Libby había deseado que la besase desde que Raul había entrado en el bar del hotel y la había mirado con deseo. Llevaba toda la noche soñando con aquel momento. La química entre ambos era demasiado fuerte y, en esos momentos, lo vio inclinar la cabeza y se puso a temblar de emoción, una emoción que le explotó por dentro cuando los labios de Raul por fin tocaron los suyos.
Raul quería tomárselo con calma y saborear lentamente los labios de Libby, pero fue tocarla y ver que respondía al beso, y una pasión salvaje los consumió a ambos. La apoyó en sus caderas y gimió al notar que se movía sinuosamente contra él. Su erección fue tan inmediata y fuerte que no pudo pasar desapercibida a Libby.
Esta tenía los pechos apretados contra el de él y Raul podía sentir sus pezones erguidos a través de la camisa de seda. Dio, nunca había deseado tanto a una mujer. La deseaba tanto que casi no podía ni pensar.
Libby no fue capaz de contener un pequeño gemido de placer al notar los labios de Raul en su cuello y se estremeció cuando le besó apasionadamente la clavícula y el cuello. Estaba tan pegada a él que no se dio cuenta de que le había bajado la cremallera del vestido, haciendo que la parte superior quedase suelta. Con el corazón acelerado, intentó apartar los labios de los de él para protestar, pero Raul aumentó la profundidad del beso, dejándola aturdida de deseo. Cuando por fin la soltó, Libby no pudo hacer nada para impedir que le bajase el vestido y le acariciase los pechos.
—Eres deliciosa —murmuró con voz ronca.
Su voz ya no era fría y arrogante, sino cálida y llena de deseo, y Libby se olvidó de su conato de resistencia al notar cómo las caricias de Raul le endurecían todavía más los pezones. De repente, se dio cuenta de que habían cambiado de lugar y Raul la había llevado debajo de un pino, y ella se apoyó en el tronco, dando gracias de tener dónde sujetarse mientras él inclinaba la cabeza y tomaba un pecho con los labios al tiempo que se lo acariciaba con la mano.
El placer que sintió Libby fue indescriptible y arqueó la espalda de manera instintiva, sin poder pensar en otra cosa que no fuese que Raul continuase haciendo aquello. Nada en toda su vida la había preparado para sentir tanto deseo.
Raul le levantó la falda del vestido hasta la cintura y ella tembló de impaciencia al notar que metía la mano entre sus muslos y la obligaba a separarlos ligeramente antes de pasar un dedo por sus braguitas de encaje. Al mismo tiempo, se metió uno de sus pezones en la boca y lo chupó, causando a Libby una intensa sensación de placer. Esta gimió y arqueó las caderas hacia su mano, y contuvo la respiración al notar que Raul metía un dedo por dentro de la ropa interior y descubría lo húmeda y caliente que estaba.
Nunca había permitido que un hombre la tocase de manera tan íntima, ni siquiera Miles, del que había creído estar enamorada. Lo que Raul despertaba en ella era deseo, no amor, y lo sabía, pero en esos momentos no le importaba cómo se llamase lo que estaba sintiendo. Estaba desesperada porque Raul calmase el anhelo que había entre sus piernas. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, incapaz de contener un gemido de placer cuando él le acarició suavemente el clítoris con el dedo pulgar. El efecto fue instantáneo. Espasmos de placer recorrieron todo su cuerpo, haciendo que se tensasen sus músculos. Se quedó sin fuerza en las piernas y se aferró al pelo de Raul, que la sujetó del trasero y la apretó contra su erección.
—Por favor…
Los espasmos se fueron apagando, pero su instinto le dijo que Raul podía darle mucho más placer.
—¿Qué me estás pidiendo, Libby? —le preguntó él con voz profunda y áspera—. ¿Quieres que te haga mía aquí mismo, sobre la hierba, delante de la casa?
¡Sí! Eso era exactamente lo que quería. Durante unos segundos, Libby miró a Raul a la cara y sintió que quería que la tumbase en el suelo y le hiciese el amor, pero el sonido de su voz y el frío brillo de sus ojos la hicieron volver bruscamente a la realidad. ¿Qué estaba haciendo? ¿Cómo podía haberse comportado así? ¿Cómo había podido estar a punto de rogarle que le hiciese el amor?
—Dio, me has dicho que no querías a ningún hombre en tu vida mientras Gino fuese un niño, pero es evidente que te va a resultar imposible mantener el celibato hasta que sea adulto. Estás desesperada —la provocó—. Aunque te advierto que no voy a permitir que traigas a tus amantes a la casa. Gino no va a crecer con una sucesión de «tíos».
Libby negó con la cabeza, sintiéndose avergonzada y mal de repente.
—No tengo amantes —respondió con voz temblorosa—. Y es la primera vez que me siento así. Tú…
Me haces sentir cosas que no había sentido con ningún otro hombre.
Raul flaqueó al oír la confesión de Libby y sintió la tentación de volver a tomarla entre sus brazos y tumbarla en el suelo para hacerla suya allí mismo, que era lo que le pedía el cuerpo. No obstante, respiró hondo y retrocedió, y observó sin inmutarse cómo Libby se cubría el pecho con el vestido. Había un modo de conseguir todo lo que quería: controlar Carducci Cosmetics y tener a aquella mujer en su cama. Y habría sido un loco si no hubiese aprovechado la oportunidad.
—En ese caso, mi proposición es todavía más viable —le dijo en voz baja.