Capítulo 20
Joy se levantó del suelo y
se acercó a mirar por el acantilado. No había ni rastro de su
agresor, lo que la llevó a preguntarse si sería pecado sentir
alivio. Había sido un final terrible, pero, ¿la Dama Gris se habría
llevado a un hombre inocente?
Cerró los ojos porque se había mareado y sentía ganas de desmayarse
al pensar en todo lo que había ocurrido.
Cuando volvió a abrirlos, Jack estaba a su lado, tendiéndole una
mano.
–Apártate del borde. Es peligroso estar ahí tanto tiempo.
Joy sonrió con tristeza. Jack no comprendía que el sentirse a salvo
a veces no era más que una ilusión.
–Necesitaba comprobar que se había ido. Tenía que estar
segura.
–Se ha ido. Ya nadie te retiene aquí –volvió a tenderle la mano–.
Ven conmigo. Si tienes alguna pertenencia que quieras recuperar,
podemos volver a la posada.
Ella meneó la cabeza.
–No. Lo he perdido todo.
–Entonces, en cuanto recupere a mi caballo, buscaremos una
habitación en una posada de verdad, lo más lejos posible de
aquí.
La idea le resultaba menos real que la Dama Gris. Jack se
comportaba como si fuera posible empezar de nuevo. Pero, ¿cuánto
tiempo podría ella fingir que no tenía pasado? ¿Acaso era justo
esperar que él también lo hiciera?
–No es necesario que te molestes. Ya has hecho más que
suficiente.
Jack la miraba con gesto de sorpresa.
–No es ninguna molestia. En realidad, no podría haber nada más
lejos de molestarme. No estaré satisfecho hasta que te haya alejado
de este lugar y de su recuerdo.
–El recuerdo nos seguirá a los dos allá donde vayamos.
–No digas eso. Tenemos todo el tiempo del mundo. Algún día, todo
esto será un pasado muy lejano, casi olvidado.
Era tan guapo y sus palabras eran tan hermosas... Pero Joy sentía
una enorme carga en el corazón que la llevó a negar con la
cabeza.
–Los recuerdos se disipan con el tiempo, como se disipará tu
recuerdo de mí. Eres libre. Yo nunca pretendí atraparte aquí. Vete
y olvídame.
–No puedo.
Ella volvió a sonreír.
–Entonces debo ayudarte a que lo hagas.
Le dio la espalda para mirar al acantilado, al mar frío y oscuro
que había abajo. Sabía que al final no sentiría nada, que las olas
la limpiarían.
–¡No! –exclamó él, que debió adivinar sus intenciones, porque la
agarró de la cintura y la apretó contra su cuerpo.
–Suéltame, Jack –Joy se revolvió entre sus brazos, pero enseguida
se rindió. Era peligroso estar allí y no quería que él cayese por
el precipicio. Sintió los latidos de su leal corazón latiendo con
fuerza contra su pecho, como si fuera su propio corazón.
–Viviremos juntos o moriremos juntos. Tú eliges. Ahora que te
tengo, no pienso dejarte escapar.
Joy le creyó porque la besó suavemente, igual que lo había hecho en
la habitación cuando había conseguido hacerle creer que nada
importaba excepto sus besos.
Igual que antes, Joy dejó de luchar y se entregó a su beso. Le echó
los brazos alrededor del cuello y se fue relajando hasta quedar
acurrucada contra Jack, completamente segura mientras él se
apartaba del precipicio.
Cuando levantó la vista hasta su rostro, vio esa mirada luminosa y
juguetona que la había atraído desde el primero momento que lo
había visto.
–Estás loco, Jack.
–Loco por ti, puede ser. Pero mucho más cuerdo que mucha gente.
Tengo dinero suficiente y un caballo capaz de llevarnos a los dos
–le dijo sonriéndole–. Joy Colliver, ¿me aceptas?
Ella meneó la cabeza, pero esa vez dando a entender que estaba
maravillada.
–Me consideraré una mujer rica si lo único que tengo eres tú –dijo
y dejó que la llevara hacia un nuevo comienzo.
***