Capítulo 5

Joy lo dejó solo y fue como si se hubiese llevado consigo el calor de la habitación. Fue a la cocina y volvió con un pastel de carne que le puso delante sin decir palabra.
Jack probó la carne y la masticó repetidas veces. Por muy bella que fuese la camarera, estaba claro que la gente no iría allí por la comida.
Ni por la conversación. Los pocos hombres que había en el salón fingían estar solos, pero Jack percibió varios gestos y susurros entre ellos que le hicieron empezar a sospechar que las advertencias de peligro de Joy tenían cierta razón de ser. Viajaba solo, lo que quería decir que si había caído en un nido de contrabandistas, quizá fuera mejor continuar su viaje y buscar un lugar más seguro.
Echó un vistazo por la ventana. El tiempo había empeorado aún más por lo que, si decidía volver a ponerse en camino, sería un trayecto incómodo y pasado por agua hasta la siguiente posada. Pero al menos seguiría con vida cuando amaneciera.
Pero había algo más. Algo misterioso que no tenía nada que ver con la clientela y que, por algún motivo, le impedía alejarse de allí.
La misteriosa Joy.
¿Cuántas mozas de taberna habrían reconocido siquiera una palabra escrita por William Blake? Había dicho que su padre le había enseñado aquel poema, pero lo más probable era que su padre fuera otro camarero sin capacidad ni motivos para leer poesía. Y su voz…
Por las pocas palabras que había pronunciado, Jack no se habría atrevido a describir su acento como basto, pero cuando había comenzado a contarle historias de peligros sobrenaturales, había desaparecido en ella cualquier rasgo de campesina que pudiera tener. Sus palabras y sus gestos eran los de una mujer educada.
¿Qué estaba haciendo allí?
Jack se terminó la cerveza y recorrió el pasillo que conducía a la puerta trasera, tras la cual encontró el excusado. Como ya estaba cerca de la caballeriza, se acercó a ver qué tal estaba Ajax. Aquel precioso caballo zaino que tan bien se había portado en Portugal parecía ahora enorme entre los demás caballos que ocupaban la cuadra. Le acarició el cuello y se disculpó con él por volver a ponerle la silla de montar.
–Mi viejo amigo, tengo la impresión de que tendremos que marcharnos de manera repentina. Debes estar preparado, pero eso significa que tendrás que dormir ensillado.
El caballo resopló con resignación y volvió a hundir el hocico en la paja.
Al volver al interior de la posada, Jack se encontró con la bella camarera, que le bloqueaba el paso. Se había dirigido rápidamente hacia él por el pasillo estrecho y oscuro y, al encontrarse ya cerca, le sonrió de un modo que le provocó una cálida sensación.
Por un momento se olvidó de cualquier temor y le pareció que lo único que importaba era Joy. Sus ojos azules, su cintura estrecha, el modo en que separaba los labios para sonreír. Quizá se había equivocado y la aprensión que había sentido solo había sido producto del cansancio, que estaba pasando factura a sus nervios, tan afectados por la guerra. Volver a hablar con ella lo dejaría tranquilo. Y, si ella deseaba tener un encuentro más íntimo, Jack estaba dispuesto a quedarse en la posada y complacerla.
Cuando estuvo lo bastante cerca, Jack la agarró y la atrajo hacia sí. Ella se dejó abrazar fácilmente, quedó tan pegada a él que podía sentir los latidos de su corazón, en armonía con los de él. Incluso respiraban al unísono, de un modo rápido y superficial provocado por el deseo que había despertado el primer físico.
Apoyó la mejilla en la de ella para susurrarle al oído:
–Juro, bella Joy, que eres más dulce que cualquier poema. Si con solo tocarte, eres capaz de seguir el ritmo de mi cuerpo, ¿qué harás si te beso?
Su respuesta fue suave, pero sincera y llena de naturalidad.
–Haré lo que deseéis, señor. Siempre y cuando me prometáis que no pasaréis la noche bajo este techo. Es peligroso. Debéis marcharos de inmediato.