Capítulo 9
NO PASA nada.
Bella seguía intentando escapar, pero Matteo la apretó contra su torso en cuanto cerró la puerta.
—Ahora estamos solos.
Sus palabras no calmaron a Bella. Había soñado estar a solas con Matteo muchas veces, pero nunca en esa situación.
Le dolía la mejilla y el brazo que seguía apretando, pero él intentaba calmarla como si no pasara nada.
—¡Creí que eras diferente! —gritó, intentando empujarlo.
—No vamos a hacer nada. Sabía que Malvolio estaba vigilándonos a través de las cámaras, así que he tenido que hacerme el duro, pero no voy a hacerte daño. No voy a tocarte siquiera.
Pero tuvo que hacerlo por última vez. Prácticamente tuvo que empujarla sobre la cama, donde Bella se quedó sentada, en silencio.
Empezaba a respirar con normalidad, a entender sus palabras. Ella sabía que había cámaras en los pasillos y que Malvolio vigilaba a su gente como un halcón, pero en las habitaciones no había ninguna.
La mirada de Matteo en el bar, su actitud cuando salieron de él, todo empezaba a tener sentido. Había intentado alejarla de Malvolio.
—Podrías habérmelo dicho.
—Intenté hacerlo.
—Pues deberías haberlo hecho mejor —le espetó ella.
—¿Qué querías, que subiéramos a la habitación de la mano? Siento haberte pegado, pero si hubieras salido corriendo… bueno, tú sabes lo que habría pasado.
Bella empezaba a entenderlo y, suspirando, miró alrededor. Conocía esa habitación porque ella misma la había limpiado. Era un hotel barato, pero cualquier sitio era lujoso para ella.
La noche era sofocante y el ventilador del techo sobre la cama estaba encendido.
—¿Quieres que lo apague? —preguntó él.
—¿No se supone que eso tienes que decidirlo tú?
—Ya te he dicho que no.
—¿Entonces solo vamos a esperar aquí?
—Sí.
Esperaba que eso fuera un alivio, incluso que le diera las gracias, pero en lugar de eso Bella soltó una risotada incrédula.
—Ah, Matteo, mi salvador. ¿No te das cuenta de que solo has conseguido retrasar lo inevitable? ¿Cómo va a ayudarme esto?
—No tienes que… —Matteo no terminó la frase. En aquel pueblo a menudo no había elección—. Podrías irte esta misma noche. He oído que Sophie se marcha a Roma para estar cerca de su padre y podrías irte con ella. Yo fingiré que me quedé dormido después de hacer el amor…
—Ah, claro, y así seré pobre y sin techo en Roma.
—No lo serás durante mucho tiempo —replicó él—. Encontrarás trabajo.
—No puedo… no puedo irme.
—¿Te apetece beber algo?
—¿No querías tener la cabeza despejada?
—Es lo último que deseo ahora mismo.
Lo ponía enfermo ver la marca en su mejilla y el vestido rasgado. Y el miedo que había notado en su voz aún hacía que su corazón latiese desbocado.
Aunque no lo demostraba.
Matteo abrió la botella de vino y sirvió dos copas. Cuando le ofreció la suya sus dedos se rozaron y Bella asintió con la cabeza, tal vez para darle las gracias porque sabía que solo había intentado ayudarla.
Pero no había forma de hacerlo.
Salió al balcón y se quedó un momento allí, mirando el cielo oscuro. Unos segundos después, Matteo se reunió con ella y Bella se giró un poco para ofrecerle una tímida sonrisa.
—África solo está a unos cientos de kilómetros, ahí mismo —murmuró, señalando en la oscuridad—. Ahí está Kélibia, en Túnez. Siempre había pensado que podría escapar por allí.
—Puedes hacerlo —dijo Matteo—. Bueno, no puedes ir nadando hasta Kélibia, pero todo el mundo está en el bar, así que podrías irte esta noche.
—No puedo dejar a mi madre. No quiero dejarla.
—¿Prefieres esta vida?
—Nadie quiere este tipo de vida —replicó Bella—. ¿Pero qué sabes tú? Tú eres uno de ellos.
Matteo no solía decir mucho a menos que tuviera que hacerlo. No, no iba a decirle que sabía más de lo que debería. Y tampoco iba a revelarle que tenía un billete para salir de aquel infierno, pero decidió contarle algo de su pasado, con la esperanza de convencerla para que se fuera.
—Una vez intenté marcharme de aquí. Fue hace un par de años, la noche de la fiesta de Natalia. Esperaba que Malvolio estuviese ocupado y no se diera cuenta hasta que fuera demasiado tarde…
—Recuerdo esa noche —lo interrumpió Bella, aunque no le dijo por qué la recordaba.
—Cometí el error de decirle a Dino que estaba harto y quería marcharme y él se lo contó a Malvolio —Matteo se quedó callado durante largo rato—. Llegué hasta las afueras del pueblo e intenté hacer autostop, pero nadie me paraba hasta que…
Como esa noche, intentó no mostrar el miedo que lo había atenazado al ver el coche rojo deteniéndose a su lado. Cuando Malvolio bajó la ventanilla y vio el brillo de una pistola bajo su chaqueta pensó que iba a morir allí mismo.
—¿Malvolio? —le preguntó Bella.
Él asintió.
—¿Y qué hizo?
—Me dijo que subiera y me llevó a cenar. Ya sabes cómo le gusta fingir que es un hombre razonable, pero sabía que si le contaba la verdad estaría perdido. Si le pedía perdón o empezaba a suplicar también estaría perdido, así que en lugar de mostrar miedo me puse furioso.
Bella frunció el ceño. No lo imaginaba asustado, pero él mismo había admitido que lo estaba. Y tampoco podía imaginar a nadie retando a Malvolio sin sufrir las consecuencias.
—Le dije que estaba harto de ser tratado igual que los demás, que era mayor, más inteligente y más leal que el resto. Le dije que quería ganar más dinero que los demás y ser tratado con mayor respeto.
—¿Y se lo tragó?
—En parte —respondió Matteo—. Ahora me envía un sastre de Milán una vez al año. Por eso Malvolio viste como un jugador de golf y yo parezco una estrella de fútbol.
Bella rio y Matteo se dio cuenta de que también él estaba sonriendo.
—Me gusta cómo vistes. Pero claro, a mí me encanta la moda.
El escalofrío que sintió en ese momento no era de miedo ni producto de un golpe de viento sino porque estaba sola con él y su voz era tan profunda, tan masculina.
—Pero no confía en mí del todo —admitió él entonces—. Y hace bien.
—¿Por qué me estás contando esto?
—Te lo cuento porque sé lo difícil que es salir de aquí. Hay pocas oportunidades de hacerlo… la noche de la fiesta de Natalia esperaba que fuese la mía, pero esta noche puede ser la tuya.
—Esa noche, en la fiesta, yo estaba esperándote.
—¿Por qué?
—Me gustas desde hace mucho tiempo —admitió Bella.
Matteo frunció el ceño. Estaba acostumbrado a ser admirado por las mujeres, pero que ella lo admitiese con tanta candidez lo sorprendió.
—¿Ah, sí?
—¿No lo sabías?
—No.
—¿Crees que siempre estoy colorada? —Bella rio—. Entonces también debes pensar que tartamudeo.
—Yo nunca… —Matteo estaba a punto de decir que no se había parado a pensarlo, pero se encontró sonriendo—. Sí, había notado que te ruborizabas, pero pensé que era por timidez.
—No soy tímida, pero se me traba la lengua cuando te veo.
—Ahora no se te traba.
Era cierto. Tal vez porque estaba hablando con el hombre que siempre había creído que era.
—Pero sigo ruborizándome.
El flirteo fue inesperado, bienvenido y sorprendente a la vez. Bienvenido para su cuerpo, pero no para su cabeza porque la había llevado allí para evitar eso.
—No tienes que hacerlo, Bella.
—¿Hacer qué?
—Ya sabes.
Cuando el teléfono de la habitación empezó a sonar Bella esbozó una sonrisa triste.
—Ahora querrán saber por qué no bajas. Ya deberías haber terminado.
Matteo levantó el teléfono y Bella cerró los ojos cuando le dijo a Gina que iba a quedarse toda la noche, que le diera el mensaje a Malvolio. Por las ventanas abiertas les llegaron los gritos de celebración desde el bar.
—Entra —dijo Matteo.
—¿Para qué? ¿Para comernos los frutos secos y beber el vino barato del mini-bar? Eso solo retrasaría lo inevitable. ¿No entiendes que no me estás salvando? No soy Talia con los niños, dispuesta a salir huyendo de una casa en llamas.
—¿Cómo lo sabes? —Matteo frunció el ceño—. Talia no se lo contaría a nadie.
—Salvo a su marido —respondió Bella. Y luego sonrió al ver que hacía una mueca—. Mi madre lo sabe todo. Los hombres le cuentan cosas que no le contarían a nadie más —le explicó, suspirando—. Mañana por la noche tendré que volver a trabajar… ¿y entonces qué? Me dolerá aún más que si hubiera sido contigo.
—No hables así.
—¿Por qué no? Es la verdad. Por favor, no vuelvas a sugerir que me vaya de aquí. Si quieres ayudarme…
Bella miró el Mediterráneo, la ruta de escape que en su fuero interno siempre había sabido imposible, pero que al menos mantenía vivas sus esperanzas. Esa noche podría tener una parte de su sueño. Esa noche, aunque solo fuera un poco, uno de sus deseos podría hacerse realidad.
—Podrías hacerme el amor. No quiero que mi primera vez sea con un desconocido…
Matteo cerró los ojos.
—No digas eso.
—Sé cómo va a ser mi futuro, pero me gustaría que la primera vez fuese diferente.
—¿Quieres que te prepare para otros? —Matteo hizo una mueca.
—Sí, pero también quiero que me enseñes lo maravilloso que puede ser.
—Debería ser así siempre.
—No para alguien como yo —le recordó ella. Y no estaba haciéndose la mártir, sencillamente sabía que era así—. ¿Eres un amante considerado?
Matteo sonrió porque la pregunta lo había pillado por sorpresa.
—No.
—Entonces no es mi noche de suerte —Bella se encogió de hombros.
¿Por qué su candidez lo hacía sonreír? Hablaba del tema con descarnada sinceridad, tal vez gracias a las conversaciones con su madre y, sin embargo, le parecía tan ingenua.
—A lo mejor podría ser como Gina, solo disponible para ti como ella lo está solo para Malvolio.
Matteo la miró con sus ojos grises casi negros. Estaba a punto de decirle la verdad, que por la mañana se habría ido de Bordo del Cielo.
Pero era demasiado peligroso.
—Eso no va a pasar.
—¿Entonces solo tenemos esta noche? Podríamos reescribir la historia.
—¿Cómo?
—Imagina que fuiste a la fiesta de Natalia. Podríamos bailar como hubiéramos bailado esa noche…
—Yo no bailo.
—Yo tampoco —Bella dejó su copa sobre una mesa y se acercó para echarle los brazos al cuello.
Era la última noche de Matteo en Bordo del Cielo, con Túnez a lo lejos como un sueño. Tal vez esa noche podrían bailar, hacer el amor; podría darle todo lo que ambos querían.
—Ven —murmuró, tomando su mano para entrar en el dormitorio.
Cerró las ventanas y puso algo de música para ahogar los ruidos del bar, pero dejó las cortinas abiertas para que los bañase la luz de la luna.
Bella había soñado tantas veces con el momento en el que Matteo Santini la tomaría nerviosa y emocionada entre sus brazos…
Había dejado una marca en su mejilla y Matteo volvió a tocarla con sumo cuidado.
—Mañana tendrás un cardenal.
—Era para que Malvolio te creyese, ¿verdad?
Malvolio no hubiera creído lo que estaba pasando en ese momento, pensó cuando sus labios rozaron los de Bella.
Nadie creería que el serio y frío Matteo Santini pudiera besar con tanta dulzura. El roce de sus labios era ligero como una pluma, aunque podía notar la tensión que intentaba contener.
Era, decidió Bella, su primer beso, porque el beso brusco contra la pared del ascensor no contaba.
Apenas ejercía presión con los labios, pero cuando se apartó estaban tan rojos como los suyos.
—Ahora llevas carmín —dijo Bella. Y Matteo la besó de nuevo, apasionadamente, hasta que sus caras estaban manchadas de rojo.
Los cómos y porqués que los habían llevado hasta ese momento dejaron de importar mientras bailaban por primera vez, encendiéndose el uno al otro.
Bella imaginó que tenía dieciséis años y él había ido a la fiesta de Natalia, que no estaba en la carretera, intentando escapar de Bordo del Cielo.
—La calle estaba preciosa, los árboles llenos de lucecitas… —le contó en voz baja todo lo que se había perdido.
Estaba sin aliento. Sus pechos parecían haber crecido bajo el sujetador y él debió notarlo porque levantó una mano para acariciarlos.
—¿Qué llevabas puesto esa noche? —le preguntó mientras ella apoyaba la cabeza sobre su hombro y cerraba los ojos.
—Me había hecho un vestido de color avellana —respondió Bella.
—¿Lo hiciste tú?
—Lo hice pensando en ti y no sabes lo bonito que era. Me maquillé por primera vez esa noche, pero cuando salía de casa mi madre me hizo lavarme la cara. Le dije que eso no tenía sentido viniendo de ella…
—¿Y qué te dijo?
—Que si le gustaba a un chico no habría necesidad de maquillaje —Bella levantó la cabeza para mirarlo a los ojos—. Entonces me preguntó quién era.
—¿Y se lo contaste?
—Sí, se lo conté. Y ella me dijo que tuviese cuidado, pero que tal vez no eras tan malo como tu hermanastro…
Matteo apretó su trasero, empujándola hacia él. No era solo algo físico. Bella se sentía más cerca y segura de lo que nunca se había sentido con otra persona. Adoraba a su madre, pero gracias a su estilo de vida nunca había sabido lo que era sentirse segura del todo.
Esa noche, por primera vez, se sintió así.
Bailaba apoyada en él mientras Matteo la besaba. La tela del vestido era fina, pero odiaba el sujetador con relleno que no le permitía notar el roce de sus dedos, así que tiró hacia abajo de los tirantes y cerró los ojos mientras él se lo quitaba, convencida de que iba a llevarse una desilusión.
No pareció que fuera así. Matteo acarició uno de sus pezones con la yema del pulgar y luego enterró la boca en su pelo para decirle al oído:
—No me gusta ese olor a perfume barato.
—A mí tampoco.
—Entonces, vamos a librarte de él.
Después de abrir el grifo de la bañera le quitó el vestido y bailaron durante un rato hasta que se llenó. Bella, en ropa interior y tacones, Matteo aún con el traje.
Por fin, se quitó la chaqueta y remangó su camisa para comprobar que el agua estaba a buena temperatura antes de tomar su mano para sentarla al borde de la bañera.
No levantó la mirada mientras le quitaba el liguero y deslizaba las medias por sus piernas, pero notó que jadeaba mientras le quitaba las sandalias. Cuando besó el interior de un pálido muslo, a Bella le temblaban las piernas. Levantó su trasero del borde de la bañera para bajarle las braguitas y el liguero y se arrodilló frente a ella para admirar su desnudez.
El baño estaba caldeado, lleno de vaho. Con las piernas abiertas y la garganta cerrada, Bella deseaba que la besara allí. Aunque sabía que si lo hacía perdería la cabeza porque el simple roce de sus dedos hacía que se estremeciera.
Matteo se levantó y tomó su mano para ayudarla a meterse en la bañera.
Hundida en el agua hasta los hombros, Bella no dejaba de mirarlo mientras se desvestía.
—¿Vienes?
—Claro —respondió él—. Quiero estar contigo.
Suspirando de impaciencia, Bella apoyó la cabeza en el borde de la bañera y él respondió con una media sonrisa.
Nunca lo había visto sonreír así. Normalmente era frío, su rostro inexpresivo y sus ojos siempre tras unas gafas de sol. Si sonreía alguna vez era un gesto arrogante o de triunfo, pero esa noche su sonrisa era cálida, sensual, y solo para ella.
Se desnudó lentamente y eso le gustó. Matteo nunca había sido paciente o tierno, pero esa noche lo era.
Cuando se quitó la camisa deseó tocar sus planas tetillas oscuras como él la había tocado a ella. Pronto estarían tocándose, pero por el momento se contentaba con admirar su belleza masculina. Incluso sus brazos, de bíceps marcados, la excitaban. Pero entonces vio una larga cicatriz en su espalda.
—¿Qué pasó?
—Una pelea —respondió él—. Pero no quiero hablar de eso.
Se quitó calcetines y zapatos con menos cuidado y Bella sintió un cosquilleo entre las piernas mientras esperaba que se desnudase del todo.
Matteo se quitó el cinturón con gran lentitud. Bajo la tela del pantalón podía ver el bulto de su erección y tuvo que clavarse las uñas en las palmas de las manos mientras lo veía bajar la cremallera.
Estaba sin respiración.
El baño parecía más pequeño de repente; sus hombros y su cara, fuera del agua, estaban húmedos.
Pero tenía la boca seca.
Se pasó la lengua por los labios cuando por fin se desprendió de los calzoncillos. Matteo no se molestó en colgar el resto de la ropa, la dejó tirada en el suelo.
Vestido era impresionante, pero desnudo era la perfección.
Los cuádriceps marcados, los muslos fuertes, largos… serían suyos más tarde, pero en lo único que podía concentrarse en ese momento era en su erección. Impresionante, oscura, larga y creciendo por segundos. Bajo las burbujas, Bella apretó los puños y levantó las rodillas, pero no solo para hacerle sitio. Era un movimiento instintivo para controlar la quemazón entre las piernas.
Era tan alto y había llenado tanto la bañera que el agua rezumó por el borde.
—No queremos inundar el baño —le advirtió Bella.
Matteo la colocó entre sus piernas, aprisionándola como un torno.
—Podríamos terminar cayendo al bar —dijo, riendo. Y era la primera vez que lo oía reír así.
Seguramente nadie lo había oído reír y eso la entristeció, pero él malinterpretó su expresión.
—¿Tienes miedo?
Bella negó con la cabeza. ¿Cómo iba a tener miedo con Matteo mirándola a los ojos y sujetándola con las piernas? No había sitio para el miedo esa noche.
Él miró sus manos, pálidas y finas, y tomó una esponja cuando ella quería que la besara. Se inclinó hacia delante, pero Matteo echó la cabeza hacia atrás.
—Paciencia, Bella.
—No tengo ninguna contigo.
—Pues voy a enseñarte. Ven aquí, pequeño panda…
Empezó a limpiarle el maquillaje con la esponja. El carmín había desaparecido con sus besos y Bella cerró los ojos mientras le quitaba el eye liner y el rímel, devolviéndole el aspecto de la inocente chica de dieciocho años que era.
Era tierno y, sin embargo, tan sensual que no podía estarse quieta, de modo que alargó una mano para acariciar sus muslos mientras intentaba contener el deseo de tocarlo más íntimamente.
Matteo volvió a meter la esponja en el agua y, mientras le quitaba los últimos restos de maquillaje, Bella rozó con los dedos su dura erección. Vio que apretaba los labios y, con los ojos, le dijo que no había sido un accidente.
Animada, empezó a acariciarlo con las dos manos mientras él seguía con su misión de despojarla de su armadura.
Matteo tenía que hacer un esfuerzo para no dejarse llevar; le costaba concentrarse en lo que estaba haciendo y cuando Bella empezó a acariciar sus testículos estuvo a punto de perder la cabeza.
Su sonrisa era pura decadencia y también la de él mientras la empujaba suavemente hacia atrás, dejándola flotar un momento. Bella tuvo que soltar el tesoro que tenía entre manos cuando Matteo se colocó sus piernas abiertas sobre los hombros… y para él, aquel paisaje era una pura tentación.
Bella apoyó los brazos en los bordes de la bañera cuando tiró hacia delante de sus caderas para hacerla sentir su erección, con un innegable brillo de deseo en los ojos.
Matteo había querido ir despacio, tomarse su tiempo mientras la enjabonaba, pero después de haber visto su rosada flor era él quien no tenía paciencia.
Salió de la bañera y la tomó en brazos para llevarla al dormitorio.
Quería hacerla suya, pero antes tenía que saborearla, de modo que se arrodilló en el suelo y tiró de sus caderas hacia delante.
Bella estaba mareada. El ventilador enfriaba su cuerpo mojado y, sin embargo, su sexo estaba ardiendo mientras Matteo abría sus piernas para ponerlas sobre sus hombros. Separó sus íntimos labios con los pulgares para exponerla indecentemente a su ardiente mirada…
No fue ni lento ni tierno a partir de ese momento. Podría haber besado el interior de sus muslos, podría haber seguido comiéndosela con los ojos, pero un repentino gemido de deseo y frustración de Bella, un sollozo con el que daba su consentimiento hizo que enterrase la cara entre sus piernas.
Nada podría haberla preparado para la sensación de su boca. Estaba húmeda, no solo del baño o de su lengua sino de su propio deseo.
Enterró los dedos en su pelo, apretándolo y empujándolo a la vez mientras su cabeza se movía de un lado a otro sobre la almohada.
Matteo siguió acariciándola, provocando un río de lava mientras le hacía el amor con la boca.
Se habría sentado si no estuviera a punto de caer al abismo. Gritaría si pudiese hacer funcionar su garganta.
Cuando Bella terminó, él estuvo a punto de hacerlo también.
Sentir su pulso latiendo en su boca había hecho que tuviera que tocarse a sí mismo. Estaba muy cerca, pero se detuvo porque sabía que lo esperaba más y mejor placer.
Sin dejar de saborearla, abrió el cajón de la mesilla donde sabía que había preservativos convenientemente guardados.
—No los necesitamos…
Bella había empezado a tomar la píldora porque sabía que ese momento iba a llegar.
—Pero siempre debes…
—Contigo no. Esta noche es de los dos —lo interrumpió ella.
Y Matteo no discutió porque no era capaz de hacerlo.
La besó de nuevo, su boca húmeda de ella, su miembro rígido mientras rozaba su entrada. Se apoyó en el colchón con una mano para sujetarse, para tener más precisión.
Aunque Matteo fue extremadamente delicado, su invasión provocó un intenso dolor y Bella dejó escapar un sollozo. Pero se entregó al momento, jadeando mientras intentaba aclimatarse, pensando que el dolor daría paso al placer.
Sin dejar de sujetarse al colchón con la manos, Matteo se enterró del todo. Si se hubiera colocado encima Bella se habría apartado o lo habría empujado porque el dolor era intenso.
Sabía que estaba haciéndole daño, de modo que esperó, con una paciencia que no creía poseer, hasta que notó que empezaba a relajarse.
Asintiendo con la cabeza, Bella buscó sus labios para darle las gracias con un beso y relajó los dedos que había clavado en sus hombros.
Era increíblemente considerado. Cuando se ponía tensa iba más despacio, cuando gemía, persistía y persistía hasta que el placer parecía a punto de llevarla a un sitio exquisito y desconocido.
Bella besó su cuello durante unos segundos, pero tuvo que apartarse para buscar oxígeno. El orgasmo era tan intenso, tan interminable… pensaba que había terminado del todo cuando un movimiento calculado de Matteo la llevó de nuevo a la cima y dejó escapar un grito de placer.
Le encantaba esa faceta de él, entre la pasión desatada y la consideración, mientras buscaba su propio placer y luego el temblor de su cuerpo cuando se derramó en ella, provocando un nuevo orgasmo. Bella sencillamente se dejó caer, sujetándose a él hasta que volvieron a la tierra juntos, besándose, perdidos el uno en el otro después de haber escapado de la realidad por un momento.
Hicieron el amor durante toda la noche, deteniéndose para charlar, conociéndose un poco más. Cada momento contaba.
Él dijo que le gustaría haberla visto con el vestido que se hizo para la fiesta.
—Sigo teniéndolo —le contó Bella.
—Seguro que te queda muy bien.
Le gustaría, cuánto le gustaría, que dijese que pronto lo vería. Que tal vez más tarde, cuando no estuviera trabajando, podrían salir juntos y ella se pondría el vestido.
Pero Matteo no dijo nada y Bella empezó a entender las palabras de su madre.
Su sitio estaba en el dormitorio, pensó, intentando disimular el dolor.
—Si cortas bien una tela, cualquier figura puede resultar preciosa. Intenté hacer un curso de diseño, pero… en fin, tal vez no sea tan buena como yo creo.
—Seguramente eres mejor.
—¿Qué harías si pudieras hacer cualquier cosa? —le preguntó ella entonces.
Estaba a punto de descubrirlo porque en unas horas se habría ido de allí para siempre, pero no se lo dijo.
Las primeras luces del amanecer empezaban a iluminar la habitación. Estuvieran preparados o no, la mañana se abría paso y Matteo saltó de la cama para abrir las ventanas.
La fiesta en el bar había terminado. Bordo del Cielo estaba en silencio y el único sonido era el del mar.
—Me encanta este sitio. Sé que hay muchas cosas malas aquí, pero también hay tanta belleza —dijo Bella. Luego le habló de los antiguos baños árabes, que eran su lugar favorito en el mundo—. A veces imagino que vivía entonces, cuando los baños funcionaban.
—Nunca he estado allí —admitió Matteo.
—Podríamos ir —sugirió ella, intentando convencerse a sí misma de que la noche anterior había sido algo real, que no iba a terminar en unos minutos—. Podríamos hacer una merienda, pasar el día explorando…
—¿Una merienda? —repitió él, irónico. Él no era hombre de «meriendas».
—Podríamos imaginar…
Bella estaba mirando por la ventana con gesto soñador y se le encogió el corazón porque, de repente, empezó a imaginarse en un sitio en el que nunca había estado, explorando con Bella, pasando el día solo con ella.
—¿Hay una vista más bonita?
En lugar de responder, Matteo se dirigió al cuarto de baño.
No era una vista para morir. Ni para matar por ella.
Después de ducharse, su intención era vestirse y marcharse de allí. No sabía cómo dejar a Bella, pero no podía quedarse.
Quería ser alguien. Estaba harto de esa vida de delitos y depravación y sabía que a partir de aquel día su papel al lado de Malvolio sería más importante. Él quería un futuro perfecto, limpio, apartarse completamente de su pasado.
Pero en lugar de vestirse se puso una toalla a la cintura y volvió al dormitorio, donde Bella seguía admirando el paisaje desde la cama.
Su pelo, normalmente liso, estaba enredado y aún le quedaba una mancha de rímel bajo los ojos. Y lo esperaba con una sonrisa en los labios.
Aquel fue un momento que Matteo cuestionaría más tarde porque en lugar de vestirse y marcharse, dejó caer la toalla para meterse en la cama y la tomó entre sus brazos.
Sería su última vez. Si volvía a Bordo del Cielo, habría una bala esperándolo, de modo que se quedó allí, pensando durante largo rato, en silencio.
Lo único que había querido era una noche perfecta y la tenía, pero eso hacía que el futuro pareciese más gris. Sabía que estaba rompiendo el pacto que habían hecho, una sola noche de amor.
Matteo le había dado más de lo que había pedido y ella tenía que aceptarlo cuando se despidiera.
Bella lo exploraba distraídamente con las manos, acariciando su estómago plano… el roce de sus dedos lo excitaba de nuevo y cuando empezó a besar su torso Matteo la detuvo.
—Bella, tengo que irme… pero antes tenemos que hablar.
—Sé que tienes que irte.
Fue esa aceptación, que no hiciese demandas, que lo besara aunque acababa de decirle que iba a marcharse, lo que hizo que se decidiera.
Le daba igual que fuese ilógico sentir aquello después de una sola noche. Lo único que sabía era que no podía dejarla atrás, como ella no podía dejar a su madre.
Bella se deslizó hacia abajo para rozar su miembro con la boca.
—Bella… vas a irte conmigo.
Ella rio. Su cabeza no estaba en la conversación. Ella no sabía que Matteo tenía planes de marcharse del pueblo y siguió con su ardoroso beso mientras él ponía las manos sobre su cabeza.
—No, eres tú quien va a irse.
Sabía a jabón, a limpio. Bella levantó la mirada y lo encontró mirándola mientras lo tomaba profundamente en su boca.
Lo exploró tentativamente con la lengua, temiendo rozarlo con los dientes, pero él empujó su cabeza hacia abajo.
—Así… —murmuró.
Bella agarró su erguido miembro mientras seguía acariciándolo con la lengua. Recordaba cómo la había devorado él por la noche y, envalentonándose, empezó a hacer lo mismo.
Se puso de rodillas para chuparlo mientras él jugaba con sus pechos, pellizcándolos, presionando su cabeza suavemente con la mano… hasta que dejó de intentar guiarla y aceptó el raro placer de una boca inexperta, pero dispuesta.
El géiser de lava la tomó por sorpresa; un gemido ronco y un empujón como única advertencia. Bella lo tenía temblando en su mano mientras chupaba y lamía… y eso hizo que el orgasmo fuera más intenso.
—Bella… —murmuró cuando volvió a tumbarse a su lado. Se alegraba de que no pudiera ver su desconcertada expresión—. Me marcho esta mañana y tú vas a venir conmigo.
—Yo…
No esperó que dijese que no podía, no iba a permitírselo.
—Y tu madre también. Nos vamos de Bordo del Cielo.