Capítulo 7

 

CUANDO terminó el juicio, Bella llevó a Sophie a su casa para escapar de los fotógrafos.

—Solo es una noticia para ellos —se quejó Sophie—. Pero se trata de la vida de mi padre.

—Vamos —dijo Bella, tomando su mano.

Desde su detención, Sophie había vivido con ella y su madre ya que Malvolio se había quedado con su casa para pagar la minuta del abogado de Paulo.

Sophie estaba más que furiosa. Su padre había sido declarado culpable mientras Malvolio estaba en la calle. Aparte de eso, los meses de frustración contenida, el dolor de oír decir a Luka en el estrado que la consideraba una vulgar campesina…

—Me ha humillado —dijo entre sollozos—. Y seguro que ahora está con su padre, celebrando su libertad.

—Tú sabes que no es así.

—Dijo bajo juramento que yo me lancé sobre él, que quise seducirlo después de que me hubiera dejado.

—Lo dijo para no admitir que estabais haciendo planes para marcharos de aquí —le recordó Bella—. Le dijiste a Luka que estabas preocupada por las actividades de tu padre. ¿Cómo te sentirías si esa fuera la razón por la que Paulo va a pasar el resto de su vida en la cárcel?

—Pero no ha servido de nada porque va a pasar el resto de su vida en la cárcel —Sophie dejó escapar un sollozo—. Luka le dijo a su padre que yo no era más que una vulgar campesina…

Bella entendía que le hubiera dolido. Luka había vivido en Londres durante los últimos años y sabía que Sophie había temido ser poco sofisticada para él.

Y que lo hubiese confirmado en el juicio, delante de todo el mundo, había sido muy cruel.

—A Luka le importas. Recuerda que intentaba alejarse de su padre cuando dijo esas cosas.

Le había dicho muchas veces que Luka solo había dicho eso para proteger a Paulo, pero esa noche su amiga no quería escuchar nada.

—Me voy a Roma para estar cerca de mi padre y tú también tienes que irte —la urgió Sophie—. Malvolio ha vuelto y todo volverá a ser como antes.

—No puedo dejar sola a mi madre.

—Ella lo entenderá…

—No puedo, Sophie. Está enferma.

Bella deseaba más que nada salir huyendo, pero sabía que era imposible.

Sylvia, una amiga de su madre, estaba visitando a María y contándole lo que había pasado. Le había llevado unas flores y una botella de limoncello para animarla un poco.

Después de saludarlas, Bella y Sophie fueron a la habitación que compartían. Sophie empezó a hacer la maleta, animándola para que hiciese lo propio. Cuando sonó un golpecito en la puerta pensaron que sería Luka para hablar con Sophie después de tantos meses en la cárcel.

Pero no era Luka sino Pino, sobre su bicicleta, para darle un mensaje de Malvolio. Bella se quedó en silencio mientras su destino quedaba sellado: tenía que trabajar en el bar del hotel esa noche.

Ella sabía que ese día iba a llegar. Era algo que Malvolio había decidido años atrás.

Unos meses antes, la noche en la que debería haberse celebrado el compromiso de Luka y Sophie, Gina le había llevado un paquete y le había dicho que Malvolio quería que empezase a trabajar en el bar.

El paquete seguía en su armario, sin abrir. Cuando Malvolio fue detenido pensó que la pesadilla había terminado, pero no era así.

Había temido tanto aquel día…

Bella cerró la puerta y volvió al dormitorio.

—Dile a Luka que no quiero verlo —dijo Sophie.

—No era Luka, era Pino con un mensaje para mí. Esta noche va a haber una gran fiesta en el hotel y tengo que trabajar en la barra.

—¡No!

Sophie insistió en que fuese con ella a Roma.

—No puedo. Sé que tú tienes que irte y no solo para cuidar de Paulo… ahora también tú estás en peligro. Todo el mundo sabe que Malvolio es culpable, pero no es eso lo que van a decirte —Bella empezó a llorar—. No quiero que mi primer hombre sea Malvolio… Sé que tú piensas que es tan sencillo como decirle que no…

Sophie abrazó a su amiga.

—Sé que no es tan sencillo.

—Mi madre ya no puede ni salir de casa.

—Lo sé.

—No puede trabajar. Malvolio la ha obligado a poner la escritura de la casa a su nombre a cambio de pagar las facturas médicas y ahora le debe el alquiler. ¿Cómo voy a dejarla sola? ¿Cómo voy a dejar que mi madre tenga que enfrentarse con ese hombre?

No podía hacerlo.

—Cuando mi madre muera, y no tardará mucho, iré a Roma para estar contigo, pero ahora no puedo. Necesito estar a su lado como tú tienes que estar al lado de tu padre.

Por suerte, Sophie no intentó disuadirla.

Poco después volvieron a llamar a la puerta y en esa ocasión era Luka. Tras un momento de indecisión, su amiga aceptó ir a dar un paseo con él.

—¿Esperarás a que vuelva?

Bella negó con la cabeza.

—Tengo que ir al hotel.

—Pero me marcho esta noche y no sé cuándo volveremos a vernos…

—Entonces será mejor que nos despidamos ahora —dijo Bella. Quería hacerlo lo antes posible para no llorar delante de su amiga.

Se abrazaron mientras Luka esperaba en el pasillo.

—Somos hermanas… no de sangre, pero da igual —dijo Sophie.

—Al menos intenta escucharle. No lo pierdas ahora.

—Me perdió él al decir lo que dijo en el juicio —replicó ella antes de alejarse.

Bella volvió a la habitación, abrió el armario y sacó el paquete que Gina había llevado meses antes.

Dentro había un escotado vestido negro, un conjunto negro de ropa interior, medias, liguero y unas sandalias de tacón alto. También había maquillaje y un frasco de apestoso perfume barato. Bella arrugó la nariz mientras se probaba las sandalias.

Le quedaban pequeñas, pero ella no era Cenicienta y esa noche no habría ningún príncipe, de modo que entró en el dormitorio de su madre y abrió el armario. Allí había un par de sandalias similares y esbozó una triste sonrisa mientras se las ponía. La tapa del tacón se quitaba y revelaba unos tacones huecos que su madre solía usar para esconder dinero. Antes de salir miró la fotografía de María sobre la cómoda… una mujer mucho más joven e infinitamente más feliz.

Bella sabía poco de su padre. Su madre solo le había contado que se llamaba Pierre y era un empresario francés muy rico del que había heredado el pelo negro, la piel pálida y los ojos verdes…

Al oír que Sylvia se despedía salió de la habitación y escondió las sandalias antes de entrar en la cocina.

—¿Te has puesto perfume? —le preguntó su madre, arrugando la nariz.

—No —respondió Bella—. Debe ser el de Sophie.

—¿Dónde está?

—Ha salido a dar un paseo con Luka.

—¿Qué quería Pino? Te he oído hablando con él en la puerta.

—Solo quería saber si iríamos a la fiesta esta noche.

—¿Y qué le has dicho?

—Que tú estabas demasiado cansada y yo tenía que trabajar. Hoy tengo que hacer turno extra en el hotel… la puesta en libertad de Malvolio ha atraído a muchos clientes.

—Es un día triste para Bordo del Cielo.

—Sí, lo es —admitió Bella con voz ronca—. Sophie se va a Roma para estar cerca de su padre.

—Sophie debería vivir su propia vida.

—Tal vez —Bella se encogió de hombros.

—Creo que voy a acostarme —María intentó levantarse y ella la ayudó tomándola por la cintura—. Te llamaré si te necesito.

—No sé a qué hora volveré.

Se le encogía el corazón al pensar que no estaría allí para ayudarla si la llamaba.

—No te preocupes, estoy bien.

—Te quiero, mamá.

—Ya lo sé, hija.

Con su madre en la cama, Bella empezó a arreglarse. La ropa interior picaba un poco y le temblaban las manos mientras se ponía las medias con el liguero.

Una vez vestida se maquilló como pudo, con mucho rímel y colorete. Se pintó los labios de rojo y se sujetó el pelo con un moño suelto.

No derramó una sola lágrima. No porque no quisiera estropear su maquillaje sino porque temía no poder parar de llorar si empezaba a hacerlo.

Los altos tacones harían demasiado ruido sobre el suelo de piedra, de modo que se quitó las sandalias y entró en la cocina para vaciar la botella de limoncello en la pila, por si su madre sentía la tentación de beber esa noche. Luego, intentando ignorar el terror que sentía, se dirigió a la puerta con las sandalias en una mano y el bolso en la otra.

—Bella —la llamó su madre desde el dormitorio. Ella se quedó inmóvil.

—Bella, tengo que hablar contigo.

—Ahora no puedo, mamá. Mi turno empieza dentro de unos minutos.

—Por favor, solo un momento.

—De verdad tengo que irme —Bella intentó cerrar la puerta, pero el tono de su madre, normalmente débil, la sorprendió.

—¡Ven ahora mismo!

Bella entró en la habitación, donde solo había una lamparita encendida. Aunque desearía no haberlo hecho porque nunca olvidaría su expresión y su sollozo de angustia al verla con ese atuendo.

—Por favor, Bella, no tienes que hacerlo. Vete a Roma con Sophie. Os he oído hablando… por favor, márchate de aquí. Te lo suplico.

Sería maravilloso irse con su amiga esa noche, huir de Bordo del Cielo, pero Bella sabía que era imposible porque Malvolio lo pagaría con su madre y ya había pagado más que suficiente.

—No voy a dejarte, mamá.

—Te lo pido por favor.

—No, nunca —Bella negó con la cabeza mientras se sentaba en la cama—. No podría dejarte sola.

Y tampoco podía llevarse a su madre con ella. Aunque encontrase dinero para los billetes, ¿qué pasaría cuando llegasen a Roma? Su madre estaba enferma, no podían vivir en la calle.

—Escúchame, Bella, voy a contarte algo: yo conozco a los hombres, hija. Les gustaría que sus esposas les hicieran lo que les hacía yo, pero nunca se hubieran casado conmigo. No puedo detenerte, pero sí puedo decirte que todo cambiará si vas a trabajar esta noche. Es un estigma del que nunca podrás escapar. Tu padre… lo conocí cuando acababa de cumplir dieciséis años, antes de que se hiciera el hotel. ¿Sabes que era un rico empresario francés?

Bella asintió. Eso era lo único que sabía.

—Pierre vino aquí porque pensaba construir un hotel. Bordo del Cielo no era un destino turístico entonces, pero sí un sitio misterioso, por eso volvía; aunque quiero pensar que también lo hacía por mí —María hizo una pausa—. Pero Malvolio se enteró de sus planes y consiguió echarlo de aquí. Descubrí que estaba embarazada cuando volvió a Francia y fue un gran escándalo. Mis padres me echaron de casa, pero yo estaba segura de que Pierre volvería. Le escribí para contarle que estaba embarazada, pero entonces descubrí que era un hombre casado. No puedo decirte cuánto me dolió, hija. Siempre había pensado que solo nos separaba la distancia, había esperado que volviese y…

Bella miró las lágrimas que rodaban por el rostro de su madre. Nunca la había visto llorar, era la mujer más fuerte que conocía.

—¿Te dejó?

—Peor que eso… sugirió que me fuese a Francia para ser su amante. Según él tendría mi propio apartamento y nos visitaría cuando pudiera. ¿Sabes lo que le dije? Que nunca sería una mantenida —María esbozó una sonrisa triste—. Le dije que nunca compartiría a un hombre y que era o ella o yo. La eligió a ella y luego te tuve a ti, Bella. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, pero no podía mantenerte. Mis padres no querían saber nada de mí y dormía en el suelo, en casa de Gina. Malvolio nos visitaba a menudo y sugirió cómo podía ganar algo de dinero… imagino que puedes imaginar el resto.

—Sí, claro.

—Llevaba unos meses trabajando para Malvolio cuando Pierre volvió. Había dejado a su mujer y quería vivir aquí, conmigo, y construir el hotel… pero entonces descubrió cómo había sobrevivido ese último año. Jamás olvidaré su expresión de rechazo, Bella.

—Pero él estaba engañando a su mujer.

—Diferentes varas de medir, así es la vida. Yo perdí al amor de mi vida y no quiero que a ti te pase lo mismo.

—Lo entiendo, pero yo no voy a perder el amor de mi vida.

—Un día conocerás a alguien ¿y qué le contarás de tu pasado?

Bella no respondió, sencillamente no podía pensar.

—¿Y Matteo Santini? Sé que siempre te ha gustado.

—No hay nada entre nosotros. Me gusta, pero dicen que es la mano derecha de Malvolio. De hecho, es él quien ha organizado la fiesta en el hotel. Pensé que era diferente, pero estaba equivocada, es tan malo como Malvolio.

—Su padre era un hombre bueno, pero cuando murió y ese bruto ocupó su lugar… —María sacudió la cabeza—. Le hacía la vida imposible y Matteo se fue a vivir a casa de Luka porque allí había comida, pero pagó un precio muy alto. ¿Te he contado lo que hizo por Talia?

—Muchas veces —Bella sonrió. Su madre conocía todos los secretos del pueblo.

—Vete mientras puedas, hija.

—Me iré cuando pueda hacerlo —respondió Bella—. Estaré aquí mientras tú estés y luego me iré.

—Prométeme eso al menos —le pidió María.

—Te lo prometo. Un día me iré a Roma con Sophie y dejare todo esto atrás.

No quería seguir hablando de Matteo y tampoco quería saber nada más de su padre, que las había abandonado, de modo que besó a su madre en la mejilla y salió de casa, dispuesta a hacer lo que tenía que hacer.