Capítulo 6

 

Hubo buenos momentos, Demyan.

Al volver del dentista, sin ni siquiera tener tiempo de quitarse la chaqueta, Demyan cerró los ojos al oír las palabras de Nadia. Al abrirlos, vio que Alina fingía estar ocupada en algo, aunque daba lo mismo, ya que estaban hablando en ruso.

—No recuerdo ninguno.

Miró la pantalla del ordenador y leyó un correo que le había mando Alina.

 

De acuerdo, elegiré algunos cuadros, cojines y otras cosas.

P.D.: Siempre tenía hambre.

 

—Demyan —insistió Nadia.

—¿Qué demonios quieres?

—Que volvamos a ser una familia.

—Teniendo en cuenta lo que me dijiste, ni siquiera sé si la tengo

—Demyan, por favor, lo dije porque estábamos peleándonos.

—No, Nadia, yo no me peleo contigo. Y el motivo de no hacerlo es que no me importas lo suficiente para ponerme a discutir.

—Piénsalo, por favor. No te pido que sea para siempre. Solo quiero que volvamos a estar juntos.

A Demyan le dolía la cabeza de hablar en ruso, cuando, normalmente, le sucedía lo contrario.

La conversación concluyó.

Alina había aprendido un par de tacos en ruso en las horas pasadas trabajando juntos. Él la miró y vio que tenía las mejillas encendidas.

No le sentó bien que los hubiera oído. Pensó en darle explicaciones, pero recordó que era algo que nunca hacía.

Cuando ella se levantó, él percibió su desagrado, por lo que le envió un SMS: Lamento que lo hayas oído.

Fue a su habitación, cerró la puerta, se tumbó en la cama y esperó su respuesta.

¿No crees que te estás disculpando con la persona equivocada?

No, respondió Demyan

Cerró los ojos y, de nuevo, esperó su respuesta, que no llegaba.

Alina estaba hablando con Mariana. Como ya se sabía que Demyan estaba en Sídney, no dejaban de llegarle invitaciones, y ambas las estaban repasando.

—Demyan todavía no ha respondido a la invitación para acudir a la inauguración del nuevo casino esta noche. Recuérdaselo —dijo Mariana.

—Lo haré.

Trabajaban muy bien juntas. Mariana había visto a Alina en una videoconferencia y había decidido que no tenía de qué preocuparse, y Alina había visto a Mariana y deseaba ser ella.

—Esa es mejor que se la enseñes antes de rechazarla —afirmó Mariana.

—¿Una cena para recaudar dinero para enfermos mentales? No sabía que Demyan apoyara...

—Son eventos a los que va gente importante. A esta acudirán miembros de la realeza europea.

—Por supuesto, pensó Alina, se trataba de establecer contactos. Su jefe carecía de conciencia social.

—Hace un par de meses, decliné la invitación —prosiguió Mariana— explicando que Demyan no estaría en Australia para la ocasión. Ahora saben que ha vuelto y están deseosos de que acuda. Es esta noche.

—Se lo diré en cuanto se levante —dijo Alina antes de despedirse— . Y siento haberte llamado ayer tan temprano por lo del dentista.

—Ya te dije que no pasaba nada.

—¿Por qué demonios no llama él al dentista? —masculló Alina, creyendo que Demyan seguiría en su habitación.

Mariana se rio y cortó la comunicación.

—¡Alina!

La voz de Demyan le dio un susto de muerte.

—Si tuviera tiempo de hacer cosas como pedir cita con el dentista...

—Ya lo sé. Yo no tendría trabajo. Por cierto, ¿qué tal te ha ido?

—¿Por qué hace esa pregunta la gente? —gruñó él— . Me voy a acostar.

Cuando Demyan hubo vuelto a su habitación, Alina dedicó unos minutos a buscar el perfil de su padre en Internet.

No lo encontraba desde el viernes anterior.

Se dijo que tal vez se sintiera abrumado o que ni siquiera hubiera recibido su solicitud.

O tal vez hubiera borrado su perfil.

Alina miró el ordenador de Demyan, tragó saliva y se preguntó si se atrevería. Se acercó a la habitación y escuchó, pero no oyó ruido alguno.

Tenía que saber.

Fue al escritorio e hizo clic en un icono. Lo único que tenía que hacer era escribir el nombre de su padre y...

—¡Alina!

Ella se apresuró a ocultar la página.

—Estoy...

—¿Estás qué?

Se había puesto colorada como un tomate y los ojos le brillaban de miedo. Pero Demyan, lejos de enfadarse, la miró con ojos risueños e incluso trató de tranquilizarla con una broma.

—Si quieres ver pornografía, lamento desilusionarte, pero me gusta verla en pantalla grande, en casa.

Se dio cuenta de que ella estaba a punto de romper a llorar. De hecho, estaba llorando.

—¿Qué hacías?

—Trataba de ponerme en contacto con alguien cuyo perfil no encuentro en mi ordenador ni en mi teléfono móvil —le explicó ella con voz temblorosa— . Lo siento. Quería ver si aparecía en el tuyo.

—¿Y lo ha hecho?

—Sí

Él se encogió de hombros.

—Entonces, alguien te ha bloqueado. No le des importancia, yo bloqueo a gente constantemente. Y no vuelvas a fisgonear en mi ordenador. Podías haberme pedido permiso.

Se sentó e hizo clic en la página.

Pobre Alina, pensó, al mirar a un hombre que era, sin duda, pariente de ella, y no solo por el apellido, y que era lo bastante mayor para ser su padre.

Le envió una solicitud de amistad y miró a Alina, que había vuelto a su escritorio y fingía que trabajaba.

—¿Tenía Mariana algo para mí?

—Sí —dijo ella con voz aún temblorosa. Él bostezó cuando le habló de la invitación del casino.

—Puede que vaya.

Seguía enfadado porque no lo hubieran inaugurado la semana anterior.

—De ningún modo —dijo cuando ella le habló de la cena para recaudar fondos para los enfermos mentales.

Alina le dijo quién acudiría.

—No voy a ir. Esa pareja de la realeza verá mi casa este fin de semana. No quiero conocerla.

Se calló. Le disgustaba haber revelado que la venta le afectaba.

Un pitido lo alertó y miró el ordenador. Parecía que tenía un nuevo amigo.

¡El padre de Alina!

Qué canalla, pensó, sin estar muy seguro de por qué interfería y se interesaba por aquel asunto.

—Contesta y di... —vaciló. Miró a Alina y, después, otra vez a su padre. Tal vez ella se mereciera un rato de diversión.

—Diles que estaré encantado de apoyar esa valiosa causa —sonrió de un modo que hasta entonces Alina no había visto.

—¿De verdad? No pensaba que fueras a apoyar a los enfermos mentales.

—Diles que estaremos encantados de acudir.

Alina frunció el ceño.

—¿Estaremos? ¿Quiénes? Tú y...

—Tú.

—Pero estoy trabajando...

—Para mí.

—Demyan, yo...

—No me aburras con los detalles, Alina. Y, si me sacas el contrato, lo romperé; y, si prefieres trabajar esta noche en el restaurante, te despediré. Esta noche, los organizadores querrán un discurso, además de una donación. Mi secretaria se encarga de esas cosas. Nos vemos aquí a las seis o, si lo prefieres, paso a recogerte.

—Pero Demyan...

—Vete.

—Es mediodía.

—Supongo que tendrás que peinarte, elegir lo que ponerte... —se apoyó en la silla para echarla hacia atrás y puso los pies en el escritorio— . Te recogeré a las seis.

—Yo...

—Estate preparada o no te molestes en volver mañana.

Al ir a agarrar el bolso, Demyan la detuvo.

—Alina, te mando a casa para que te prepares, no para que llores por un miserable que te ha bloqueado.

—Lo intentaré.

—Quince minutos —dijo él.

—¿Cómo?

—Date quince minutos para llorar y, después, sigue adelante.

—¿Es eso lo que haces tú?

—Yo no tengo que olvidarme de nadie porque nadie me importa lo suficiente.

—¡Qué cosas tan agradables dices!

Él sonrió.

¡Un cuarto de hora!

Necesitaría algo más para sobreponerse al rechazo de su padre.

Alina entró en su piso, se fue a su habitación, se tumbó en la cama y lloró sobre la almohada, aunque, gracias a Demyan, no tuvo mucho tiempo para lamentarse.

¿Qué se pondría para la cena?

No tengo nada adecuado...

Dejó de escribir el SMS. ¿Estaba pidiendo a Demyan dinero o poniendo una excusa?

Él lo interpretaría como que estaba haciendo las dos cosas.

Borró el mensaje y siguió tumbada. El problema era grave. A la cena acudiría gente muy rica. Su vestuario de trabajo constaba de varios trajes de chaqueta y un vestido negro. Aunque se fuera de compras, los vestidos que pudiera adquirir no estarían a la altura de la ocasión, y no podía permitirse uno de diseño.

Tuvo una idea. La rechazó, pero siguió rondándole por la cabeza y cobrando fuerza hasta el punto de que se levantó, se acercó al armario y sacó una caja, al mismo tiempo que se decía que aquello era una ridiculez.

Sacó el vestido de la caja. Era más bonito de lo que recordaba, en tonos rojos, violetas y amarillos.

Tiempo atrás se había propuesto diseñar y hacer vestidos en vez de pintar. Le encantaba trabajar con seda y el efecto de halo alrededor de las flores.

Miró su obra maestra.

Tras muchos intentos y un gasto considerable, se había gastado otra pequeña fortuna en convertir la tela en un vestido.

—La tela es fantástica —le había dicho la modista, y Alina había asentido sin decirle que era una creación propia.

Se miró al espejo con el vestido y se preguntó si estaría a la altura.

Era lo único que tenía.

Así que, en vez de gastarse el dinero en un vestido que, de todos modos, se consideraría barato para la ocasión, se fue a la peluquería.

¡Y se compró unos zapatos!

Eran tan bonitos que se merecían unos pies en las mejores condiciones, por lo que Alina dedicó el tiempo que le quedaba a hacerse la pedicura, luego la manicura y, por último, a maquillarse.

Se imaginó a Demyan quitándole el carmín con un beso.

Iba a acostarse con él; quería hacerlo. Si su corazón no podía soportar que fuera una más de las aventuras de Demyan, más le valía endurecerse.

Se miró al espejo y llamaron a la puerta.

 

 

Demyan esperaba que Alina llevara un vestido negro.

Estaba molesto consigo mismo por haberle pedido que lo acompañara. De todos modos, serviría para que ella recordara que él tenía la reputación que se merecía, ya que, desde que ella había comenzado a trabajar para él, todo había sido muy insulso. ¡Pues se había acabado! Aunque aquello fuera trabajo, él a veces lo mezclaba con el placer. Y, si veía a alguien que le gustaba, y normalmente lo hacía, su intención era que Alina volviera sola a casa.

Entonces, ella abrió la puerta.

Lo recibió un derroche de colores, rizos y curvas que se le instaló directamente en la entrepierna.

No dijo lo primero que se le ocurrió porque hubiera sido una grosería, así que le dijo lo segundo: que estaba muy guapa, pero lo hizo en ruso, de modo que ella no pudiera entenderlo.

—¿Vuelves a decir tacos, Demyan?

Él sonrió.

—No. He dicho que esperaba que fueras de negro.

—El negro es para trabajar. Me gustan los colores.

—Vamos.

—Cuando lleguemos, ¿tengo que...?

—Cuando llegue —le corrigió él— . Entraremos separados. Estoy soltero, Alina. No querrás arruinar las posibilidades que la noche me ofrezca, ¿verdad?

Ella tragó saliva. Nada podía arruinar sus posibilidades, pero era una forma hábil de recordarle que aquello no era una cita, aunque ella se hubiera convencido de que lo era.

Le dolió más de lo que debería.

Alina se bajó del coche, enseñó el pase y entró mientras Demyan se dirigía en el coche a la entrada de los invitados famosos e importantes.

Se sentía a gusto llegando solo. Normalmente, entraba así y salía acompañado. Entonces, vio a Alina, con su increíble vestido, y se dio cuenta de que la había ofendido. Cuando le llevó una copa de champán, ella la rechazó.

—Tómatela.

—Estoy trabajando —respondió ella, y él se echó a reír.

Sí, la había ofendido.

Llegó la pareja que iba a ver la casa de Demyan y este les dio la espalda. No quería imaginárselos en el ático.

Alina y él se sentaron en una mesa circular. Una mujer rubia, llamada Livia, que, al ver a Alina, había puesto mala cara, se animó considerablemente al saber que era la secretaria de Demyan.

—Estás trabajando tarde —dijo Livia a Alina, y se puso a flirtear con Demyan.

Prosiguió durante toda la cena, haciendo como si Alina no estuviera allí. Pero Demyan era muy consciente de que estaba sentada a su lado. Si hubiera sido Mariana, a pesar de que a veces se acostaba con ella, hubiera flirteado con Livia.

—La he reconocido —dijo Alina cuando Livia se excusó para ir al servicio.

Demyan también la había reconocido: era una famosa actriz. Y también había percibido la inclinación de cabeza que le había hecho al levantarse.

—Pues yo no —dijo mientras las luces bajaban de intensidad porque había llegado la hora de los discursos— . Despiértame cuando sea mi turno.

Cuánto hablaban, pensó. Detestaba los discursos y que hubiera que dar las gracias a todos mil veces, cuando un correo electrónico bastaría. Livia había vuelto, y Demyan estaba a punto de quedarse dormido cuando lo despabiló la voz de la persona que había en el escenario.

—Recuerdo que fui a cenar a casa de una amiga y que no me quería ir. Semanas después, mi amiga y yo nos peleamos porque no le devolví la invitación. No podía. Nunca sabía lo que me iba a encontrar en casa y no quería que nadie viera lo que pasaba allí.

A Demyan le pareció que los focos lo enfocaban a él mientras aquella mujer, aquella desconocida, describía, casi al pie de la letra, su propia infancia.

Miró a Alina, que escuchaba sin sospechar su agitación.

—Hacía todo lo que ella me decía, y lo hacía todo bien. Si funcionaba, si estábamos vivos al día siguiente por haber tocado cuatro veces la cama antes de meternos en ella, de haber corrido las cortinas, de haber... —la mujer sonrió— . Seguro que se hacen una idea de lo que quiero decir, pero, si funcionaba, teníamos que volverlo a hacer la noche siguiente, y la siguiente, y la siguiente... Los rituales se volvieron más complicados...

Demyan estuvo a punto de levantarse y marcharse, pero percibió la tranquilidad de Alina a su lado, que se reía de un chiste que había contado la mujer. Entonces, se dio cuenta de que no estaba hablando de su vida, porque la madre de aquella mujer mejoraba a veces y, cuando empeoraba, los servicios sociales se ocupaban de ella.

Estaba profundamente conmovido.

—Su discurso... —comenzó a decirle a Alina, mientras los invitados aplaudían. Pero se detuvo porque no iba a hablar de ello con su secretaria, no tenía que explicarle nada a Alina.

—Buena suerte —dijo ella cuando él se puso en pie para hablar.

Lo miró fijamente. Era un placer poder examinarlo de lejos.

Demyan dio las gracias a todos amablemente y dijo que pocas veces acudía a eventos para recaudar fondos, pero que aquel merecía la pena y que haría todo lo posible por apoyarlo.

—Esperemos que eso signifique que volverá el año que viene —apuntó el maestro de ceremonias mientras Demyan volvía a su sitio.

—Ven —le dijo a Alina.

Él, en principio, no pretendía bailar, pero Livia no dejaba de lanzarle miradas lánguidas y, aunque normalmente hubiera elegido irse con ella, decidió disfrutar de la noche veraniega y sacar a Alina a bailar.

—Estás haciendo promesas que no podrás cumplir —dijo ella.

—Yo cumplo todas mis promesas. Seguiré haciendo donaciones desde el extranjero.

—Sabes de sobra que quieren algo más que tu dinero.

—¿Sigues enfadada? —le preguntó él cambiando de tema.

—¿Por haberme dejado en la entrada de los criados? —lo miró a los ojos— . Me ha parecido algo de otro siglo.

—Relájate —dijo él.

Pero ella tenía miedo de hacerlo porque, si se relajaba, aunque solo fuera un segundo, sus manos tal vez revelaran que lo quería más cerca de ella, o su rostro se alzaría hacia el de Demyan, por lo que siguió bailando rígida entre sus brazos.

—¿Por qué estás tan tensa?

—No estoy acostumbrada a este tipo de eventos —replicó ella, pero no le dijo que tampoco estaba acostumbrada a estar en brazos de alguien tan increíble como él.

La mujer que había hablado pasó bailando con su pareja al lado de ellos, y Demyan quiso preguntarle cómo había podido contar todo aquello en público y, después, bailar y reír. En lugar de ello, atrajo más a Alina hacia sí, pero notó su resistencia.

Ella protestó en silencio, aunque solo durante unos segundos. Después, lo aceptó y se apoyó en él. Demyan suspiró mientras su mano se desplazaba un poco más abajo de su cintura.

Rara vez bailaba. Bailar era aburrido, pero no se lo pareció en ese momento.

Volvió a decirle en ruso que estaba muy guapa, y ella no lo entendió.

—¿Qué significa eso?

—Que necesitas tiritas en los pezones —mintió él, y sintió que ella esbozaba una sonrisa.

—Solo cuando estás cerca.

Demyan se había excitado.

—Me lo estás poniendo muy difícil. ¿Y tu timidez?

—No sé.

Estaba acostumbrado a mujeres ansiosas, pero no definiría así a Alina. Su mano descendió hasta las nalgas de ella. Miró su hermoso rostro y su boca, que esperaba que la besara, pero se negó y le negó ese placer, por el bien de ella.

—Vamos, voy a llevarte a casa.

Ella no quería irse a casa, sino volver al hotel. Ansiaba todo lo que el cuerpo de él le había prometido mientras bailaban. Bailaron una pieza más desplazándose hacia las sombras. Demyan quería besarla. Ella quería pasar la noche con él. A pesar de los tacones, ella no alcanzaba su altura, pero le rozó el cuello con los labios y sintió la presión de la mano de él en la cabeza.

El cuello de Demyan no era su boca, pero lo besó como si lo fuera, y él cerró los ojos ante el inesperado placer de la lengua de ella en su piel. Se olvidó de todo lo demás, salvo de que estaba en una pista de baile. Justo entonces, cuando necesitaba estar más centrado que nunca, su mente perdió el control durante unos segundos, lo que lo sobresaltó. Decidió detenerse.

—Vamos —dijo a Alina.

En el coche, mientras se dirigían a casa de ella, optó por mentirle.

—No tengo relaciones con las personas con las que trabajo.

—Claro.

Alina sabía que mentía porque Mariana había mencionado algunos privilegios de su trabajo.

Demyan, a veces, era muy directo, pero lo que no sabía era que, en aquel momento, debería haber hablado con total franqueza. Si hubiera dicho: «No me acuesto con vírgenes», Alina se lo habría tomado mejor.

Cuando llegó a su piso, en el que su compañera celebraba una fiesta, se encerró en su habitación y rompió a llorar. Se había ofrecido a Demyan con su mejor vestido y sus preciosos zapatos, y este, que se acostaba con quien fuera, la había rechazado.

No la deseaba.

Nadie lo había hecho.