Capítulo 8
A la mañana siguiente, Demyan estaba de muy mal humor y no prestó atención a Alina. Por la tarde, ella se alegró de escaparse del hotel para ir al ático de Demyan a comprobar que todo estaba listo para la visita de los posibles compradores al día siguiente, que era sábado.
—No te molestes en volver —dijo él— ya que tienes que estar allí mañana por la mañana.
—Todavía tengo que comunicar al casino que...
—Puedo ocuparme de mi vida social solo, Alina. Hasta el lunes.
Lo que sucediera entre el viernes y el lunes determinaría el futuro de ambos.
Y leer en la prensa dominical sobre el fin de semana salvaje de Demyan y volver el lunes a comprobar las consecuencias no era algo que el corazón de Alina pudiera soportar.
—Demyan...
—Estoy ocupado.
Alina no podía dejar de pensar en él ni en la tarde que habían pasado. No era tonta, sabía que no podía durar eternamente, pero no entendía cómo había acabado esa misma tarde antes de llegar al coche. No comprendía cómo podían haber estado tan unidos y, unos segundos después, totalmente distanciados.
¿Se arrepentía de haberse acostado con él?
En absoluto.
Simplemente no lo entendía.
En el ático, miró su cuadro colgado en la pared.
—¡Vaya! —exclamó Libby al entrar.
—¿No es adecuado para la habitación?
—Claro que sí, la habitación está mucho mejor que antes. Vendrán mañana a las nueve, así que, si llegamos a las siete, tendremos tiempo de recibir las flores y controlar los últimos detalles. Y, por favor, déjame que mande a alguien a limpiar ese dormitorio.
—No.
—¡Son miembros de la realeza! —exclamó ella mientra subían a la azotea con jardín.
La vista era espectacular.
Alina se preguntó cómo podría Demyan soportar tener que marcharse.
Miró el cielo y cerró los ojos al sentir el sol y la brisa en la piel. Esperaba en secreto que una guitarra y unos cuantos envoltorios tirados por el suelo disuadieran a los posibles compradores, porque, si la casa se vendía al día siguiente, todo habría acabado.
—Alina...
Se volvió hacia Libby.
—¿Te encuentras bien?
—Por supuesto.
Mientras recorrían las habitaciones por última vez, Alina se detuvo en el dormitorio de Demyan y se perdió en la belleza del cuadro que había pintado.
No era cuestión de vanidad. A veces le resultaba increíble que el trabajo que hacía fuera suyo.
El cuadro la inducía a creer en la magia.
Y magia era lo que se había producido bajo el sauce llorón.
* * *
Después de salir de casa de Demyan, en vez de dirigirse a la suya como él le había dicho, decidió volver al hotel.
Él apenas le prestó atención cuando llegó.
—Demyan, estaba...
—¿No te he dicho que te fueras a casa? —solo entonces la miró— . Podía haber habido alguien conmigo. No te necesito para nada.
Demyan sabía que mentía. Nunca había necesitado una vía de escape tanto como en aquel momento, pero no pensaba utilizar a Alina.
Nadia acababa de mandarle un SMS. Una semana después, Roman estaría en un avión; al día siguiente, era probable que el ático se hubiera vendido. Necesitaba a Alina esa noche, pero haría lo imposible para no ceder a la tentación.
—Te llamaré mañana después de la visita de la pareja.
—Que me llame Libby. Vete. Y no te preocupes, te pagaré como si hubieras trabajado hasta las cinco.
—¿Podemos hablar?
—No. ¿Por qué las mujeres siempre quieren hablar cuando no hay nada que decir?
—Lo entiendo, pero el otro día... —tragó saliva— . Si te citas con alguien este fin de semana, quiero que sepas que no repetiremos lo del otro día.
—No tengo intención de repetirlo. Búscate un buen tipo para hacer el amor —se le puso la carne de gallina al pensarlo— . Uno que te susurre cosas bonitas y no tenga prisa.
—¿Y si no es eso lo que quiero?
—Alina, parece que no entiendes que me porté bien porque era tu primera vez.
—Entonces, ¿no te gustó? ¿Lo hiciste todo por mí?
—Así es.
—Caramba, Demyan. Nunca pensé que tu vocación solidaria fuera tan lejos —le sonrió, incrédula— . Pues gracias por la donación. No era consciente de lo mal que lo pasaste —dejó de sonreír y frunció el ceño— . ¿Qué significa que te portaste bien?
—Será mejor que no lo sepas.
—Cuéntamelo. Tal vez los dos queramos lo mismo.
—Entonces, deja de hablar y ponte de rodillas.
La miró y vio que apretaba los labios y los ojos se le llenaban de lágrimas, pero de lágrimas de ira.
—Para mí es así de sencillo —afirmó él— . Eres tú quien complica las cosas.
—No te creo.
—¿Sigues hablando? —la agarró de la mano y se la llevó a la bragueta, pero ella se soltó— . Ya deberías estar de rodillas.
—¡Muérete! —exclamó ella mientras se dirigía a la puerta.
No volvería el lunes siguiente. Demyan lo sabía y lanzó un gemido cuando ella salió.
Agarró el móvil y llamó a Roman. Volvió a saltar el buzón de voz.
—Roman, no sé por qué no hablamos, pero aquí estoy por si cambias de opinión. Llámame a cualquier hora, por favor.
Después, realizó otra llamada y volvió a saltar el buzón de voz.
—Mikael, llámame.
Se sentó y se sirvió un coñac mientras esperaba la llamad de Mikael. Hacía tiempo que eran amigos, pero Demyan había llevado todo el proceso de divorcio sin ponerse en contacto con él. No necesitaba que le dijera los derechos que tenía sobre su hijo.
—¿Por qué has tardado tanto? —preguntó Mikael, que lo llamó inmediatamente. Tenía menos escrúpulos que Demyan e iba directamente a la yugular.
—¿Nos vemos?
Quedaron en un bar que se fue llenando de gente, por lo que subieron al restaurante, situado en la planta de arriba, que estaba vacío.
—¿Qué quiere hacer Roman? —le preguntó Mikael cuando Demyan le contó que Nadia y él se iban a Rusia.
—No lo sé. No quiere hablar conmigo, y no sé por qué.
—Tiene catorce años. ¿No es eso una razón?
—No —Demyan siempre había tenido buena relación con su hijo— . No quiere hablar desde que Nadia anunció que se volvía a casar y que se iban a Rusia.
—¿Y por qué dejas que lo haga? ¿Por qué no te enfrentas a ella?
—Porque me ha dicho que tal vez Roman no sea hijo mío.
—¿Y no quieres averiguarlo?
Demyan negó con la cabeza.
—Cuéntamelo desde el principio.
—No hace falta que sepas la historia entera.
—¿Quieres mi consejo? —Demyan asintió de mala gana— . ¿Usaste protección?
—Siempre —afirmó, pero hizo una mueca al recordar lo que había sucedido con Alina.
—¿Pero...?
—Tal vez no lo hice de la manera adecuada.
No recordaba esa noche con Nadia, pero un preservativo se había roto y tal vez la hubiera penetrado unos segundos antes de ponerse otro. Después no recordaba los detalles.
—Y ahora, ella dice...
—No me importa lo que diga ahora. Quiero saber lo que pasó entonces.
Demyan no quería pensar en aquel tiempo en que seguía pensando en ruso y le dolía la cabeza después de un día hablando en inglés.
—Era agradable poder hablar en ruso, y era fácil acabar en la cama. Unas semanas más tarde, me dijo que estaba embarazada. Yo era muy joven y, como me había acostado con ella, cargué con las consecuencias y nos casamos.
—¿Y nunca dudaste de ella?
—No.
—Dos años después, os divorciasteis. ¿Por qué?
—Porque sí.
Le resultaba muy difícil hablar de ello con Mikael, sobre todo porque en su fuero interno sabía que no iba a poder ayudarlo.
—Nos divorciamos porque mi futuro prometedor tardaba en hacerse realidad. Poco después del divorcio, las cosas comenzaron a irme bien; después, muy bien. Y Nadia me pidió que volviéramos a estar juntos. Sigue queriéndolo. Siempre me he negado.
—¿Siempre? Tienes que decirme la verdad.
—Siempre. Cuando algo ha concluido para mí, no cambio de opinión.
—¿Qué pensión le pasas?
—La que es justa. No quiero entrar en cifras.
Pero Mikael sí quería.
—Nadia no ha trabajado en su vida, viene de la calle como nosotros. ¿De dónde saca el dinero para vivir como lo hace?
—De mí. No quiero que a mi hijo le falte de nada. Nadia lo ha educado bien.
—Con tu dinero.
—Por supuesto.
—Entonces, ¿qué hubiera pasado cuando Roman cumpliera dieciocho años?
Demyan se encogió de hombros. No le gustaba aquella conversación ni hacia dónde se dirigía.
—Que hubiera dejado de darle dinero a Nadia.
—¿No se lo has dejado de pasar ya? —Mikael tuvo el valor de sonreír ante la expresión sombría de Demyan— . Te dice que Roman no es hijo tuyo y le sigues firmando los cheques.
Mikael tenía la solución.
—El lunes le diré que, si se lleva a Roman a Rusia, le reclamarás hasta le último centavo de lo que le has pagado durante todos estos años, hasta el último dólar que te has gastado en criar a un bastardo...
No pudo acabar. Demyan le dio un puñetazo en la cara. Mikael rio y se lo devolvió.
—Eres idiota. Nadia te trata como si lo fueras y se lo consientes.
Lo que siguió no fue muy agradable. Demyan perdió los estribos, pero a Mikael no le importó. Hacía tiempo que no habían tenido una buena pelea.
—Como en los viejos tiempos —dijo Mikael mientras la policía los separaba.
Dijo a la policía que no quería denuncia a Demyan y que tampoco lo haría el restaurante, teniendo en cuenta el cheque que les estaba extendiendo.
Mientras la policía se llevaba esposado a Demyan para que se tranquilizara en una celda, Mikael le dijo:
—No malgastes mi tiempo hasta que estés dispuesto a enfrentarte a Nadia. Entonces, y solo entonces, llámame.
Alina estaba entrando en su casa de vuelta del trabajo cuando le sonó el móvil.
—Le habla el agente Edmunds, de la comisaría de policía de King Cross.
Alina se quedó de piedra al enterarse de que Demyan se había peleado.
—Parece que tiene usted un juego de llaves. El señor Zukov ha perdido el suyo.
Estuvo tentada de decir al agente que Demyan ya no era su problema, pero al oír la música que había en el piso decidió que era una buena razón para volver al centro de la ciudad.
La razón no podía ser que siguiera deseando a Demyan después de lo que le había dicho.
—No parece que te alegres de verme —dijo él mientras un policía le devolvía el cinturón y la corbata, se los metía en el bolsillo y firmaba un documento.
Alina estaba sentada, esperándolo. ¿Cómo podía estar tan guapo? Tenía un ojo morado, heridas en los nudillos y el traje roto.
Miró a su alrededor mientras se levantaba.
—No es precisamente la idea que tengo de una noche divertida.
—Estoy ampliando tu mundo —afirmó él mientras se dirigían al coche de ella.
—Prefiero que no lo hagas.
—Pues no es eso lo que me habías dicho.
Ella puso el intermitente izquierdo para dirigirse al hotel. Sabía que Demyan se refería a la conversación previa que habían tenido allí, pero no mordió el anzuelo.
Él se inclinó y puso el intermitente derecho.
—Llévame a casa. Siento haberte llamado tan tarde.
—No es verdad.
Ella tenía razón: no lo sentía en absoluto porque, de no estar ella allí, a saber dónde estaría él. Su mundo se le había desmoronado y quería que todo volviera a su sitio.
—Me he peleado con...
—Me da igual —lo interrumpió ella al tiempo que se decía que quería que se bajara del coche, dejarlo en su casa y, después de la visita de los posibles compradores al día siguiente, no tener que volver a verlo.
Demyan no se dio por aludido y siguió hablando.
—Me he peleado con Mikael, mi abogado.
—Muy inteligente por tu parte —afirmó ella mientras sonaba el móvil de Demyan.
—Mikael...
Demyan habló durante unos minutos. Alina no lo entendió, y no porque hablaran en ruso, sino porque la conversación parecía amistosa.
—Ha llamado para saber cómo estoy.
Alina se encogió de hombros.
—Lo que te dije antes en el hotel...
—Fue una grosería.
—Pero necesaria. Te mereces a alguien menos... Aunque no lo entiendas, trataba de protegerte. No soy tierno, no...
—Lo fuiste —afirmó ella con voz ronca— . En la granja.
Él agachó la cabeza. Le dolía el cuerpo de la pelea, le dolía el corazón por su hijo, y lo único que le quedaba eran sus millones.
Llegaron al edificio, ella apagó el motor y sacó las llaves de Demyan.
—Sube —dijo él, que no podía soportar la idea de estar en su casa ni tampoco la de no estar en ella.
—No, gracias.
—Tienes que subir. No recuerdo el código de seguridad.
—Mentiroso.
—Sube —repitió él.
—¿Para qué? Tal vez se me ocurra hacer algo indescriptible como hablar, tal vez...
A Demyan se le quebró la voz al decirle la verdad.
—Ya sabes para qué.
Lo sabía. Sintió un delicioso temor al bajarse del coche porque estaba a punto de conocer al verdadero Demyan, al que tanto ansiaba descubrir.
—Demyan...
—No tengo ganas de hablar.
—Entonces, ¿por qué me has llamado?
Él no contestó. Se limitó a hacer un gesto con la mano cuando se abrió la puerta del ascensor.
—Adelante.
—Estoy segura de que el portero te hubiera abierto. O podrías haber vuelto al hotel. Si lo que quieres es sexo sin importancia ni significado, ¿por qué me has llamado?
—Ya lo sabes.
Ella parpadeó. Se le ocurrió que tal vez él le estuviera diciendo que esa noche no era sexo sin importancia lo que deseaba.
Alina salió primero del ascensor, y él la siguió. Ella sintió sus ojos clavados en la espalda.
Cuando tecleó el número de la alarma, le temblaron las manos por un motivo distinto al de la primera vez. Demyan se había pegado a ella. Sentía su erección contra las nalgas. Él le había puesto las manos en los senos.
—Demyan, no creo que...
—No digas nada.
La besó en el cuello mientras le quitaba la camiseta. Era como un animal salvaje. Alina nunca había sentido nada parecido a la pasión que ardía detrás de ella. Él le quitó el sujetador.
Alina quería que se detuviera, que fuera más despacio, darse una ducha...
—He estado trabajando, Demyan.
—No discutas.
No fue esa orden lo que hizo que dejara de hablar, sino los dedos de él deslizándose dentro de la falda y apretándole el centro de su feminidad. Trató de darse la vuelta, pero él se lo impidió. Y cuando aflojó la presión, ella no quiso. Él se arrodilló, y ella lo imitó.
Si Alina no hubiera estado tan excitada, se habría asustado, pero, en el estado en que se hallaba, no podía negarle nada.
Oyó que él se bajaba la cremallera. Después, le subió la falda y le bajó las braguitas.
—Demyan... —estaba temblando porque sabía que él podía hacerle cualquier cosa.
Él le acarició las nalgas, y ella cerró los ojos para entregarse al hombre más temible y hermoso, en quien, en aquel momento, no tenía más remedio que confiar. Abrió los ojos y la boca cuando él la penetró.
Demyan comenzó a embestirla, y ella a mover las caderas para ir al encuentro de su deseo.
Alcanzó dos veces el clímax; la segunda fue tan intensa que estuvo a punto de ponerse a andar a gatas para alejarse de él, pero Demyan la agarró con fuerza.
—Alina... —él perdió la cabeza durante unos instantes y dijo cosas que no pretendía mientras llegaba al clímax: que la quería, que estaba loco por ella, que lo había salvado, todo en ruso— . Vamos —dijo saliendo de ella y tomándola en brazos como si no pesara nada.
Alina no pronunció palabra. Era incapaz de andar. No sabía que era la primera mujer a la que él había subido en brazos por aquellas escaleras y depositado en la cama. Lo observó mientras se desnudaba. Lo miró a los ojos.
Él se tumbó a su lado y la besó.
—Duérmete —le dijo.
Sorprendentemente, ella lo hizo.
Él también se durmió, pero solo un par de horas. Se despertó y miró a Alina durmiendo a su lado. Le dolían las costillas, pero se giró hacia ella para contemplarla mejor.
Si Alina no hubiera ido a buscarlo, volvería a estar en una celda.
Quiso despertarla a besos, hacerle el amor lentamente, pero no era de los que hacían esas cosas y, además, ella dormía plácidamente.
Se levantó, se enrolló una toalla a la cintura y se puso a deambular por la casa.
Ni siquiera se molestó en encender las luces.
Conocía el ático como la palma de su mano.
Era el único sitio, aparte de la granja, que había sentido suyo. Los hoteles eran todos iguales. En aquel ático estaba su hogar.
Fue al dormitorio de Roman y vaciló al ir a abrir la puerta.
Le había dicho a Alina que no quería saber si lo habían limpiado. Sabía que las supersticiones eran eso, cuentos de viejas. Pero se había criado con ellas, oyendo a su madre repetirlas sin parar.
Tenía una mente lógica para los negocios, pero respiró aliviado al abrir la puerta y ver que la habitación estaba tal como la había dejado su hijo.
Alina había entendido lo mucho que significaba el ritual. Incluso Nadia, que era rusa, se había reído cuando Demyan le dijo que dejara la habitación de Roman como estaba una vez que habían tenido que hospitalizarlo.
Nadia.
Su mero nombre lo ponía enfermo.
Se sentó en la cama y tomó la guitarra de su hijo. Miró una foto de Nadia y recordó lo que le había dicho:
«La regla ya se me había retrasado cuando me acosté contigo».
Roman era suyo. Nunca lo había dudado ni por un momento.
Miró las fotos de su hijo.
Era introvertido como él. Le gustaban las palabras. Y a veces le gustaba encerrarse en su habitación y estar solo.
¿Era así por naturaleza o por educación?
Demyan dejó la guitarra y salió de la habitación. Volvió a acostarse, pero no se durmió.
La alarma del móvil de Alina sonó a las seis de la mañana. La habitación estaba a oscuras. Miró la espalda de Daniel y le pareció que estaba despierto. Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, vio los moratones. Le puso la mano en el hombro. Estaba tenso.
—Demyan...
Él cerró los ojos mientras le masajeaba los hombros. Se puso boca abajo y dejó que sus manos lo aliviaran mientras lo besaba en el cuello. Se dio la vuelta y la miró.
—Voy a hacer café.
—Demyan...
Alina no lo entendía. Sabía que se había excitado. Había sido aceptable cuando él iba a enseñarle lo que era el sexo, pero parecía que no lo era en aquel momento. Quería hacer el amor pero, al igual que Demyan, no estaba dispuesta a suplicarle.
—Con dos cucharaditas de azúcar —dijo ella.
Él la besó en la boca.
—Me recuerdas a mí, pero en una versión mucho más agradable —dijo mientras se levantaba.
—No estoy segura de que eso sea un cumplido.
—Pues lo es —se puso los vaqueros— . Será mejor que me vista para no asustar a los que traigan las flores.
Mientras ella seguía acostada, preparó el café. Se alegró de que fuera a venir gente esa mañana porque le hubiera resultado muy fácil volver a la cama y comenzar de nuevo.
Alina le inspiraba muchos sentimientos, pero prefería no analizarlos.
Ella, sin embargo, quería hablar. Y sería más sencillo hacerlo fuera de la cama.
—Demyan... envuelta en una toalla, estaba a punto de bajar las escaleras al piso de abajo, donde él se hallaba con las tazas en la mano, cuando la puerta se abrió y un adolescente airado los miró con ojos acusadores.
—¿Es esta la razón de que no pelees por mí?
—¡Roman! —gritó Demyan mientras las tazas iban a parar al suelo.
Pero su hijo no estaba dispuesto a escucharlo. Se dio la vuelta, después de insultar a Alina llamándola prostituta, y echó a correr.
—¡Roman!
Alina se metió a toda prisa en la habitación y se sentó en la cama. Oyó que la puerta principal se cerraba de un portazo y que Demyan la abría, sin volverla a cerrar, para salir corriendo tras su hijo.
La alarma saltó, y Alina salió disparada a teclear el código. Mientras lo hacía, llegó Libby, que la miró sorprendida al verla envuelta en una toalla mientras su uniforme de camarera estaba tirado en el suelo.
Alina lo recogió y se vistió. Las flores llegaron mientras estaba haciendo la cama.
Trató de dejarse ver lo menos posible mientras la pareja de posibles compradores veía el piso. No había ni rastro de Demyan.
—No han sido muy explícitos —le dijo Libby cuando la pareja se hubo marchado— . En cuanto sepa algo, te lo diré.
—Gracias.
—Alina... —Libby se había dado cuenta de lo incómoda que estaba y trató de tranquilizarla— . Ya está olvidado, no ha ocurrido.
No debía haber ocurrido.
Demyan volvió cuando ella estaba a punto de marcharse, sin importarle si él tenía llaves ni cómo entraría.
Estaba lívida.
—¿Tienes idea de lo embarazoso que ha resultado para mí?
—Alina, era mi hijo...
Ella no estaba de humor para hablar de su vida personal.
—Pues es tan mal hablado como su padre. ¿Cómo se ha atrevido a insultarme?
No estaba dispuesta a ser razonable. Había sido una situación horrible de la que nadie tenía la culpa, pero no tenía ganas de reconocerlo.
—Me voy.
—¿Adónde?
—¿Adónde crees? A mi casa. Pero, claro, no sabes lo que es eso, ya que vas a deshacerte de la tuya.
Se quedó parada esperando a que le dijera que no se fuera, que la llevaba a casa, que llamaba a un taxi... Pero era evidente que Demyan estaba más que acostumbrado a las exigencias silenciosas de una amante enfadada y a no hacerles ni caso.
—Entonces, ¿no te quedas a tomar café?
Ella tuvo ganas de abofetearle.
—Adelante —dijo él al verle los puños cerrados.
Pero en vez de pegarle, soltó un sollozo y salió corriendo.
En el autobús, camino de su casa, Alina se dijo que se lo había buscado mientras recordaba a las mujeres llorosas que había visto el primer día saliendo del hotel.
¿Por qué pensó que sería distinto en su caso? Él iba a marcharse. Lo estaba ayudando a vender su casa. Había sido una estúpida al pensar que las cosas serían diferentes.
Demyan no estaba acostumbrado a sentirse tan inquieto. Cuando debería estar pensando en la conversación que acababa de tener con su hijo, se hallaba tumbado en la cama mirando el techo.
—Ya basta —dijo en voz alta.
No tenía intención de ir a buscar a Alina. Estaba mucho mejor lejos de él. Miró por primera vez el cuadro que ella había colgado. ¿Qué le había hecho a la pared?
¡Bastaba para desanimar a cualquier comprador! Alina había dicho que la habitación necesitaba algún detalle femenino, pero lo que colgaba en la pared era un pezón ampliado.
¿O era un ovario?
Demyan no entendía de arte y apenas se fijaba en los cuadros. Y, si lo hacía, no daba su opinión. Pero esa cosa de la pared le resultaba tan fascinante que se levantó de la cama y se acercó para verla mejor.
¿Cómo podía ser sexy una flor? Pues lo era. Le recordaba el vestido que Alina había llevado. Miró la firma.
Alina.