Capítulo 17
Ella lo pintó con los dedos.
Había sido una luna de miel desvergonzadamente larga. En la última parada, en una isla al norte de Queensland, contemplando la puesta de sol en su último día de viaje, Alina trataba de dar los toques finales a su obra, a su intento de captar en un lienzo al camaleónico Demyan.
El sol le quemaba los hombros. El bebé seguía creciendo dentro de ella.
Demyan observaba su concentración.
—No te muevas —dijo Alina— . No estoy acostumbrada a pintar personas.
—Me aburro —afirmó él al tiempo que miraba su tableta. Tengo una sorpresa para ti— le pasó la tableta.
Ella la miró durante unos segundos. En la pantalla aparecía la princesa que había visto el ático. Llevaba un vestido que Alina reconocería en todas partes; no el vestido, sino la tela. Era la que había pintado, y la lucía un miembro de la realeza.
—Demyan, te he dicho que no quiero que interfieras, que no deseo que me ayudes.
—Quedé muy mal con ellos al retirar nuestra casa de la venta. Para disculparme les envié una tela de la artista por la que la princesa había mostrado su admiración. ¿Crees que se ha hecho el vestido para complacerme?
—Es evidente que le encanta tu trabajo. Anoche recibí una carta suya, muy amable, en la que me sugería que viera el telediario.
—¿Y no se te ocurrió decírmelo? —preguntó ella mientras seguía mirando la pantalla y recordaba el amor que había sentido al pintar las amapolas en aquella tela— . Cuando la pinté, pensé que, si era niña, la llamaría Poppy.
—Ya sabes lo que puedes hacer con esa idea.
—Es un nombre precioso.
—Poppy Zukov es nombre de stripper.
Alina rio, pero después se puso seria.
—¿Podemos elegir ya los nombres o trae mala suerte?
—Podemos, aunque seguramente cambiaremos de opinión cuando nazca.
—¿Sigues queriendo que sea niña?
—Lo dije porque pensé que sería más fácil para Roman si los resultados de la prueba no eran los que esperábamos. Pero ya no tenemos ese problema.
La prueba había demostrado que Roman era su hijo.
—Me da igual lo que sea —le acarició el estómago— . Lo que quiero es que llegue. No tengo preferencias.
—Ya sabes lo que será, ¿verdad? —Demyan sonrió— . ¿Será niño?
—No.
—¿No lo sabes o no será niño? Entonces, ¿va a ser niña?
—Annika.
Demyan le dijo en ruso cuánto la amaba. Y en su hermosa boca se dibujó una sonrisa cuando, Alina, en vez de darle la respuesta habitual, «ya lo sé», le contestó con una verdad que nunca olvidaría:
—Como debe ser.