Capítulo 4
El viernes fue un completo desastre.
Alina se pasó el día esperando que se produjera la explosión de la bomba que había activado.
Sabía que, aunque se habían dado el número de teléfono, Demyan no sería quien la llamaría, sino Elisabeth.
Lo peor era que la llamada no se había producido.
No, lo peor era la promesa que se había hecho a sí misma si las cosas no iban bien.
Alina sacó sus cuadros del armario y trató de alquilar un puesto en el mercado para venderlos, pero desistió al saber lo que costaba.
Sí, había sido un día desastroso, parte del cual lo pasó sentada al ordenador.
No buscaba información sobre Demyan, porque otro nombre la torturaba.
El de su padre.
Alina lo había buscado en Internet con regularidad, hasta ese día sin resultados. Pero allí estaba, en la pantalla del portátil, sonriéndole, al lado de su esposa y sus tres hijas.
Dos años antes, había tratado de encontrarlo sin conseguirlo.
Como su madre se había ido a vivir al extranjero, la necesidad de Alina de ponerse en contacto con su padre se había incrementado y, al final, él había aparecido en la pantalla.
Alina miró aquellos ojos castaños tan parecidos a los suyos.
Ojos bondadosos, pensó, mientras sus dedos volaban sobre el teclado. No quería el apoyo de su padre ni entrometerse en su vida.
Solo quería ser su amiga.
Oyó que la puerta se abría. Cathy, su compañera de piso, llegaba para comer. Alina pulsó rápidamente «enviar».
—Hola —dijo Cathy, que estaba acompañada por su novio, y, por su actitud, un poco molesta por no tener el piso para ellos solos— . Creí que tenías trabajo durante un mes.
Alina no le había dicho que iba a trabajar para Demyan, ya que Cathy no era precisamente discreta.
—No ha salido bien.
—Qué pena. Anímate, ya aparecerá otra cosa.
Alina pensó que no la volverían a requerir de la agencia para otro trabajo. Elisabeth seguía sin llamar.
—¿Te pagarán el día de ayer?
—Lo dudo.
—Bueno, por lo menos, tienes el restaurante. ¿Vas a ir esta noche?
Alina asintió y contuvo la respiración, porque sabía lo que vendría después.
—Van a venir unos amigos, y puede que todavía estén cuando vuelvas.
¡Estupendo!
Cathy celebraba fiestas constantemente, por lo que Alina estaba desesperada por tener un piso para ella sola, y ahorraba todo lo que podía para conseguirlo, aunque los precios en Sídney eran muy elevados.
Tal vez hubiera debido fingir un poco más con Demyan, pensó mientras oía a Cathy y a su novio haciendo el amor.
Demyan.
Se preguntó si estaría muy enfadado.
Peor aún, si se habría encogido de hombros al leer su nota.
Esa tarde, mientras se preparaba para ir a trabajar, seguía pensando en él.
Se puso una falda y una camiseta negras y se recogió el cabello. No se maquilló, ya que el maquillaje apenas le duraba mientras trabajaba en el restaurante. El local era de ambiente informal aunque exclusivo, y el personal era joven. La mayoría eran estudiantes; todos, en realidad, salvo ella.
Se puso unas sandalias y fue a tomar el autobús, ya que aparcar en la ciudad era muy caro.
Antes de comenzar su turno, comprobó si había alguna llamada en el móvil, por si su padre se había puesto en contacto con ella.
No era así.
—¡Anímate! —le dijo Pierre, el director del restaurante, en la reunión que tenía con los empleados para informarles de los platos especiales del día. Y no se lo dijo porque tratara de ser amable— . A los clientes no les interesa si las camareras tienen problemas en su vida amorosa.
¿Su vida amorosa? Aunque Pierre no lo supiera, era un chiste malo. Y, entonces, un día después de haberle escrito la nota a Demyan, Alina supo la verdadera razón por la que había rechazado la oportunidad de su vida.
Por Demyan.
Pero odiaba el enfrentamiento, y no conocía a un hombre tan dispuesto a enfrentarse como él.
Ya eran las nueve, estaba trabajando, y no había conseguido dejar de pensar en Demyan y en las tres mujeres que habían salido de la suite el día anterior.
Llegó a la terrible conclusión de que estaba celosa de todas las que se acostaran con él.
¡Alina! —Pierre la llamó— . Deja lo que estás haciendo y prepara la mesa número cuatro.
Era la mejor y ya estaba ocupada por una pareja, que, claramente molesta, tuvo que levantarse.
—Tengo que cambiarlos de mesa —dijo Pierre. Va a venir Zukov.
Alina se puso blanca como la cera.
—¿Demyan Zukov?
Tenía la esperanza de que fuera Nadia, porque ya había comido allí un par de veces, pero, antes de que Pierre contestara, su sonrisa le confirmó sus sospechas. .
—El mismo. ¡Por Dios! ¡Ya está aquí!
—Pierre... Alina comenzó a hablar, pero ¿qué iba a decirle?, ¿qué no quería servir esa mesa? Pierre la despediría inmediatamente. De todas maneras, lo más probable era que lo hiciera cuando se enterara de que le había mentido a Demyan diciéndole que esa noche había un banquete de boda.
El restaurante se quedó en silencio durante unos segundos al percatarse los comensales de quién había entrado. Después, comenzaron a susurrar muy emocionados.
—Esta es Alina —Pierre los presentó— . Será quien te atienda esta noche, al igual que Glynn, nuestro sumiller.
Alina se obligó a sonreír, a pesar de que estaba muerta de miedo.
—Alina —Demyan frunció el ceño y repitió la primera conversación que habían tenido— . Es un nombre eslavo, ¿no?
Ella fue incapaz de responder.
—¿O es celta? —prosiguió él mientras se sentaba.
—Las dos cosas —contestó ella con voz ronca. Estaba a punto de romper a llorar, pero seguía sonriendo.
—Gracias por recibirme esta noche —Demyan se dirigió a Pierre— . Sé que estáis muy ocupados.
—Nunca para ti, Demyan. Estamos siempre a tu disposición.
—Gracias —Demyan se volvió hacia Alina, que le cantó el menú.
—¿Qué me recomiendas?
Alina se dio cuenta de lo mucho que estaba disfrutando.
En efecto, así era.
Al principio, no la había reconocido. Estaba admirando un trasero y unas piernas morenas cuando ella se dio la vuelta y él constató a quién pertenecían.
A su secretaria desaparecida en combate.
¡Pobrecilla!
Era lo primero que había pensado, pero, en vez de intentar tranquilizarla, se puso a jugar con ella. Se estaba divirtiendo como hacía siglos que no lo hacía.
—La langosta con salsa de mantequilla...
—No —la interrumpió— . Creo que tomaré el solomillo.
Demyan era un buen anfitrión y centró su atención en su acompañante, aunque se burló de Alina un par de veces durante la cena.
—¿Qué ha sucedido con la boda? —le preguntó cuando les llevó el segundo plato. Le indicó con la mirada el vaso de agua, que estaba vacío.
—Han anulado la reserva.
—Mentirosa —respondió él en voz baja mientras la mano temblorosa de ella derramaba el agua al servírsela.
—Lo siento mucho.
—Ya nos veremos luego las caras —dijo él sonriendo.
Y ella lo imitó.
Era su primera sonrisa no fingida aquella noche. Y pensó que, si Hassan no hubiera estado allí, Demyan le hubiera dicho que la pondría en su regazo para darle un azote.
Pero Alina creía que ella no sabía flirtear.
De todos modos, lo hizo.
Aunque estuviera de espaldas, sabía cuándo él la estaba mirando.
Y, cuando se estiró poniéndose las manos por detrás de la cintura y sacando un poco las nalgas, aunque no lo hiciera con intención, lo hizo para él. Era su cuerpo, más que su mente, el que sabía jugar a aquel juego.
Sin embargo, se trataba de un juego peligroso, y lo sabía. Pero, en la que debería haber sido la noche horrible de un día igualmente terrible, se dio cuenta de que tenía ganas de reírse.
Hasta que él se marchó.
Glynn había hecho lo imposible para que Demyan se tomara un coñac después de la cena, pero, ante la consternación general, Demyan y su invitado se marcharon.
Pierre suspiró y recogió la propina antes de que pudiera hacerlo Alina, que se hallaba en un estado de confusión absoluto.
Demyan no le había reprochado su abandono, ni siquiera parecía ofendido.
Al final de la noche, mientras los empleados esperaban a que Pierre repartiera las propinas obtenidas, Alina no pensaba en el dinero, sino en las palabras de Demyan: «ya nos veremos luego las caras».
No era tanto lo que había dicho, sino cómo lo había dicho.
Pierre le entregó el sobre. Ella lo abrió y vio la generosa propina que Demyan le había dejado.
No estaba enfadado.
Agarró el bolso y, aunque generalmente andaba deprisa para tomar el autobús, esa noche se lo tomó con calma y contempló la Opera House mientras disfrutaba de la cálida noche.
Decidió que, por una vez, iba a ser temeraria y, en vez de añadir la propina a sus ahorros, la emplearía en alquilar un puesto en el mercado.
Para ella, eso constituía un acto de valor.
No le importaba malgastar el dinero, sino la idea de mostrar su trabajo artístico y que nadie se detuviera a contemplarlo.
—¡Eh!
Alguien le dio un golpecito en el hombro, y la primera reacción de Alina fue andar más deprisa, no porque tuviera miedo a que fuera un desconocido, ya que había reconocido la voz de Demyan, sino porque su instinto le decía que se alejara de él
—¡Alina! —él la agarró de la muñeca e hizo que se girara.
—Tengo que tomar el autobús.
—No vas a hacerlo.
—Siento lo de ayer.
Él se encogió de hombros.
—Son los nervios del primer día. Estoy acostumbrado. Te espero el lunes.
—No —lo que la aterrorizaba no era tener que vender el ático, sino él y cómo hacía que se sintiera.
—Te llevo a casa.
—La respuesta sigue siendo la misma.
—No voy a repetirlo. Detesto dar la lata.
—Querrás decir «suplicar» —dijo ella corrigiéndole.
—Yo no suplico.
Ella estaba demasiado asustada para acceder.
—Podríamos ir al hotel y hablarlo.
—¡No! No puedo trabajar para ti, Demyan, porque carezco de experiencia.
—Creo que lo harás muy bien —afirmó él, totalmente en serio, mientras la miraba a los ojos. Esos ojos eran la razón de que no la hubiera despedido ni hubiera llamado a la agencia para contarles lo sucedido.
Era complicado vender la casa, y él se había dado cuenta inmediatamente de que Alina lo haría con el cuidado que todos sus recuerdos merecían.
—Cuando no estés segura de algo, habla con Mariana. Y, si te trata mal, dile que se las verá conmigo.
—¿Por qué no le has dicho a la agencia que lo he dejado?
—Porque no ha habido necesidad. De todos modos, te iba a llamar mañana. Me ha parecido que necesitarías un día para tranquilizarte. Pero no ha servido de mucho, ¿verdad?
Alina lo miró a los ojos como no había sido capaz de hacerlo el día anterior, mientras la mano de él agarraba la suya. Sintió su respiración en la mejilla.
—Yo tampoco estoy tranquilo.
Ella se agarró a sus dedos y reprimió un deseo que hasta entonces nunca había experimentado.
Quería tocarlo, que la mano de él guiara la suya a su entrepierna. Era algo que nunca había sentido.
Se le aceleró la respiración.
—Tu nombre significa «brillante» y «hermosa» —afirmó Demyan, sorprendido por el hecho de reconocer que había consultado su significado.
—Significa «luz».
—No en el sitio del que procedo.
Ella se pasó la mano libre por los labios.
Y él sonrió.
—Si te pican los labios es que alguien va a besarte pronto.
—Eso no es verdad.
—Lo es en el sitio del que procedo.
—No me pican.
—¿Eres una mentirosa compulsiva, Alina?
—No me pican.
Ya no le picaban, le ardían. Sentía el calor de la piel de él en la mejilla; sentía, de hecho, las palabras que salían de aquella boca a la que estaba impaciente por unirse. Él buscó la suya, y Alina lanzó un gemido de alivio. Su única experiencia consistía en algunos titubeantes besos y manoseos. Aquel no tenía nada de titubeante: iba directo al grano.
Los labios de él eran suaves y cálidos y, después, se produjo el primer roce delicioso de su lengua. Alina se estremeció y deseó que aquello no terminara nunca.
Demyan llevaba tiempo esperándolo, pero la forma en que Alina le respondió le resultó tan inesperada como su atracción hacia ella.
Trató de detener la lengua de ella con la suya, pero ella no lo entendió. Demyan se dio cuenta de su inexperiencia en cada torpe movimiento, pero, curiosamente, le resultó agradable.
Tan agradable que comenzó a acariciarle un pezón y a desear más.
Pero ¿qué demonios hacía besando a una virgen en medio de la calle?
Estaba seguro de que era virgen. Por fin, consiguió detener la lengua de ella con la suya.
Estaba tan dispuesta y era tan complaciente, pensó. Una estudiante de matrícula de honor. Le metió las manos por debajo de la camiseta y le levantó el sujetador para volver a acariciarle el pezón. La oyó gemir. Era agradable ver cómo ella despertaba al sexo, tan gratificante que quería seguir, pero se contuvo.
Alina le gustaba.
Tal vez más de lo que estaba dispuesto a reconocer, pero, aunque deseaba seguir con aquel examen, aunque continuaba deseando su boca, trató de separarse de ella. Pero Alina se resistió. Y él la siguió besando mientras se preguntaba si debería seguir, si...
—Vamos —dijo apartando la boca de la de ella y sujetándola por las caderas— . Mi chófer te llevará a casa.
Vio la decepción reflejada en sus ojos por haber retirado el ofrecimiento de ir al hotel. Estaba sofocada y excitada, y tuvo ganas de olvidarse de sus escrúpulos.
—Podríamos volver al hotel —Alina se oyó, incrédula, pronunciando esas palabras. Pero las había dicho, y en serio.
—Alina, no me quedaré aquí mucho tiempo.
—Ya lo sé.
—Me marcharé pronto de Australia y no tengo intención de regresar.
—Entiendo.
—No soy la persona adecuada para que adquieras experiencia —Demyan la vio sonrojarse, pero le estaba diciendo la verdad: no era una buena persona, no tenía alma y no miraba atrás— . Te espero el lunes.
La acompañó al coche. Cuando se montaron, Demyan dijo algo a Boris en ruso.
—¿Qué le has dicho? —preguntó ella.
—Que no mire.
Se besaron de forma indecente durante todo el trayecto hasta la casa de ella.
—Eres increíble y demasiado buena para mí —dijo él cuando el coche se detuvo.
Ella estaba pensando que él le había vuelto el mundo del revés.
—¿Celebras una fiesta? —preguntó Demyan frunciendo el ceño al oír música.
—Es mi compañera de piso la que la celebra.
Les ofrecía una excusa para volver al hotel, pero él se resistió.
—Vete a la cama sola y a salvo de este lobo. Lo habremos olvidado todo el lunes.
Ella nunca lo olvidaría.
Alina se bajó y cerró la puerta del coche. Estaba algo excitada y confusa por aquella noche inesperada y, mientras se dirigía a su habitación y comprobaba en el móvil si su padre se había puesto en contacto con ella, se sintió destrozada.