Capítulo 1

 

Por qué había mentido?

Alina Ritchie suspiró, nerviosa, mientras el taxi se aproximaba a un hotel increíblemente lujoso.

Sacó el espejo del bolso por quinta vez desde que el taxi la había recogido en el piso que compartía con Cathy, comprobó su aspecto y volvió a desear que, si poseía el gen de la elegancia, se manifestara ese día.

Hasta aquel momento, no lo había hecho.

Se había puesto su único par de medias y, afortunadamente, no se le había hecho ninguna carrera. El maquillaje casi había desaparecido y, durante el corto paseo hasta el taxi, el aire húmedo del final del verano había comenzado a rizarle el pelo. Trató de alisárselo con las manos.

Ese día, las cosas tenían que salirle bien.

Era la oportunidad que llevaba esperando desde hacía tiempo.

Resuelta a forjarse una carrera segura, y con el consejo, amargo pero sabio, de su madre en mente, había dejado de lado su interés por el arte y se había inclinado por ser secretaria.

Al ver que, en el último momento, vacilaba, su madre le había preguntado cuántos artistas había que no conseguían vivir de su arte. Lo único que Alina deseaba era pintar, pero su repertorio de temas no era muy amplio.

Pintaba flores.

¡Montones de flores! En lienzo, en seda, en papel y en su mente.

—Necesitas un trabajo decente —le había aconsejado Amanda Ritchie— . Todas las mujeres deberían ganar un sueldo. No puedo mantenerte, Alina, y espero haberte educado para no depender de un hombre.

El hecho de que Amanda estuviera a punto de perder su granja de flores acabó por decidir a Alina a entrar en el mundo empresarial, pero también había muchas secretarias luchando por abrirse camino, y Alina era una de ellas.

Su naturaleza introvertida y, a veces, soñadora no encajaba en el activo mundo de la empresa.

Su fuente principal de ingresos era un restaurante en el que servía mesas cuatro o cinco noches a la semana. La noche anterior, justo cuando iba a salir para el trabajo, la habían llamado de una selecta agencia de empleo donde se había inscrito unos meses antes. Sus redondeadas curvas no encajaban en el patrón habitual, por lo que rara vez la llamaban.

¡Salvo cuando estaban desesperados!

Se quedó sorprendida ante lo que le ofrecieron. Habían llamado de un hotel porque necesitaban urgentemente una secretaria para un importante huésped. Las candidatas preferidas por la agencia no estaban disponibles debido a la poca antelación con que se había producido el aviso y a que no estaba claro el tiempo que se necesitarían sus servicios: un par de semanas, probablemente un mes. Por eso habían llamado a Alina.

—En tu currículum pone que has trabajado con inmuebles y propiedades —había afirmado Elizabeth, la entrevistadora de la agencia.

—Así es.

Alina no había mentido del todo.

Simplemente, no había especificado que su única experiencia había sido ayudar a su madre a vender la granja, antes de que el banco se la embargara. Después, Elisabeth le dijo que el cliente para el que trabajaría sería Demyan Zukov.

—Supongo que sabes quién es.

Nadie lo ignoraba. A veces, comía en el restaurante en el que trabajaba Alina, aunque sus caminos no se habían cruzado. La última vez que había estado allí, ella estaba en casa, enferma de anginas, y a su vuelta todo el personal hablaba del famoso cliente.

Alina estuvo a punto de confesar a la entrevistadora que el trabajo le venía grande, pero le resultó imposible dejar pasar la oportunidad de que Demyan figurara en su currículum.

La agencia se encargó de que la firma del contrato se hiciera a toda prisa.

—Todos nuestros clientes son importantes, pero supongo que no tengo que decirte lo importante que es este.

—Claro que no.

Elisabeth estaba demasiado preocupada para ser sutil.

—¿Estás segura de que podrá hacerlo?

—Totalmente.

A pesar de la aparente seguridad de Alina, Elisabeth no pareció muy convencida.

«Podrás hacerlo», se dijo Alina al bajar del taxi y detenerse unos segundos frente al hotel para tranquilizarse.

Sí, ese día todo iría bien, porque si no era así...

Alina respiró hondo y se hizo una promesa.

Si aquello no salía bien, dejaría de intentar sobrevivir como secretaria y reconocería que no estaba hecha para ese trabajo.

Al sentir que le oprimía la falda pensó en que debiera haber continuado con la dieta.

Era el problema de trabajar en un excelente restaurante. El dueño era buena persona y permitía que todo el personal comiera algo del suntuoso menú.

¿Quién podía negarse?

Ella no.

En el fondo, era una chica de campo con buen apetito, aunque ese día debería desempeñar el papel de una eficiente secretaria de ciudad, a la que nada perturbaba.

Ni siquiera Demyan Zukov.

El labio superior comenzó a sudarle cuando se presentó en la recepción del hotel y le pidieron el carné de identidad. El recepcionista le dio una tarjeta para el ascensor que la llevaría a la suite presidencial.

Mientras subía se mareó. Y se sintió aún peor cuando las puertas se abrieron al llegar a su destino y una hermosa mujer, de hermoso pelo negro y con el rímel corrido, entró en el ascensor mientras ella salía.

Alina pensó que sería la que había pasado la noche con Demyan.

Leía muchas revistas del corazón, por lo que conocía perfectamente su decadente estilo de vida.

¡O eso creía!

Mientras recorría el pasillo, una mujer rubia y llorosa se cruzó con ella. Aunque Alina desvió la mirada inmediatamente, pudo ver que tenía un seno desnudo.

Estuvo a punto de dar la vuelta y salir corriendo.

Se dijo que debía comportarse como si ya lo hubiera visto todo.

Al ir a llamar al timbre de la suite, la puerta se abrió y Alina tragó saliva mientras se preparaba para enfrentarse con el legendario Demyan Zukov. Pero quien apareció fue una bella pelirroja que apenas la miro al salir.

Alina estaba acostumbrada a pasar desapercibida. Era una persona anodina, en opinión de Elisabeth, que había añadido que a veces era una ventaja porque algunos clientes pedían mujeres anodinas para no despertar los celos de sus esposas.

—¡Hola! —llamó a la puerta abierta y esperó. Al no obtener respuesta, no supo si entrar o no. Tenía que llegar a las ocho.

Y faltaban dos minutos.

Volvió a llamar.

—Soy Alina Ritchie, de la agencia.

Siguió sin haber respuesta.

Tal vez, dado lo ocupado que había estado esa noche, Demyan estuviera durmiendo.

Alina entró. Aquello era un caos. Había ropa tirada por todas partes, así como platos y vasos con restos de comida y bebida.

—¿Hay alguien? —preguntó.

Se asustó al pensar que iba a encontrarlo muerto en la cama, por sus excesos.

Se reprochó tener una imaginación exagerada, pero, ante lo que veía y con lo que había leído sobre Demyan, era una posibilidad a tener en cuenta.

Intentaba decidir qué hacer cuando la sobresaltó una voz profunda y con acento extranjero.

—Muy bien, ya estás aquí.

Alina se volvió y se preparó no sabía bien para qué. Pero lo que vio no estaba en la lista de posibilidades que su cerebro había confeccionado. Se diría que Demyan se había pasado la noche en el spa, sometido a diversos cuidados para prepararse para ese momento. Como un hermoso fénix surgiendo de las cenizas, su aspecto era exquisito en medio de aquel caos.

Iba divinamente vestido. Su atuendo era lo más cercano a la perfección que Alina había contemplado en su vida. Un traje oscuro realzaba su cuerpo delgado y su altura, y la camisa resplandecía de blancura.

Pero lo que más atrajo la atención de Alina no fue el gris plateado de la corbata, sino que hiciera juego con sus ojos a la perfección. No, no perfectamente, ya que Alina era una experta en tonos y colores.

Nada igualaba sus ojos. Si aquel hombre no le resultara imponente, hubiera podido pasarse la vida mirándolos.

—Soy Demyan.

¡Como si necesitara que se lo dijera!

Alina le estrechó la mano. Captó el olor de su colonia y pensó que se iba a pasar el fin de semana en una perfumería para volver a olerlo: atrevido, limpio y fresco. Nunca había olido algo tan delicioso.

—Me llamo Alina.

Él frunció el ceño levemente.

—¿Alina? Es un nombre eslavo, ¿no?

—No, es celta —contestó ella con voz ronca.

Apenas podía hablar. Estaba fascinada. ¿Dónde estaba la resaca que se suponía que debía tener? Se acababa de lavar la cabeza y de afeitar. Su piel era pálida y suave y no estaba colorada ni llena de manchas como se le ponía a ella solo con beber una copa de vino.

En una segunda y breve inspección, vio que tenía los ojos levemente inyectados en sangre, pero, aparte de eso, nada indicaba que hubiera pasado una noche loca.

Para él, eso era algo habitual, era su forma de vida, pensó ella mientras intentaba seguir hablando.

—En realidad, es las dos cosas.

—¿Las dos? —repitió él. Casi había perdido el hilo de la conversación y necesitaba un café muy cargado. No solía levantarse sin habérselo tomado, pero, como recordó que la secretaria llegaría a las ocho, había optado por ducharse y vestirse primero para trabajar.

El trabajo era su prioridad.

Nunca llegaba tarde ni faltaba a una cita. Controlaba al máximo todos los aspectos de su vida.

No había llegado a la cima por casualidad ni por error.

—Creo que es eslavo y celta. Significa... —se detuvo al darse cuenta de que él estaba distraído. ¿Qué le importaba el significado de su nombre? Simplemente, le estaba dando conversación— . ¿Deseas algo?

—Café en grandes cantidades. Y pide también que venga alguien a ordenar todo esto.

—¿Quieres desayunar? —preguntó ella mientras se dirigía al teléfono para llamar al servicio de habitaciones.

—Quiero café. No hace falta que llames, solo debes apretar el timbre de la cocina del mayordomo.

Ella se sonrojó e hizo lo que le había dicho.

Ni siquiera podía pedir un café correctamente. Aunque había trabajado en hoteles, nunca había estado en una suite presidencial, donde hasta había mayordomo.

Cuando este llamó a la puerta, ella le abrió y le dijo:

—¿Podría traer café y pedir que alguien suba a arreglar la suite?

Tuvo que contenerse para no disculparse por el desorden.

—Desde luego.

Demyan le hizo un gesto para que se acercara a una gran mesa de nogal, donde había apartado una botella de coñac y varias copas para hacer sitio para su ordenador portátil.

—Me he reservado todo el día de hoy para explicarte lo que espero de ti en las próximas semanas. Tengo dos propiedades que quiero vender. Quiero que hables discretamente con diversas agencias inmobiliarias y que selecciones dos o tres, las mejores. Después me entrevistaré con ellos y veré con cuál me quedo.

—Llamaré después y...

—¿Y qué les vas a decir?

Su tono se había vuelto brusco y la miraba con los ojos entrecerrados. Ella se dio cuenta de que había metido la pata.

—En primer lugar, no has visto las propiedades. Lo único que me falta es que la prensa se entere antes de que se lo diga a... —Demyan vaciló. No iba a hablarle de la situación con Roman.

—Solicita información de forma discreta en las agencias y hazme una lista. Entonces, elegiré y hablaré con ellos. ¿Has hecho esto antes? Porque también tengo una granja en la montaña que será difícil vender. Tengo arrendatarios, y no les va a hacer gracia que quiera echarlos. No necesito que alguien sin experiencia haga...

—¿Llevan su negocio desde la granja? —lo interrumpió Alina.

Al ver que Demyan asentía, se tranquilizó: en ese terreno sabía lo que hacía. La granja de su madre había estado a punto de venderse a inversores extranjeros, lo cual hubiera significado que ella habría podido continuar con el negocio. Por desgracia, en el último momento, se vendió a una familia con dinero que quería un sitio en la montaña para pasar los fines de semana.

—Conozco una muy buena agencia inmobiliaria especializada en propiedades agrícolas. Está acostumbrada a tratar con arrendatarios que se niegan a desalojar la propiedad y con inversores extranjeros. Y, por supuesto, me pondré en contacto con otras.

Demyan había estado a punto de decirle que se fuera, pues ni siquiera había sabido pedirle un café. Pero decidió darle otra oportunidad.

—¿Eres de campo?

—Lo era. Aunque ya sabes lo que dicen...

—No, no lo sé.

—Aunque saques a una chica del campo... Es un dicho. Aunque...

Demyan la interrumpió en mitad de la frase. Era el hombre más brusco que había conocido.

—Voy a llamar a los inquilinos.

Alina contempló cómo les daba la noticia sin titubear.

—Quiero reducir mis inversiones aquí —dijo Demyan— . Lo entiendo, Ross, pero he tomado una decisión. Saldrá a la venta lo antes posible.

Alina había pasado por lo mismo, y los ojos se le llenaros de lágrimas al pensar en el inquilino y en todo lo que había perdido con una llamada telefónica.

Oyó que Ross alzaba la voz preguntando a Demyan cómo no lo había avisado antes y, por primera vez, la voz de este manifestó cierta emoción al contestar:

—Lo decidí anoche.