Capítulo 18
Raúl permanecía sentado en el Café del Sol con la música atronándole los oídos y la mirada fija en la pista de baile.
Un viñedo. Un viñedo que, en el caso de que lo vendiera, no le daría ni para pagar el presupuesto del yate durante un año. ¿Continuaría Estelle a su lado para entonces?
En ningún momento había dudado de su propia capacidad para empezar de cero, pero, sobre su relación con Estelle, tenía grandes dudas. Y no soportaba la idea de perderla.
¿Pero sería Estelle capaz de separarse de una familia a la que amaba para irse a vivir con un hombre que, seguramente, no era capaz de amar?
Pero la verdad era que la quería. Y que ella le quería a él.
Raúl había hecho todo lo que había estado en su mano para asegurarse de que eso no ocurriera, y, aun así, allí estaba, mirándole de frente, envolviéndole como una manta en un día sofocante.
Raúl no quería el amor de Estelle, no quería sentirse responsable del corazón de nadie.
Estelle permanecería a su lado, pero los efectos de aquel testamento serían terribles. El imperio estaba dividido. Olía ya la quema que tendría lugar y no quería exponerla a ella.
El teléfono le vibró en el bolsillo, pero se negaba a sacarlo, consciente de que, si veía el nombre de Estelle, se quedaría sin fuerzas para hacer lo que pretendía.
Se acercó a la pista de baile, vio a una prostituta, le pidió una copa y le hizo un gesto. Sacó algo de dinero y, cuando ella abrió el bolso para guardarlo, le hizo su petición:
—Quiero lápiz de labios en el cuello.
No intentó dar ninguna explicación. Ella le dio lo que quería, le besó en el cuello y le dejó la marca de los labios.
—Ahora, perfume —pidió Raúl a continuación.
La prostituta sacó un frasco de perfume barato y le roció con él.
Ya estaba todo hecho. Raúl se levantó y se dirigió hacia su casa.