Capítulo 15
Al día siguiente, volaron temprano sobre las verdes montañas del norte de España, temiendo no poder llegar a tiempo, de modo que, lejos del enfado, hubo alivio cuando Ángela salió a recibirles con una sonrisa de cansancio.
—Adelante, bienvenidos —les saludó con un beso en la mejilla—. Seguro que podremos hacer esto por tu padre. Aunque solo sea por un día.
Raúl asintió y se dirigieron al salón.
Si a Estelle le impresionó lo cambiado que vio al padre de Raúl, para este tuvo que suponer un gran impacto.
—¡Eh! —saludó a su hijo—. Te ha costado venir.
—Pero estoy aquí. Felicidades por tu boda —le tendió a Antonio una botella de champán mientras le daba un beso en la mejilla—. He pensado que podríamos brindar por los recién casados.
—Por fin la he convertido en una mujer honesta —dijo Antonio.
Estelle advirtió que Raúl estaba reprimiendo una respuesta cortante.
—Tu hermano vendrá desde Bilbao esta noche. ¿Os quedaréis a cenar? —la mirada de Antonio contenía un desafío.
—No estoy seguro de que podamos...
—Es inevitable que terminéis encontrándoos. A no ser que boicotees mi entierro. Van a enterrarme aquí —añadió.
Estelle advirtió que Raúl apretaba la mandíbula cuando su padre le decía que aquel era su hogar.
—Voy a preparar las bebidas —le dijo Ángela a Estelle—. ¿Te importaría ayudarme?
Estelle fue con ella a la cocina. Aunque Estelle estaba intentando no perder la paciencia con Raúl, su conducta la enfurecía.
—Será mejor que dejemos que se las arreglen solos —comentó Ángela cuando Estelle se sentó a la mesa—. Pareces cansada.
—Raúl no lleva una vida muy tranquila.
—Lo sé.
Ángela sonrió y le tendió una taza de chocolate y una fuente de cruasanes.
Estelle bebió un sorbo de chocolate, pero le pareció demasiado empalagoso y apartó la taza.
—Puedo prepararte un té —le ofreció Ángela—. A mí me pasaba lo mismo cuando estaba...
Se interrumpió al ver el pánico en los ojos de Estelle y comprendió que no quería que se supiera todavía la noticia. Para Ángela era evidente, no había visto a Estelle desde el día de la boda y, a pesar de su bronceado, estaba pálida y se habían producido en ella algunos cambios sutiles que solo otra mujer podría notar.
—A lo mejor se te ha revuelto el estómago en el viaje.
—No, estoy bien —respondió Estelle, y bebió otro sorbo.
—Me preocupa no volver a ver a Raúl cuando Antonio muera.
Estelle se mordió el labio. Francamente, si así fuera el caso, no podría culparle.
—Para mí es como un hijo —continuó Ángela.
—¿Desde la distancia? —replicó Estelle, incapaz de contenerse.
Tras repetir las palabras que la propia Ángela le había dicho el día de la boda, miró a su alrededor. Vio algunas fotografías de Luka, que parecía más joven que Raúl.
—También hay una fotografía de Raúl —pero Estelle no podía soportar tanta falsedad.
—Vuestro hogar estaba aquí, mientras que Raúl tenía que quedarse con sus tíos y solo veía ocasionalmente a su padre.
—La cosa es algo más complicada.
—No lo creo, dices que para ti es como un hijo, y sin embargo...
—Hicimos todo lo que decían los médicos. Necesito contarte esto, porque, si Raúl se niega a volver a hablar conmigo, hay algo que me gustaría que supieras. Durante los dos primeros años de la vida de Luka, Antonio apenas le vio. Hizo todo lo que estuvo en su mano para que Raúl se recuperara y eso incluyó el mantener a Luka en secreto. El médico decía que Raúl necesitaba estar en un entorno familiar. ¿Cómo íbamos a alejarle de su casa cuando el médico insistía en mantener la mayor normalidad posible?
—Habría sido difícil para él, pero no más que perder a su madre. Él pensaba que su madre había muerto por una discusión que había tenido con ella.
—¿Y cómo íbamos a saberlo nosotros?
—Podrías haber hablado con él. Deberíais haberle preguntado qué le pasaba.
—Raúl no te lo ha contado, ¿verdad?
—Raúl me lo ha contado todo.
—¿Y te ha contado también que estuvo todo un año sin hablar? —observó que Estelle palidecía—. No sabíamos lo que había pasado porque Raúl no podía contárnoslo. El trauma de verse atrapado con su madre muerta...
—¿Cuánto tiempo estuvo allí? —la interrumpió Estelle.
—Toda la noche. Cayeron por un precipicio. Al parecer, Gabriela murió en el acto. Cuando llegaron los médicos, Raúl todavía estaba suplicándole que se despertara. Después de aquello, pasó más de un año sin hablar. ¿Cómo íbamos a arrancarle de su entorno? ¿Cómo íbamos a decirle que tenía un hermano?
—Perdóname... —se disculpó Estelle, y se levantó.
Dio rienda suelta a las náuseas y al llanto en el baño y después intentó contenerse. Raúl no necesitaba un drama en un día como aquel. Así que se lavó la cara, se peinó y salió justo en el momento en que Raúl acababa de abandonar el salón.
—¿Estás bien? —preguntó al verla.
—Sí, claro.
—Mi padre va a descansar un rato. Como has oído, mi hermano viene a cenar esta noche. He dicho que nos quedaríamos, así que tendremos que encontrar la manera de superar la velada sin que terminemos matándonos el uno al otro. Y después... —añadió—, tendré la recompensa por mi conducta.
Sonrió, la estrechó contra él y le susurró al oído unas palabras subidas de tono. Lejos de sentirse ofendida, Estelle sonrió y le contestó a su vez:
—Puedo hacerlo ahora si quieres.
Le sintió sonreír contra su mejilla, un poco sorprendido por su respuesta.
—Puedo esperar. Gracias por el día de hoy. Si no hubiera sido por ti, yo no estaría aquí.
—¿Cómo está tu padre?
—Frágil, enfermo...
—Él te quiere.
—Lo sé, y como yo también le quiero, intentaremos que todo salga bien esta noche.
Pero cuando conoció a Luka, Estelle no estuvo tan segura de que pudieran superar con éxito la velada. Era más que evidente que Luka solo había ido para contentar a sus padres. Ángela estaba poniendo la mesa en el jardín cuando llegó. Estelle le abrió la puerta justo en el momento en que Raúl estaba llegando al vestíbulo.
La cámara no mentía: Luka era como una versión más joven que Raúl. Y también más belicosa.
Apenas les saludó y cuando Raúl le tendió la mano, la rechazó y dijo algo en español.
—¿Qué ha dicho? —le preguntó Estelle a Raúl mientras Luka se alejaba a grandes zancadas.
—Que me ahorre la representación para cuando esté delante de su padre.
—Vamos —le apuró Estelle. Ya habría tiempo de ahondar en ello más tarde.
Raúl la agarró de la muñeca.
—Esta noche te estás ganando el sueldo.
—¿Lo estás haciendo a propósito, Raúl? —la furia asomó a los ojos de Estelle—. ¿Te ayuda el ponerme en mi lugar en una noche como esta?
—Lo siento. Lo que quería decir es que las cosas están muy tensas.
Aquel no era el momento para hablar tranquilamente, de modo que Estelle decidió concederle el beneficio de la duda. Salieron al jardín y se sentaron a la mesa dispuestos a sufrir la que debería haber sido la cena más difícil de su vida. Sin embargo, la velada transcurrió de forma agradable. Aunque hubo cierta incomodidad al principio, la conversación fluía cuando Estelle y Ángela llevaron la comida.
—Jamás pensé que vería este día —reconoció Antonio—. Toda mi familia reunida en la misma mesa.
Y jamás volvería a verlo. Dada su debilidad, era evidente que aquella sería la última vez.
—¿Trabajas en Bilbao? —le preguntó Raúl a su hermano.
—Sí —dijo Luka—, me dedico a las inversiones bancarias.
—Ya había oído hablar de ti. Te estás haciendo un nombre en ese ámbito.
—Y tú también. He oído hablar de tus muchas adquisiciones.
Estelle agradeció a Dios que Antonio estuviera siendo tratado con morfina, porque se limitaba a sonreír y no parecía advertir la tensión que había entre los dos hermanos.
—Así que te dedicas a estudiar —le dijo Antonio a Estelle.
—Arquitectura Antigua, aunque últimamente tengo los estudios muy abandonados.
—Sí, ¿qué ha pasado con tus estudios por Internet? —bromeó Raúl.
—El Café del Sol es lo que ha pasado —Estelle sonrió y Raúl se echó a reír.
—Estar casada conmigo es un trabajo a tiempo completo.
Utilizó las mismas palabras que había usado Estelle al hablar de Gordon. Fue una broma sutil que provocó una oleada de risas, pero sus miradas se cruzaron durante un breve instante y a Estelle le dolió que estuviera diciendo la verdad.
Pensó entonces en la vida que crecía dentro de ella, en aquel bebé que tendría como padres a la pareja más incompatible del mundo.
—Te encantaría San Sebastián —Antonio continuó hablando con ella—. Raúl, deberías llevar a Estelle a conocer la ciudad. Llévala a la basílica de Santa María...
—Seguro que Estelle prefiere ir a bailar. Y, además, hace años que no piso una iglesia.
—Pronto tendrás que hacerlo —le advirtió su padre—. Y deberías compartir los intereses de tu esposa.
Estelle observó agradecida que Raúl daba un trago a su copa de vino en vez de responder con un comentario mordaz al consejo de su padre.
Por muchas ganas que tuviera de explorar aquella maravillosa ciudad, Raúl y ella eran demasiado distintos. Y lo más extraño de todo era que Raúl ni siquiera lo sabía.
Intentó imaginar su futuro: Raúl llegando a casa después de una noche de fiesta y encontrándose con un niño llorando. Recordó el tono amenazador en el que le había advertido que no quería saber nada de hijos y decidió que, mientras aquel contrato estuviera vigente, no le diría nada. Le contaría lo del embarazo cuando estuviera en Inglaterra. Y no habría disculpas de ningún tipo. No iba a permitir que su hijo empezara su vida teniendo que pedir perdón por su existencia.
—Entonces —Antonio continuaba hablando con Estelle—, os conocisteis el año pasado.
—Sí —contestó Estelle con una sonrisa.
—Cuando Raúl me dijo que había vuelto a salir con una de sus ex, pensé que era aquella —chasqueó los dedos—, esa con un hombre tan raro. La única que realmente le gustó.
—Antonio —le regañó Ángela, pero Antonio estaba demasiado sedado como para que le importara.
—¡Araminta! —exclamó de repente.
—¡Ah, sí, Araminta! —Estelle sonrió con cariño a su marido—. ¿Se refiere a esa que intentó seducirte en la boda de Donald?
—Sí, esa —Raúl parecía incómodo.
—Así que llevabais mucho tiempo manteniendo una relación seria —comentó Antonio.
Estelle alzó la mirada y vio la sonrisa en el rostro de Luka.
—¿Cuándo te comprometiste con ella? Recuerdo a mi madre diciendo que pensaba que pronto habría boda, y se refería a Araminta.
—¡Luka! La mujer de Raúl está aquí —le regañó su madre.
—No pasa nada —le disculpó Estelle, pero le ardían las mejillas. Estaba tan celosa como si realmente acabara de averiguar el pasado de su marido—. Si hubiera querido saber el pasado de Raúl antes de casarme con él, todavía estaríamos por sus veinte años.
Debería haberlo dejado ahí, pero sintió las lágrimas desgarrándole la garganta al pensar en la crueldad con la que Raúl había tratado a Araminta, que era alguien que realmente le había importado. Por esa razón, sus palabras sonaron amargas cuando miró a Raúl y le dijo:
—Aunque te olvidaste de decirme que habíais estado comprometidos.
—Nunca estuvimos comprometidos
—¡Por favor! —replicó Estelle.
La carcajada de Antonio los pilló a todos completamente sorprendidos. Antonio miró a Estelle elevando su copa.
—¡Por fin Raúl ha encontrado a alguien que está a su altura!
No fue una larga velada. Antonio se cansó pronto. Cuando volvieron al interior de la casa, Luka se despidió de su padre con cariño, pero le dirigió a Raúl una mirada con la que dejaba muy claro que no necesitaba que le acompañara a la puerta.
Se fueron a la cama. Estelle estaba un poco avergonzada por su estallido.
—Siento haber estallado —se disculpó mientras se desnudaba y se metía en la cama—. No debería haber dicho nada sobre Araminta.
—Has hecho bien. Ahora mi padre cree en nuestro matrimonio.
Raúl pensaba que todo había sido una actuación, comprendió Estelle, pero no había sido así.
Fue muy diferente dormir en casa del padre de Raúl que hacerlo en el apartamento. Incluso el ardor de Raúl parecía haberse atemperado, y, por primera vez desde que se habían conocido, Estelle se puso las gafas y sacó un libro. Era el mismo que estaba leyendo el día que había conocido a Raúl, un libro sobre el primer emperador Qin. Y continuaba en la misma página.
—Léeme las partes más obscenas —le pidió Raúl, y como Estelle no hizo ningún comentario, le quitó el libro y leyó el título—. ¿De verdad te gusta eso? —le preguntó.
—Sí.
Raúl posó la mano en su cintura y comenzó a acariciarla lentamente.
—Deberían oírnos discutir en este momento —bromeó—. Puedes comenzar a preguntar detalles sobre mi pasado.
—No necesito saberlo.
—La época que pasé en Escocia fue increíble —comenzó a decir Raúl de todas formas—. Compartía una casa con Donald y otros amigos. Por primera vez desde la muerte de mi madre, tenía un hogar y un grupo de amigos. Hacíamos locuras, pero lo pasábamos bien. Cuando conocí a Araminta, comenzamos a salir, y supongo que eso fue lo más cerca que he estado del amor en mi vida. Pero en ningún momento estuvimos comprometidos.
—De verdad, no necesito saber nada de eso —se volvió enfadada hacia él—. ¿Te acuerdas del tono en el que le hablaste? ¿Te acuerdas de cómo la trataste?
Miró aquellos ojos negros y se imaginó a sí misma siendo tratada como una mosca molesta.
—¿Entonces debería haberme acostado con ella?
—¡No!
—¿Debería haber bailado con ella cuando me lo pidió?
Estelle odiaba tener que darle la razón.
—En cualquier caso, nunca estuvimos comprometidos. Su padre me despreciaba porque no tenía ningún título aristocrático, así que decidí dar por terminada la relación.
—¿La dejaste por eso?
—Tuvo suerte de que le diera una buena razón —replicó Raúl.
Estelle dejó escapar una bocanada de aire. A veces, Raúl podía ser terriblemente cínico y arrogante. Se concentró de nuevo en el libro, intentando retomar la lectura donde la había dejado, de la misma forma que intentaría retomar su vida al cabo de unas cuantas semanas.
—Deja el libro —le pidió Raúl.
—Estoy leyendo.
—Pues eres la lectora más lenta que he visto en mi vida —bromeó Raúl.
Estelle renunció entonces a fingir que leía, se quitó las gafas y dejó el libro. Raúl se puso repentinamente serio.
—No habría hecho esto sin ti —admitió Raúl—. Ha faltado poco para que no llegara a tiempo —le apartó un mechón de pelo de la cara.
—Pero, al final, has venido.
—Todo esto terminará pronto —la miró a los ojos y Estelle no supo interpretar si lo que temía era que su padre fuera a morir pronto o que ella estuviera a punto de marcharse—. Tú retomarás tus estudios...
—Y tú volverás a tu yate y a disfrutar de todas las fiestas de la costa.
—Podríamos salir en yate este fin de semana —¿estaría empezando a pensar en ella en términos en los que se había jurado no hacerlo?—. Lo pasamos bien.
—Sí, lo pasamos bien —contestó Estelle, pero sacudió la cabeza, porque estaba cansada de huir de la realidad con Raúl—, ¿pero no podemos dejar las cosas así?
No quería estropear aquellos recuerdos. No quería volver al yate y averiguar que lo que habían encontrado días atrás había dejado de existir. Aunque aquella noche, demostró estar ahí.
Raúl le enmarcó el rostro entre las manos y le dio un beso dulce y tierno. Estelle se sintió entonces como si estuvieran de nuevo en el yate. Casi podía oír el sonido del agua mientras Raúl la acercaba a él, la abrazaba y la urgía a unirse a él en una última escapada.
Le besó como si fuera realmente su esposa, como si compartieran y valoraran todos aquellos momentos de dificultad.
Raúl jamás había conocido un beso como aquel. Sentía las manos de Estelle en su pelo, en su boca y en sus labios. Sus cuerpos se fundían y quería retenerla en su cama para siempre.
—Estelle... —estaba a punto de decir algo que no debería, así que optó por hacer el amor.
Recorrió todo su cuerpo con las manos, la besó con pasión y se deslizó dentro de ella. Se miraban el uno al otro mientras Raúl se movía, y ninguno de ellos cerró los ojos.
Estelle podía sentirle crecer dentro de ella, pero ella se estaba conteniendo. No era la llegada del orgasmo la que reprimía en aquella ocasión, sino la necesidad de decirle lo que sentía. Los dos estaban haciendo realmente el amor, aunque ninguno de ellos se atrevía a admitirlo.
Miró fijamente a aquel hombre que le había arrebatado el corazón y presionó sus caderas contra él mientras se desataba en su interior un orgasmo tan intenso que tuvo que aferrarse con fuerza a Raúl. Este cerró los ojos para unirse a ella y después se obligó a abrirlos para contemplar el rubor de sus mejillas y la expresión de placer de su rostro.
Estelle sabía que Raúl se apartaría de ella después de aquel encuentro. Habían llevado las cosas demasiado lejos, en aquel encuentro había habido verdadera ternura.
Con la mirada clavada en su espalda, esperó hasta el amanecer, aguardando el momento en el que la respiración de Raúl se aceleraba, él se despertaba bruscamente de sus pesadillas y hacía el amor con ella, como todas las mañanas. Pero, en aquella ocasión, no llegó.