Capítulo 16

 

Raúl se despertó y esperó que llegara el alivio de haber sido capaz de reprimirse la noche anterior. Pero no llegó. Se volvió en la cama y observó a Estelle. A esas alturas de su relación, ya debería haberse aburrido de ella. Y ella debería estar enfadada con él.

—¿Sabes en qué estoy pensando? —le preguntó a Estelle cuando esta abrió los ojos y sonrió.

—No me atrevería a imaginármelo.

—En que, aquella noche, conocí a la verdadera Estelle. A pesar del vestido y el maquillaje, te reconocí.

Se estaba acercando demasiado a la verdad como para que a Estelle le resultara cómoda la conversación. Raúl siempre había sido fiel a sí mismo. Ella, sin embargo, había ido cambiando a cada momento. Oyó ruidos en la cocina y suspiró aliviada al tener una razón para marcharse.

—Voy a echar una mano a Ángela.

Se levantó de la cama, preguntándose si debería comentarle algo de lo que le había dicho Ángela la noche anterior.

—Ayer estuve hablando con ella...

—Ya hablaremos más tarde —dijo Raúl.

Estelle asintió. La noche anterior ya había sido suficientemente dolorosa.

 

 

—Buenos días —saludó Raúl a Ángela.

—Buenos días —Ángela sonrió—. Acabo de terminar de prepararle el desayuno a tu padre. ¿Tú qué quieres?

—No te preocupes por nosotros —respondió Raúl—. Tomaremos un café e iremos a dar un paseo.

—¿A qué hora os vais?

—No estoy seguro. A lo mejor nos quedamos algún día más.

—Sería estupendo. ¿Por qué no le llevas el desayuno a tu padre y se lo dices?

Raúl obedeció y permaneció en la habitación de su padre durante una eternidad. Estelle y Ángela les oyeron reírse e intercambiaron una mirada de complicidad.

—Me alegro mucho de que puedan disfrutar de estos momentos —dijo Ángela.

Justo en ese momento, entró Raúl en la cocina. Estelle y él salieron a dar un paseo por las montañas que rodeaban la propiedad de su padre.

—¿Habías estado antes aquí? —le preguntó Estelle—. En San Sebastián, quiero decir.

—Un par de veces. ¿Te gustaría conocer la ciudad?

—Hemos venido para estar con tu padre —respondió Estelle, nerviosa.

Temía dejar caer su fachada y terminar admitiendo lo mucho que le gustaría.

—Supongo que sí —respondió Raúl—, pero, si vamos a quedarnos algún tiempo, supongo que a los recién casados también les gustará disfrutar de algunos momentos de intimidad.

—¿No terminarás aburriéndote?

—No, si puedo entretenerme de otra forma —Raúl sonrió y Estelle le devolvió la sonrisa—. Mi padre me ha dicho que les ha contado a mis tíos lo de Ángela y Luka.

—¿Cuándo?

—Ayer, cuando supo que veníamos hacia aquí. No quería que me tocara contárselo a mí.

—¿Y cómo reaccionaron?

—Me ha preguntado que si había oído los gritos desde el avión. Le desearon la muerte, por supuesto. Y él les contestó que no iban a tener que esperar mucho.

Estuvieron caminando durante una eternidad, sin hablar apenas. A Raúl le resultaba cómodo el silencio porque estaba intentando pensar, intentando averiguar si Estelle quería oír lo que estaba a punto de pedirle.

—¿Echas de menos Inglaterra?

—Sí, bueno, echo de menos a mi familia.

—¿Y me echarás de menos a mí?

Estelle se volvió hacia él sin saber qué decir.

—No echaré de menos las fiestas y los restaurantes...

—¿Pero echarás de menos los momentos que pasamos juntos?

—No puedo contestar a eso.

—Claro que puedes —la abrazó—. Tenías razón. Me he perdido muchas cosas...

Era una frágil admisión, Estelle era consciente de ello. Pero no podía seguir negando sus sentimientos durante más tiempo.

—No tienes por qué...

Raúl la besó entonces como si fuera la primera vez. Fue un beso casi adolescente compartido entre las montañas, un beso que no tuvo nada que ver con el sexo. Raúl hundió los dedos en su pelo y palpó su rostro como si estuviera ciego. Y ella estuvo a punto de confesarle su embarazo.

—Raúl...

Raúl la miró a los ojos y Estelle pensó que, cuando la miraba así, podría decirle cualquier cosa. Pero al final se contuvo. Porque un hijo era algo mucho más importante que aquella relación.

—Volvamos a la casa.

Regresaron unidos de la mano y hablando de nada en particular. Eran como una pareja más dirigiéndose hacia la casa familiar. Hasta que, de pronto, Estelle sintió que Raúl le apretaba la mano.

—Ha venido el médico.

Recorrieron a toda velocidad la distancia que les quedaba, aunque Raúl se detuvo un momento en la puerta para recobrar la compostura antes de abrirla. Incluso desde allí se podían oír los sollozos de Ángela.

—Tu padre... —Ángela llegó tambaleante al vestíbulo y Raúl la sostuvo mientras ella lloraba entre sus brazos—, ha muerto.