Capítulo 14
Era una vida que Estelle nunca habría imaginado. Raúl trabajaba más que ninguna de las personas que conocía. Comenzaba la jornada laboral a las seis de la mañana. Por las tardes, llegaba a casa agotado, se daba un baño en la piscina o hacían el amor. O, mejor dicho, tenían relaciones sexuales, porque el Raúl del yate parecía haber desaparecido. Una ducha rápida y se cambiaban para la cena. Cenaban siempre fuera y continuaban la velada tomándole el pulso a la vida nocturna, bailando hasta el amanecer.
—Puedo cocinar yo —sugirió Estelle una noche que estaban sentados en el Café del Sol.
—¿Por qué molestarte cuando a solo unos metros de casa pueden darte todo lo que te apetezca?
Así era como vivía. Para él, la vida era una variada selección de placeres. Pero seis semanas de matrimonio con Raúl, incluso con una semana de vacaciones para visitar a su familia, estaban demostrando ser agotadoras para Estelle. Y eso que ni siquiera trabajaba. O, quizá, se corrigió, trabajara durante veinticuatro horas al día.
Aquel día, Cecilia había tenido la cita con el cardiólogo. Estelle estaba terriblemente preocupada y, aunque intentaba disimularlo, no paraba de mirar el teléfono, esperando noticias.
—¿Qué tal tu nueva asistente personal? —le preguntó a Raúl mientras mordía un delicioso pedazo de carne a la brasa.
—Muy bien. Ángela la preparó muy bien. Pero sin Ángela todo es mucho más difícil —admitió—. Ahora que no está, nos damos cuenta de lo mucho que ha hecho por la empresa.
—¿Cuándo se reincorporará?
—No va a volver. Ha pedido un permiso para cuidar a mi padre. Supongo que, cuando mi padre muera y se descubra todo, no será bienvenida en la empresa.
—En ese caso, solo tendrás que verla en el entierro.
Raúl alzó la mirada. Nunca estaba seguro de si Estelle hablaba en broma o en serio.
—¿Cuándo vas a ir a ver a tu padre? —le preguntó.
—Ha sido él el que ha decidido marcharse de aquí. ¿Por qué voy a tener que...? —cerró los labios—. No quiero hablar sobre eso.
—Ángela ha vuelto a llamar.
—Te dije que no contestaras.
—Estaba esperando una llamada de mi hermano. Hoy han llevado a Cecilia al cardiólogo. He contestado sin mirar —Estelle, incapaz de seguir comiendo, empujó su plato.
—¿No tienes hambre?
—Estoy llena.
—Estaba pensando... —comenzó a decir Raúl—. Este fin de semana hay un estreno interesante en Barcelona. Creo que podríamos ir.
—Raúl... —no podía continuar sin decir nada. No podía seguir durmiendo a su lado sin sentir que le importaba, sin poder dar siquiera su opinión—. Cuando murieron mis padres, yo me sentí terriblemente culpable.
—¿Por qué?
—Por las discusiones que habíamos tenido, por los problemas que les había causado... por todas esas cosas que nos hacen sentirnos culpables cuando alguien muere. ¿Pero por qué preocuparse por algo que uno no puede cambiar cuando hay tantas cosas que sí puedes transformar?
Instintivamente, intentó tomarle la mano, pero Raúl la apartó.
—Empiezas a hablar como una esposa.
—Créeme, no me siento como si lo fuera —respondió ella, mirándole a los ojos.
Justo en ese momento, la sobresaltó el sonido del teléfono.
—Tengo que contestar.
—Por supuesto.
Era Amanda y, como siempre, intentando parecer animada.
—Van a ingresar a Cecilia durante unos días. Está un poco deshidratada.
—¿Y tienes idea de cuándo la van a operar?
—Todavía es demasiado pequeña. La han entubado para poder alimentarla. Y es posible que vuelva a casa con una bombona de oxígeno.
Raúl vio que a Estelle se le llenaban los ojos de lágrimas, pero esta giró rápidamente, intentando ocultarlas.
—Es una luchadora —dijo Estelle, intentando ser positiva, pero cerraba los ojos con fuerza cuando colgó el teléfono.
—¿Cómo está tu sobrina? —le preguntó Raúl.
—Como siempre —no quería hablar de ello por miedo a derrumbarse. Así que esbozó una sonrisa radiante y preguntó—: ¿Adónde vamos ahora?
—¿Adónde quieres ir?
A casa, suplicaba su cuerpo mientras caminaban por las abarrotadas calles. Pero no la pagaban para eso. Había estado enviándole dinero a Andrew. La primera vez le había dicho que era dinero que tenía ahorrado para comprarse un coche. La segunda, que era un préstamo. Después, le había entregado una cantidad de dinero que les permitiría vivir durante varios meses diciéndole que, sencillamente, Raúl y ella querían ayudarles. Así que ya era hora de que se ganara el sueldo.
Pasaron por delante de un local con la música inusitadamente alta y en el que no era fácil entrar.
—¿Qué te parece si entramos ahí?
Cuando Estelle se despertó, la casa estaba en silencio. Eran más de las diez de la mañana y hacía horas que Raúl había ido a trabajar. Se sentó en la cama y, al sentir que la cabeza le daba vueltas, volvió a tumbarse. No tenía la menor idea de cómo podía vivir Raúl de aquella manera. Lo único que sabía era que ella no iba a salir aquella noche.
Que saliera él si quería, se dijo mientras se vestía para salir a comprar.
En Marbella rara vez llovía, pero aquel día, las montañas estaban cubiertas. El aire era espeso, opresivo, y el mercado estaba abarrotado. Estelle compró unos tomates y estaba decidiendo entre comprar cordero o ternera cuando, al pasar por una pescadería, tuvo una arcada. Intentó continuar caminando e ignorar el pensamiento que acababa de asaltarla.
No podía estar embarazada. Tomaba la píldora todos los días. O, por lo menos, lo intentaba.
Cambió rápidamente de dirección para dirigirse hacia la farmacia mientras iba haciendo cuentas mentalmente y rezando para estar equivocada. Menos de media hora después, descubrió que estaba en lo cierto.
Raúl no llegó a casa hasta después de las siete y, cuando lo hizo, le recibió la fragancia del pan horneado y la vista de Estelle en la cocina.
—¿No crees que estás llevando el papel de esposa demasiado lejos? No tienes por qué cocinar.
—Me apetecía hacerlo —respondió Estelle—. Me gustaría quedarme una noche en casa, Raúl.
—¿Por qué?
—Porque sí —le miró con el ceño fruncido—. ¿Es que tú nunca paras?
—No —admitió Raúl. Se acercó para darle un beso—. ¿Estás bien?
—Sí, ¿por qué?
—Esta mañana no te has despertado cuando me he ido, y ahora pareces tensa.
—Estoy preocupada por mi sobrina —respondió.
Se apartó de él y colocó dos filetes en la parrilla. Se sentía curiosamente distante. Después de haberse hecho la prueba del embarazo, se había puesto a hacer pan, como hacía siempre que no quería pensar. Y, aquella noche, no era capaz de seguir representado su papel.
Llevaron la cena a la terraza y allí disfrutaron de la ensalada de tomate, la carne y el pan que había horneado, observando la tormenta que se acercaba.
Estelle quería regresar a su casa. Necesitaba una tregua. Y quería estar lejos de Raúl antes de que empezara a notarse el embarazo.
No podría decírselo nunca. Por lo menos, a la cara. No soportaría ver mudarse su rostro. No soportaría las acusaciones que le lanzaría al descubrir que no podía confiar en ella.
—Hoy he hablado con mi padre —anunció Raúl.
Estelle desvió la mirada de la tormenta para mirarle.
—Me ha pedido que vaya pronto a verle.
—Supongo que serás capaz de comportarte de manera civilizada durante un par de días —le dijo Estelle—. Sí, tu padre tuvo una aventura, pero es evidente que era algo importante para él. Después de todos estos años, todavía siguen juntos.
—Una aventura que provocó la muerte de mi madre. Y por culpa de sus mentiras, he estado culpándome durante años —apartó su plato.
Raúl la miró con los ojos cargados de tristeza y confusión en un momento en el que lo único que ella deseaba era estar lejos de él, en el momento en el que menos necesitaba que confiara en ella.
—La noche que mi madre murió, yo había discutido con ella. Se había perdido mi función de Navidad, como se perdía otras muchas cosas. Cuando llegué a casa, la descubrí llorando. Me dijo que lo sentía, ¿y sabes cuál fue mi respuesta? Le contesté que la odiaba. Aquella noche, me levantó de la cama cuando estaba durmiendo y me metió en el coche. Las montañas cambian mucho en medio de una tormenta. Y aquella noche estuvimos recorriéndolas —le explicó Raúl—. Yo no sabía lo que estaba pasando. Creía que estaba enfadada conmigo. Le dije que lo sentía, que condujera más despacio...
Estelle ni siquiera era capaz de imaginar tamaño terror.
—El coche patinó y caímos montaña abajo por un acantilado. Cuando mi padre regresó de uno de sus supuestos viajes de trabajo, se encontró con que su mujer estaba muerta y su hijo estaba en un hospital. Entonces, decidió no contar a nadie los motivos por los que había estado fuera.
—¿Nadie sospechó de su relación con Ángela?
—Jamás. Sencillamente, dedicaba cada vez más tiempo al hotel de San Sebastián. Al cabo de unos años, cuando Luka creció, Ángela comenzó a venir cada vez con más frecuencia a Marbella. Teníamos hasta un piso para ella en el que vivía durante la semana.
—Tu padre tenía dos hijos de los que ocuparse. A lo mejor esa era la única forma de hacerlo.
—¡Por favor! —se burló Raúl—. Estaba con Ángela cada vez que tenía oportunidad y a mí me dejaban con mis tíos. Si hubiera querido tener una verdadera familia, la habría tenido. Eligió esa vida y su decisión causó la muerte de mi madre.
—¿Entonces ya eres consciente de que no fue culpa tuya?
—Me culpé durante años de su muerte. Pensaba en las cosas tan terribles que le había dicho...
—Solo eras un niño...
—Sí, ahora lo entiendo. Mi madre murió dos días después de que Luka naciera. Ahora sé que mi madre pretendía ir a San Sebastián para enfrentarse a ellos.
—En medio de una tormenta y con un niño de cinco años en el coche.
—Sí, en aquel momento, yo pensé que estaba intentando matarme.
—Era una mujer enferma, Raúl.
—En aquel momento, no habría estado mal saberlo. Y también que no habían sido mis palabras las que la habían hecho salir huyendo en medio de la noche.
—Por lo que dices, parece que estuvo enferma durante mucho tiempo. Supongo que fue una época difícil para tu padre... Él ahora lo único que busca es paz.
—Todos queremos paz.
Por un momento, pensó en continuar hablando, pero, al final, se levantó y se dirigió hacia la puerta de la terraza.
—Me voy. No me esperes despierta.
Estelle no quería que saliera de tan mal humor y le siguió al salón, aun a sabiendas de que no quería su consejo.
—Raúl, no creo que...
—No te pago para que creas nada.
—Estás muy afectado.
—¡Y ahora me dice lo que estoy sintiendo!
—No, ahora te recuerdo que leí el contrato antes de firmarlo. Si crees que vas a salir a hacer lo que hacías normalmente, me iré a mi casa en el próximo avión que salga —vio que tensaba los hombros, pero continuaba dirigiéndose hacia la puerta.
—¡Espero que la música esté suficientemente alta, Raúl! —le gritó.
—La música nunca está bastante alta.
Se oyó un crujido procedente de la tormenta y las puertas del balcón se abrieron bruscamente. Raúl se volvió en ese momento y Estelle vio el infierno en su mirada. No le había contado todo, comprendió, pero, aun así, tampoco ella necesitaba que lo hiciera en aquel momento.
Raúl caminó a grandes zancadas hacia ella y, por un momento, Estelle comprendió su necesidad constante de distracción, porque también ella la necesitaba en aquel momento. Estaba embarazada de un hombre del que estaba enamorada, pero que era incapaz de amarla. ¡Cuánto bien le haría poder olvidarlo!
Le dio la bienvenida a sus labios, quizá por última vez. Su beso fue tan fiero que podría haberle hecho sangrar. Pero, aun así, no fue suficiente. Raúl la tumbó en el suelo, pero ni siquiera aquello bastó. Allí, bajo su cuerpo, no había problemas, solo el impacto de su peso.
Raúl se bajó la cremallera del pantalón y comenzó a subirle la falda. Ella le besaba como si sus labios pudieran salvarlos a ambos. Las puertas del balcón estaban abiertas y la lluvia les empapaba, pero no conseguía apagar su fuego.
Raúl le había enseñado muchas cosas sobre su cuerpo, pero, en aquel momento, Estelle aprendió una más: lo rápido que podía llegar a excitarse.
Raúl llegó al orgasmo antes incluso de estar dentro de ella; Estelle pudo sentir la cálida humedad contra su sexo. Ella jadeó mientras Raúl se hundía dentro de ella y se aferró a él como si le fuera en ello la vida. Cada una de sus embestidas se encontraba con su propia desesperación. Fue un encuentro rápido y brutal y, aun así, nunca habían estado tan unidos.
Raúl alzó la cabeza respirando con dificultad. Estelle abrió los ojos y se encontró frente a un hombre diferente.
—¿Vendrás a verlos mañana conmigo? —era una pregunta, no una orden.
—Sí.
Y Estelle sintió algo terriblemente cercano al amor.