Capítulo 14

 

CUÁNDO te diste cuenta de que me amabas? –le preguntó Libby mientras entraban en casa de él.

–No he dicho que te ame.

–Por favor… Dímelo, ¿cuándo?

No estaba acostumbrado a las mujeres como ella, pero tampoco estaba acostumbrado a sonreír y estaba sonriendo mientras ella recorría su casa. Sonrió cuando ella miró en su estantería y supo que estaba molesta porque su… cosa no estaba allí. Ella miró en el dormitorio y tampoco estaba allí.

–¿La limpiadora lo ha cambiado de sitio?

–¿El qué? –preguntó él haciéndose el tonto.

–No puedo creerme que te hayas deshecho del primer regalo que te hice. Yo conservo la servilleta de nuestra primera cena.

–¿De verdad?

–Sí. También he secado tres de las flores que me regalaste y…

Ella rebuscó en el bolso y sacó una pequeña pastilla de jabón muy exclusivo.

–Es de mi cuarto de baño.

–Lo sé. Abrí un cajón y me lo llevé. Quería un recuerdo de nuestra… única noche –ella estuvo a punto de dar una patada en el suelo–. Eres el hombre menos sentimental del mundo.

–Tienes algo para ti en la cocina.

Ella sonrió y, por primera vez en su vida, fue corriendo a la habitación de la que solía salir corriendo. Había una caja encima de la mesa.

–Me has traído un regalo.

–Lo compré en Rusia y me lo envolvieron, pero me lo abrieron en la aduana. El lunes iba a pedirle a Cindy que volviera a envolverlo. Como verás, lo intenté yo…

Tenía más cinta adhesiva de la que cabía en una caja y ella comprendió que no había comprado y envuelto muchos regalos en su vida.

–¿Puedo abrirlo?

–Hazlo.

Daniil estaba tan nervioso como lo había estado ella mientras él abría su regalo y se dio cuenta de que las cosas como esas eran importantes, de que elegir algo para la persona amada significaba que también querías que ella la amara.

–No hay tiendas de regalos en el sitio de donde vengo y no quería comprarte algo en el aeropuerto –le explicó en un tono tenso y muy raro en él mientras ella lo abría–. La esposa de Sergio conocía a un soplador de cristal muy experto. Vi cómo lo hacía.

A ella le temblaban las manos mientras abría la caja y vio la… cosa para ella. Era una bailarina de ballet de cristal con ojos azules y una sonrisa de oreja a oreja.

–¡Además tiene un agujero en la cabeza para ponerle una flor! –exclamó Libby con entusiasmo–. Me encanta, es el mejor regalo que me han hecho y tenías que amarme en ese momento…

–Es posible –concedió él–. También es posible que te amase un poco antes.

Daniil la llevó al cuarto donde no la había dejado entrar. Libby abrió la puerta, como él había abierto la puerta del dormitorio de ella, y entró en su espacio vedado.

–Lo has conservado.

Ella sonrió porque, después de haber mirado todo el gimnasio, miró hacia una estantería y vio la brillante porcelana. Dejó la bailarina de cristal a su lado y comprendió que allí estaba su sitio, junto a las únicas posesiones que le importaban a él. Tomó la foto y Daniil se quedó detrás de ella para mirar esa foto de cuatro muchachos.

–Parecéis hermanos –comentó ella porque todos tenían el pelo moreno, la piel muy blanca y unos ojos serios.

–Lo sé, pero solo Roman y yo somos familia. Ni siquiera sabía que tenía la foto cuando vine. Roman debió de meterla en mi maleta. Hice copias y se las mandé, pero, naturalmente, nunca las enviaron. Mis padres intentaron tirar estas, pero Marcus las rescató y las conservó para mí.

–No son tus padres –Libby lo dijo por fin–. No se merecen ese nombre.

–No te reprimes, ¿verdad?

–Lo intentaré…

–No te reprimas jamás –la interrumpió él mirando la foto–. Ese es Sev –añadió señalando a un chico de aspecto serio.

–¿El que te escribió la carta? –preguntó Libby.

Él asintió con la cabeza.

–Lo encontrarás.

–Es posible.

–Entonces, ese tiene que ser Nikolai.

Se hizo un silencio y él pasó un dedo por la imagen de una joven vida perdida.

–Sí –contestó Daniil con la voz ronca.

–¿Cómo se ahogo?

–Lo encontraron en un río. Se escapó porque estaban abusando de él –Daniil cerró los ojos un rato y volvió a abrirlos–. Y también está Roman –le dio tiempo para que intentara adivinar cuál de los dos gemelos era–. No sabrás distinguirnos, nadie ha podido.

–Yo sí puedo –ella señaló al chico de la izquierda–. Ese eres tú.

–Chiripa –replicó Daniil–. Mira esta.

Él bajó la otra foto y ella miró a los dos chicos serios con el pelo moreno y los ojos grises. La habían tomado antes de que tuviera la cicatriz, pero volvió a acertar.

–¿Por qué lo sabes?

–Sencillamente, lo sé. Supongo que eso es el amor.

Él volvió a dejar las fotos junto a la carta y a ella le pareció que la… cosa sonreía como si dijera que las protegería.

–Vamos –dijo él.

Esa vez, fueron a su dormitorio de la mano y mientras entraban en el amplio espacio ella recibió la respuesta a otra pregunta que tenía. Se quedó quieta mientras oía que el Big Ben daba las doce campanadas. Sintió un estremecimiento. Esa habitación que le había parecido vacía estaba llena de un sonido hermoso y conocido y se preguntó cómo había podido pasarlo por alto la primera noche. Daniil vio que abría la boca y que fruncía ligeramente el ceño y supo la pregunta que iba a hacerle antes de que la hiciera.

–Puedes oírlas en una noche tranquila –comentó él–. Cambié el cristal para que pudiera oírlas de vez en cuando. Me gusta cuando me despierto o voy a dormirme.

–Sí eres un sentimental.

–Lo soy –reconoció Daniil–. Y la respuesta a tu pregunta es las nueve de la noche.

–¿Cómo dices? –preguntó Libby con el ceño fruncido.

–El reloj dio las nueve quince horas después de que entraras en mi despacho y quince minutos después de que salieras de mi casa, y supongo que ya estaba enamorado de ti porque llamé a Cindy para que cancelara todo lo que tenía esa mañana para trabajar en tu plan de negocio. ¿Cuándo te diste cuenta tú de que me amabas? –preguntó Daniil con curiosidad.

–¿Qué hora era, señor Lobo?

Daniil frunció el ceño.

–Las seis –contestó Libby con sinceridad.

Lo supo en cuanto lo vio.