Veinticuatro

Todos gritaron al mismo tiempo.

—¿Jerry?

—¿Qué?

—No.

—Imposible.

El alboroto fue en aumento, pero Allie guardaba un silencio absoluto. La noticia había sido como una ola que la golpease. Una ola que estaba a punto de llevársela mar adentro.

¿Era Jerry? ¿El amable y jovial profesor amante de la ciencia?

La mente de Allie se negaba a aceptarlo.

Pero entonces, al otro lado de la sala, vio a Isabelle. El dolor que había en su rostro era tan crudo que la leve esperanza que le había proporcionado el escepticismo a Allie se evaporó al instante.

Isabelle era una persona prudente. No estaría así de atormentada de no haber estado segura de la noticia.

Le dolía el estómago como si alguien le hubiese dado un puñetazo.

Se acordó de Jo, rubia, alegre y llena de vida, señalando a Jerry:

«¿No te parece atractivo?».

Jerry había abierto la verja aquella noche. Fue Jerry el que condujo a Jo hasta su asesino.

Confiábamos en él, pensó. Y él ayudó a que la mataran.

Necesitaba sentarse. En aquella habitación no quedaba oxígeno. Era asfixiante. Estaba mareada.

Notó su propio pulso en los oídos, demasiado fuerte. Aquello no podía ser bueno.

«No te matará…», le había dicho Zoe sobre el pánico, pero en aquel momento Allie casi deseó que lo hiciera.

¿Cómo iba vivir en un mundo en el que podía suceder algo así? Un mundo en el que alguien podía fingir ser buena persona y luego cometer actos terribles.

¿Cómo se puede vivir aquí?

El mundo es un lugar inhabitable. Lleno de monstruos.

Se secó una lágrima que le rodaba por la mejilla. Empezaba a costarle respirar y sabía que si no se calmaba, si permitía que el pánico se apoderara de ella, sería solo una carga para los demás. Tenía que controlar el dolor. Canalizarlo para hacer con él algo positivo.

Enfrente Raj seguía hablando, y Allie se obligó a escuchar. El jefe de seguridad estaba diciendo nombres y asignando ubicaciones. Le pareció una escena lejana, como si todo aquello le estuviese pasando a otra persona. Las palabras se fundían unas con otras, igual que en un idioma desconocido.

Entonces Raj terminó y todos empezaron a moverse; Allie no estaba segura de adónde tenía que ir. Alguien le tocó el brazo y, cuando miró hacia arriba, vio los ojos azules de Sylvain que la observaban preocupados.

—Perdona —dijo ella recuperando la compostura—. ¿En qué equipo…?

—Estás conmigo y con Zoe. —Su voz afrancesada sonó baja y con una calma forzada—. ¿Estás bien?

Ella se enderezó y asintió rígidamente para demostrar que estaba bien, aunque no lo estaba en absoluto.

—Estamos seguros de que está en el edificio o muy cerca de aquí —dijo Raj—. Pero no sabemos exactamente dónde. Por eso necesitamos que lo busquéis planta por planta y estancia por estancia. Los guardias ya lo están haciendo, pero vuestro trabajo es ayudarles. Seréis ojos y oídos adicionales.

Alguien abrió la puerta y corrió un poco de aire fresco. Allie intentó inspirar profundamente, pero sus pulmones no cedieron.

—Coged un walkie-talkie a la salida. —Raj alzó la voz por encima del murmullo de las conversaciones—. Si veis algo sospechoso, informad inmediatamente. No os impliquéis.

Los alumnos empezaron a desfilar y a recoger el aparato antes de salir. Raj los llamó:

—Y recordad: no intentéis atraparlo por vuestra cuenta, bajo ninguna circunstancia.

Más tarde, Allie no recordaría haber abandonado el despacho. Todo lo que sabía era que de repente iba caminando entre Zoe y Sylvain por el amplio vestíbulo principal, con la furia creciendo poco a poco en su interior.

Jerry tiene que pagar.

El colegio parecía extrañamente vacío, habitado solo por las oscuras siluetas que habían salido del despacho de Isabelle y se habían desperdigado, sigilosas como espectros, por todas las plantas de aquel edificio lleno de recovecos.

El movimiento había calmado los nervios de Allie. El metódico proceso que los aguardaba y el objetivo final le infundieron fuerzas. Ya respiraba con normalidad.

La rapidez era fundamental; no había tiempo para ponerse el equipo de la Night School. Allie sentía bajo los pies el suelo frío e irregular de madera pulida. Iba descalza, igual que Zoe. Les había tocado inspeccionar la planta baja del edificio principal. Mientras caminaban, Sylvain le explicó en susurros lo que se había perdido. Los guardias ya habían inspeccionado aquella zona, de modo que ellos tres solo tenían que repasarla. Era casi seguro que Jerry no estaba allí. Los alumnos que no pertenecían a la Night School estaban en la sala común, así que pasaron de largo hasta la siguiente sala, el comedor.

De común acuerdo, Sylvain tomó la delantera. Agarró el picaporte, y Allie y Zoe se colocaron a ambos lados de la puerta.

El ritmo cardíaco de Allie se aceleró. Sus músculos se tensaron. Estaba lista.

La puerta se abrió sobre sus silenciosos goznes.

Dentro, el vasto comedor estaba en penumbra, únicamente iluminado por la luz de la tarde, que entraba a través de los gigantescos ventanales que había en una pared distante. Las mesas redondas estaban desnudas y las pesadas sillas dispuestas con esmero.

Se dispersaron; Sylvain fue hacia la izquierda y Zoe hacia la derecha.

Allie caminó con cautela por el medio de la enorme sala. Allí no había dónde esconderse. No había armarios, ni cortinas. Estaba claramente vacía.

Se agachó y miró debajo de las mesas. No vio más que patas de madera.

Volvió a incorporarse. Los tres jóvenes intercambiaron miradas. Zoe señaló hacia el fondo de la estancia, donde estaba la puerta de doble hoja que daba acceso a la cocina. Sylvain hizo un gesto afirmativo con la cabeza y fue rápidamente tras Zoe. Allie los siguió.

Intentaba imaginarse qué haría si encontraba a Jerry; era el mejor de los instructores. Estaba muy preparado. Era musculoso. Letal.

Y era su profesor.

¿Cómo iba a luchar contra él?

Pues luchando, decidió con fría determinación.

Aunque la idea le ponía los pelos de punta.

En esta ocasión Zoe entró de primera, pasando entre las puertas con un salto preciso y atlético.

En un rincón había unos lavavajillas de tamaño industrial. Las enormes neveras zumbaban. Allí tampoco había nadie.

Inspeccionaron los armarios bajos y miraron debajo de una gigantesca mesa de carnicero. Nada.

Sylvain levantó una ceja y Allie asintió.

La siguiente habitación del pasillo era el salón de actos.

Le tocaba a Allie entrar la primera. Antes de agarrar el pomo de la puerta, esperó a que los otros tomaran posiciones. Sintió el metal frío entre los dedos, pero el pomo giró fácilmente. La puerta se abrió sin el menor ruido.

Aquel elegante salón de baile podía albergar a varios cientos de invitados. Era fácil imaginárselos por allí, danzando sobre el suelo de roble pulido, bebiendo champán y riendo. Sin gente, el salón tenía un aspecto hueco y fantasmagórico. Allí no había ventanas, y el fondo de la estancia estaba en penumbra.

Allie sintió una presión en el pecho.

Los jóvenes se separaron nuevamente bajo las pesadas luces metálicas que colgaban del techo. Cuando estaban encendidas resplandecían como miles de velas. Ahora eran frías y oscuras.

La sala carecía totalmente de mobiliario, lo que facilitó la búsqueda. Caminaron al mismo ritmo a lo largo de todo el salón de baile. Allie notó, bajo los pies descalzos, lo suave y limpio que estaba el suelo, como si lo barrieran cada día aunque no se utilizara.

Al fondo de la sala había sillas amontonadas, y habían apartado unas cuantas mesas a un lado, a la espera de la siguiente celebración. En perfecta sincronía, los tres se agacharon a mirar debajo.

Nada. Ni una pelusa.

Allí no había nada parecido a un armario. No había dónde esconderse. De modo que, al llegar a la pared del fondo, giraron sobre sus talones al mismo tiempo y salieron sin mediar palabra.

El pasillo estaba en silencio. No había movimiento.

La siguiente puerta era un armario de limpieza que Allie no recordaba haber visto nunca. Contenía mopas, cubos y algunos productos, y a Allie le recordó con inquietud al lugar en el que se había escondido aquella noche con Mark, en la escuela de Brixton Hill, cuando fueron arrestados. Aquel hecho la había conducido hasta allí, hasta aquel día. Hasta aquel preciso instante.

Una milésima de segundo que lo había cambiado todo.

¿Y si no hubiese ocurrido?, se preguntó mientras volvían a cerrar la puerta. ¿Qué habría pasado si no hubiese ido a hacer grafitis al colegio aquella noche? ¿Dónde estaría yo ahora?

Pero no había tiempo de preocuparse por eso. Se estaban aproximando a la última puerta del pasillo: la biblioteca.

A aquellas alturas ya tenían la rutina aprendida. Allie y Zoe flanquearon la entrada. Cuando estuvieron en posición, Sylvain dio un paso adelante y agarró el picaporte.

Todos oyeron un ruido al mismo tiempo. Un débil choque. Ahogado por la gruesa puerta de madera, se oía a alguien agotado o haciendo algún tipo de esfuerzo.

El momento pareció congelarse en el tiempo. Allie notó cómo el cuerpo de Sylvain se tensaba. Junto a ella, Zoe frunció el ceño y torció la cabeza a un lado, pequeña pero alerta, como un pájaro a punto de echar a volar.

Entonces Sylvain se tiró contra la puerta con el hombro por delante y se precipitaron en la biblioteca.

Al principio, bajo la tenue iluminación, no vieron más que aquel laberinto de estanterías, que se alzaban como torres sobre ellos y se extendían en todas direcciones. Allie empezó a moverse, pero Sylvain les cortó el paso a ella y a Zoe con el brazo. Se quedaron quietos durante un segundo. Entonces volvieron a oírlo. Carne contra carne, una respiración costosa, un llanto reprimido. El ruido sordo de algo al caer.

—Por ahí. —Zoe señaló con decisión hacia el otro lado de la sala.

Echaron a correr, esta vez juntos. Casi habían llegado a la mitad de la biblioteca cuando descubrieron a Eloise y a Jerry. Estaban justo fuera de las salitas de estudio; de hecho, una seguía abierta y la luz y el color se colaban por la pequeña puerta disimulada.

Estaba escondido ahí, comprendió Allie, aturdida.

Los dos peleaban de modo brutal. A Eloise se le había soltado el cabello largo y oscuro de la pinza y le caía sobre la esbelta espalda. Le propinó una patada a Jerry en el cuello. El golpe fue certero, pero él reaccionó rápidamente, esquivó el pie de Eloise con una facilidad pasmosa y se irguió con el puño en alto.

Jerry dijo algo que Allie no alcanzó a oír y Eloise giró, con los codos hacia afuera, como picos. Esta vez no erró y lo golpeó con fuerza en el pecho. Jerry se dobló de dolor, pero logró echarse a un lado antes de que ella pudiera darle un puñetazo en la cara.

Y en ese momento, Jerry los vio.

Allie advirtió cómo Jerry los recorría con la mirada y pensó que, por un instante, una sombra de arrepentimiento había asomado a sus ojos.

—Atrapadlo —dijo Sylvain.

Los tres se precipitaron al otro lado de la habitación. Zoe, que siempre era la más rápida, llegó hasta Jerry primero y le lanzó una patada seca y certera en la parte baja de la espalda, pero el profesor la esquivó y se la quitó de encima fácilmente.

Eloise abrió los ojos como platos al comprender qué estaba sucediendo.

—¡Marchaos! —gritó.

La presencia de los adolescentes la había distraído, lo que había hecho ganar algo de tiempo a Jerry. Este se movió velozmente, levantó como si nada una mesa de estudio que había allí al lado y la tiró con una fuerza tal que, al llegar al suelo, se rompió en mil pedazos.

Pedazos que salieron disparados. Una astilla salió volando y golpeó a Allie como metralla. Le hizo un corte en el muslo, pero ella ignoró el pinchazo y se dio la vuelta en busca del profesor de Ciencias. Había desaparecido.

—¡Por aquí! —gritó Eloise, mientras corría hacia la parte trasera de la biblioteca.

Detrás de ella, Allie oyó a Sylvain hablando vehementemente.

—Venid a la biblioteca. ¡Ahora! ¡Ahora! —Los nervios hacían que se le marcara más el acento, y Allie tardó unos segundos en entender que estaba hablando por el walkie. Se le había olvidado que ella también llevaba uno.

Corrió por entre los estantes siguiendo la voz de Eloise y con el corazón martilleándole las costillas. Había perdido a Zoe después de lo de la mesa, pero solo había tiempo de correr.

Cuando salió del laberinto de estanterías al espacio abierto que había en la parte de atrás de la biblioteca, oyó la voz grave y tensa de Eloise.

—Me lo robaste todo —decía—. Todo lo que me importaba. Haré que pagues por ello, aunque me lleve toda la vida.

Estaban junto a la puerta trasera. Eloise bloqueaba la salida a Jerry con su propio cuerpo. Zoe iba de acá para allá, como una mosca, esperando un momento de debilidad para intervenir. Los dos adultos la ignoraban.

Sylvain, que estaba en frente de Allie entre las sombras, lo observaba todo atentamente.

Eloise era su profesora. E instructora de la Night School. Esta jugada le pertenecía.

Jerry concentraba toda su atención en Eloise. No parecía enfadado o resentido, sino arrepentido.

—Lo siento mucho, Ellie —dijo Jerry—. Yo no quería que pasara esto.

—Y una mierda —le escupió Eloise—. Escogiste a Nathaniel antes que a mí. Todo lo que dijiste era mentira.

El profesor negó enérgicamente con la cabeza, ya no intentaba cruzar la puerta.

—No, no, no. Te quería de verdad. Te quiero. Todo lo que dije era cierto.

En aquel momento, al verlo distraído, Zoe lanzó con todas sus fuerzas una patada voladora al cogote de Jerry.

Pero aquella llave se la había enseñado él. Y también les había enseñado a defenderse de ella.

Jerry se giró, le devolvió una patada poderosa y, antes de que Zoe pudiera recuperar el equilibrio, le asestó un puñetazo en la mandíbula. El golpe produjo un crujido espantoso.

El cuerpo de Zoe salió volando por los aires y fue a estrellarse contra una mesa antes de desplomarse contra el suelo, donde yació horriblemente quieta.