Diez
El lunes por la mañana empezó el colegio, o lo que quedaba de él.
Eran casi las ocho cuando Allie entró al aula de Historia, a la que normalmente asistían veinte alumnos, y la encontró sumida en un silencio lúgubre. Decidió ocupar su sitio de siempre. Había visto que había sillas vacías en la fila delantera, pero se sentía incapaz de sentarse tan cerca de la tarima del profesor.
Unos minutos más tarde, llegó Sylvain y le acarició el hombro al pasar. Allie le dedicó una sonrisa, agradecida de no estar sola.
El chico se sentó junto a ella y estiró las largas piernas en el pasillo. Adoptaba una actitud normal, relajada. Pero Allie percibió el estado de alerta que escondía aquel semblante tranquilo. Ahora los profesores eran el enemigo. Las aulas habían dejado de ser seguras.
Llegaron cuatro alumnos más antes de Carter, que entró en la sala en el último minuto. Allie solo alcanzó a verle el cabello oscuro, antes de que se deslizara en una silla de la fila de atrás.
Tras aquella breve interacción, Carter había estado en silencio durante toda la cena. Desde entonces la evitaba. Si Allie entraba en una sala, él la abandonaba poco después. Si estaban en grupo, se mantenía lo más alejado posible de ella.
No parecía enfadado. Solo distante.
Zelazny llegó al aula seguido por un guardia que se apostó en la puerta, fuera de la clase. Por primera vez desde su regreso a Cimmeria, la joven se alegró de ver a uno.
Allie miró de reojo a Sylvain. No habría sabido decir si la presencia del guardia reconfortaba al chico. El profesor caminó hacia el frente del aula con expresión inescrutable.
Los diminutos ojos azules de Zelazny recorrieron el aula semivacía y se posaron unos segundos en Allie y Sylvain.
—Bienvenida —ladró en su tono brusco habitual—. Espero que se haya puesto al día con los estudios. Ahora, abran el libro por la página ciento veintisiete…
Se comportaba tal y como ella lo recordaba. Bravucón. Autoritario. Zelazny se puso a escribir palabras y fechas en la pizarra con la misma letra puntiaguda de siempre.
Allie escudriñó cada uno de sus movimientos. ¿Habría sido él? ¿Habría participado en la muerte de Jo?
Era difícil de creer, pero había sido uno de los profesores.
Aunque sabía que no debía, permitió que el recuerdo de aquella noche acudiera a su mente: Jo tendida en el suelo, rodeada de sangre. Los brazos tendidos en un ángulo antinatural. Tan extrañamente quieta.
Los músculos se le empezaron a agarrotar y respiraba cada vez más rápido. ¿Cómo iba a quedarse allí sentada? Uno de los profesores había abierto las puertas para que el asesino llegara hasta Jo. ¿Había sido Zelazny? ¿Era capaz de hacer algo así? ¿Se encontraba ella ahora en la misma habitación que el asesino de Jo?
Se lo imaginó colándose en el despacho de Isabelle, buscando el control remoto de la verja. Consultando el reloj. Después, apretando el botón.
Los pensamientos se le arremolinaron en la cabeza y el pulso se le aceleró. Antes de que pudiera darse cuenta, el corazón le latía desbocado en el pecho.
Hacía tanto tiempo que no tenía un ataque de pánico que había olvidado lo horribles que eran.
Se sintió morir.
Zelazny seguía escribiendo en la pizarra cuando los pulmones se le cerraron.
Ya no había oxigeno en la habitación. No podía respirar.
Hizo esfuerzos por tranquilizarse. Tenía que aprender a manejar aquel tipo de situaciones, porque al día siguiente tendría que volver a clase. Y al otro.
Cerró los ojos para aislarse de todo e intentó inspirar, pero no lo logró. Sus pulmones no aceptaban el aire.
El corazón le latía con tanta fuerza que creyó que todo el mundo lo oía, e incluso se lo veían a través de la blusa.
Aterrorizada, alargó una mano hacia Sylvain.
En cuanto la miró, Sylvain saltó de la silla y se acuclilló a su lado.
—¿Allie? ¿Qué te pasa?
Pero Allie no podía hablar. Se estaba muriendo.
—¿Qué ocurre? —La voz de Zelazny sonó muy lejana.
Allie oyó la voz de Carter.
—Aparta.
El chico empujó a Sylvain a un lado y cogió a Allie por los hombros para levantarla de la silla.
Carter ignoró a los demás y clavó los ojos en los de Allie.
—Respira, Allie —dijo él, tranquilamente—. ¿Te acuerdas de cómo era?
Pero ella no se acordaba. De repente, respirar se había convertido en la cosa más difícil del mundo. Quiso negar con la cabeza. No lo consiguió.
Carter se volvió hacia Sylvain.
—Tenemos que sacarla de aquí.
Más tarde Allie no recordaría haber abandonado el aula. Solamente que, de repente, estaba en el pasillo. Oía algunas voces (Zelazny llamándolos, los murmullos inquietos de los otros alumnos), pero todo le parecía muy lejano.
El movimiento le había venido bien. Allie resolló, pero el hilillo de oxigeno que alcanzó a respirar no fue suficiente. En absoluto.
Sintió cómo alguien la levantaba en vilo. Oyó otros ruidos a los lejos, pero no tenían importancia.
—Ayúdala. —Era la voz de Sylvain y sonaba desesperada—. No sé qué hacer.
Ahora Allie solo veía a Carter. Los ojos preocupados y oscuros del chico le parecieron dos lagos profundos. Sintió sus manos cálidas y familiares en los hombros. La estaba sujetando.
—Puedes hacerlo, Allie. —La rabia del día anterior había desaparecido de la voz del chico. Volvía a sonar como el Carter de antes. Amable y cariñoso—. Piensa en algo bonito. En algo que te guste. —Él le apartó el pelo de la cara empapada de sudor—. Respira.
Al verlo así, como antes, Allie recuperó el aliento. Con una breve inspiración logró que la tensión de sus pulmones cediera ligeramente y pudo aspirar una pequeña bocanada de aire.
—Eso es —dijo Carter con aprobación—. Ahora otra vez.
Allie lo miraba fijamente a los ojos, como si solo él fuera capaz de hacerla respirar, e inspiró nuevamente.
—Ya van dos inspiraciones —dijo Carter. Allie notó cómo el chico se relajaba un poco—. Vas muy bien, Allie. Vas estupendamente. Sigue así.
El corazón le aporreaba el pecho con tanta fuerza que Allie se preguntó cómo podía seguir viva. Sin embargo, lo estaba.
Poco a poco, el aire volvió a entrar en sus pulmones. El pasillo volvió a perfilarse a su alrededor. Ahora veía a Zelazny en la puerta del aula, mirándola con gesto preocupado, y a los demás alumnos apiñados detrás de él. Jerry había salido del aula de ciencias y estaba de pie detrás de Carter y Sylvain, acompañado por un guardia.
—¿Está bien? —preguntó el profesor de Ciencias—. Tómale el pulso.
Carter respondió, sin apartar los ojos de Allie:
—Se repondrá.
Por primera vez, Allie fue consciente de lo cerca que estaban sus cuerpos. Se alegró de que nadie le tomara el pulso en aquel momento.
Como si le hubiese leído el pensamiento, Carter la soltó y retrocedió, gesticulando para que Sylvain ocupara su lugar.
—Muy bien, clase —ladró Zelazny a la pequeña multitud—. Vuelvan a sus asientos.
De mala gana, los demás alumnos volvieron al aula.
Allie oyó cómo varias puertas se cerraban a lo largo del pasillo. La función había terminado.
Sylvain, con la cara pálida, le rodeó los hombros con un brazo. Sus ojos azules estudiaron la cara de Allie con preocupación.
—¿Te encuentras mejor?
Ella asintió. Todavía no se sentía capaz de hablar. El chico la estrechó en un abrazo cariñoso. Allie notó, a través de su camisa, lo rápido que latía el corazón de Sylvain; sabía que lo había asustado. Y ella se había asustado de sí misma.
Por encima del hombro de Sylvain, vio a Carter, cabizbajo.
Jerry se acercó y presionó el dorso de la mano contra la frente sudorosa de Allie. Le levantó la muñeca y le tomó el pulso con los dedos.
Tras unos minutos, la soltó.
—¿Te quedas con ella, Sylvain? —preguntó el profesor—. Dale un poco de agua. Y si sigue encontrándose mal, llévala a la enfermería.
—Claro —dijo Sylvain.
Cuando los profesores volvieron a sus respectivas aulas, Sylvain se volvió hacia Carter.
—Gracias, Carter.
Se lo dijo muy sentidamente, pero Allie habría preferido que no lo hiciese.
No le des las gracias por ayudar a su exnovia, pensó, no lo hagas.
—No tiene importancia —contestó Carter.
Y entró en el aula sin cruzar la mirada con Allie.
No tiene importancia, pensó ella.
Con Sylvain rodeándole los hombros, caminaron por el pasillo hasta llegar a la cocina, donde él le ofreció un gran vaso de agua.
Allie se apoyó en la encimera y bebió a sorbos, mientras Sylvain la observaba con precaución, como si pudiera quebrarse en cualquier momento.
—Ha sido por ver a Zelazny —dijo Allie sin que nadie le preguntara—. Me he acordado de Jo y…
—Me lo imaginaba —dijo el muchacho amablemente—. No tienes por qué explicarme nada.
Pero ella no se interrumpió.
—A Carter le daban ataques de pánico —dijo—. Sabe cómo controlarlos.
Era importante que no hubiera malentendidos con respecto a lo que acababa de ocurrir; con cómo Carter había apartado a Sylvain y había corrido a ayudarla cuando ella lo había necesitado.
Sin embargo, mientras daba explicaciones para quitarle importancia al asunto, su cabeza no paraba de reproducir aquella escena, como si en realidad sí fuera importante. Carter no había vacilado ni un segundo, y Allie había creído que se moría hasta que lo había visto.
—Tengo que aprender a ayudarte yo también —dijo Sylvain, interrumpiendo los confusos pensamientos de Allie—. Carter podría no estar cerca cuando… cuando te vuelva a ocurrir.
Allie había sufrido aquellos ataques de ansiedad desde que Christopher se había escapado. Sin embargo, llevaba meses sin tener ninguno, por eso creía que los tenía superados.
Dios, cómo los odiaba. Odiaba que el cuerpo la traicionara así. Que le mostrara a todo el mundo lo asustada que estaba.
No podía seguir así.
Apretó la mandíbula.
—No volverá a ocurrir. Este ha sido el último ataque de pánico de mi vida. Se acabó.
Sylvain fue lo bastante listo como para no contradecirla.
—Muy bien —dijo él.
—Además, ya me has salvado de las balas y de un secuestro —apuntó Allie—. No tienes por qué salvarme de todo, ¿sabes?
Él se puso serio.
—Sí, tengo que hacerlo.
Sylvain dio un par de pasos hacia ella y la estrechó entre sus brazos.
—¿Es que no te das cuenta, Allie? No quiero que te ocurra nada malo —dijo Sylvain.
Ella apoyó la cabeza en el hombro del chico y aspiró su familiar fragancia.
—Siempre me pasan cosas malas.
Lo dijo sin ningún tipo de autocompasión. No quería que la compadeciera. Simplemente era la verdad. Carter ya lo sabía porque era igual que ella. También le habían pasado cosas malas. Era como si hubieran nacido bajo la misma mala estrella. Pero le preocupaba que Sylvain no lo hubiese entendido todavía, y tenía que hacerlo. Si iban a estar juntos, tenía que saber dónde se estaba metiendo.
Sylvain no parecía convencido.
—No pienso resignarme —dijo él con firmeza—. Lo impediré.
La determinación del chico la reconfortó. Allie se puso de puntillas y lo besó. Los labios de Sylvain eran cálidos y tímidos, como si temiese hacerle daño.
Pero ella quería más. Había estado al borde de la muerte y ahora necesitaba sentirse viva. Le pasó los brazos alrededor del cuello y lo atrajo hacia sí, para besarlo profundamente.
Él la correspondió al instante, tirando de ella y separando los labios.
Allie lo agarró de la camisa y lo empujó hacia la encimera, presionando su cuerpo contra el de él. Pidiendo más.
En ese momento, un ruido proveniente del pasillo —profesores o guardias que iban charlando— los sorprendió y se separaron rápidamente. Aún jadeantes, se esforzaron por adoptar una actitud de normalidad.
Quienquiera que caminara por el pasillo pasó de largo sin entrar en la cocina. Sylvain se apoyó contra la encimera que había enfrente de Allie y la miró detenidamente. Parecía ansioso, febril.
Allie comprendía perfectamente cómo se sentía. Cuando besaba a Sylvain, sus dudas y miedos se esfumaban. Solo pensaba en su propio cuerpo. Y en el cuerpo de Sylvain.
—Necesito estar a solas contigo —susurró él. Allie se estremeció al percibir el deseo en su voz—. En algún sitio donde nadie nos moleste.
En aquel preciso instante, Allie también lo deseaba, pero sabía que no podía ser. Todavía no.
—Sí, ¿pero dónde? —preguntó ella—. Los guardias están por todas partes, hasta en el dormitorio de las chicas.
Sylvain le dedicó una sonrisa llena de confianza, irresistible.
—Me las ingeniaré.
Zelazny debía de haberle contado a Isabelle lo del ataque de pánico porque, en cuanto terminó la última clase, la directora envió a Allie a la enfermería para que le echaran un vistazo.
Allie, que había pasado varias semanas en la enfermería recuperándose del ataque en el que había muerto Jo, subió las escaleras con desgana.
Al llegar, la enfermera no pareció sorprendida de verla.
—Supongo que ya iba siendo hora de que volvieras —le dijo con ironía—. ¿Qué has hecho ahora?
Cuando Allie le contó lo del ataque, la enfermera chasqueó la lengua con compasión, antes de tomarle el pulso, auscultarle el corazón y reconocerla en general.
—Pues estás mucho mejor que la última vez que te vi —dijo finalmente—. El corazón suena fuerte. Pero si vuelve a pasarte, ven aquí directamente, ¿estamos? Te podríamos recetar algo, hay medicamentos que te pueden ayudan.
Allie hizo una mueca de disgusto. Sus padres la habían obligado a medicarse después de lo de Christopher. Ya sabía cómo funcionaban las pastis para la cabeza, como ella las llamaba. Estaba convencida de que la atontaban, se sentía rara cuando las tomaba. Como si dejara de ser ella misma.
Todo el mundo le había dicho que no era así, pero ella conocía su cuerpo mejor que nadie.
Además, se dijo, no las necesitaba. Aquel había sido el último ataque. Y punto.
Allie farfulló una respuesta vaga antes de bajar a toda prisa las escaleras, llevada por la misma excitación que un preso en fuga. Iba corriendo por el pasillo de la planta baja cuando vio a Rachel dirigiéndose hacia ella a una velocidad similar.
—Eh —la detuvo Rachel; una arruga de preocupación le atravesaba el entrecejo—. Me he enterado de lo que ha pasado. ¿Estás bien?
—Superbién —contestó Allie rápidamente—. La enfermera dice que no me pasa nada. Solo que soy un poco friki.
—Si lo dice una profesional de la medicina… —bromeó Rachel, aunque Allie advirtió la preocupación en sus ojos canela—. Hacía tiempo que no tenías uno, ¿verdad? ¿Por qué ha sido?
Allie hizo un gesto vago.
—Por ver a Zelazny otra vez. Y pensar que él podría ser…
—Ya. Lo pillo. —Rachel le dio unas palmaditas en el hombro—. Me alegro de que estés bien.
Al bajar la vista, Allie reparó en que Rachel no llevaba puestos los zapatos reglamentarios. En su lugar, calzaba un par de sandalias blancas y azules, sus favoritas cuando estaban en Francia.
—¿Y esos zapatos? —En Cimmeria, solo los prefectos tenían permiso para llevar los zapatos que quisieran. Jules había sido la prefecta hasta que sus padres se pusieron de lado de Nathaniel y la sacaron del colegio.
Allie abrió los ojos como platos.
—Dios mío. Como Jules no está, hay una nueva prefecta. Eres tú, ¿a que sí?
—«Solo puede quedar una» —recitó Rachel, intentando en vano reprimir una sonrisa de satisfacción—. Pues sí. Saluda a tu nueva jefa. Isabelle me lo acaba de decir.
—¡Felicidades, es genial! —Allie le dio un abrazo—. ¿Me pondrás puntos positivos?
—Con efecto inmediato: estáis todas castigadas. —Rachel se contenía, pero Allie se dio cuenta de que rebosaba de alegría—. Ah, tengo que decirte otra cosa, pero lo haré esta noche. Me lo guardo. Es una sorpresa.
—¡Qué guay! —dijo Allie, sintiéndose más animada—. Está bien, puede que nuestros profes nos quieran muertos. ¡Pero ahora eres prefecta y tienes un secreto! Parece que todo está volviendo a la normalidad.
Rachel rio y, cogidas del brazo, echaron a andar por el pasillo.
—Tu normalidad me pone los pelos de punta.
Allie esbozó una sonrisa burlona.
—Mi normalidad le pone los pelos de punta a cualquiera.