Cuatro

—Tienes que decidirte, Allie. —Jo sonaba exasperada.

Allie se volvió a mirarla, sorprendida. Estaban sentadas bajo las ramas extendidas de un viejo tejo que se alzaba en el camposanto de Cimmeria. El ocaso teñía el cielo de un rojo intenso y se reflejaba en el cabello corto y rubio de Jo, al que daba un tono rosado.

Aquellos colores le recordaron algo a Allie, pero no sabía ubicarlo.

—¿Cómo dices? —preguntó Allie.

—Sylvain —dijo Jo, mientras se apoyaba contra el tronco y dejaba escapar un suspiro—. Me siento tan culpable. Como si estuvieras metida en esto por mi culpa.

—¿En qué? —Allie estaba desconcertada—. No estoy metida en nada.

—Estás metida en un lío —dijo Jo. Su acento habitual hizo sonreír a Allie—. No sabes lo que quieres.

Allie encogió los hombros. Eso mismo le había dicho Sylvain antes de abandonar Cimmeria.

Jo no había terminado.

—Tienes que decidir a quién quieres.

—Eso ya lo sé. —Allie se sentía frustrada y su voz sonó sarcástica.

Jo enarcó las cejas y Allie alzó las manos en un ademán de arrepentimiento.

—Perdona, Jo. Es que… Déjame que te lo explique.

¿Pero cómo explicar lo que ni ella misma era capaz de entender? Que le gustaban dos chicos y que no quería herir a ninguno. Que su relación con ambos cargaba con el peso de los errores del pasado.

Que cuando tu propia familia parece no quererte, es difícil amar a alguien.

—¿Cómo te diría…? No reconocería el amor ni aunque lo tuviera delante y me hiciera señas. ¿Cómo voy a saber si estoy enamorada de Sylvain? ¿O si estoy enamorada de Carter? Los quiero a los dos, pero ni siquiera sé lo que es «estar enamorada».

Jo alargó el brazo para cogerle la mano, pero Allie no notó los dedos. Eran tan etéreos como una nube.

—Solo puedo decirte lo que sé —dijo Jo—. El amor es «me importas». «Confío en ti». «Te entiendo». «Quiero tenerte cerca». Y estar enamorada… —Jo alzó los ojos llenos de melancolía y los clavó en un punto lejano del horizonte—. Estar enamorada es «lo abandonaría todo por ti, hasta a mí misma. No puedo vivir sin ti». —Volvió sus grandes ojos azules hacia Allie; estaban inundados de lágrimas y brillaban como pequeñas estrellas—. ¿Entiendes?

La puerta se abrió ruidosamente e inundó de luz la habitación.

Sorprendida, Allie se acurrucó en la cama y se protegió el torso con los brazos.

¿Dónde estoy?

—Es verdad. Has vuelto. —Aquella voz monótona y familiar la tranquilizó.

Con los ojos entrecerrados por el resplandor, vislumbró la menuda silueta de una chiquilla recortada contra el umbral de la puerta.

Allie miró a su alrededor.

Escritorio, estantería, suelo blanco… Cimmeria. Mi habitación. Mi hogar.

De repente, los recuerdos se agolparon en su cabeza. Zoe estaba en lo cierto. Estaba allí de verdad.

—Hola, Zoe —le dijo con la voz ronca por el cansancio—. Dichosos los ojos.

Al final habían llegado a la escuela pasadas las cuatro de la madrugada. Allie se había quedado dormida en el coche, con la cabeza apoyada en el hombro de Rachel. Sylvain las había despertado cuando el coche se detuvo al final del camino de entrada.

Todo había sucedido como en un sueño. La húmeda y fría noche inglesa. El edificio gótico de la escuela alzándose ante ellos. Todo era más sombrío de lo que recordaba. Más imponente.

Semidormida, había escudriñado el colegio, preguntándose por qué todas las luces estaban apagadas. Ningún profesor había acudido a su encuentro.

Tropezando de cansancio, subieron la escalera de la puerta principal y, antes de llegar arriba, un guardia les abrió la puerta desde dentro.

¿De dónde habrá salido?, se preguntó Allie, mientras el hombre de negro les cedía el paso.

Se separaron en la escalinata principal. Sylvain se dirigió a los dormitorios de los chicos, y Rachel y ella a los de las chicas.

El silencio era tal que sus pasos resonaron en el corredor.

Aunque era de madrugada, Allie no pudo evitar sentirse decepcionada por la ausencia de Isabelle le Fanult, la directora de Cimmeria. Le habría gustado que la recibiera después de tanto tiempo ausente.

Pero al entrar en su antigua habitación, iluminada por la cálida luz que proyectaba la lámpara del escritorio, se encontró con que alguien había hecho la cama. También le habían dejado un pijama con el escudo de Cimmeria sobre la almohada.

Eso era todo lo que había visto antes de que el agotamiento se apoderara de ella. Tras quitarse la ropa, más apropiada para las cálidas noches del sur de Francia que para el fresco verano inglés, había caído rendida en la cama.

—Debes de haber llegado tarde —le estaba diciendo Zoe ahora—. Isabelle me dijo que te dejara dormir, pero tenía que comprobar por mí misma si era cierto. —Miró hacia un lado, como tratando de recordar lo que iba a decir. Y cayó en la cuenta—. Perdona.

La extraña cadencia de la voz de Zoe y aquella falta de aptitudes sociales le resultaron tan familiares que sintió una oleada de cariño por la chica, cálida como el sol.

—No quiero dormir —repuso Allie, apartándose el pelo de los ojos—. ¿Qué hora es?

—Las nueve —informó Zoe—. Es sábado, así que no hay clase. Te has perdido el desayuno. Hay una reunión. Isabelle dice que no hace falta que vengas. —Hizo una pausa y parpadeó—. Deberías venir.

Las nueve en punto. Aunque solo había dormido unas pocas horas, se sentía totalmente despejada.

—Tengo que ducharme —dijo—. ¿Nos vemos abajo en diez minutos?

—Date prisa —le sugirió Zoe antes de salir precipitadamente al pasillo como un pajarillo inquieto.

Allie encontró su albornoz donde siempre, colgado del gancho de la puerta. Rebuscó en las mochilas, que había dejado tiradas en el suelo la noche anterior, hasta encontrar el neceser.

El baño quedaba al final de un largo pasillo y se deleitó con cada paso. Todo era tan familiar ahora: el suelo de madera, la sucesión de puertas blancas de las habitaciones, los brillantes números de color negro que había en cada puerta, el baño, los lavabos blancos en hilera.

Cuando volvió a la habitación después de darse una ducha caliente, se vistió con el uniforme de Cimmeria por primera vez en varios meses. Se puso una falda plisada corta de color azul marino y una camisa blanca inmaculada, y se ató un nudo flojo en la corbata blanca y azul.

Se miró en el espejo detenidamente; volvía a ser ella otra vez.

Nunca se había alegrado tanto de llevar aquella ropa tan sosa.

Sacó del armario una americana azul y se la echó sobre los hombros, antes dar un portazo tras de sí y salir a toda prisa.

No encontró ni un alma en el pasillo. En otros tiempos, habría bajado la escalera abriéndose paso entre decenas de chicas, pero ahora la escalera también estaba vacía.

Se dirigió apresuradamente hacia el rellano, donde la luz del sol, que entraba a raudales por los ventanales, iluminaba una fila de estatuas de mármol y se reflejaba en las lámparas de araña.

Bajó por la amplia escalinata con el pasamanos de madera tallada hasta el vestíbulo principal. Las paredes estaban revestidas de roble y adornadas con grandes óleos de pesados marcos. Cruzó ante la puerta oculta del despacho de Isabelle. Cuando pasó por delante de la sala común, le pareció extrañamente silenciosa.

Encontró a Zoe en la entrada de la zona de aulas. La estaba esperando impacientemente al pie de una estatua que representaba a un hombre amenazador y gordo, ataviado con una ridícula peluca y unos anteojos.

—Has tardado más de diez minutos —la acusó Zoe—. Tenemos que darnos prisa.

Allie estaba acostumbrada a su brusquedad y no se tomó a mal el comentario; la siguió hacia la silenciosa zona de aulas.

—¿De qué va la reunión?

—De lo de siempre —dijo Zoe.

—¿Cómo ha ido todo? —preguntó Allie—. Ya sabes, por aquí.

—Así. —Zoe señaló el pasillo vacío y oscuro—. Tranquilo. Raro. Mal.

Sylvain ya le había dicho que el número de alumnos se había reducido de doscientos cincuenta a menos de cuarenta. Se suponía que estaba preparada para aquello. Sin embargo, no lo estaba. Todo estaba tan vacío…

Y aquello era solo el principio. Nathaniel estaba intentando ganarse el favor de la junta directiva de Cimmeria y se reunía frecuentemente con algunos miembros del Parlamento.

Se estaba preparando para hacerse con el mando.

Con solo pensarlo, a Allie se le hizo un nudo en el estómago. Si lo conseguía, lo perderían todo.

—Me alegro de que hayas vuelto —dijo Zoe. Ni sus ojos ni su voz traslucieron ninguna emoción, y sin embargo Allie sabía que lo decía sinceramente.

—Y yo me alegro de estar aquí.

Aunque las luces estaban apagadas, las ventanas iluminaban la escalera que conducía al ático, donde encontraron un pasillo con una hilera de puertas a cada lado.

Hacia la mitad del pasillo, Zoe abrió una puerta. El débil murmullo que se oía dentro cesó en cuanto las muchachas entraron en el aula.

La sala estaba repleta de profesores y de estudiantes avanzados de la Night School. Cuando todos se volvieron para ver quién llegaba, Allie se detuvo, presa de una súbita timidez.

—Allie está aquí —anunció Zoe.

Se hizo un silencio y todos se acercaron a Allie al mismo tiempo. Isabelle llegó primera.

—Se suponía que Zoe tenía que dejarte dormir —dijo con una sonrisa burlona.

Allie estaba tan contenta de verla que la perdonó por no haberla recibido la noche antes.

—Tampoco estaba cansada.

Isabelle le dio un cálido abrazo y Allie inhaló el familiar aroma a cítricos de la directora.

Olía a casa.

—Bienvenida, Allie —le dijo.

Isabelle llevaba el cabello rubio oscuro recogido con esmero en una pinza; aún no se le había soltado. Allie sintió en la mejilla su suave cárdigan color crema.

Cuando Isabelle la soltó, Allie reparó en las ojeras oscuras alrededor de sus ojos y en las finas arrugas de preocupación que le surcaban la frente. Parecía agotada.

—Necesito hablar contigo acerca de lo que pasó —dijo Allie—. En Francia. De cómo Nathaniel…

Pero entonces los demás profesores las rodearon y apartaron a Isabelle.

La directora llamó su atención:

—Luego hablamos.

Allie no entendía por qué no se habían reunido todavía. Nadie se había sentado con ella a hablar acerca de lo que había sucedido en Francia y de por qué las habían dejado volver a casa de repente.

Pero no tuvo tiempo de darle más vueltas porque Eloise, la bibliotecaria, la envolvió en un abrazo nervioso y casi imperceptible, que terminó tan pronto como había empezado. Se habían llevado bien hasta que Allie la acusó —por error, pensaba ahora— de ser la espía de Nathaniel. Allie se la quedó mirando, preguntándose cómo podría pedirle disculpas por todo lo que había ocurrido por su culpa, pero Eloise le rehuyó la mirada.

Acto seguido Jerry, el profesor de ciencias, se interpuso entre ambas y le dio un caluroso apretón de manos a Allie.

—Me alegro de que estés por aquí otra vez.

Cuando la soltó, el profesor se quitó las gafas metálicas y las limpió con una gamuza, sonriendo distraídamente mientras los demás hacían turnos para saludar a Allie.

Ella sonreía y contestaba con educación, al tiempo que escudriñaba la habitación en busca de Carter. No lo veía, pero los profesores le tapaban la vista.

—¡Allie! —Una chica menuda, de enormes ojos marrones y melena oscura, se abrió paso hacia ella y la abrazó.

—¡Bienvenida!

—Gracias, Nicole. —Sonrío—. Me alegro de estar aquí. —Allie bajó la vista—. ¿Qué tal la pierna?

—Mucho mejor. —Nicole se apoyó en una pierna y dobló la otra para demostrar lo recuperada que estaba—. Lista para el combate.

Se habían visto por última vez la noche en que Nathaniel había atacado el colegio. Nicole casi se había roto la pierna durante el enfrentamiento.

—Me he enterado de lo que pasó en Francia. —La chica habló en susurros y su acento francés se hizo más fuerte—. Menos mal que estás bien. Sylvain es muy bueno con la moto, ¿verdad?

Nicole y Sylvain habían crecido juntos, eran como hermanos. Allie no se sorprendió de que estuviera al corriente de todo.

En ese momento Sylvain atravesó el aula. Como Allie, se había puesto el uniforme escolar; atrás quedaban las camisas holgadas y los chinos que vestía en Francia. Aun así, se las arreglaba para estar atractivo de todas las maneras.

—Sí —dijo Allie, sonriendo en dirección al chico—. Es bueno con la moto.

Cuando Sylvain se unió a ellas, con aquellos ojos turquesa, Allie recordó el sueño y la voz de Jo: «Tienes que decidirte».

La sonrisa se le congeló durante un segundo y deseó que la Jo del sueño se metiera en sus asuntos.

En Francia, Sylvain y ella habían estado más unidos que nunca, pero no había pasado nada más, en parte porque rara vez estaban a solas. Habían estado rodeados constantemente por una camarilla de guardias, los padres del chico, el servicio y Rachel. Así no había forma de hablar de lo que realmente importaba.

De hecho, se habían quedado a solas por primera vez el día anterior. Y Nathaniel lo había estropeado.

—Pensaba que Isabelle te dejaría dormir —le dijo Sylvain. Lo dijo de un modo que sonó extrañamente íntimo, como si, de alguna manera, estuviera dentro de los sueños de Allie.

Allie se sonrojó.

—Zoe… —dijo, tratando de parecer serena— me ha hecho de despertador.

Él enarcó una ceja, divertido. Allie habría jurado que Sylvain conocía el motivo de su sonrojo.

—Si alguien iba a despertarte igualmente —dijo él—, habría preferido ser yo.

Allie se puso roja como un tomate. Intentó pensar en una respuesta ácida, pero su cerebro no colaboró.

Nicole los miraba alternativamente y sonreía con complicidad. Llevaba siglos intentando juntarlos.

—Siéntense. Hay que empezar la reunión. —Como una navaja afilada, la voz de Zelazny cortó la conversación.

Al otro lado de la sala, el profesor de Historia los observaba con el ceño fruncido, por encima de un sujetapapeles.

Allie se sorprendió a sí misma alegrándose casi de verlo. Recordaba cómo lo había visto en la puerta principal del colegio, desbordado por los guardias de Nathaniel e intentando mantener el orden, incluso mientras los guardias sacaban a la fuerza a algunos alumnos. Hasta aquel momento había sospechado que Zelazny era el espía de Nathaniel, pero cuando comprobó lo asustado y furioso que estaba, decidió que no podía ser él.

Mientras Zelazny seguía quejándose con actitud fanfarrona, la pequeña multitud tomó asiento y Allie alcanzó a ver, finalmente, el resto de la sala. De nuevo buscó a Carter a su alrededor.

No estaba allí.

Estaba intentando ignorar la profunda decepción que sentía cuando descubrió una brillante cabellera de color rojo.

—No puede ser —dijo Allie echando el cuerpo hacia delante para ver mejor—. ¿Esa es… Katie Gilmore?

Nicole asintió.

—Sí, nos ha estado ayudando. Sus padres son partidarios de Nathaniel, así que sus conocimientos sobre cómo trabaja nos han venido muy bien.

Allie se había quedado de piedra. Nunca habían incluido a Katie en las reuniones para alumnos avanzados. Les había echado una mano a finales del último año pero… solo un poco.

Ellos eran el núcleo duro. La élite de la escuela.

Katie ni siquiera pertenecía a la Night School.

No le dio tiempo a pedir más información. El aula había quedado en silencio. Todavía desconcertada, Allie se hundió en uno de los asientos del fondo de la clase, entre Sylvain y Nicole, mientras Zelazny daba paso a Isabelle.

La directora se colocó detrás del atril y los miró con ojos cansados.

—Hemos convocado esta reunión para hablar de las nuevas medidas de seguridad. Ahora que Allie ha vuelto —Isabelle esbozó una sonrisa en dirección a ella—, los horarios de las patrullas de vigilancia van a cambiar. Estoy segura de que todos somos conscientes de que, en cuanto Nathaniel se entere de que está aquí, doblará sus esfuerzos. Así pues, vamos a aumentar tanto las patrullas a lo largo de la verja como la seguridad de todo el edificio. Con efecto inmediato, todas las noches habrá guardias apostados en la zona de los dormitorios de las chicas.

Como nadie más parecía estar sorprendido, Allie intentó no demostrar lo desprevenida que la pillaba aquella noticia. Siempre habían tenido guardias de seguridad en Cimmeria, pero habían guardado las distancias. Con solo pensar que estarían plantados en los dormitorios para vigilarlas continuamente, le entraban escalofríos.

Isabelle pareció adivinarle el pensamiento y la miró.

—La estrategia de apostar guardias en puntos importantes de los terrenos de la escuela ha demostrado ser muy efectiva, así que la hemos ampliado. También hemos mejorado el sistema de comunicación.

—¿Cómo? ¿Todavía lo estáis usando? —Allie estaba perpleja. Estaba convencida de que habrían dejado de usarlo después de que Nathaniel lo pirateara.

—Han cambiado muchas cosas en tu ausencia, Allie —dijo Isabelle—. Raj ha contratado a una persona brillante, experta en informática, que nos está ayudando a luchar contra Nathaniel a su mismo nivel. Te daré más detalles luego. —Volvió a mirar a todo el grupo—. Obviamente, y conforme al nuevo Reglamento, los turnos de las patrullas no se pondrán por escrito. Os los diremos en persona y es vuestra…

De repente, la puerta del aula se abrió. La voz de Isabelle se fue apagando.

Allie volvió la cabeza para ver quién llegaba y se quedó petrificada.

Carter estaba plantado en la puerta con los ojos clavados en ella, como si no diera crédito a lo que veía.