Nueve

—He vuelto. —Rachel abrió la puerta de la habitación de Allie sin llamar—. ¿Me has echado de menos?

—¡Rach! —Allie saltó de la cama y corrió a abrazarla con tanto ímpetu que casi la derribó. Era domingo por la tarde. Lo sucedido en los días anteriores hirvió en su interior de tal manera que creyó que iba a explotar—. Júrame que no volverás a dejarme sola.

—¿Podré hacer pausas para ir al baño? —rio Rachel.

—No —contestó Allie rotundamente.

—Pues va a ser una situación incómoda —dijo Rachel mientras se dejaba caer en la cama de Allie y miraba a su alrededor—. ¿No te parece increíble que estemos aquí? ¿Cómo te ha ido el finde?

Allie contestó de inmediato.

—Fatal. Y genial.

—Contigo todo es blanco y negro, Allie. —rio Rachel—. Cuéntamelo todo. Me he pasado todo el fin de semana en casa sin parar de comer. Nunca me había sentido tan gorda y tan feliz; creo que tengo energías suficientes para soportar cualquier cosa que me digas.

Allie se sentó en la silla del escritorio y apoyó los pies descalzos en la cama, junto a Rachel, preparándose para resumir los acontecimientos del fin de semana.

—Todo el mundo está depre. Los guardias son raros. Sylvain me dio un pastel y nos enrollamos. Carter está enfadado.

Rachel se centró primero en la gran noticia.

—¿Por fin te has enrollado con Sylvain? ¡Ya iba siendo hora! —Alzó los brazos para exagerar su alivio—. Ya estaba harta de veros dando círculos como dos leones hambrientos cuando estábamos en Francia. Pensaba que no os decidiríais nunca.

Allie le lanzó una almohada.

—Ni que fuera tan evidente.

—¡Claro que lo era! —Rachel sonrió y se colocó la almohada detrás de la espalda—. Pues me alegro un montón por ti. Sylvain ha terminado por caerme bien. Ya sabes, después de salvarte la vida como cuatro veces. Creo que es un buen tío. Y también creo que está totalmente colado por ti. Lo tienes loco.

Allie se sonrojó.

—Por mi cumpleaños… me regaló esto —Al alzarlo, la luz se reflejó en el collar.

Rachel se inclinó hacia adelante para verlo de cerca y soltó los correspondientes ruiditos de aprobación.

—Es precioso. Como tú.

—Me encanta. —Allie pasó el pulgar por la cadena antes de dejarla caer de nuevo sobre su piel.

—Mira que no haber estado aquí para tu cumple… —dijo Rachel, presa de un súbito remordimiento—. A mi padre no se le ocurrió nada mejor que sacarme de la cama supertemprano. Y no me dejó despertarte, ya sabes cómo es.

Allie, que efectivamente sabía cómo era Raj Patel, pensó en contarle el mal día que había pasado. Pero eso solo haría que su amiga se sintiese peor.

—No pasa nada —dijo encogiéndose de hombros—. Me las apañé.

—Con la inestimable ayuda de un pibón francés. —Rachel le lanzó una mirada de complicidad—. Bueno, yo no tendré los ojos azules y un acento arrebatador, pero te he traído un regalo. Más vale tarde… —Sacó del interior de la americana un paquete envuelto en papel rosa y se lo tendió.

Allie sonrío.

—Ya me gusta —dijo—. Me gustan todos los regalos.

El papel crujió al rasgarlo. Dentro había una caja plateada. Al abrirla, la luz se reflejó en un frasco de perfume. Allie lo sacó de la caja.

—Dios, ¿es el perfume que no paré de mangarte aquella vez que estuve en tu casa?

Rachel asintió.

—Fui a comprarlo ayer con mi madre.

Allie se sintió conmovida.

—¿Cómo te has acordado de que me gustaba? —Abrazó a su amiga—. Qué detallista eres. Gracias.

—Verás, iba a regalarte un libro, pero me lo pensé mejor —explicó Rachel.

Allie se echó perfume en la muñeca y aspiró su olor con fruición. Olía a madreselva.

—Menos mal. ¡Mucho mejor esto que un montón de palabras!

Rachel estiró las piernas sobre la cama, poniéndose cómoda.

—Ahora cuéntame lo que pasó con pelos, señales y morreos. No escatimes detalles guarros.

Allie le contó cómo había sido su cumpleaños de la manera más divertida y romántica que pudo.

Cuando terminó, Rachel suspiró de alegría.

—Qué pasada. El pastel, las velas… Sylvain sí que sabe cómo montárselo. —Ladeó la cabeza—. No quiero cortarte el rollo, pero… ¿qué pasa con Carter? ¿Has dicho que lo habías visto triste o algo así?

Allie recordó la cara melancólica de Carter. La habitación se oscureció levemente.

—Está hecho un desastre —dijo—. Se puso a gritarme por haber vuelto. Como si yo hubiese tenido elección o hubiese sido idea mía. Y está muy delgado y… no sé. Triste. Mal.

Rachel arrugó el entrecejo, como si analizara la situación.

—Mi padre dijo algo sobre lo mal que lo había pasado Carter por lo de Jules… y por ti.

—¿Por mí? —Allie la miró, sorprendida—. ¿Por qué por mí?

La noche anterior a su partida, todos habían luchado juntos contra Nathaniel. Nada de lo ocurrido había sido culpa de Carter. Nadie habría podido evitarlo. Nadie excepto Nathaniel.

Rachel dudó un instante.

—Tiene que ver con que no te protegiese de Nathaniel aquella noche. Y con que se llevasen a Jules. Mi padre dice que se culpa por todo y que no hay manera de hacerlo entrar en razón.

Allie se quedó sin palabras. Ahora todo tenía sentido. Ahora lo veía con los ojos de Carter.

Se habían llevado de la escuela a Jules, la novia de Carter, porque él no había conseguido llegar a tiempo hasta ella. Tampoco había podido proteger a Allie de Gabe y de Nathaniel porque estaba herido. Así que Allie había acabado malherida. Y luego desapareció.

Carter y ella eran muy parecidos. Como ella, Carter tenía un sentido de la responsabilidad muy profundo; se sentía responsable de la seguridad de todos. Creía que era su obligación salvarlos a todos. Claro que se sentía culpable. Supercarter deja tirada a Jules. Deja tirada a Allie. Los deja tirados a todos.

Y yo tampoco fui de mucha ayuda, ¿verdad?, pensó Allie. No lo apoyé después de todo lo ocurrido. En vez de eso, cogí un avión y me largué con Rachel, y lo dejé aquí apechugando con las consecuencias.

El sentimiento de culpa la inundó.

—Carter no se lo contaría todo a tu padre —dijo—. Podríamos averiguar si le pasa algo más. ¿Se lo podrías preguntar a Lucas?

En cuanto el nombre de Lucas salió de su boca, el ambiente que se respiraba en la habitación cambió. Rachel se puso tensa y apartó la mirada, golpeteando los dedos con inquietud.

—Oye, tengo que contarte una cosa sobre Lucas. Te lo tendría que haber contado antes, pero… —Rachel hizo una pausa y carraspeó.

Allie la miró con extrañeza.

—¿Qué pasa?

—Mientras estábamos fuera, tuve mucho tiempo para pensar —dijo Rachel—. Creo que Lucas y yo no estamos hechos el uno para el otro. Vamos a romper.

La noticia pilló a Allie por sorpresa.

Sabía que Lucas y Rachel habían tenido algunos problemas, pero no se había dado cuenta de que fueran tan graves.

—¿Es por Katie? —preguntó en voz grave y con desagrado—. Si te ha puesto los cuernos, te juro que…

—No, Allie —la cortó Rachel—. En serio. Es por mí. Bueno, por los dos.

Rachel seguía evitándole la mirada; Allie deseó que la mirara a los ojos, parecía como si le ocultase algo.

—¿Qué ha pasado? —Allie bajó tanto la voz que prácticamente susurraba. El ambiente de la habitación era tan denso que se podía cortar con un cuchillo—. ¿Ya no te gusta?

Rachel jugueteaba nerviosamente con la manta azul doblada que había a los pies de la cama.

—Sí, me gusta. Es un chico estupendo y ha sido mi primer novio de verdad, pero…

Se puso a retorcer la manta.

—Supongo que con él —prosiguió—, no me he sentido como creía que lo haría. No lo eché de menos mientras estuvimos fuera. Y creo que él tampoco. —Finalmente se volvió a mirar a Allie—. A veces tienes que alejarte de una persona para saber si quieres estar con ella.

Allie pensó en lo contenta que se había puesto al ver a Sylvain aquel primer día en Francia. Lo mucho que había echado de menos a Carter. Ahora comprendía por qué, cuando regresaron a Cimmeria, Rachel no se había quedado para estar con Lucas.

Aún así, había algo más. No era propio de Rachel estar tan nerviosa.

—¿Estás… supertriste? —Allie pronunció las palabras con cautela.

Rachel negó con la cabeza.

—No. No como estabas tú después de dejarlo con Carter. Es como si me hubiese acostumbrado a tenerlo ahí y que ahora ya no esté. —Agitó la mano en el aire a un lado—. Como si aquí tuviese que haber un Lucas y ya no esté. Pero no he llorado, ni nada.

¿No lloraba? ¿Cómo era posible?

Cuando Carter y ella cortaron, Allie se había llegado a preguntar si lo superaría algún día. No podía comer ni dormir. El recuerdo de cómo se había sentido nunca la había abandonado.

Entonces, ¿por qué la ruptura de Rachel parecía indolora? No tenía ningún sentido.

A no ser que…

—Rachel, ¿hay… ya sabes, otra persona? —El tono de Allie fue cauto, pero Rachel se puso roja, como si se lo hubiese preguntado a gritos. Parecía muerta de vergüenza.

—No, no, qué va. O sea… ¿quién podría haber? —tartamudeó—. Eso sería… No.

La expresión de Allie era inescrutable, pero su cabeza iba a mil por hora. La reacción de Rachel era muy rara. Algo pasaba. Seguro que había otro chico.

¿Pero por qué no se lo contaba? No era propio de Rachel llevar en secreto ese tipo de cosas. Ellas se lo contaban todo.

Habían pasado todos aquellos meses juntas y ahora que habían regresado a Cimmeria notaba que se estaban distanciando. Y no le gustaba.

Aquella noche, Allie y Rachel fueron juntas al comedor. Al cruzar el umbral, Rachel soltó un silbido de sorpresa.

—Caray. Este sitio está… poco concurrido.

—¿Lo ves? —Allie se sintió tan aliviada de poder compartir todo aquello con alguien que tuvo ganas de abrazarla—. ¿No se te hace raro? Y no es solo que esté vacío; es que es…

—Deprimente —Rachel terminó la frase por ella.

—Exacto.

Cruzaron la lóbrega sala hasta llegar a su mesa de siempre. Carter, Nicole y Zoe ya estaban allí.

—Eh —empezó a decir Allie, pero Nicole la interrumpió.

—¡Rachel! —Nicole saltó de la silla y corrió a abrazar a la chica—. Ya era hora de que volvieras.

—Hola, Rachel —Zoe la saludó con la mano desde su asiento y en el acto se dio la vuelta y siguió comiendo un panecillo.

—Siéntate a mi lado —insistió Nicole—. Allie ya te ha disfrutado bastante.

—Toda tuya —dijo Allie, fingiendo indiferencia—. Ya me he cansado de ella.

—Vaya, muchas gracias, Allie —dijo Rachel, aunque con una sonrisa.

Durante todo ese rato, Carter no abrió la boca. Las observaba con el ceño fruncido.

—Hola, Carter. —Rachel tocó el hombro del chico al pasar por su lado.

—Hola —contestó él con educación, pero Allie advirtió lo aislado que se sentía. De algún modo, incluso rodeado de sus amigos más íntimos, parecía apartado.

Estaba tan inmersa en sus pensamientos que al principio no reparó en que Sylvain se había sentado junto a ella.

—¿Qué estás tramando?

Pillada por sorpresa, Allie se giró en el asiento y lo miró.

—¡Hola!

La voz le salió demasiado alta; los demás se volvieron a mirarlos con curiosidad. Al darse cuenta, Allie se esforzó en aparentar indiferencia.

—O sea… ¿qué tal?

Tenía que haberse preparado para ese momento, pero no lo había hecho.

Allí estaba, con Sylvain y Carter en el mismo sitio y al mismo tiempo, y sin saber qué hacer. La noche antes había estado besando a Sylvain apasionadamente. Era imposible que Carter se hubiese enterado y, por alguna razón, eso la aliviaba.

¿Qué se hace en un momento así? ¿Por qué no hay unas reglas?

Sylvain arqueó una ceja, divertido.

—Muy bien —dijo—. Gracias. ¿Y tú?

—Bien —contestó ella, sabiendo que el tono incómodo de su voz desmentía sus palabras.

Sylvain no hizo ademán de besarla y ella se lo agradeció. Sin embargo, los vívidos ojos azules del chico recorrieron la mesa en busca, como sabía Allie, del motivo de su extraño comportamiento. Y se dio cuenta de que lo había encontrado.

Sylvain se quedó inmóvil cuando sus ojos se toparon con Carter. A Allie solo le faltó oír cómo todo encajaba en la cabeza del chico.

Los nervios se apoderaron de ella y le recorrieron el cuerpo como cafeína por las venas. Sylvain y Carter se habían odiado durante mucho tiempo y solo habían dejado a un lado sus diferencias unos pocos meses antes, para luchar contra Nathaniel. Si empezaban a pelearse otra vez…

No podía enfrentarse a eso.

Tenía la boca seca. Cogió un vaso y miró a su alrededor en busca de la jarra de agua. Estaba junto al codo de Carter.

Derrotada, volvió a dejar el vaso en la mesa. No quería pedirle agua. Sin embargo, Carter se había dado cuenta de lo que quería.

El chico cogió la jarra y, mirando de hito en hito a Allie, que se encontraba al otro lado de la mesa, se la tendió. Los ojos de Carter eran oscuros y profundos como la noche.

—Gracias —dijo ella.

Carter no contestó. Solo la miró. Y, al instante, Allie se dio cuenta de que él estaba al corriente de todo. Sabía que ella estaba con Sylvain. No se le había pasado por alto.

Allie nunca había podido engañarlo.