Quiero que una vez compuesto este librillo salga a la pública luz, porque pienso que los lances que hube de pasar a más de uno servirá de provecho el conocerlos si los entiende con calma y tal como me sucedieron: unos detrás de los otros y todos preocupados por la honradez y la buena crianza que fueron normas de mi vida, aunque a veces tan soterradas quedaran por la necesidad, que el buscarlas resultara laborioso y gozoso el encontrarlas, de puro difícil que fuera.

El libro es breve como el de mi abuelo pero pienso que más vale así, porque pecado imperdonable hubiera sido inflarlo con humo de pajas que no dejara ver el grano, y porque si es bueno queda mejor escaso por aquello de que de lo bueno, poco, y si es malo también más vale siendo corto ya que de esta manera me acarreará menos maldiciones. Y ser maldito nunca tiene cuenta, aunque se equivoquen.

Como si la divina providencia se sigue portando conmigo como hasta ahora aún muchos años de vida por delante parece que me han de quedar, prometo arreglar algunos puntillos desenderezados que seguramente se me habrán ido, tan pronto como los conozca y haya aprendido la gramática, que ahora —a la vejez, viruelas— me he puesto a estudiar. Mientras tanto, valga como va y que me sean perdonadas las pifias, las trabacuentas y las necedades que se me hayan escapado por las grietas que mis pocas letras dejan en mi cabeza entre seso y seso.

Y nada más, porque pienso que escribir así, de cosas sin sustancia y sin contar detalles, fuera bastante más difícil de lo que imaginara.