Ojalá llueva

—Porque hay algo que sí es cierto, vamos, que no te lo puedo negar ni yo ni nadie en este jodido mundo, y es tu preciosa idea de mantenerte firme en tus convicciones —dice Alicia con una rara amargura en su voz, en ella misma—. Vamos, que ya puede reventar el mundo o lo que sea que tú seguirás en tus trece. Y eso al principio me lo creí, de verdad que creía en ti y tus convicciones, pero ya no, tío, ya no, eso pasó a la historia. Olvidado del todo. Finito.

Bebo un trago de la Ambar y enciendo un Celtas con cuidado, muy despacio. Un gesto extraño, un movimiento brusco, y se va todo al garete.

—Sí que es curioso —continúa—. Curioso de la hostia.

—¿El qué? —pregunto.

—Lo de la sinceridad.

—¿Qué sinceridad?

—Yo qué sé, la sinceridad en general, la sinceridad entre tú y yo —enciende un Fortuna con rapidez y me suelta una bocanada de humo en la cara—. Eres la persona que mejor me conoce y yo soy la que mejor te conoce a ti, y, aun con todo, no conseguimos ser sinceros. Sinceros de verdad, quiero decir. Tras dos años y medio no hemos sido capaces de conocernos realmente el uno al otro. Sí, creemos que nos conocemos, pero es mentira. No hemos hecho otra cosa que arañar la superficie, acertar a vislumbrar el pico del iceberg. Es una pena —dice con una sonrisa.

La miro a los ojos y no la reconozco. Recuerdo sus miradas de hace un tiempo, miradas intensas, cargadas de emoción y cariño. Supongo que se debe a que entonces estaba enamorada de mí. Ahora no, no está enamorada de mí, ahora «me quiere», lo que es muy diferente. El bar comienza a llenarse a nuestro alrededor. Pido cervezas para los dos.

—Sabes, ya no bebo tanta cerveza como cuando salíamos juntos. Prefiero probar otras cosas, cubatas y así. Di que me gasto más pasta, pero en fin. Bueno, y tú, ¿qué tal?

—¿Yo? —pregunto tras apagar la colilla en el cenicero—. Bien, relajado, ya sabes —digo. Pero de eso nada.

—Mira, sí, hombre, ahora me voy a creer eso, a estas alturas. Tú siempre dices lo mismo. Relajado… En tu vida has estado relajado, y sabes que lo sé.

—Sí, ya sé que sabes que nunca he estado relajado, que no ha habido un puto segundo de mi vida en el que haya estado relajado, así es que para qué me preguntas qué tal estoy.

Noto cómo me tiemblan las piernas, conque me levanto y me voy a mear. Desde el váter oigo a Radio Futura «… que tu vida es sólo para ti, pero te llevas mi alma contigo…». Enciendo un Celtas y vuelvo a la barra.

—Ya veo que no has cambiado —dice—. En media hora escasa que llevamos aquí ya has ido tres veces al servicio.

—Sí, es cierto, mis riñones siguen funcionando perfectamente. Digamos que en ese aspecto continúo igual.

—¿Y en el de no hacer nada?, ¿también continúas igual? Porque es que tú nunca has hecho nada.

—Pues sí, también igual.

Creo reconocer a alguien que está a punto de entrar. Pero no, me parece que no es él. Eso espero.

—Joder —dice mientras juguetea con mi mechero entre sus dedos—. Eres increíble. Supongo que no tienes un solo plan para un futuro próximo. Lo que tienes que hacer es olvidarte de mí, buscarte a otra tía, enamorarte de otra, joder. Seguro que anda por ahí alguna tía que está loca por ti, deseando conocerte, pero no, tú no, tú te has prometido amor eterno para conmigo y, como es una de tus puñeteras convicciones, no hay quien te haga echar marcha atrás. De verdad te lo digo, olvídate de mí. Sí, ya sé que te he llamado yo por teléfono hoy, pero, aun con todo, «tienes» que olvidarte de mí y comenzar a ver el mundo que te rodea tal y como es realmente. No puedes estar toda la vida auto-compadeciéndote —dice, y tras una pausa añade:

—No vas a hacerme caso, ¿verdad?

No, joder, no te voy a hacer ningún caso. Estás loca, Alicia, te vas de la cabeza diciendo lo que estás diciendo. ¿Es que no me conoces, maldita sea?

—No, de momento no pienso hacerte ningún caso —contesto moviendo la cabeza de un lado a otro.

Tengo una de esas diminutas lámparas de luz halógena apuntando hacia mi lado derecho de la cara, lo que me está dando dolor de cabeza y poniéndome de mala leche. Ojalá que cuando salgamos esté lloviendo, aunque en Zaragoza eso es casi imposible.

—Pues te voy a decir una cosa —dice y bebe un trago—. Con tu actitud lo único que vas a conseguir es hundirte. Hundirte más y más. Y para que lo sepas, sigo creyendo que eres un tipo que puede salir adelante. Escribe, tío, sigue con esas historias que escribías hace un tiempo y que después me enseñabas. Siempre dijiste que ése era tu camino, ¿no? Pues adelante. Había algunas interesantes, realmente interesantes. Sabes que lo digo en serio.

Me cubro con la mano el medio lado de la cara y noto una calidez agradable, casi apaciguante.

—Ojalá que cuando salgamos esté lloviendo.

—¿Ves cómo no haces caso a nada de lo que te digo? Aquí estoy, intentando echarte una mano y tú me sales con que a ver si llueve. Además, lo que me faltaba, que lloviera. A la mierda con mi pelo como llueva. Bueno, ahora me toca a mí.

Pido otra ronda. Mientras vuelve del servicio me quedo mirándola y la imagino desnuda. Recuerdo cuando se paseaba por la habitación con el cordón del tampón colgándole entre los muslos. Sencillamente, estaba preciosa.

—Ey, ey, ¿qué me miras así? Me parece que te estás empezando a colocar. ¿Cuántas cervezas te habías bebido antes de que yo llegara? Como sigas así vas a terminar mal, te lo digo yo. No concibes el salir a dar una vuelta sin ponerte bien ciego. Me acuerdo que igual te daba que fuera un día entre semana, que una fiesta de cumpleaños o que estuviéramos de vacaciones en la playa o en la montaña. La cuestión era siempre beber, beber hasta que no podías más, hasta que ibas dando tumbos de un lado a otro.

Y lo malo no era eso, sino que yo también participaba del juego. Ahora no, ya no bebo tanto como antes, como cuando salíamos juntos. En ese aspecto mi vida ha mejorado. Sí, no pongas esa cara, que es cierto.

—No pongo ninguna cara —digo—. Es la maldita luz.

—Tú lo que vas es medio colocado, que te conozco.

Apoya una mano sobre mi brazo y me mira de una forma extraña. Una mezcla de incomprensión y compasión.

—Sé que todavía me amas —dice—, que, de lo loco que eres, serías capaz de hacer cualquier cosa por mí, pero yo, bueno, no estoy enamorada de ti. Lo siento, pero ya no hay magia entre nosotros.

Se produce un lapso entre disco y disco, ese brevísimo intervalo de vacío absoluto en el oído, y yo hundo mi mirada en sus ojos y siento que me pierdo en su interior.