CAPÍTULO IV

CORTINA FINAL, BORDADA CON DRAGONES

—Mai Wong, una exquisita actriz, era el jefe oculto de una organización criminal… —El teniente Dobkin sacudió la cabeza con asombro—. No lo entiendo, Cole. Cada vez comprendo mucho menos el mundo en que vivo…

—Eso nos sucede a muchos —admitió Cole gravemente—. Cuando esa chica murió en mi camerino, allá en Hong Kong, al lado del que ocupaba Mai Wong, debí haber sospechado algo. Luego, al vernos sorprendidos esta noche… estuve seguro. Sólo Mai sabía que yo iba a hacer algo por la noche, con unos amigos. Le bastaba vigilarme a mí, para que yo la condujese, cándidamente, a la pagoda donde obtendría la codiciada llave de oro, de la que había oído hablar recientemente, alterando sus planes sobre los dragones de oro, que ella sólo utilizaba para pasar drogas o diamantes… En fin, teniente, se lo dije. Asunto resuelto. Y aquí tiene a su prisionera.

—Hablé ya con el fiscal y el juez —carraspeó Dobkin—. Si sale una persona fiadora que responda por ella…, y si Lena se presenta cada mes ante mí…, puede ser libre bajo palabra, hasta cumplir el tiempo de su sentencia, y seis meses más por evasión y algunas cosillas. Es todo lo que pude hacer por ti, Lena.

—Es mucho —los ojos de ella brillaron—. Más de lo que jamás soñé…

—Yo soy quien responde por ella. —Cole la tomó del brazo—. Vamos a celebrar esto ahora…, pero con zumo de frutas solamente. Nosotros, los luchadores de Artes Marciales, no debemos caer en la tentación del alcohol.

Salieron del Departamento de Policía de San Francisco, y se encaminaron a una cercana cafetería. Por el camino, Frank Cole habló a ambos:

—Hemos de buscar ese tesoro en Asia, Kwan, Y hacer de él un fondo que nos permita seguir unidos, luchando por causas justas, ayudando a los demás, poniendo a contribución la más bella y noble forma de lucha que ha existido jamás.

—Es una gran idea —aceptó Kwan Shang—. Algún día, ellos me encontrarán, Cole… Y necesitaré también vuestra ayuda… Unidos, podemos llegar muy lejos.

—Haré lo que digáis vosotros —prometió Lena, con un suspiro—. Mi vida es vuestra, Cole. Pero considero que es una hermosa idea esa de ayudar a los débiles contra los fuertes. Si las Artes Marciales son la más bella y digna expresión del hombre que sólo necesita de sus propias fuerzas y de su cuerpo para luchar contra enemigos muy superiores, ¿por qué no hacer de ellas un escudo para los oprimidos y los que son humillados? ¿Por qué no ayudar a quien sufre o es expoliado?

—Entonces, convenido —extendió su brazo, la mano extendida también. Sobre ella pusieron Kwan Shang y Lena Tiger las suyas, como en un juramento solemne—. Los tres unidos, de aquí en adelante. Ese oro escondido en Asia, será nuestro fondo común para obtener los medios de seguir adelante. Y si tres dragones de oro nos han unido y ha hecho de nuestros destinos uno común… ¿por qué no llamarnos a nosotros mismos de ese modo?

—Los Tres Dragones… —asintió Kwan Shang—. Me gusta, sí. Los Tres Dragones de Oro…

—Unidos para siempre —añadió Lena, tomando con calor la mano de Cole y mirándole dulcemente—. Sí, Frank. Es hermoso… Tres Dragones de Oro…, luchando a favor de los demás. Cada dragón, un símbolo de fraternidad, de amor, de espíritu humano…

Sus manos se oprimieron en aquel mudo juramento. Luego se miraron entre sí.

Sabían que algo había nacido. De ellos dependía que fuese, realmente, algo duradero, hermoso y digno.

F I N