CAPITULO X
LAS hojas voraces se cerraban.
Roger Carrel, Fedor Udanowsky, su sobrina Ivana...
Víctimas insensibles, dominadas, hipnotizadas, vencidas mentalmente por el poder maligno de aquella enorme masa vegetal, rodeada ya de miles de otras más pequeñas flores que, al crecer con ella, llegarían a formar un circuito de cerebros, de poder mental capaz de aniquilar todo lo imaginable.
Era el principio sólo...
El principio de la gran invasión que ellos, allá en su lejano mundo extinguido, pudieron aniquilar un día, cuando aún era tiempo.
El principio del fin para el planeta Tierra y su sociedad humana, confiada, indefensa ante semejante poder subrepticio, llegado del cielo en forma de semillas desconocidas...
Kat y Wolf se miraron, a la desesperada.
Ellos poseían fuerzas nuevas, desconocidas en la Tierra. Una fuerza capaz de luchar, de intentar cuando menos vencer a aquel poder ignorado y terrible...
Lo intentaron.
Fue inútil.
Supieron que habían fracasado cuando sus vibraciones chocaron con la gran flor, haciéndola temblar levemente, pero sin impedir que los pétalos monstruosos, gruesos y ásperos, se fuesen cerrando, como golosos labios babeantes y voraces, sobre los cuerpos rígidos, inconscientes ya, de Roger, del profesor, de I vana...
Wolf corrió a la planta, esforzándose por combatirla directamente. Esta vez, fue la flor monstruosa la que disparó algo, una vibración, una onda poderosa, que lanzó a Wolf por el suelo...
Kat contemplaba, trémula, la escena. Sus poderes superiores, nada podían ante aquel peligro terrorífico. Habían perdido la batalla.
Y, con ella, las vidas de todos sus amigos. Total, definitivamente.
Ya los pétalos púrpura, succionantes, se cerraban sobre la cabeza inmóvil de Roger Carrel...
* * *
Entonces, súbitamente, Kat tuvo un soplo de inspiración, un súbito instinto cegador.
Sus labios se movieron sin emitir sonido. Pero su mente lanzó una poderosa carga psíquica, una emisión mental... dirigida a Roger, no a la flor.
Vio que, entre los pétalos gigantes, Roger se agitaba de repente, herido por algo intangible. Observó, esperanzada que, de repente, el explorador gritaba algo, roncamente, y sus brazos musculosos forcejeaban por abrir aquellas láminas vegetales, fuertes y fibrosas, realmente temibles.
Era en vano.
Ya no podía salir de allí dentro. La flor siniestra se cerraba, de modo definitivo, total...
Volvió a emitir Kat algo, mentalmente. Trató de transmitir, a la fatigada, vencida, turbia mente de Roger, como dormitada por el influjo hipnótico de la planta, el informe que flotaba en su conciencia, en su recuerdo, de la vieja, remota historia de su planeta perdido:
—Roger... Roger... Las plantas carnívoras eran las «cosas» inteligentes de nuestro mundo en el pasado... Fueron vencidas..., destruidas... ¿Sabes cómo las vencieron? Sólo una cosa anula su poder, hiere sus emanaciones mentales... Una cosa..., la misma que hizo morir a la semilla que el profesor encontró, allá en la Luna... El carbono, Roger... El carbono... Fue el arma utilizada en los grandes exterminadores vegetales de nuestro mundo, hace siglos... El carbono... El carbono... ¡El carbono, Roger...!
Y Roger entendió. Roger captó. Roger luchó... ya dentro de la flor, herméticamente cerrada sobre ellos. La flor, cuyas ventosas empezaban a succionar, a intentar la deglución de sus víctimas, emitiendo jugos ácidos, corrosivos... que facilitasen su horrenda, monstruosa digestión...
Roger recordó vagamente. Y aun dentro de la boca voraz del vegetal hambriento, aun en aquella sima aromática de muerte, recordó...
Su mano no luchó.
Su mano se hundió en el bolsillo de su cazadora, hurgó allí, sacó algo...
Sus dedos dejaron caer, al fondo de la corola ávida de la flor carnívora llegada de otros planetas... hasta una veintena de diamantes en bruto.
Carbono cristalizado.
Carbono...
¡El arma destructora de las flores inteligentes...!
«* *
Y tuvo éxito.
Apenas las gruesas gemas de carbono cayeron en el fondo, golpeando la corola babeante, ocurrió el prodigio.
La flor pareció emitir quejidos, agitarse, convulsa. El montón de diamantes, al choque con los ácidos de la flor, empezaron a disolverse, a diluirse en gas, como si fuesen algo blando y maleable...
Carbono cristalizado se mezcló con los jugos de la flor viviente... y ésta empezó a estremecerse, abriendo desesperada, angustiadamente, sus grandes pétalos asesinos.
Entre una humareda acre, los pétalos empezaron a arrugarse, a ceder, agostándose... Culebreaban, frenéticos, los gruesos tallos velludos de la monstruosa planta... Todo, dentro de ella, estallaba en un caos delirante de tejidos vegetales heridos de muerte...
Saltó Roger de su interior viscoso, extrajo de allí a Ivana, al profesor... Wolf y Kat corrieron a ayudarle...
Después, agonizó ante sus ojos la enorme flor, aturdido su formidable poder mental por el veneno de sus tejidos. Ante el asombro de Roger, los diamantes eran ya sólo gas, vapor diluyéndose en el vientre atroz de aquel vegetal inteligente y cruel...
—Dios mío..., qué a tiempo —jadeó el explorador—. Y pensar que una fortuna en diamantes... está salvando quizás al mundo...
Luego, rabiosamente, se volvió, comenzó a pisotear, a estrujar las flores, de las que parecían salir gritos! sollozos, como acordes de violín.
El profesor Udanowsky intentó frenar el destrozo, detenerle.
—No, Roger... Esas ¿«millas... pueden ser importantes en la investigación... —suplicó el sabio.
—No, no correremos riesgos, profesor. Esto será todo destruido. Haremos venir tropas de Mombasa, aniquilar todo esto inexorablemente... ¡Ni una sola semilla espacial puede quedar con vida, prosperando en tierra fértil! ¡Es demasiado terrible lo que hemos visto cara a cara, la fuerza terrible que esperaba invadir el mundo... para dejar que esto siga adelante, ni siquiera en bien de la Ciencia, profesor!
Y, pese a sus esfuerzos, apartó a Udanowsky de un empellón, y siguió destrozando, destrozando..., ayudado por Ivana, por Wolf, por Kat...
Los alucinantes, débiles sollozos de las plantas inteligentes, machacadas sin piedad bajo las botas de Carrel, continuó unos minutos...
* * *
—Asunto concluido, Carrel —dijo el teniente de policía de Mombasa—. Ni una sola planta sobrevivió al exterminio, por medio de fuego y carbono. ¿Satisfecho?
—Sí, gracias —Roger suspiró, tomando un sorbo de su combinado, en aquella terraza fresca y amplia, en Mombasa. Encima de ellos, estrellas, noche, cielo tranquilo, radiante.
Y paz completa alrededor. Udanowksy, lamentando en silencio su fracaso científico. Ivana, pensativa. Wolf y Kat, esperando a marcharse, en cuanto se ausentara el oficial de la policía nativa.
—Espero que todo esté ahora en orden, Carrel —habló el policía nativo.
—Todo en orden, sí. Y espero que para siempre...
—¿Tan nocivas eran esas flores? —dudó el policía.
—Mucho. Emitían un veneno especial, que afectaba a nervios y cerebro —mintió fríamente Roger—. El fuego las extermina, pero dejaba partículas venenosas, que sólo el carbono puede destruir.
—El carbono... Entiendo, sí.
—Si entendieras realmente... —musitó Roger—. Una fortuna en diamantes para acabar con la principal adversaria:..
—¿Decía, Roger?
—No, nada. Gracias, teniente, por todo. Ya nos veremos mañana, amigo mío. Ahora, sólo quiero descansar...
El policía saludó cortésmente a todos, y se ausentó.
En la terraza, bajo las estrellas, todos se miraron en silencio. Kat se incorporó.
—Creo que es hora de marcharse —dijo.
—Oh, sí —asintió Roger—. La luna...
—Sí, la luna —afirmó Wolf—. No podemos correr riesgos...
—Lo entiendo —Roger miró al profesor, pensativo—. Por cierto, Udanowsky dijo algo antes.
—¿Algo? ¿Sobre qué? —indagó Kat.
—Sobre ti y sobre Wolf... El afirmó que algunos procesos biológicos anormales, terminan por ir desapareciendo... A veces, en otro planeta, en otro clima, bajo una luna diferente... puede suceder eso. No sé si tiene base científica, pero ¿por qué no probarlo?
—¿Probarlo? ¿Cuándo? —dudó Wolf.
—Ahora. Esta noche. Aquí.
—Sí, eso dije: aquí..., ahora.
—¿Valdrá la pena correr e) riesgo? —dudó Kat.
—Creo que vale la pena —asintió Roger—. Intentadlo. Por favor...
—Bien... Lo intentaremos —asintió Wolf.
Poco después, la luna emergía sobre Mombasa...
Grande, redonda, plateada...
* * *
Ni un rugido. Ni una mutación. Ni una metamorfosis. Sólo un desasosiego, un cosquilleo, una sensación rara en ambos...
Eso fue todo. Se miraron. Miraren a Roger, a Udanowsky. El ruso bostezó.
—Estaba seguro de ello. Su naturaleza se va adaptando al planeta Tierra... paulatinamente. El proceso biológico artificial... se ha detenido al fin.
—Entonces... somos ya como los demás —musitó Wolf. .
—Y podemos quedarnos... para siempre —susurró Kat.
—Sí —afirmó Roger—. Para siempre... Y se miraron largamente. Con una sonrisa esperanzada, llena de optimismo, de fe...
Dos Extraños, hablan encontrado un nuevo mundo donde vivir, tras su fuga del planeta del terror, allá en otras galaxias.
Un mundo nuevo... y quizá nuevas vidas y nuevos afectos...