CAPÍTULO PRIMERO
—CABALLEROS, con relación al asesinato de Norma Bibbs tengo que hacerles una sensacional revelación.
Weddon Erksdale, fiscal de Sealake, paseó la mirada por entre la nutrida concurrencia de periodistas no sólo locales, sino también forasteros, que habían acudido a la ciudad para informar a sus lectores de un asesinato que prometía dar mucho trabajo a las prensas.
Varios micrófonos se tendieron hacia el fiscal, con objeto de grabar hasta el menor de sus suspiros. Consciente de ser el centro de la atención general, Erksdale sonrió satisfecho.
Era un hombre próximo a la cuarentena, alto, moderadamente fornido, de sienes ligeramente grises y sonrisa atractiva. Erksdale tenía todo el aspecto de un galán de cine que inicia su madurez en el mayor de los éxitos y lo sabía.
—Todo el mundo sabe que Norma Bibbs murió des trozada a consecuencia de la explosión de una bomba de relojería que alguien colocó en el despacho de su residencia —continuó el fiscal—. Bien, eso es cierto. La bomba explotó y… Pero la autopsia ha demostrado que antes de que la bomba llegase a estallar, tres personas más habían estado en el despacho de Norma y las tres con la intención de matarla.
—¿Quiere con eso decir que hubo cuatro asesinos, fiscal? —preguntó el redactor del Globe, en medio del asombro general.
—Ni más ni menos. Los resultados de la autopsia han sido concluyentes: alguien asestó una puñalada a Norma Bibbs; alguien le pegó un tiro y otra persona, en fin, le lanzó a la cara un chorro de gas altamente venenoso. Nuestra atención, por tanto, se centra ahora en saber cuándo murió Norma Bibbs; si murió por la puñalada, el balazo, la ingestión de gas en los pulmones o fue la explosión de la bomba la que remató la tarea iniciada por esas otras tres personas.
Los periodistas escribían frenéticamente, mientras los flashes de las cámaras fotográficas centelleaban sin cesar. Tal como había anunciado Erksdale, era una declaración sensacional.
—Fiscal, en su opinión, ¿cuándo murió Norma Bibbs?
—pregunto un informador del Clarión.
—No puedo asegurar nada. Por ahora, la autopsia sólo ha revelado lo que ya he dicho, pero puntualizar el orden en que fue atacada la víctima es algo que exigirá trabajos mucho más complejos y, naturalmente, bastante tiempo también.
—Por tanto, el que primero la atacó, sería el criminal— dijo otro periodista.
—Exactamente —convino Erksdale—. Si el autor de la muerte fuese la persona que usó el puñal, por ejemplo, las otras quedarían exculpadas automáticamente, ya que no se puede acusar a una persona de asesinato de un cadáver.
—¿Se conoce algún nombre sospechoso, fiscal?
—Algunos, en efecto —sonrió Erksdale.
—¿Puede facilitarlos?
—Lo siento. Solamente son sospechosos y no puedo hacer nada sin tener pruebas evidentes de que intentaron asesinar a Norma Bibbs. Lo más que puedo decirles es que esas cuatro personas están bajo vigilancia.
—¿No intentarán escapar de la ciudad al saberlo?
Erksdale volvió a sonreír.
—El que lo intente se acusará a sí mismo —dijo—. No, no hay temor al respecto.
—¿Por qué mataron a Norma Bibbs?
—¿Usted lo pregunta? —replicó el fiscal—. Debe de ser forastero, ¿no es así?
—Me ha enviado el Examiner, de San Francisco, fiscal. Norma Bibbs era muy leída allí.
—Entonces no pregunte más. Ya sabe que sus comentarios escritos eran altamente corrosivos y habían destruido más de una reputación. No cuatro, sino cuarenta personas habrían querido asesinarlas y cuatrocientas, por lo menos, habrán dado saltos de alegría al enterarse de su muerte.
—Total, que nadie lo va a sentir.
—Sí, sus lectores —contestó el fiscal, provocando las risas de todos los presentes.
—¿Confía en llevar a buen término la investigación, señor fiscal?
—Si no tuviera confianza en mis colaboradores, dimitiría inmediatamente.
—¿Quién dirigirá la investigación?
—Perdone que no conteste a esta pregunta, caballero— respondió Erksdale—. Aparte de los trabajos que pueda realizar la Brigada de Homicidios y de acuerdo con su jefe, capitán Loss, naturalmente, he nombrado un investigador, cuyo nombre e identidad permanecerán en secreto mientras me sea posible.
—¿Cree que conseguirá el éxito, fiscal?
—Así lo espero, señor mío.
—Fiscal, algunos le acusan de pensar más en su carrera política que en la resolución del caso
Erksdale se puso solemne
—Amigo mío —dijo con voz serena y firme—, la justicia me importa ante todo; y si tuviera que elegir entre mi carrera política y encontrar al asesino de Norma Bibbs, no vacilaría en absoluto en elegir el segundo camino
Sonaron algunos murmullos dé aprobación. Erksdale volvió a sonreír e hizo una ligera inclinación de cabeza.
—Y ahora, por favor, caballeros de la Prensa —se despidió—, permítanme que, mientras ustedes vuelven a su trabajo, yo siga con el mío. ¡Buenas tardes!
Dicho lo cual, Erksdale giró sobre sus talones y se metió por una puerta encristalada con vidrio translúcido, en la cual se leía un rótulo:
FISCAL GENERAL de
SEALAKE
PRIVADO.
* * *
Había un hombre en el despacho, vestido con cierto desaliño, el cual parecía muy ocupado en mantener un filete de carne fresca sobre su ojo izquierdo. Erksdale cerró la puerta y miró al individuo de buen humor.
—¿Cómo va eso, Ross? —preguntó.
Ross Fallon emitió un gruñido. Luego dijo:
—Son cosas que le pasan a uno por aplicar el ojo adonde no debe.
—¿Era fuerte el tío?
—Era una tía, pero… ¡qué musculatura, cielos!
Erksdale se echó a reír. Caminó hacia un aparador cercano y llenó dos copas, ofreciendo una a Fallon.
—Bebe, esto te consolará del disgusto. —Tomó un trago y preguntó—: ¿Has oído, Ross?
Fallon señaló con el vaso el interfono conectado:
—Ha sido una gran conferencia de prensa —respondió—. Dime, Weddon, ¿quién es ese investigador privado que va a ser tu principal auxiliar?
—Tú, Ross.
Fallon pegó un salto en el asiento. Lanzó el filete a la papelera y sacó un pañuelo para secarse la humedad del ojo hinchado y amoratado.
—¿Yo? ¿Estás loco, Weddon? ¿De dónde te has sacado esa disparatada idea?
—De aquí —contestó Erksdale, señalándose la cabeza con el dedo índice. Y agregó—: Te necesito, Ross.
—Sólo soy un investigador privado…
—Ahora trabajarás para la fiscalía.
—Pero tengo entre manos otros casos…
—Déjalos. Se te compensará adecuadamente. Los gastos correrán a cargo de los fondos de la fiscalía. Además, te proveeré de una tarjeta en la que se te reconoce como investigador especial secreto, con amplios poderes. Mientras sea posible, lo mantendremos reservado, desde luego; y sólo revelaremos tu nombre eh el momento oportuno.
—¿Por qué te has acordado de mí, Weddon?
—Te seré franco, Ross. Sí, quiero progresar en mi carrera política y este crimen puede ser el peldaño que me lance definitivamente a unas elecciones para un puesto en el senado de California.
—Entonces, les has mentido a los periodistas.
—No, Ross. Dije la verdad… pero es humano aprovecharse de las ocasiones de progresar, ¿no?
Fallon hizo una mueca, mientras sacaba unas gafas oscuras.
—A mí me revienta la política, si he de serte franco.
—Y a mí me atrae —rió el fiscal—. Pero sé que eres el único que puede conseguir algo. A fin de cuentas, somos buenos amigos, creo.
—Sí —suspiró Fallon—», eso te salva. Oye, la tal Bibbs debía de ser una prójima de cuidado.
—Lo era —contestó Erksdale con los labios prietos—. Sealake está lo suficientemente cerca de Hollywood para saber lo que pesa en el mundo del cine y lo suficientemente alejada para no vernos, mezclados con cierta turbamulta perniciosa y hasta revolucionaria, que acabaría destruyendo la buena fama de la ciudad.
»Sealake tenía solamente cinco mil habitantes hace quince años —siguió el fiscal—. Su situación privilegiada, a orillas del lago y a quince minutos en automóvil de las playas de Monterrey, hizo que la gente tranquila y acomodada fuese estableciéndose poco a poco en la ciudad. Desde el primer momento, se prohibió la instalación de industrias cuyos edificios pudieran afear el paisaje, el cual fue respetado escrupulosamente y, en muchos casos, se demolieron construcciones levantadas ilegalmente. Se buscaba un área de paz y tranquilidad y se logró conseguir. Pero la muerte de Norma Bibbs puede echarlo todo a rodar, ¿comprendes?
—Vamos, que queréis que Sealake siga siendo la ciudad residencial que se pensó en un principio, cuando los primeros forasteros acomodados empezaron a vivir en sus inmediaciones.
—Si; y tú mismo te habrás dado cuenta que aquí no se ha permitido la creación de un hampa que pueda dominar los resortes de la ciudad ni turbar la tranquilidad de sus moradores. La vigilancia de la policía es perfecta en este sentido y todo sujeto que pretenda turbar la paz es expulsado automáticamente y sin contemplaciones, sea quien sea y por elevado que se encuentre en su esfera social.
—Lo sé, y es una buena política, Weddon —convino el investigador—. Pero… ¿crees que podrás continuar manteniéndola?
—Todo depende de ti, Ross. Si el asesinato de Norma Bibbs queda impune, la fama de Sealake sufrirá un duro golpe y se iniciará su decadencia, la cual sólo terminará cuando la ciudad esté completamente arruinada.