La diferencia de edades estaba marcada por las distintas clases de tabaco que usaban los dos hombres.
El inspector Carrigan, cincuentón, obeso, con aspecto de bon vivant, fumaba una vieja cachimba de espuma de mar. El agente especial Sharey, de la F. B. I., alto, atlético, cabello rubio y corto, fumaba cigarrillos.
Carrigan estaba sentado en una silla, junto a una reja de alambre, con aspecto plácido. Sharey se paseaba nerviosamente por la estancia.
—¿Cree que accederá, inspector? —Se detuvo y preguntó por enésima vez.
Carrigan se encogió de hombros.