CAPITULOXII
La petición de Resphol-Tun provocó cierta agitación entre los componentes del tribunal. Sulykix se removió inquieto en su asiento. Billie frunció el ceño, repentinamente aprensiva.
El presidente alzó una mano.
—La petición formulada por nuestro honorable colega Resphol-Tun resulta no ya insólita, sino contraria a los usos y costumbres de esta Federación —dijo.
—Pero no contraria a la ley, Excelencias.—Aunque Resphol-Tun hablaba con el presidente, se dirigía al tribunal colectivamente—. De acusador me he convertido inesperadamente en acusado, y lo grave es que si esa acusación prosperase, no sería yo el único en sufrir las consecuencias de una sentencia adversa, sino la población entera del planeta al que represento. Por otra parte, si mi honorable colega está tan convencido del apoyo de la ley, no tendrá motivo alguno para oponerse a una petición que debiera probar concluyentemente sus acusaciones.
Thuiver vio a Billie que cuchicheaba con Sulykix. Este, malhumorado, la apartó de un manotazo. El joven ocultó una sonrisa. Era evidente que Sulykix no se había esperado una reacción semejante.
Resphol-Tun continuaba hablando:
—El psicoproyector, utilizado en los testigos que se señale, probará concluyentemente quién fue el culpable de las matanzas denunciadas por nuestro colega Sulykix. Cuando alguien es objeto de una acusación gravísima, tiene no sólo el derecho, sino el deber de defenderse con todos los medios legales a su alcance, por más que el uso del psicoproyector haya sido abandonado en los últimos tiempos. Pero «uso abandonado» no significa «uso proscrito». Todavía no se ha aprobado y promulgado ninguna ley que prohíba su empleo, ley que, en todo caso, habría sancionado la costumbre de su no utilización. Ahora bien, ante la inexistencia de esa ley, yo, respetuosamente, insisto en el empleo del psicoproyector, para que sea aplicado a las dos partes en litigio.
El presidente alzó una mano.
—La petición del honorable Resphol-Tun debe ser estudiada por este tribunal y no puede hacerse en público. Por tanto, se levanta la sesión durante sesenta minutos. Dentro de una hora, daremos a conocer nuestro dictamen sobre la utilización del psicoproyector.
***
El tribunal se había retirado a deliberar. Los contendientes permanecían en la misma sala.
—¿Cómo decidirán la aplicación del psicoproyector? —preguntó Thuiver.
—Por votos —contestó Resphol-Tun—. Pero se necesita una mayoría equivalente a las tres cuartas partes de los votantes. Si no se consigue en la primera votación, se efectúa una segunda. La tercera decide en un sentido u otro.
—Es decir, de veintisiete miembros...
—Se necesitan veinte afirmativos.
—¿Y si la votación resultase negativa?
Resphol-Tun meneó la cabeza.
—Está en juego el destino de un planeta durante los próximos cinco o tal vez diez años. No es una cuestión que deba tratarse a la ligera.
—Ya. Pero si dicen que no, Spathix va a padecer muchísimo.
—Hubo pérdidas de vidas humanas. A la Federación interesa conocer la verdad.
Thuiver miró hacia el otro lado de la sala, en donde Billie
y Quarry conferenciaban con Sulykix. La Tuerta parecía sumamente nerviosa.
—Pero, bueno, ¿qué diablos es eso del psicoproyector? —preguntó de mal talante.
—Nada, no lo aprobarán —contestó Sulykix, no menos enojado.
—Escucha, mono con toga, tengo derecho a saber qué diablos es ese artefacto.
—Si quieres, yo puedo explicártelo.
Billie se volvió y su único ojo emitió un brillo insano al ver a Thuiver a dos pasos de distancia.
—Estás seguro de ganar, ¿eh? —masculló.
—Absolutamente —respondió el joven—. Por si ese miserable que tienes al lado no te lo ha dicho, yo lo haré en su lugar. El psicoproyector es una sonda mental que, tras sumir al paciente en un sueño hipnótico, le hace recordar con todo detalle imágenes de los sucesos objetos de debate, imágenes que, con los sonidos propios de los hechos presenciados por el testigo o de los que fue protagonista, y que, al hallarse grabados indeleblemente en el subconsciente, no pueden ser objeto de falseamiento alguno y bajo esas condiciones, se proyectan en una pantalla y son visibles para todos.
»Por tanto, cuando me apliquen el psicoproyector, saldrá a relucir la entrevista clandestina que tú y Sulykix celebrasteis en la casa en que te alojabas en el poblado, la noche siguiente al primer combate. Fue la noche en que yo ataqué y reduje a tus centinelas y luego, aprovechando la borrachera de tus piratas, quité el circuito de carga a todas las pistolas, menos una. De este modo, el tribunal sabrá que tú y Sulykix estabais ya en connivencia desde hacía un par de años al menos, y que fue el propio Sulykix, con su traidora actuación, el causante de las muertes de sus propios súbditos. La sentencia ya no depende de mí, sino del tribunal —concluyó Thuiver tajantemente.
Billie se puso pálida. Sulikyx tenía la cara llena de sudor. De pronto, Billie se volvió hacia Sulykix. —Dime, ¿es cierto lo que ha dicho este hombre? —preguntó.
—Sí... pero yo no creía... Nunca esperé...
—¡Imbécil, mil veces imbécil! Si me lo hubieras dicho antes...
Billie temblaba de rabia. Plácidamente, Thuiver añadió:
—Con toda seguridad, no te condenarán a muerte, Billie. Lo más probable es que te envíen a Zthar, un asteroide desolado, fuera de las espacio-líneas, una especie de isla desierta en este sector de la galaxia, en donde permanecerás confinada para el resto de tus días. No morirás de hambre y sed... pero te sobrarán años para arrepentirte, porque, según las leyendas, si la existencia es muy dura en Zthar, no es menos cierto que la permanencia en ese asteroide prolonga la vida en más del doble de lo normal. No se sabe por qué es, pero es así.
Ahora la cara de Billie estaba roja de ira.
—Y yo que esperaba... —bramó—. Sulykix, maldito hijo de perra, ¿te das cuenta del lío en que me has metido? Tengo treinta y dos años... ¿y crees que voy a pasarme doscientos o más en un pedrusco perdido en el espacio?
Sulykix extendió las manos desesperadamente.
—¡Aguarda! ¡No! Aún se puede arreglar todo...
—¡Tú lo arreglarás en el infierno! —tronó Billie, a la vez que sacaba de debajo de sus ropajes la pistola electrocutante.
Zelpha chilló agudamente. Thuiver saltó hacia Billie, pero era ya tarde.
La descarga alcanzó de lleno a Sulykix, convirtiéndolo en una masa de carbón, con figura humana, de la que se desprendía un repugnante hedor a carne quemada. Billie, enloquecida, volvió el arma contra el joven, pero el puño de Thuiver alcanzó su mandíbula y la arrojó a varios metros de distancia.
En la sala se produjo un gran revuelo. Quarry, desesperado, intentó escapar, pero fue atrapado por los guardias de la entrada. Billie fue reducida asimismo a la impotencia, antes de que pudiera recobrarse del golpe recibido.
El tribunal regresó al finalizar el plazo prescrito y tuvo que dictar dos sentencias.
En realidad, una sentencia, puesto que desaparecido uno de los demandantes, la demanda ya no tenía razón de ser. Simplemente, se practicaría una investigación en Erídyx, por una comisión neutral, que haría un informe de los hechos, mediante las aportaciones de testigos presenciales y víctimas de las depredaciones de los piratas. Spathix no sufriría ninguna sanción.
La segunda sentencia fue dictada contra Billie y Quarry.
—Modificación de la personalidad, mediante lobotomía —decretó el presidente del tribunal.
—¡Me van a convertir en un vegetal viviente! —aulló la Tuerta, al conocer la pena dictada.
—No, sino en una persona decente, en cuyo cerebro ya no se albergarán más ideas de maldad; antes al contrario, te sentirás ansiosa de ayudar a tus congéneres y no concebirás más sentimientos de ambición ni codicia. En estas condiciones, serás más útil a la comunidad, que desterrada en Zthar o muerta, por ejecución de la sentencia capital. Y esto que he dicho, se puede aplicar a tu compañero Royd Quarry.
Los guardias se llevaron a Billie y a Quarry. Thuiver meneó la cabeza.
—Bien mirado, no salen malparados —comentó.
—Hay algo que no entiendo —dijo Zelpha de pronto.
-¿Sí?
—El entendimiento entre Billie y Sulykix. Billie y sus piratas fueron a parar a Eridy de modo casual. Pero ya se conocían...
—Bueno, tú sabes que Billie viajaba constantemente, de modo que no es difícil imaginar una parada suya en Eridyx, precisamente, cuando se estaba instalando la primera puerta espacial, a petición de tu gobierno. Lo que sucede es que allí se hizo de una forma oficial, mediante pacto entre gobierno y gobierno... y en la Tierra, el tuyo, actuó solapadamente, enviando una nave misteriosa, cuyo objetivo no conocía nadie.
—Es que ya te lo dije, nos dábamos cuenta de las perturbaciones que podían sufrir vuestros transportes, vuestros negocios, el comercio entero, si se descubría de repente la inutilidad de las naves espaciales. Aquí ya habíamos solucionado este problema, pero en la Tierra, causaría, causará, mejor dicho, graves trastornos... Queríamos evitar tales inconvenientes, en la medida de lo posible. Luego, la cosa se complicó, con el asesinato de Hatko-Lon. Pero estábamos hablando de Billie y de su complicidad con Sulykix.
—Ah, sí, es cierto. Bueno, yo me imagino, y creo que acabaremos comprobándolo, que Billie y Sulykix hicieron un trato. Billie, escéptica, no creyó del todo en las puertas espaciales. Era mujer habituada a creer en lo que veía y tocaba y, aunque dijo que sí en un principio, luego continuó su carrera de depredaciones, que le daban un interés tangible e inmediato. Sólo fue, después de su fracaso con la reclamación sobre la Dulce Anita, cuando se le ocurrió asaltar la Enigma Cósmico.
»Y entonces, inesperadamente, utilizó una puerta espacial y se encontró en Eridyx con todos sus compinches. Pero ninguno conocía su trato con Sulykix y, además, ella tampoco hizo demasiado caso, porque el hallazgo del oro podía proporcionarle una fortuna incalculable. Claro que luego las cosas se complicaron y no tuvo otro remedio que hacer honor al pacto establecido con Sulykix. Ahora ya era su propia conveniencia y por ello se mostró de acuerdo en actuar como Sulykix quería.
—Bien, pero, ¿qué beneficios esperaba obtener Sulykix? —inquirió la muchacha.
—La respuesta es bien sencilla —dijo Thuiver—. Eridyx, efectivamente, es un Edén, donde, por la naturaleza de su suelo, de su clima y la bondad congénita de sus habitantes, la codicia y la ambición están proscritas... hasta que llegó la serpiente en forma de puerta espacial, para facilitar el comercio.
—Una puerta espacial no es una serpiente —protestó Zelpha indignadamente.
—Sulykix era ambicioso y no se conformaba con ser jefe de gobierno de un planeta edénico. Quería más, mucho más... y sólo lo hubiera conseguido, mediante la aplicación de sanciones a tu planeta. Eso le hubiera conferido riqueza y poder poco menos que infinitos... pero el muy tonto ignoraba un detalle fundamental.
—¿Qué detalle?
—El oro y su carencia prácticamente absoluta en la Tierra. En tanto que en Eridyx abunda tanto como las piedras en los ríos, en la Tierra ya se han agotado sus yacimientos. Habría podido obtener cualquier cosa... pero ft falló la información, y una partida semejante no se puede jugar sin una buena información, aparte de que, la empresa era muy superior a sus fuerzas. Hubiera sido una especie de conquista incruenta e invisible de Spathix, lo que le hubiese llevado a la conquista de la Federación en un plazo mayor o menor. Sin embargo, era un bocado demasiado grande para él y, sobre todo, no supo elegir bien a sus secuaces. —Lo que le condujo a la derrota. —Exactamente. Zelpha suspiró.
—También nosotros cometimos errores —dijo. —No hubo malicia en ello, sino, más bien, exceso de confianza en las fuerzas propias, aparte de un recelo injustificado hacia quienes iban, serán mejor dicho, vuestros aliados. —Los terrestres. —Así lo espero. Thuiver hizo una corta pausa.
—Se producirá una gran conmoción cuando se desvele el secreto de las puertas espaciales, pero, con el tiempo, las aguas volverán a su cauce y los beneficios serán para ambas partes —añadió—. Y ya que hablamos de beneficios, ¿por qué no estudiamos la fundación de una sociedad que nos beneficie a los dos?
—¿Qué clase de sociedad? —preguntó Zelpha—. ¿Mercantil? ¿De transportes? ¿Científica? ¿Asesoría jurídica?
Thuiver se echó a reír, a la vez qué pasaba el brazo por los hombros de la muchacha.
—Nada de eso. Fundaremos la sociedad propia de un hombre y una mujer que, me parece, se sienten recíprocamente atraídos. ¿Sabes qué nombre recibe esa sociedad? —¡Matrimonio! —exclamó Zelpha alegremente. —La señora ha ganado un premio por haber acertado la respuesta correcta —anunció Thuiver, a la vez que se inclinaba para besar a la muchacha.
FIN