CAPITULOV
Thuiver abrió la puerta, después de llamar un par de veces, sin recibir contestación. La casa aparecía desierta, aunque en orden. Se preguntó dónde podría estar Zelpha.
Se asomó a la cocina. Zelpha no estaba allí. Tampoco en su dormitorio. Abrió la puerta del baño y la vio fuera de la bañera.
—¡Eh! —protestó ella, a la vez que corría a proveerse de una toalla—. Las personas bien educadas llaman antes de entrar en ciertos lugares.
Thuiver se echó a reír.
—Me alegro de no haberlo hecho —dijo—. Así he podido comprobar mis sospechas.
—¿Qué sospechas?
—Tu figura. Es tan perfecta como parece cuando te veo vestida.
Zelpha se sujetó la toalla por debajo de los sobacos y agitó su frondosa cabellera, después de haberse quitado el casquete que la había protegido durante el baño.
—¿Haces lo mismo cuando vas a casa de otra chica joven?
—Depende de ella. Si no me contesta, como tú... Aunque no lo creas, he llamado dos veces. Ya empezaba a alarmarme.
—Seguramente, el agua de la ducha me impidió oírte. Bien, si me esperas en la sala, podré vestirme.
—No tardes —solicitó él.
—¿Traes noticias?
Vuelto de espaldas, Thuiver levantó la mano izquierda, que sostenía la mitad de la llave. —¿Qué te parece la noticia? Zelpha dejó escapar una exclamación de asombro. —¡Lo has conseguido! —Así es. Anda, date prisa... —Sí, sí, estaré lista antes de cinco minutos. Para entretener la espera, Thuiver se sirvió una copa. Zelpha llegó poco después, con la otra mitad de la llave en la mano.
—¿Cómo lo has conseguido? —quiso saber. —Pues, mira... preguntando aquí y allá.—Thuiver se chupó los nudillos de la mano derecha—. He tenido que soltar un par de puñetazos...
—O sea, violencia—dijo Zelpha, disgustada. —También la emplearon con Hatko-Lon, y con resulta^ dos infinitamente peores —le recordó él—. Bueno, ya tienes la llave. ¿Qué vas a hacer con ella? Zelpha le miró largamente.
—¿Te gustaría ver la Enigma Cósmico por dentro? —No me desagradaría, en efecto.
—Bien, en tal caso, alquilarás una nave... Yo te facilitaré fondos, no te preocupes.
—Tienes un gobierno muy rico, ¿eh? —Nuestro sistema monetario tiene una base muy distinta del vuestro, pero eso no impide que nos acomodemos a las situaciones, según el planeta en que nos encontramos.
—Ya. Adaptación al medio ambiente... financiero —dijo Thuiver con fina ironía.
—Si lo prefieres así... Bien, voy a ver si la segunda mitad de la llave ha sufrido algún desperfecto con todos estos trotes.
—¿Tiene indicador de averías? —Sí, una lámpara roja, en la base.
Thuiver contempló con interés las operaciones que realizaba la joven. Zelpha juntó las dos mitades por los lados que coincidían la ranura de media caña con el saliente adecuado, en un machihembrado perfecto. Un leve chasquido señaló el final de la operación.
—Bueno —exclamó Zelpha—, la llave está en perfectas condiciones.
Apenas había terminado de hablar, se encendió en la parte superior una lámpara roja, que titilaba rápidamente. La lámpara tenía forma alargada y se veía claramente que cada una de sus mitades pertenecía a otra mitad del aparato.
—Pues no, no está en perfectas condiciones —contradijo Thuiver.
—¡Sí! —dijo ella, casi con un grito—. Esta lámpara no es el detector de averías. Cuando se enciende, señala que alguien ha penetrado en la nave por distintos medios a los programados.
Thuiver respingó.
—¿Medios violentos?
—En todo caso, la compuerta de acceso no ha sido utilizada.
Hubo un momento de silencio. Luego, Thuiver dijo:
—Habrá que hacer algo, supongo.
—Sí —contestó ella con gran vehemencia—. Subir hasta la Enigma Cósmico y averiguar qué ha pasado.
***
Seguida de sus piratas, y como ellos, equipada con traje espacial, Billie Kulaski flotó en el espacio y pasó al otro lado del enorme agujero abierto por la explosión. Billie apreció que se hallaba en una especie de vestíbulo, de grandes proporciones, en el que, sin embargo, no se divisaban aberturas de ninguna clase. Pero casi enfrente al orificio, Billie descubrió las líneas que parecían delimitar una compuerta de acceso al interior.
Inmediatamente, avanzó hacia aquella compuerta. Su asombro fue enorme al ver un rótulo bilingüe con instrucciones para el manejo de los mandos de cierre y apertura. Uno de los idiomas tenía caracteres que resultaban absolutamente indescifrables. El otro era terrestre.
—¿Conocían nuestro lenguaje los constructores de esta nave? —exclamó Tsugareff.
—Eso es ahora lo de menos —contestó Billie—. Lo importante es que podemos pasar al otro lado.
Debajo del rótulo, había un botón de color ámbar. Siguiendo las instrucciones, Billie presionó el botón. Una pequeña puertecita giró al lado y dejó al descubierto una serie de controles, con las correspondientes lámparas testigo. Un minuto después, la compuerta se abría en dos mitades, que se deslizaron silenciosamente a los lados.
Billie y sus secuaces franquearon el umbral, hallándose en una esclusa de descompresión. Las instrucciones eran perfectamente claras, fáciles de seguir. Al cabo de otro minuto, pudieron despojarse de los trajes de vacío.
—Esto sí que es hacer fáciles las cosas —rio Raschid. Al pasar al otro lado, se encontraron en una inmensa nave, con diversas terrazas y escaleras mecánicas que ahora aparecían inmóviles. En la planta baja se divisaban numerosas aberturas; puertas y escaparates de tiendas, provistas de los más variados artículos, la inmensa mayoría de los cuales resultaban perfectamente desconocidos para los asaltantes. Durante un buen rato, los piratas se entregaron a un desenfrenado saqueo. Luego, alguien encontró una licorería y se desencadenó la orgía.
Billie sonrió satisfecha. Con lo que tenía a la vista, se dijo, podía despreciar olímpicamente los diez millones de recompensa ofrecidos por la Fundación Habbalon. La Enigma Cósmico estaba abandonada en el espacio, no había dueño y, por tanto, pertenecía al primero que pisaba su cubierta.
Teck Larsen era el leguleyo de la cuadrilla. Cuando Billie le hizo una consulta sobre el tema, Teck respondió afirmativamente.
—La duda ofende —dijo—. Esta nave nos pertenece.
—Muy bien. Vamos a continuar la exploración. Luego decidiremos lo que se debe hacer.
Billie lanzó un poderoso grito:
—¡Eh, vamos, dejad la bebida! Hay mucho trabajo y ya sobrará tiempo para la juerga.
A regañadientes, sus hombres, algunos de los cuales ya habían cargado con objetos de gran valor, echaron a andar tras ella. Cruzaron aquella enorme nave en toda su longitud, subieron una escalera y, casi de repente, se encontraron con lo que parecía una puerta circular, de unos seis metros de diámetro.
Billie se detuvo, un tanto perpleja. Los demás callaron durante unos momentos, impresionados por algo que les parecía un misterio no indescifrable, pero si incomprensible. Al cabo de unos segundos, Billie avanzó y tocó la puerta con la mano.
—Eh—rio—,no es más que una cortina de niebla.
—Algo habrá al otro lado, ¿no? —dijo Sing Hoo, el tibe taño.
—Si no cruzamos la cortina de niebla, no lo sabremos —exclamó Quarry.
Billie avanzó un par de pasos y cruzó la cortina de niebla grisácea. El resto de los miembros de la banda la siguió sin vacilar.
Y, de repente, se encontraron rodando por una pendiente herbosa, en un paraje maravilloso, donde abundaban las flores y los pájaros, y había nubes blancas en el cielo y corrían algunos arroyos de claras aguas.
***
El astro yate, pilotado por Thuiver, moderó su velocidad y acabó por situarse junto a la nave de los piratas. Esta se hallaba junto a la Enigma Cósmico, a menos de veinte metros de distancia. Desde el exterior, era fácil divisar el enorme agujero abierto por la explosión.
—¡Salvajes! —dijo Zelpha, encolerizada—. Han debido de causar daños gravísimos...
—No lo creo; sólo un boquete en el casco —aseguró el joven—. La nave es más resistente de lo que parece. Y, a fin de cuentas, aunque su metal fuese perfecto, todavía estoy por ver el blindaje que pueda resistir impunemente al proyectil... o a la carga explosiva adecuados.
—Pero han podido alterar el funcionamiento de algunos mecanismos —objetó Zelpha.
—Eso no te lo discuto. De todos modos, podremos salir de dudas si pasamos al interior. Tú conoces la nave, me imagino.
—Sí, perfectamente.
—Entonces, no se hable más. ¿Usamos la llave o prefieres que entremos por este boquete?
—Ya que estamos aquí... —se resignó la joven.
Momentos después, se embutían en los trajes espaciales, provistos de pequeños propulsores individuales, que permitían recorrer cortas distancias. Salieron del astroyate, volaron una veintena de metros y, al fin, posaron el pie en el suelo de la Enigma Cósmico.
—Tiene gravedad artificial —exclamó Thuiver, asombrado, a través de la radio incorporada a su casco.,
—Queremos que los pasajeros se encuentren como en su casa —respondió ella.
—Sí, no se pueden descuidar las comodidades.
Avanzaron unos pasos. Thuiver volvió a asombrarse al ver el cartel bilingüe de instrucciones.
—Lo habéis previsto todo —comentó.
—¿No dije antes que era preciso procurar comodidades a la gente de la Tierra?
—Sí, tienes razón.
Un cuarto de hora más tarde, se habían despojado de los trajes de vacío, incómodos, a pesar de todo, y penetraban en el interior de la nave.
—Esta es la zona comercial —explicó Zelpha.
—Como en los astropuertos.
—Exactamente.
De pronto, Thuiver se puso rígido.
—Alguien ha pasado por aquí —exclamó, señalando con la mano el montón de trajes espaciales que yacían abandonados a poca distancia de la compuerta interior.
—No cabe la menor duda —dijo ella. Los ojos de Zelpha estaban fijos en unos escaparates próximos, cuyas vidrieras aparecían rotas. Los estantes ofrecían claras señales de saqueo—. Ame, aquí hay alguien —añadió en voz baja.
Thuiver frunció^ el entrecejo. ¿Quiénes eran los que habían llegado antes que ellos?
Los trajes de vacío abandonados podían ofrecerles una pista. Inclinándose, empezó a examinar las tarjetas de identificación que, ineludiblemente, debían de estar situadas en lugar visible. Al cabo de unos segundos, emitió una interjección.
—¿Qué pasa? —preguntó Zelpha, alarmada.
—Ahora ya sé quiénes han llegado antes que nosotros —respondió el joven sombríamente—. Este traje pertenece a la Tuerta.
Zelpha movió la cabeza varias veces.
—Lo cual explica el saqueo de las tiendas —dijo—. Porque es de suponer que esa mujer no ha venido sola.
—Oh, claro, no hay más que ver su nave. Habrán entrado todos aquí, como elefantes en una cacharrería...
—¿Suelen ir armados? —preguntó Zelpha, aprensivamente.
—No diría yo que no. El nombre de piratas que se les aplica no está injustificado.
Zelpha palmeó el tubo que pendía de su cinturón y que tenía la forma aproximada de una pistola.
—Tengo una buena arma defensiva —anunció.
Thuiver contempló la linterna. Ella agregó:
—Emite rayos paralizantes, cuya acción dura de veinte a cincuenta minutos, según la persona que los recibe. Gracias a este tubo, pude salvarte la vida.
—Cosa que no olvidaré jamás. ¿Seguimos?
—Sí, vamos.
Atravesaron aquella nave en toda su longitud. Las huellas de la breve orgía eran fácilmente visibles. Había botellas vacías y algunas rotas, y también objetos desparramados por el suelo. Thuiver se inclinó y recogió una copa cuyo borde estaba roto. El tallado era algo indescriptiblemente bello.
—Está hecha de una sola pieza de cuarzo —dijo Zelpha.
—Y esos miserables, la han tirado como si fuese de vidrio común —se indignó el joven.
—Sigamos, Arne.
Unos minutos más tarde, se detenían ante la cortina de niebla. Apenas la vio, Zelpha lanzó una aguda exclamación:
—¡Han usado la puerta espacial!