CAPITULOIII
Ya he encontrado la solución —dijo de pronto Royd Quarry.
Una docena de rostros se volvieron para mirarle. Quarry tenía ahora un aspecto enteramente distinto del habitual, puesto que era buscado por la policía. El cráneo aparecía completamente mondo, afeitado, y el bigote y la barba que usaba de manera habitual habían desaparecido también. Había sido una operación de enmascaramiento que hizo sangrar su corazón, él que se sentía tan orgulloso de su abundante cabellera y de la barba y el bigote, que le conferían la apariencia de un noble del siglo XVII, pero con la policía en los talones, el orgullo había tenido que ceder paso a la seguridad personal.
—¿Que tienes qué? —preguntó Raschid Ben Halimi, otro de los miembros de la banda, de inconfundible origen árabe.
—La solución para los diez millones que ofrece la Fundación Habbalon por penetrar en el interior de la Enigma Cósmico.
—Si es una solución como la que te facilitó Horraston... —dijo irónicamente Teck Larsen, el gemelo de Nash.
Los dientes de Quarry emitieron un chirrido de furor.
—Le romperé el cuello en cuanto me lo eche a la cara. ¿Cómo diablos iba a suponer yo que me vendiera una pieza prohibida por la ley?
—Ya no eres abogado —comentó burlonamente Enoch Ohalu, el hawaiano de la banda—. ¿Cómo abrirás la Enigma Cósmico? ¿Con un sacacorchos?
Quarry decidió dar de lado las burlas y extendió un papel sobre la mesa, en torno a la cual se hallaba congregada la mayoría de los componentes de la nave.
—Escuchad —dijo—. Lo he pensado todo muy bien y creo que dará resultado. Podemos hacerlo, puesto que tenemos herramientas e instrumentos necesarios en el cobertizo de nuestro astropuerto privado. Además, podemos comprar el casco de una nave tipo «Orea 5». Hay montones de esos cascos, que nadie quiere, porque no valen siquiera lo que costaría reducirlos a chatarra. Bien, dentro del casco, abierto por la proa, colocaremos la bomba.
—¿Qué bomba? —preguntó Ed Miller.
—La que abrirá el boquete en el costado de la Enigma, claro.
—Un momento —objetó Nash Larsen—. La Fundación pagará la recompensa solamente si se puede entrar en la nave sin causarle daños.
—Oh, vamos, vamos, ¿qué daño puede causar una bombita como la que yo he proyectado? Un agujero en uno de los mamparos... Si los sopletes pudieran fundir ese metal, también harían un agujero, ¿no?
Billie entró de pronto, silenciosamente, y quedó en pie junto a la mesa, contemplando el diseño de la bomba con su único ojo. En la mano izquierda sostenía una larga boquilla, con un cigarrillo humeante.
—Bueno, termina de explicarlo de una vez —pidió Sing Hoo impacientemente.
—Está claro, muchachos. Primero, se necesitan cien kilos de explosivo convencional, al que daremos forma de cilindro. Este cilindro irá envuelto en una capa de acero, de las dimensiones convenientes, la cual estará rodeada por otra envoltura del mismo metal. Entre ambas capas de acero, pondremos aire a doscientas atmósferas de presión. Luego, sobre la botella que encierra el aire y la dinamita, pondremos más cantidad de ésta y el conjunto en el interior del casco de la nave «Orea 5». —Quarry dio un puñetazo sobre la mesa—. Si esto no abre un agujero en el costado de la Enigma Cósmico, me corto... el cuello.
—El plan parece bueno, salvo por un detalle —objetó Nash Larsen.
—¿Sí? Anda, dímelo tú, tipo listo.
—¿Cómo pegarás fuego al petardo?
—En el exterior del conjunto situaré una batería eléctrica, unida por cables a la carga explosiva interna. Una señal de radio, hecha desde prudente distancia... y ¡boom!, los diez millones para nosotros.
—Si causas demasiados daños, la Habbalon se negará a pagar la recompensa.
La objeción procedía del otro gemelo Larsen. Entonces, intervino Billie, silenciosa hasta aquel momento.
—No importa que causemos desperfectos —dijo—. La nave está abandonada. Podemos reclamarla como nuestra, si somos los primeros en penetrar en su interior.
—No está mal —murmuró Raschid, mientras se acariciaba pensativamente su negra perilla.
—Y, con toda seguridad, habrá objetos muy valiosos, que nos resarcirán de la posible pérdida de recompensa —añadió la mujer—. Royd, anda, empieza a trabajar. —Necesitaré dinero —alegó Quarry. —Haz primero los planos a conciencia. Mañana tendrás... ¿Cuánto crees necesitar, Roy?
—Unos cinco mil. Creo que serán suficientes. Billie asintió. Luego, su único ojo escrutó los rostros de los presentes. Al final, su mirada se detuvo en el hawaiano. —Ven, Enoch —ordenó. Ohalu se puso en pie. —Sí, Billie —contestó.
—Buenas noches a todos —se despidió la mujer. —Buenas noches —contestaron los piratas a coro.
***
El capitán Sands estudió detenidamente la fotografía que le presentaba -su visitante. Al cabo de unos momentos, tocó una tecla.
—Margot, tráigame el
expediente 441-A —pidió por el
interfono...
—Bien, señor —respondió la secretaria.
Minutos más tarde, Sands tenía en las manos una carpeta. Comparó la fotografía que le había llevado Thuiver con las que había en el expediente y luego se encaró con el joven.
—Celebro conocer su nombre —dijo—. Así podremos ponerlo en tu tumba.
Thuiver meneó la cabeza.
—Muerto —murmuró.
—Asesinado y desvalijado... Sólo les faltó llevarse el pelo. Fue lo único que le dejaron. El cadáver fue encontrado absolutamente desnudo.
Thuiver pensó en la decepción que iba a llevarse Zelpha. Después de varias semanas de intensas pesquisas, había logrado al fin dar con la pista de Hatko-Lon.
—¿Sabes si le vio alguien en un local público antes de su muerte? Un restaurante, un hotel...
—No, nadie se presentó a reclamar su cuerpo y mucho menos a identificarlo. Los ladrones le despojaron de todo y lo abandonaron en el descampado donde lo encontramos.
—¿Causas de la muerte?
—Puñalada en el corazón. Fallecimiento instantáneo. Cuando se encontró el cuerpo, habían pasado ya ocho días. Las ratas —¡todavía hoy, en pleno siglo XXIII!—, ya habían hecho de las suyas en el cadáver.
—Pero, entonces... la cara estaría desfigurada...
—El forense hizo un buen trabajo de reconstrucción de fisonomía. Lo hacemos en casos semejantes, por si un día se presentan los familiares o alguna persona relacionada con la víctima.
Thuiver meditó unos instantes. Luego formuló una pregunta:
—¿Sospechas de alguien en particular, Mike?
Sands hizo un gesto negativo.
—Lo siento. Los posibles sospechosos presentaron coartadas inatacables. Si Hatko-Lon llevaba sobre sí objetos de valor, los hicieron desaparecer... por ejemplo, fundiendo el oro y desmontando las piedras preciosas. En cuanto al dinero... bien, ¿quién puede seguir la pista de un puñado de billetes desaparecidos hace un año?
—Sí, tienes razón —Thuiver se puso en pie—. Gracias por todo y disculpa las molestias.
—No te preocupes, Ame, dime una cosa, ¿qué te importa a ti la muerte de Hatko-Lon?
—Me contrataron para investigar su paradero. Posiblemente, su prometida.
—Ya. Siento haberte dado noticias desagradables.
—Casi me lo esperaba —se despidió Thuiver.
Aquella misma noche, Zelpha conoció la suerte que había corrido el hombre con quien debía encontrarse en la Tierra. Zelpha lloró un poco y luego consiguió serenarse.
—¿Era una persona muy querida? —preguntó Thuiver.
—No, en el sentido que usted piensa. Simplemente éramos buenos amigos.
—¿Puedo saber por qué querían encontrarse en la Tierra?
Hubo i-.n instante de silencio. Luego, Zelpha se levantó y abandonó la sala, para volver a los pocos minutos con algo que parecía una tableta de chocolate, aunque de color oscuro, provista de media docena de botones rojos. En uno de sus lados se divisaba una ranura en forma de media caña.
—Hatko-Lon tenía la otra mitad —dijo.
—¿Qué aparato es ése? —preguntó Thuiver, muy extrañado.
—Cuando esté completo, si encontramos la otra mitad, tendremos la llave que permitirá la entrada en la Enigma Cósmico.
***
En silencio, se levantó, fue a la barra y se sirvió dos dedos de whisky.
—Dígame, Zelpha —habló, pasado casi un minuto—, ¿qué hay a bordo de la nave?
—Si se lo digo, no me creerá, Arne.
—Y si no me lo dice, creeré cosas disparatadas.
Zelpha sonrió.
—Tiene razón —admitió.
Cuando Thuiver lo supo, se quedó estupefacto.
—Increíble —calificó.
—Es absolutamente cierto, Arne.
De nuevo sobrevino otra pausa de silencio.
—Zelpha —dijo Thuiver al cabo—, esa nave, ¿vino por control remoto?
—Sí.
—Entonces, está deshabitada.
—Exacto.
—Pero... tan enorme...
—Se necesita mucho espacio para la maquinaria que proporciona la energía que se precisa para su funcionamiento. Aparte de ello, también es necesario disponer de mucho espacio para la estación en tránsito que será, cuando se haya podido penetrar en su interior. Usted conoce bien lo que es un astropuerto: oficinas, salas de espera, el hotel, el comedor, la sala médica, las tiendas...
—Es decir, la Enigma Cósmico será un astropuerto orbital.
—Justamente, Arne.
—Y sin la mitad de la otra llave, no se puede penetrar en su interior.
—Así es.
—Dígame más cosas, Zelpha —solicitó el joven—. ¿Por qué vino esa nave movida por control remoto? Lo lógico parecería ser que hubiese hecho el viaje provista de la tripulación...
—No sabíamos cómo funcionaría la cosa, durante un viaje de casi mil años luz. Esa nave tiene características muy especiales y nuestro gobierno prefirió evitar posibles riesgos a los tripulantes.
—Pero los riesgos existen para los viajeros. —Para eso vinimos Hatko-Lon y yo, para realizar el primer viaje.
—Se ofrecieron voluntarios, a sabiendas de que corrían el riesgo de morir.
—Desaparecer, es una expresión más adecuada. —Pudieron haber viajado juntos...
—Nuestro gobierno creyó mejor enviarnos por separado. También las astronaves convencionales sufren percances.
—Todo eso está muy bien, pero, ¿por qué media llave cada uno?
—Una simple medida de precaución. Es un procedimiento nuevo y, por tanto, ultrasecreto. Como puede imaginarse, cuando se conozca la noticia, se producirá un gran conflicto de intereses.
Thuiver asintió.
—Sí, se producirá una terrible conmoción —murmuró—. Pero, ¿no se le ha ocurrido pedir a su gobierno otra media llave de repuesto?
—Por ahora, no quieren correr más riesgos.
—Lógico —admitió él—. Lo malo es que quizá haya desaparecido esa media llave.
Zelpha se sintió consternada.
—Sería horrible…
—Lo siento, pero tiene que ir haciéndose a la idea de que la cosa se ha estropeado. Hatko-Lon ha muerto, lo asesinaron para robarle y, como me ha dicho el capitán Sands, buen amigo, sólo le dejaron encima el vello corporal. Los ladrones verían que esa media caja no servía para nada y la tirarían a alguna alcantarilla... o quizá a un basurero, en cuyo caso, fue triturada...
Zelpha, desanimada, se sentó y quedó con las manos en el regazo.
—Tendré que informar al gobierno de nuestro fracaso —dijo, muy afligida.
Thuiver levantó una mano.
—Todavía no se ha perdido todo —manifestó—. Zelpha, la policía no se ha preocupado gran cosa del asunto, puesto que desconocía su importancia. Á fin de cuentas, no es raro que se encuentre el cadáver de un hombre, asesinado y desvalijado. Pero lo que la policía no puede hacer, nosotros sí podemos.
—¿Cómo? —preguntó ella, esperanzada.
—Dinero —Thuiver sonrió—. El dinero ata y desata las lenguas —añadió mefistofélicamente.
—Dígame lo que necesita y se lo daré en el acto —exclamó la joven con gran vehemencia.
—Antes de hablar de dinero, hablemos mejor de otra cosa. ¿Sabe usted, por casualidad, si Hatko-Lon llevaba sobre sí alguna joya de valor?
—Sí, Arne.