IV

Volaban a velocidades inconmensurables en el hiperespacio. La Sin Retorno era una nave magnifica. Unyx no le había engañado, se dijo Kervit, aunque, para quedar bien con Renart, hubiese delatado su proyecto de fuga, Pero le había facilitado un aparato como había pocos, pensó, mientras, satisfecho de la marcha de los acontecimientos, conectaba el piloto automático. A partir de aquel momento, dispondrían de una semana entera de casi total holganza, antes de la primera parada en Dihane XII.

Alargó la mano y presionó una tecla:

—Amigos, habla Kervit —dijo—. Por favor, reunión general en el salón comedor.

Cerró el interfono y se puso en pie. Los pasajeros fueron llegando poco a poco. Hubo felicitaciones, abrazos, palabras de alegría… Ninguno se arrepentía del paso que habían dado y que, estaban seguros, les llevaría a la libertad.

Arphol apareció el último.

—¿Dónde está Damaris? —preguntó Kervit.

—La he dejado en mi camarote —contestó Arphol—. Cerrada con llave, por supuesto.

—Eso no es necesario. Ella no puede escaparse. Lenn.

—Me pareció que era lo más conveniente. Jan.

—A partir de ahora, «tu» camarote será «su» camarote. Hay de sobra en la nave. Dame la llave, por favor.

Hubo un leve chispazo de cólera en los ojos de Arphol, pero aceptó la decisión sin rechistar. Kervit entregó la llave a la señora Dall.

—Syra, tráela, por favor —rogó—. Creo que es conveniente que Damaris asista a esta reunión.

—Muy bien, Jan.

Syra se marchó, para volver a poco con la joven. Los ojos de Damaris brillaban de cólera.

—Supongo que te das cuenta de lo que has hecho al secuestrarme, capitán —dijo—. Mi padre no perdonará jamás esta ofensa, te lo aseguro.

Kervit se encogió de hombros.

—Estamos desesperados y vamos en busca de la libertad o de la muerte —respondió—. Tú has nacido en sábanas con el sello imperial y no puedes comprendernos. Pero quiero que sepas una cosa: tu presencia aquí, me disgusta tanto o más que a ti misma. Sin embargo, ya no podemos volvernos atrás, tienes que viajar con nosotros, eso es todo.

—Algún día, supongo, podré regresar a Urton 8 —dijo ella.

—Ese día está aún muy lejano. No te preocupes de momento por el porvenir.

—Ya —contestó Damaris sarcásticamente—. Y, dime, por favor, ¿qué sucederá si no encontráis la Tierra?

—De eso, precisamente, quería hablar al convocar esta reunión. Si tienes la bondad de escuchar con atención, te enterarás de todos nuestros planes. A fin de cuentas, ya no podemos ocultarte nada.

Damaris cruzó los brazos sobre el pecho.

—Muy bien, empieza cuando gustes.

De pronto, Arphol levantó una mano:

—Es curioso —observó—. A mí no se me había ocurrido la idea, pero alguien me llamó por videófono y me sugirió que tomase a Damaris como rehén. No sé quién es, porque ocultó su rostro y no pude reconocer la voz. Pero sea quien sea, me dio la solución. Jan, ¿se te ocurre a ti algún nombre…?

Kervit pensó inmediatamente en el astuto Unyx, aunque prefirió reservarse para si sus sospechas.

—No, no sé quién pudo ser —contestó, sabiendo que mensa—. Pero, dime, ¿cómo pudiste secuestrarla?

—Oh, fue sencillo —rió Arphol—. Ella tiene una «suite» en la Fundación. Y yo, como archivero, también tengo allí mi residencia.

—Comprendo. Gracias, Lenn. —Kervit extendió los brazos—. Y ahora, amigos, vamos a hablar de nuestros planes y yo os diré cuanto se acerca sobre el particular y de la ruta que me aconsejaron que era la mejor para intentar alcanzar la Tierra…

Los planes del joven fueron aprobados sin mayores inconvenientes. Sólo Dangloss formuló una objeción:

—Jan. Alguien te ha ayudado, no cabe la menor duda, y pienso que hizo un doble juego para cubrirse. Pero, ¿no temes que ese mismo personaje haya revelado a Renart tus proyectos?

—Es muy posible, en efecto —convino el joven—. Pero la nave dispone de sobrepotencia, lo que nos permitiría escapar en cualquier momento. Además, durante las escalas, montaremos turnos de vigilancia, para evitar sorpresas desagradables.

—Intentarán rescatar a la hija de Ithor —alegó Loona Myrr.

—Cuenta con ello, pero no lo conseguirán —respondió Kervit firmemente.

Miró a la joven y ella le devolvió la mirada.

—No me comprometo a nada —declaró Damaris—. Si puedo, me escaparé.

Kervit se inclinó.

—Estás en tu derecho —contestó—. Pero ya procuraremos vigilarte en todo momento.

Le entregó la llave que había arrebatado a Arphol.

—Puedes moverte por dentro de la nave con entera libertad —añadió.

Damaris levantó la barbilla y se marchó sin añadir una sola palabra. Dall meneó la cabeza.

—Tendremos problemas, Jan —murmuró.

—Lo sé, pero no podemos negar que Lenn encontró la solución para que pudiéramos despegar —contestó el joven.

—Si llegamos a la Tierra, ¿la devolverás a su planeta?

—¿Cómo, Antho?

Era una pregunta que no tenía respuesta.

Ocho días más tarde, Dall penetró en la cabina de mando.

—Eso es Dihane XII —supongo.

Kervit sonrió.

—Lo has adivinado, Antho —contestó.

Los dos hombres contemplaron el disco redondo, de color verde azulado, con manchas blancas, que brillaba refulgentemente en la noche espacial. Dall suspiró.

—Un mundo maravilloso, Jan.

—Sí, pero sólo permaneceremos en él lo suficiente para la recarga de generadores.

—¿Mucho tiempo?

—Debemos recargar, primordialmente, la sobrepotencia. Tras el despegue, volamos con normalidad, pero hemos de estar dispuestos a escapar en cualquier momento.

—Comprendo.

—La recarga de sobrepotencia nos llevará de tres a cuatro días. Independientemente, recargaremos los demás generadores…

De pronto, se oyó un agudo grito a través del interfolio:

—Estúpido, ¿quién te has creído que eres? ¡Aparta tus sucias manos de mí, asqueroso proscrito!

—Calla, idiota, que nos van a oír…

Kervit y Dall cambiaron una mirada. Luego, de pronto, como obedeciendo a un mismo impulso, echaron a correr.

El joven llegó primero al camarote de Damaris. Abrió la puerta de golpe y vio a Damaris que forcejeaba con Arphol.

Los ojos de Arphol estaban encendidos por la pasión.

—Quieta, tonta —dijo—. Ahora ya no eres nadie aquí, sólo una mujer, muy hermosa, y yo soy un hombre…

Kervit apreció que Damaris tenía las ropas desgarradas. Sus hermosos senos estaban al descubierto. Resultaba fácil comprender las intenciones de Arphol.

Furioso, saltó hacia adelante, agarró al sujeto por los hombros y tiró con fuerza hacia sí. Arphol se tambaleó, sorprendido por el inesperado ataque.

—¿Qué diablos…?

Kervit lo hizo girar, mediante otro tirón con la mano izquierda. Luego disparó el puño derecho.

Arphol se derrumbó como una masa inerte. Kervit se inclinó, tiró de sus tobillos y lo sacó fuera.

—Antho, será mejor que lo encierres en su camarote —dijo—. Luego hablaré yo con él.

—Está bien, Jan —contestó Dall.

Damaris se cubría los senos con los brazos. Kervit dio un paso hacia atrás.

—Lo siento —dijo—. No volverá a suceder.

—Esto se habría evitado, si me hubiesen dejado en Urton 8 —contestó ella agriamente.

—La idea no fue mía.

—Pero la aprobó después.

—¿Podía hacer otra cosa? Si, al menos, quisiera comprendernos…

—No, no quiero comprenderles ni me interesa —cortó Damaris fríamente—. Ustedes son unos secuestradores y si mi padre les pone la mano encima algún día, hará que les corten la cabeza a todos.

Kervit hizo un gesto de pesar.

—Y yo que llegué a creer que era distinta a los demás urtonitas… —murmuró.

—Soy la hija de Ithor —dijo Damaris orgullosamente.

—Bastarda —intervino alguien de pronto.

Kervit se volvió.

—¿Cómo?

Luod Nevox sonreía junto a la puerta.

—Ithor I tiene buenas cualidades. Por ejemplo, reconoce siempre a sus hijos, cualquiera que sea la madre. ¿No sabias que la madre de Damaris no es la esposa legitima del emperador?

—No se me había ocurrido pensar… —Kervit se volvió hacia la joven—. ¿Es verdad? —inquirió.

Damaris levantó la barbilla.

—Mi padre quiere por igual a todos sus hijos, independientemente de su origen —respondió.

—Eso habría que verlo —dijo Kervit con cáustico acento—. Luod, gracias por tu informe.

—Todavía hay más —añadió Nevox—. Esa chica debería bajar un poco sus humos, si conociera el verdadero origen de su madre.

—Murió cuando yo era muy niña —declaró Damaris.

—Y era hija de unos proscritos.

Hubo un momento de silencio. Luego, de pronto, Kervit soltó una risita.

—Luod, aparte de ti y, supongo, tu esposa, ¿quién más lo sabe?

—Nadie, Jan. Tú y ella, claro.

—No lo repitas, por favor.

—Descuida.

Kervit volvió a mirar a la joven. Damaris estaba roja de vergüenza.

—No divulgaremos tu secreto —finalizó el incidente.

—Arphol, si sigues creando conflictos, tendré que hacer una propuesta a los demás acerca de tu futuro —dijo Kervit horas más tarde.

Arphol se frotó la mandíbula.

—Lo siento —se disculpó—. Perdí la cabeza… Es muy guapa, qué demonios…

—Eso no justifica una acción innoble —contestó el joven severamente—. Hombre. Lenn, tú eres bastante apuesto. Si te gusta, ¿por qué no intentas conquistarla?

—¿Quieres saber la verdad, Jan? Sé que te costará creerlo, pero las cosas no ocurrieron como parecían.

—¿Qué es lo que tratas de decirme, Lenn? —se extrañó Kervit.

—Ella me llamó a mi camarote. Tú y Dall llegasteis porque nos escuchasteis a través del interfono, ¿verdad?

—Así fue, en efecto.

—Bueno, pues lo abrió la propia Damaris, disimuladamente, claro, cuando se convenció de que no lograría nada de ni. Quiso comprarme, Jan.

—¿Comprarte, Lenn?

—Sí. Me ofreció diez megalibras si os traicionaba y hacía volver la nave a Urton 8. Como me negué, se rasgó las ropas y luego me abrazó y empezó a gritar… En fin, tú viste lo que pasaba y, te lo juro, eran sólo apariencias. Una estupenda comedia, créeme.

Perplejo, Kervit se rascó la mejilla con el pulgar. Sí, parecía un argumento razonable, se dijo.

—Está bien —habló al cabo—. Otra vez, procura que eso no suceda…

—De todas formas, no pienso llegar solo a la Tierra —dijo Arphol.

—¿Qué estás diciendo, Lenn?

—Piensa en nuestra situación. Todos los demás tienen su pareja femenina. ¿Qué haremos tú y yo en la Tierra, sin una mujer al lado? Emigramos para fundar un nuevo sistema, ¿verdad? Una ciudad, habitantes que trabajan, niños que nacen, crecen y se casan cuando les llega la edad para ello… Pero, ¿y nosotros dos? Si cada emigrado tiene ya su mujer, ¿quién nos proporcionará a nosotros una esposa?

Kervit, preocupado, asintió.

—En eso tienes razón, pero no sé qué podemos hacer, Lenn —dijo.

—Yo sí lo sé. En Mabrux-K hay tribus salvajes. Son gente bien parecida, aunque, como digo, salvajes por completo. Viven distribuidos en tribus independientes y, casi todas, distantemente en guerra las unas con las otras. Su deporte favorito es el rapto de mujeres jóvenes y en edad de procrear. No les extrañará que falte una.

—¿Cómo lo sabes, Lenn?

Arphol sonrió maliciosamente.

—Era archivero de la Fundación —contestó—. Allí se aprenden muchas cosas, Jan. Se encaminó hacia la puerta.

—No volveré a acercarme más a Damaris, pero, por Dios, no intentes impedirme que rapte una esposa en Mabrux-K. Te mataría. Jan Kervit.

—No te lo impediré, Lenn. Arphol soltó una risita.

—Así seguiremos siendo amigos —se despidió.