CAPITULO IX

 

Georgina abrió los ojos pasado un buen rato. Estaba sentada en el diván, cubierto el cuerpo exuberante con una manta. Thordill le tendía una taza de café humeante.

—He añadido unas gotas de brandy —dijo, sonriendo—. Creo que te sentarán bien. Ella sacó un brazo fuera de la manta y tomó la taza.

—Gracias —contestó—. Dime —preguntó entre sorbo y sorbo—, ¿qué te ha parecido?

—¿Quieres la verdad?

—Sí, te lo agradeceré.

—Bien, como no he entendido nada..., no puedo decir sino que he visto a una hermosa mujer, desnuda, bailando y cantando algo incomprensible para mí.

Georgina apuró la taza y se la devolvió al joven.

—Tenía que hacerlo —manifestó—. Es un conjuro doble.

—¿Cómo?

—Primero, he de averiguar con los ojos de la mente lo que sucede realmente en Langdon House. Segundo, he de protegerme a mí misma contra posibles riesgos cuando vaya allí.

—Ah, piensas ir...

—Ciertamente. El caso me ha atraído muchísimo. Puedes estar seguro de que se trata de algo extraordinario, como no he visto jamás.

Thordill emitió una risita de conejo.

—Hombre, cualquiera diría que hablas con el demonio a diario, como yo hablo a diario con mi secretaría o con los amigos...

—Tanto como eso, no, pero es que la mayoría de los casos en que he intervenido resultaban ser falsos: alucinaciones debido a la histeria, drogas en exceso, secuelas de ataques de epilepsia. Pero éste es un caso auténtico, en el que el diablo interviene auténticamente.

—¿Quieres decir que Kalsthom tiene tratos con el diablo? —parpadeó el joven.

—Sí —respondió ella con ojos muy brillantes—. Y esta vez, voy a enfrentarme yo directamente con el Maligno, para sacarlo no de dentro del cuerpo de ese hombre, sino de su mente.

—¿Lo... lo vas a exorcizar? Yo creí que eso era cosa de sacerdotes...

—No será un exorcismo en el sentido clásico de la palabra..., pero es que resultaría terriblemente difícil explicártelo. Mejor será que trates únicamente de conocer los resultados, sin profundizar en su significación.

—Si tú lo dices —contestó Thordill, socarrón—. Pero ¿puedes al menos explicarme lo que has estado haciendo? ¿Qué significan el círculo negro y la estrella verde?

—La estrella es el sello de Salomón, quien, como tú sabes, dominaba a los espíritus y les hacía obedecer sus mandatos. El círculo era la barrera con la que yo me protegía del diablo, a fin de evitar que éste me atacase mientras yo pronunciaba la canción ritual del conjuro.

—Y... ¿qué le has dicho?

—No seas tonto, no le he dicho nada, pero él me ha oído y se ha dado cuenta de que estaba bien protegida. Por eso no me ha atacado.

—Ah, ya comprendo. Bien, supongamos que no hubieras estado protegida. ¿Qué te podía haber sucedido?

—El diablo me habría destrozado, aplastado, triturado, convertido en una masa informe, como si me hubiera caído encima una montaña —contestó Georgina, muy seria.

—¡Caramba! No sabía que en los conjuros al diablo se corriesen tales peligros. Ella le dirigió una mirada llena de irritación.

—Eres un tipo escéptico y burlón —exclamó, acusadora—. No me crees, ¿verdad?

—Mujer, soy un producto de esta época... Hoy día no se acostumbra a creer en lo sobrenatural, lo cual no significa que lo niegue... Pero tú debieras también comprenderme a mí y procurar apreciar de este modo mis puntos de vista.

—No importa, de todos modos, te estoy muy agradecida. Otro no me habría dejado siquiera realizar el conjuro y me habría echado a puntapiés de su casa. Tú, en cambio, has soportado lo que crees una comedia destinada a engañar a los incautos, y eso Siempre es de agradecer, puntos de vista aparte.

—Bueno, yo soy un hombre cortés y no acostumbro a echar a nadie de mi casa a puntapiés, sobre todo, cuando se trata de una mujer joven y muy atractiva. Pero, antes, me parece recordar, dijiste que lo que hablas hecho tenía una doble finalidad. Me has explicado también parte de lo que significa el conjuro, pero ¿qué quiere decir el resto?

—He intentado penetrar a través de la distancia en Langdon House y sólo he llegado a saber que, efectivamente, allí está el diablo..., aunque, sin embargo, no he llegado a conocer el lugar exacto. Hay una especie de neblina muy espesa, que me impide la visión de un modo casi completo. Por eso no puedo decirte el lugar exacto donde se encuentra el Maligno.

—Antes dijiste que en la mente de Kalsthom...

—En la mente de Kalsthom está la mente del diablo, pero éste tiene también figura corporal y se halla en algún lugar de la casa. Kalsthom domina al diablo y el diablo domina a Kalsthom. Son dos fuerzas poderosísimas, pero contrapuestas, que se anulan recíprocamente, sin que ninguno de los dos pueda vencer en la batalla que han entablado hace muchísimos años.

—No había oído nunca nada parecido —confesó él—. Me siento estupefacto...

—Lo mismo les pasa a todos los que me oyen hablar sobre el tema —dijo Georgina, sonriendo brillantemente—, Pero eso no me preocupa. Yo hago las cosas lo mejor que puedo, y eso tranquiliza mi conciencia. Lo mismo te sucede a ti en tu trabajo, supongo.

—Oh, sí, claro —contestó él con rapidez—. Pero, de tus palabras, debo deducir que piensas ir a Langdon House.

—Es un viaje que no me perdería por nada del mundo. Va a ser un combate emocionante..., y, créeme, lo ganaré.

Thordill procuró evitar comentarios hirientes que molestasen a la doctora Leonard. Un tanto embarazado, le preguntó si quería beber algo más.

—No, gracias, no me apetece. Oye, ¿tienes habitación para los huéspedes? El joven respingó. Ella notó su sorpresa y sonrió.

—Bueno —añadió—, he llegado a la ciudad y, salvo hablar por teléfono con Clara, no he hecho otra cosa más que venir a tu casa. Ella me dio las señas y..., por el momento, no tengo alojamiento. Aunque si te molesta, me iré a buscar un hotel...

—Oh, por favor, quédate en mi casa, no faltaría más. ¿Has cenado?

—Si me invitas siquiera a un bocadillo...

—Iré a preparar la cena —dijo él, a la vez que se ponía en pie.

Georgina fue al cuarto de baño. Mientras trasteaba en la cocina, Thordill se preguntó si todo lo que estaba sucediendo no era alguna fantasía y disparatada, que luego se resolvería en una solución ridícula y nada conveniente para su reputación. Pero, de pronto, recordó a Meg y presintió que su antigua amiga había muerto..., tal vez de la misma horrible forma que la señora Torrance. Y si el castigo del culpable llegaba por medio de la acción de la estrambótica doctora en Demonología, tanto mejor.

—Estrambótica..., pero guapa de veras —sonrió.

Georgina llegó a poco, cubierto el cuerpo opulento por una bata del dueño de la casa.

—Estoy muerta de hambre —exclamó alegremente. Miró a Thordill y le guiñó un ojo—.

Eres soltero, creo.

—Sí.

—Pero, algunas veces, habrás tenido una aventurilla...

—Hombre, algunas veces... Ella se echó a reír.

—Soy muy comprensiva —dijo.

Después de la cena, Georgina manifestó que se sentía muy cansada. Thordill dijo que ocupara su cama.

—Y tú dormirás en el diván...

—No me moriré, por una noche —contestó él—. Anda, descansa y no te preocupes de más.

Georgina se levantó, pero, entonces, Thordill recordó algo.

—Ya conoces el dato de las cartas que ardieron —dijo—, ¿Qué opinas al respecto?

—Eso es cosa de Kalsthom, aunque, sin duda, preparó mal la fórmula química y ésta reaccionó con retraso.

—No tanto que Clara no advirtiese la falsedad de la firma —alegó el joven.

—Pero, como es quemó la carta, no habéis podido llevarla a la policía y, a fin de cuentas, el resultado ha sido favorable a Kalsthom.

—Sí, creo que tienes razón. ¿Te marcharás mañana?

—Por la mañana, después del desayuno. Buenas noches, Roger.

—Buenas noches, Georgina.

A la madrugada, Thordill creyó oír ciertos nudos en su dormitorio y abandonó el diván. Abrió la puerta, encontrándose con Georgina, sentada en la cama, con su maletín sobre las rodillas y encima del mismo un papel, en el que escribía algo.

—¿Qué haces? —preguntó, extrañado.

Ella no contestó de momento. Dobló la cuartilla, la introdujo en un sobre, humedeció la goma con la lengua y lo dejó sobre la mesilla contigua.

—Roger, si me sucede algo —dijo muy seria—, abre ese sobre. Así sabrás lo que es preciso hacer para luchar contra Kalsthom y el diablo.

Thordill se espantó de aquella respuesta.

—Pero, Georgina...

—La lucha va a ser terrible y puede que no sobreviva. Pero es preciso destruir tanto al diablo que habita en Langdon House, como al hombre que lo posee y, a su vez, es poseído por él.

Hubo una pausa de silencio. Luego, Georgina extendió sus brazos hacia el joven.

—Ven, Roger —llamó, insinuante.

Thordill contempló el atractivo torso de la doctora, sentada en la cama, sin una sola prenda de ropa. Dio un paso hacia adelante, sintiéndose impulsado por el tremendo atractivo sensual que se desprendía de aquel hermoso cuerpo, pero, de repente, una fuerza irresistible, que nacía en su propia mente, lo obligó a retroceder.

—No, Georgina, no... Hoy no... Otro día, tal vez... Ella sonrió comprensiva.

—Sí, creo que tienes razón. Otro día; hoy no daría resultado —contestó.

 

* * *

 

Clara le llamó al día siguiente. Thordill se sentía todavía enervado por lo ocurrido la víspera, y le dijo que Georgina ya se había marchado a Marnell Field.

—¿Qué le dijo? —preguntó la muchacha.

—Es largo de contar —respondió él.

—¿No podemos reunimos a la hora del almuerzo? Venga a la cafetería de la casa, Roger.

—Está bien.

A las doce se reunieron en un rincón de la concurrida cafetería, en donde ella había hecho reservar previamente una mesa. A Thordill le parecía raro encontrarse en medio de aquellas gentes, que charlaban animadamente de temas alejados a miles de leguas del que a él le preocupaba tanto.

—De modo que Georgina piensa enfrentarse con Kalsthom —dijo Clara, una vez estuvo enterada de todo lo ocurrido la víspera en la casa del joven.

—Con Kalsthom y con el diablo, con los dos al mismo tiempo. Y no es seguro que pueda vencer. A decir verdad, tengo la impresión de que va a Langdon House sabiéndose derrotada de antemano.

Los dedos de la muchacha tabalearon sobre la mesa.

—Georgina me preocupa muchísimo —declaró—. Tenemos el antecedente de dos mujeres que desaparecieron misteriosamente en aquella casa, sin contar a la señora Torrance. No me gustaría que a ella le sucediera algo malo.

—Fue resignada, pero también resuelta —dijo él.

—Lo sé. Es una mujer muy valerosa..., y me gustaría evitar que le sucediera nada malo.

—No veo el procedimiento, Clara. Aunque la alcanzásemos, no lograríamos persuadirla de que retroceda. Seguirá hasta el final, pase lo que pase.

—Pero... Me gustaría ayudarla de algún modo... Roger, usted mismo dijo que, tarde o temprano, Kalsthom sería castigado por sus crímenes.

—Bien, son hechos completamente terrenales, es decir, nada sobrenaturales. Y contra un juez y un jurado, cuando se encuentren las pruebas irrebatibles de esos crímenes, nada podrán sus conjuros ni los pactos que haya podido establecer con el diablo.

—Precisamente, por eso mismo, debemos ayudarla. —Los ojos de Clara centellearon de pronto—. Roger, ¿se siente dispuesto a viajar hasta Langdon House inmediatamente?

—Por mí, no hay inconveniente, pero usted..., su empleo... Clara se puso en pie.

—Aguarde aquí unos minutos, por favor.

La muchacha regresó muy pronto, con un abrigo de entretiempo colgado del brazo izquierdo y el bolso en la mano. Lanzó una mirada hacia el gran reloj eléctrico que había en una de las paredes de la cafetería y dijo:

—Faltan veinte minutos para la una. En cuatro horas, si nos damos un poco de prisa, podemos estar en Marnell Field.

—Muy bien, no se hable más.

Poco después, se sentaban en el coche. Thordill repostó en una estación de servicio que había a la salida de Fort Smith y luego lanzó el automóvil a toda velocidad, en dirección sur.

Durante largo rato, ninguno de los dos pronunció una sola palabra. Mucho más tarde, Clara, hasta entonces reclinada en el asiento, con los ojos cerrados, volvió la cabeza hacia el joven.

—Roger.

—¿Sí, Clara?

—¿Le dijo Georgina algo acerca de la carta que le dejó escrita?

—No. Sólo me indicó que debía abrirla si a ella le sucedía algo malo.

—¿La tiene ahí?

—Desde luego.

—No la pierda, Roger.

Thordill se tocó el bolsillo izquierdo de su chaqueta.

—No la perderé, Clara —respondió.