36
Entonces me di cuenta. Aquel tipo era un extraterrestre. Lo noté porque la bala no le había hecho nada.
Me levanté y me apoyé en la pared.
—¡Te he calado, Billy! —grité. Se detuvo.
—¡No me digas! Cuéntamelo.
—¡Eres un extraterrestre! Cindy se rió.
—¡Ya te he dicho que este tipo estaba chiflado! —dijo. Miré a Cindy.
—Este tipo no es más que algo parecido a una serpiente con pelo y un solo ojo enorme. Se camufla en lo que parece un cuerpo humano, pero es un espejismo.
Billy se había quedado quieto, mirándome.
—¿Dónde has conocido a este tipo, Cindy? —le pregunté.
—En un bar. Pero no me creo esa mierda que cuentas. No es ningún extraterrestre.
—Pregúntaselo tú.
Cindy volvió a reírse.
—Vale. Oye, Billy, ¿eres un extraterrestre?
—¿Eh? —contestó él.
—¡Lo ves, lo ves! —le dije a Cindy. Billy la miró.
—¿Vas a creer a este chalado?
—Claro que no, Billy. ¡Venga, adelante, acaba con él de una vez!
—Vale, nena…
Billy avanzó hacia mí. Entonces hubo un destello de luz púrpura en la habitación y allí, de pie, apareció Jeannie Nitro.
—Jeannie —dijo Billy—, yo…
—¡Cállate la boca, hijo de puta! —dijo Jeannie.
—¿Qué demonios pasa aquí? —preguntó Cindy, mientras empezaba a vestirse. Billy estaba todavía con los cojones y el culo al aire.
—¡Hijo de puta! —dijo Jeannie—, ¡te dije que no confraternizases con los humanos!
—Nena, no pude evitarlo, estaba como una moto. Una noche estaba sentado en un bar y entró este cañón.
—¡Las órdenes eran «Nada de Sexo con los Terrícolas»!
—Jeannie, tú sabes que eres la única que existe para mí. Pero es que has estado tan ocupada y todo eso…
—¡Tú te lo has buscado, Billy! —dijo, y apuntó su mano derecha hacia él.
—¡No, Jeannie, no!
Hubo un destello púrpura y Billy se convirtió instantáneamente en una serpiente peluda con un ojo húmedo que empezó a zigzaguear a gran velocidad por el suelo de la habitación. La mano derecha de Jeannie volvió a apuntarle una vez más, hubo otro destello y un rugido y entonces Billy, el extraterrestre, desapareció.
—¡No puedo creerme lo que acabo de ver! —dijo Cindy.
—Sí, ya lo sé —dije.
Entonces Jeannie me miró.
—No lo olvides, Belane, tú has sido elegido para la Causa, la Causa de Zaros.
—Ya —dije—, no hay modo de olvidarlo.
Entonces hubo un tercer destello de luz y Jeannie desapareció.
Cindy ya estaba completamente vestida aunque todavía en estado de shock.
—No me puedo creer lo que acabo de ver aquí.
—Nena, Jack me contrató para que acabara con tus líos y eso es lo que he hecho.
—¡Tengo que largarme de aquí! —dijo.
—Hazlo. Y no te olvides de lo que tengo dentro de esta cámara. O te portas bien o se lo daré a Jack.
—Está bien —suspiró—, tú ganas.
—Soy el mejor detective de Los Ángeles. Ya te habrás dado cuenta a estas alturas.
—Oye, Belane, yo tengo algo que puedo darte a cambio de esa cámara.
—¿El qué?
—Ya sabes a qué me refiero.
—No, no, Cindy, a mí no se me puede comprar. De todos modos, muy amable por intentarlo.
—¡Bueno, pues que te den por culo, gordinflón! —dijo. Se volvió y se dirigió hacia la puerta. Miré cómo se bamboleaban aquellas caderas increíbles.
—¡Cindy! —dije—, ¡espera un momento!
Ella se volvió, sonriendo.
—¿Sí?
—Nada. Vete…
Entonces salió por la puerta.
Yo me metí en el cuarto de baño y alivié mis necesidades, y no me estoy refiriendo a mover los intestinos. Pero fui un auténtico profesional. Otro caso resuelto.