14
Al día siguiente volví a la librería de Red. Volvía a estar con el caso Céline. El hipódromo estaba cerrado y el día estaba nublado. Red estaba poniéndoles los precios a algunos ejemplares raros.
—¿Qué tal si vamos a Musso’s? —me preguntó.
—No puedo, Red. Mírame. Estoy como si no hiciera otra cosa que comer.
Me eché el abrigo hacia atrás. La tripa se me salía empujando a través de la camisa. Me había saltado un botón.
—Deberías ir a hacerte una succión de grasa. Te va a dar un ataque al corazón. Te succionan la grasa con un tubo. La puedes poner en un frasco y verla, eso te recuerda que tienes que dejar los donuts con gelatina.
—Lo pensaré. ¿Quieres un pomelo?
—¿Un pomelo? Eso no hace engordar.
—Ya lo sé pero he tropezado con uno al levantarme esta mañana. Son peligrosos.
—¿Dónde has dormido, en la nevera?
Suspiré.
—Oye, vamos a cambiar de tema. ¿Conoces a ese tipo que se parece a Céline?
—Ah, ése…
—Ése. ¿Ha estado por aquí últimamente?
—Desde que tú estuviste, no. ¿Le estás siguiendo la pista a ese pájaro?
—Podría decirse que sí.
Y entonces, de pronto, entró. Céline.
Se deslizó por delante de nosotros, siguió pasillo adelante y cogió bruscamente un libro.
Fui hacia allá y me acerqué a él. Me acerqué mucho. Tenía un ejemplar firmado de Mientras agonizo. Entonces se fijó en mí.
—En los viejos tiempos —dijo— las vidas de los escritores eran más interesantes que sus obras. Hoy en día ni sus vidas ni sus obras son interesantes.
Devolvió el Faulkner a su sitio.
—¿Vive usted por aquí? —le pregunté.
—Puede ser, ¿y usted?
—Antes tenía usted acento francés, ¿verdad? —le pregunté.
—Puede ser. ¿Y usted?
—Oh, en absoluto. Oiga, ¿nunca le han dicho que se parece a alguien?
—Todo el mundo, más o menos, se parece a alguien. Oiga, ¿tiene un cigarrillo?
—Por supuesto.
Saqué mi paquete.
—Por favor —me dijo—, coja uno, enciéndalo y fúmeselo. Eso le mantendrá ocupado.
Empezó a caminar hacia la salida.
Encendí el cigarrillo, le di una calada y, después, le seguí. Le hice una seña de despedida a Red y luego salí a la calle. Justo a tiempo de verle meterse en un Fiat, modelo del 89, que estaba en el arcén. ¿Y quién estaba aparcado justo detrás de él? Mi Escarabajo estaba aparcado justo detrás de él.
¡Qué suerte! Eso para que le den por culo a la ley de probabilidades. Era la primera vez que encontraba dónde aparcar desde hacía meses. Entré de un salto, salí como una bala y me puse a seguirle.
Bajó por Hollywood Boulevard en dirección al este. Señora Muerte, pensé, mírame, a tu servicio.
Después casi le pierdo en el siguiente semáforo, pero me colé cuando empezaba a ponerse en rojo. Ningún problema excepto una vieja dama de un Cadillac que me llamó una cosa fea. Yo sonreí.
Céline y yo llegamos enseguida a la Autopista de Hollywood mientras el sol abrasaba a través de las nubes. Seguía teniendo a Céline a la vista. Me encontraba bien. Quizá debiera ir a que me succionaran la grasa con un tubo. Todavía era un hombre joven. Tenía la vida por delante.
Después Céline tomó la Autopista del Puerto.
Después tomó la de Santa Mónica.
Después tomó la de San Diego. Dirección sur.
Después Céline hizo un giro y yo le fui siguiendo. El terreno me resultaba familiar. Le fui siguiendo como a una media manzana. Esperaba que no fuera mirando demasiado por el espejo retrovisor.
Después le vi aminorar, hacerse a un lado y detenerse.
Salió del coche y se puso a andar calle abajo, pasó por delante de unas pocas casas y luego cruzó mirando por encima de los hombros. Se detuvo, volvió a mirar a su alrededor y luego se metió por el camino de entrada de una casa. Se paró en el porche, miró a su alrededor y dio unos golpecitos en la puerta. Era una casa grande y su aspecto me resultaba familiar.
La puerta se abrió y Céline entró.
Salí del arcén y fui conduciendo despacio. Era la casa de Jack Bass. Digan eso muy deprisa. No eran más que las 2.30 de la tarde. El Mercedes rojo de Cindy estaba aparcado en la entrada.
Di la vuelta a la manzana y aparqué donde siempre.
Iba a matar dos pájaros de un tiro. Iba a descubrir a Céline y a pillarle el culo a Cindy.
Tendría que darles un poco de tiempo. Diez minutos.
Cuando yo iba a la escuela primaria teníamos una maestra que nos preguntó: «¿Qué quieres ser cuando seas mayor?». Y casi todos los niños dijeron que querían ser bomberos. Es una estupidez. Puedes quemarte. Unos pocos dijeron que querían ser médicos o abogados, pero nadie dijo: «Quiero ser detective». Y ahora resulta que yo lo soy. Ah, bueno, cuando me preguntó a mí, le contesté: «Yoquesé…».
Los diez minutos habían pasado. Cogí mi minicámara, abrí la puerta del coche de una patada, y me dirigí hacia la casa. Temblaba un poco, tomé aire y subí la escalera hasta la puerta. La cerradura no era problema. En 45 segundos estaba dentro.
Fui andando por el vestíbulo y luego oí voces. Llegué hasta una puerta.
Estaban allí dentro. Oí sus voces. Hablaban en tono bajo. Me pegué a la puerta y escuché.
Oí a Céline.
—Necesitas hacerlo… Ya lo sabes…
—Yo… —oí que decía Cindy—. No estoy segura… Supón que Jack se entera…
—Nunca lo sabrá.
—Jack es un hombre violento…
—Nunca lo sabrá. Es por tu bien…
Cindy se rió.
—¿Mi bien? ¿Es que tú no vas a sacar nada?
—Por supuesto que sí. Ten, ten, mira, cógelo con las manos… Es una manera de empezar…
Esperé unos segundos, luego le di una patada a la puerta y entré de un salto con mi cámara. La tenía preparada y enfocada.
Estaban sentados junto a una mesita baja y parecía que Cindy estaba firmando unos papeles. Levantó la mirada y dio un grito.
—Ohh, mierda —dijo. Bajé la cámara.
—¿Qué demonios es esto? —preguntó Céline—. ¿Conoces a este tipo?
—No le he visto en mi vida.
—Yo sí —dijo Céline—. Anda por una librería haciéndome preguntas estúpidas.
—Voy a llamar a la policía —dijo Cindy.
—Quieta ahí —dije—. Puedo explicarlo todo.
—Más vale que sea una buena explicación —contestó Cindy.
—Más vale —dijo Céline.
No se me ocurría nada y simplemente me quedé allí de pie.
—¡Voy a llamar a la policía ahora mismo! —dijo Cindy.
—¡Quieta ahí! —le dije—. Su marido, Jack Bass, me ha contratado. Soy detective.
—¿Contratado? ¿Para qué?
—Para pillarle el culo.
—¿Para pillarme el culo?
—Sí.
—Yo sólo estaba intentando hacerle un seguro a esta señora —dijo Céline— y usted irrumpe aquí a la caza con una cámara.
—Lo siento. Ha sido un error. Le ruego que me permita rectificar.
—¿Cómo demonios va a rectificar? —preguntó Céline.
—Ahora mismo no lo sé. Lo siento una barbaridad. Ya encontraré cómo arreglar esto. De verdad.
—Este tipo es una especie de memo —dijo Cindy—. ¡Es un enfermo mental!
—Lo siento. Ahora me voy, pero me pondré en contacto con ustedes para hablar de todo esto.
—¡Le vamos a entregar a la policía! —empezó a decir Cindy.
—Tengo que irme —dije yo.
—Oh, no —dijo Cindy—. ¡Usted no va a ninguna parte!
Apretó un timbre mientras yo me daba la vuelta para salir por la puerta. Pero allí había un facsímil considerable de King Kong. Era monstruoso. Se dirigió lentamente hacia mí.
—Eh, chico —le pregunté—, ¿quieres un caramelo?
—Tú eres mi caramelo, imbécil.
—¿Qué tal un juguete? ¿Qué tipo de juguetes te gusta?
King Kong ignoró mi pregunta. Se volvió hacia Cindy.
—¿Quiere que le mate?
—No, Brewster, simplemente sujétale para que tenga que estarse quietecito un rato.
—De acuerdo.
Se dirigió hacia mí.
—Brewster —le dije—, ¿a quién has votado para presidente?
—¿Ehhh?
Se paró para pensarlo.
Cogí la minicámara y la lancé directa a su zona recreativa. Dio justo en el blanco. Se dobló hacia adelante agarrándose las partes.
Me acerqué a toda prisa, cogí la cámara y le di con ella en el cogote. Oí un ruido de cristales rotos.
King Kong se tambaleó. Cayó de cara contra el sofá. La mitad del cuerpo quedó sobre el sofá y el resto en otra parte.
Yo di un paso hacia adelante y recogí lo que quedaba de la cámara. Miré a Cindy.
—Te pillaré el culo.
—¡Este hombre está loco! —gritó.
—Creo que tienes razón —dijo Céline.
Giré sobre los talones y salí de allí a toda pastilla. Otro día desperdiciado.