19

De vuelta en la oficina, al día siguiente, me hallaba confuso. No sabía quiénes eran mis clientes o qué coño pasaba. Decidí hacer algo. Tenía el teléfono de la oficina de Jack Bass. Le llamé.

—Hola —contestó.

—Bass, soy Belane.

—¡Hijo de puta!

—Cálmese, Bass, soy cinturón negro.

—Necesitará serlo la próxima vez que irrumpa en una de mis sesiones amorosas.

—Jack, lo único que pude ver fue un culo bamboleándose. No me di cuenta de que era usted hasta que volvió la cabeza.

—¿Y quién creía que iba a ser? ¿Cree que algún tipo se la tiraría en mi propia casa?

—Ocurre un montón de veces.

—¿Cómo?

—No me refiero a su casa, Jack.

—Entonces, ¿dónde?

—No importa.

—¿Cómo que no importa?

—Quiero decir que no se trata de su caso. Vayamos al grano.

—¿Cómo?

—¿Quiere que siga con este caso o no?

—Usted no ha hecho nada más que filmarme el culo.

—Estoy metido de lleno en su caso, Jack.

—¿Y qué es lo que ha conseguido?

—Tengo una conexión.

—¿Cómo?

—Tengo una pista.

—¿Una conexión? ¿Una pista? ¿De qué me está usted hablando?

—Puedo relacionarla a ella con ese tipo. A él le conozco. Es un tipo sospechoso. No se han compinchado para nada bueno.

—¿Los ha cazado juntos?

—Aún no.

—¿Por qué no?

—Voy despacio. Les estoy dejando que caigan en su propia trampa.

—¿No puede pillarles ya?

—Tengo que esperar a que él meta el clavo.

—¿Cómo?

—Tengo que cazarlos en pleno acto.

—No sé si sabe lo que está haciendo, Belane.

—Sé exactamente lo que estoy haciendo. Le pillaré en cuanto él meta el clavo.

—No me gusta que hable así.

—El mundo no es un jardín de infancia, Jack. Estoy intentando ventilarme este caso.

—¿Ventilarse?

—Quiero pillarle el culo. Usted quiere que le pille el culo a ella, ¿no?

—Simplemente quiero pruebas convincentes.

—La prueba está a punto, Bass.

—¿Está cerca?

—Puedo olerlo, puedo esnifarlo. Estoy a punto de echarles el guante. Conozco a ese tipo. Es francés y ya sabe usted los franceses, ¿verdad?

—No, ¿qué pasa con los franceses?

—Si no lo sabe, Bass, yo no puedo explicárselo. No tengo todo el día. Y, ahora, ¿quiere usted que siga con este maldito caso o no?

—¿Dice usted que ya está cerca?

—Los tengo a los dos a tiro.

—¿Cómo?

—¿Quiere usted que siga o no, Bass? Voy a contar hasta cinco. Uno, dos, tres, cuatro…

—Está bien, está bien, siga con ello.

—Muy bien, Jack. Y, ahora, un pequeño detalle…

—¿Qué?

—Necesito un mes de adelanto.

—¿Un mes? Creí que estaba a punto de echarles el guante.

—Tengo que ponerles una trampa. La tengo que organizar. Tiene que ser segura. Cuando él meta el clavo…

—Está bien, está bien, ¡el cheque ya está en camino!

Me colgó bruscamente el teléfono. Actuaba como un tipo enamorado. ¡Qué mamón!

A continuación llamé a Grovers. Me había dado su número de la oficina. El teléfono sonó tres veces, luego descolgó.

—Funeraria Paraíso Plateado. ¿Dígame? —dijo.

—¡Dios mío! —dije yo.

—¿Cómo? —preguntó.

—Grovers, se entretiene usted con cadáveres.

—¿Cómo? —preguntó.

—Cadáveres. Cadáveres. Soy Nick Belane.

—¿Qué desea, señor Belane?

—Estoy trabajando en su caso, lo de la extraterrestre, señor Grovers.

—Sí, lo recuerdo.

—Dígame, Hal, ¿por qué hace usted lo que hace?

—¿A qué se refiere?

—A entretenerse con los muertos. ¿Por qué, por qué?

—Es mi trabajo. Un hombre tiene que tener algo de que vivir.

—Ya, pero entretenerse con cadáveres… Eso es una cosa rara. Es de enfermos. ¿Les saca la sangre? ¿Qué hace con la sangre después de sacársela?

—Tengo un empleado que es quien lo hace. Billy French.

—Pásemelo. Quiero hablar con él.

—Ha salido a almorzar.

—¿Quiere decir que come?

—Sí.

Hice una pausa. Cogí aire, lo solté y luego le dije:

—Mire, Grovers, ¿quiere usted que siga con este caso?

—¿Se refiere a Jeannie Nitro?

—Por supuesto. ¿Tiene usted a alguna otra nena del espacio por ahí?

—No.

—Bueno, ¿quiere que se la quite de encima?

—Por supuesto. Pero ¿cree usted que podrá? Me parece que falló la única vez que la vio.

—Mire, Grovers, hasta Ted Williams falla alguna que otra vez. Al final echaré a esa puta tan lejos que no volverá usted a verla.

—No creo que sea una puta, señor Belane.

—Es sólo un modo de hablar. No pretendía ofender a ese bombón.

—¿Cree usted que podrá hacer algo al respecto?

—Incluso mientras estamos hablando estoy trabajando en una pista, una conexión, Grovers.

—¿Cuál?

—No puedo decirle demasiado. Pero el hecho de que usted se entretenga con cadáveres y que ella sea una extraterrestre es una conexión, una pista.

—¿Qué quiere decir, señor Belane?

—No puedo decirle demasiado. He consultado con un especialista en esta materia. Tiene un libro sobre extraterrestres pero necesita más datos sobre usted.

—Está bien, y ¿qué quiere saber?

—Espere, antes de invertir más tiempo en este caso necesito otro cheque. Dos semanas de adelanto.

—¿Cree que podrá hacer algo?

—Maldita sea, acabo de decírselo, estoy completamente metido en este asunto.

—Muy bien, señor Belane. Le mandaré un cheque por correo hoy mismo. Dos semanas.

—Es usted un tipo inteligente, señor Grovers.

—Sí. Ah, señor Belane, Billy French acaba de llegar de almorzar. ¿Quiere hablar con él?

—No, pero pregúntele qué ha tomado de almuerzo.

—Un momento…

Esperé. Volvió enseguida.

—Ha dicho que roastbeef y puré de patatas.

—Eso es vomitivo.

—¿Cómo?

—Ahora tengo que dejarle, señor Grovers.

—Pero creí que quería algunos datos sobre mí.

—Le enviaré un cuestionario.

Colgué, puse los pies sobre el escritorio. Estaba colocando las piezas otra vez en su sitio. Ahí estaba yo, Nick Belane, detective. Aún tenía que resolver el asunto del Gorrión Rojo. Y estaba Céline y la señora Muerte. Siempre estaba la señora Muerte.

Ésa sí que era una puta.

Quiero decir que ¿qué otra cosa se le podría llamar?