Nota de la autora
Cuando acabé de escribir La hija del boticario, no podía sacudirme la imagen del Gran Incendio de Londres que arrasó la ciudad y lo destruyó todo a su paso. Las vidas de miles de personas cambiaron para siempre, y cada una de ellas tendría una historia distinta que contar. Katherine Finche, la esposa del mercader de especias, es solo una de ellas.
El Gran Incendio de Londres empezó en la madrugada del 2 de septiembre de 1666, después de un verano tórrido y abrasador de sequía. La ciudad estaba tan seca como un yesquero, y antes del amanecer los almacenes situados a la orilla del río por debajo de Thames Street ardían y eran un infierno imparable. El fuego saltó de edificio en edificio, impulsado por un intenso viento del este. La población, encabezada por el duque de York y Carlos II, demolieron a la desesperada muchas casas para crear un cortafuegos, pero todo fue en vano.
Cuando el fuego llevaba cuatro días devorando la ciudad, el viento amainó y las llamas avanzaron ya más despacio hasta que finalmente fue posible controlar el incendio. Solo quedó allí un páramo humeante bajo un resplandeciente cielo rojo. Casi todo entre las murallas de la ciudad acabó destruido, incluidas, según se calcula, mil trescientas viviendas. Más de cien mil habitantes perdieron sus casas y huyeron a Islington o Moor Fields, donde acamparon con sus escasas pertenencias. Algo debía hacerse, y debía hacerse cuanto antes.
Increíblemente, Christopher Wren, Robert Hooke y John Evelyn crearon planos para la reconstrucción de la ciudad en cuestión de días. Su visión de la nueva urbe era un trazado geométrico con calles anchas y rectas, plazas abiertas y grandes paseos concebidos para reducir la congestión del tráfico que causaba problemas ya por entonces. Pero ese proyecto no se haría realidad. Debido a las dificultades de registrar la propiedad de tantas parcelas y la falta de fondos de la Corona para comprarlas, la reconstrucción se llevó a cabo casi sobre el mismo trazado caótico del Londres medieval.
Todo relato requiere un buen villano, y mientras investigaba la etapa posterior al Gran Incendio, descubrí la existencia de un tal doctor Barbon, que prendió fuego a mi imaginación.
Mientras Christopher Wren diseñaba catedrales y sedes de gremios, el doctor Barbon vio en la reconstrucción de la ciudad una oportunidad de amasar fortuna. Hijo de un predicador llamado Praise-God [Alabado sea Dios] Barebones, el doctor Barbon había sido bautizado con el nombre de If-Jesus-Had-Not-Died-For-Thee-Thou-Hads’t-Been-Damn’d [Si Jesús no hubiera muerto por ti, habrías sido condenado]. ¿Quién podía echarle en cara que pidiera a sus amigos que lo llamaran Nicholas? Cursó estudios universitarios en Holanda, pero nunca ejerció la medicina, prefiriendo dirigir sus aptitudes hacia la especulación inmobiliaria.
Después del incendio, Barban empezó a levantar su imperio con asombrosa rapidez, y tenía al alcance de su mano extraordinarias oportunidades. Empezó a arrendar terrenos a propietarios cuyos inmuebles habían ardido y no querían, o no podían permitirse, reconstruir. Se habían promulgado nuevas leyes para la reconstrucción, que establecieron reglas claras. Las casas debían edificarse con ladrillo o piedra, sin miradores o voladizos en las fachadas. Se había aprendido una lección y no se tolerarían ya las casuchas de madera precarias e inflamables.
Barbon no disponía de recursos para construir por su cuenta todas las casas nuevas, así que buscó inversores, y constantemente pedía dinero prestado a uno de ellos para empezar un proyecto, retrasaba los pagos a otro lo máximo posible y solo saldaba sus grandes deudas cuando el porcentaje del capital y los costes ascendían más o menos a la mitad de la cantidad del préstamo. Parlamentario, Barban utilizó su posición para protegerse de los tribunales cuando incumplía pagos y estafaba a sus socios. A menudo sus proyectos carecían de financiación suficiente y escatimaba en la calidad de los materiales de construcción. Algunas de sus casas se derrumbaron a causa de la débil cimentación. No se tomaba la molestia de solicitar los permisos necesarios y sencillamente se plantaba en un solar, expulsaba violentamente a cualquiera que pusiera alguna objeción, demolía lo que quedaba de cualquier construcción previa y se ponía manos a la obra para encajonar el mayor número de casas posible en la parcela.
A pesar de la falta de escrúpulos de sus métodos, Barban y los especuladores inmobiliarios que se asociaron a él construyeron un gran número de edificios, muchos de los cuales siguen en pie aún hoy. Edificó en Red Lion Square, Devonshire Square, Marine Square, Gerard Street, Conduit Street, Bedf ord Row en Holborn, Cannon Street, Fetter Lane y Middle Temple Courts, entre otros lugares. Las magníficas puertas de Essex Street Water, erigidas en 1676 antes de construirse el terraplén y la calle del lado norte del Támesis, evitaron las inundaciones causadas por la marea que a menudo llegaba hasta los edificios del Strand y Fleet Street.
A Barbon le traía sin cuidado lo que la gente pensara de él: el dinero lo era todo. Se vestía a la última moda y vivía tan espléndidamente como un aristócrata rural en Crane Court, a un paso de Fleet Street, lo ideal para impresionar a sus inversores. Aunque con un físico distinto, el personaje de mi villano, Standfast-for-Jesus Hackett, se basa descaradamente en Barbon, a quien todo el mundo odiaba con placer.