El poeta y ensayista británico W. H. Auden afirmó en su día que «la salud era el estado sobre el cual la medicina no tenía nada que decir» pero en contraposición, el prestigioso doctor y político Josep Laporte proclamó que «una persona sana era simplemente un enfermo mal diagnosticado», lo cual nos coloca a todos, sanos y enfermos, bajo la tutela médica.

Admitida la complejidad de la vida humana y la fragilidad del concepto de salud, es normal admirar la actividad diagnóstica o quirúrgica de la clase médica, a pesar de que, para Voltaire:

Los doctores son personas que prescriben medicinas de las que saben muy poco, para curar enfermedades de las que saben aún menos, de seres humanos que desconocen.

Pero asumiendo que la medicina no es una ciencia exacta, es innegable que las matemáticas forman parte de las dosis de medicamentos, de los resultados de los análisis, de las gráficas sobre temas de salud, de las evaluaciones estadísticas y probabilísticas, de la tecnología creciente que ayuda al diagnóstico o al tratamiento… y entonces errores de cálculo o de concepto pueden tener sus efectos. Pero en dichos errores también pueden incurrir enfermeras, administradores de hospitales, autoridades sanitarias… y los propios enfermos con automedicaciones o malentendidos.