6
CONSTRUYE PUENTES
1. TODOS GANAN
Cada persona debe ser el líder de su propia vida, de su sueño, de su proyecto. Nadie puede hacerlo excepto tú mismo. Liderazgo significa influencia, conducción y construcción.
¿Qué quiere decir esto?
Que un buen líder construye puentes, sabe conectar con la gente, marca puntos en común, no busca aquello que nos diferencia, sino lo que nos une y nos conecta con los otros. ¡Ayuda a los demás a triunfar!
Egoísta no es el que piensa en sí mismo, sino el que no piensa en los demás.
En la mente del egoísta existe el paradigma según el cual hay gente que gana y gente que pierde, por lo que se dice a sí mismo: «Yo no quiero perder sino ganar». Por su parte, la persona que ayuda piensa: «Yo ganaré porque tú vas a ganar, porque hay ganancia para todos».
Un egoísta no ayuda al otro a triunfar, sino que piensa: «Tu triunfo es mi derrota». Pero los que saben ayudar dicen: «Tu triunfo es mi victoria y cuando triunfas todos ganamos».
Cada vez que uno sea capaz de ser un puente para el otro, habrá un fruto, una abundancia que solamente viene por ayudar al otro a triunfar. Este es un principio que funciona. Eres grande no sólo cuando triunfas, sino que eres grande cuando abres camino a otros. No se es grande cuando uno es nombrado jefe de una empresa, sino cuando se es capaz de abrir camino a los demás.
No te canses de hacer el bien, pues si no desmayas vas a obtener una cosecha.
Pablo de Tarso
2. MANOS A LA OBRA
Una de las emociones más maravillosas que puedes sentir es la emoción de ayudar al otro a triunfar. Ahora bien, necesitamos entender a qué nos referimos con ayudar al otro.
Ayudar no es «Hipotecaré mi casa por ti», «Te voy a prestar dinero», «Te daré el título de propiedad», «Me voy a sacrificar, que me duela a mí para que tú estés bien». Eso no es ayudar.
Ayudar es construir un puente,
ayudar al otro a alcanzar su sueño.
Hay varias maneras de ayudar:
- Reconociendo a la gente.
John Maxwell, uno de los mayores líderes del presente, emplea la regla de los treinta segundos: «Usa los primeros treinta segundos para decir algo positivo a la persona que tienes al lado». Lo más importante en una relación son los primeros segundos y debemos utilizarlos para reconocer o felicitar, para decir algo positivo de la otra persona, para destacar un punto fuerte en ella.
Cada vez que entres en contacto con otras personas, no te enfoques en ti mismo sino en los demás. Cuando uno sabe dar aliento en los primeros treinta segundos en que ha hecho contacto, genera muy buena impresión y así logra que el otro pueda estar receptivo a nuestro mensaje.
El hombre más feliz del mundo es aquel que sabe reconocer los méritos de los demás y puede alegrarse del bien ajeno como si fuera propio.
Johann W. von Goethe
- Dando mérito al otro.
Crear un puente con el otro es ser capaz de valorar el trabajo de los demás y felicitarlos. Cuando tu estima está sana, eres capaz de reconocer el éxito y la fortaleza del que está a tu lado y de tus semejantes. Piensa cómo te sientes tú cada vez que alguien te felicita, te afirma, te dice una palabra positiva y resalta algo maravilloso de tu vida. ¿No te sientes mejor? Cuando una persona es capaz de felicitar al otro, hace que el otro se acerque a él. Cada vez que ayudes se acercarán a tu vida dos tipos de personas:
Aquellas que te brindan conexión y una provisión para tu vida, lo cual te acerca más a tu propósito.
Una leyenda judía dice que dos hermanos estaban compartiendo un campo y un molino. Cada noche dividían el producto del grano que habían molido juntos durante el día. Un hermano vivía solo y el otro se había casado y tenía una familia grande.
Un día, el hermano soltero pensó: «No es justo que dividamos el grano de manera equitativa, yo sólo tengo que cuidarme a mí mismo, pero mi hermano tiene niños que alimentar». Así que cada noche, secretamente, llevaba algo de su harina a la bodega de su hermano.
Pero el hermano casado pensaba en la situación de su hermano y se decía: «No está bien que dividamos el grano equitativamente, porque yo tengo hijos que me proveerán cuando sea anciano, pero mi hermano no tiene a nadie, ¿qué hará cuando esté viejo?». Así que también cada noche llevaba secretamente parte de su harina y la ponía en la bodega de su hermano.
Lógicamente, cada mañana ambos hermanos encontraban sus provisiones de harina misteriosamente con la misma cantidad.
Hasta que una noche se encontraron en medio del camino entre sus casas y se dieron cuenta de que lo más valioso que tenían era el amor que profesaban el uno por el otro.
No pongas freno a tu capacidad de ayudar a otros
a triunfar.
Todo aquel que es capaz de ser un puente para el otro, generará cambios en el ambiente en donde esté, y, a través de ellos, podrá transmitir todo lo que tiene. Si somos capaces de transformar los ambientes, seremos también capaces de recibir desde esos mismos puentes que fuimos capaces de generar.
Ayudar al que lo necesita no sólo es parte del deber, sino de la felicidad.
José Martí
3. LA LEY DE LA ASOCIACIÓN
Esta Ley afirma: «Dime con quién andas y te diré dónde y cómo terminarás».
Si decides juntarte con aquellos que son sabios, sabio serás; pero si lo haces con gente necia, necio serás y estarás desperdiciando años maravillosos de tu vida.
La siguiente historia, de autor desconocido y llamada «la Ley del camión de basura», describe muy bien el significado de esta Ley.
Hace dieciséis años yo aprendí esa lección en un taxi neoyorquino. Esto fue lo que sucedió:
Me subí a un taxi rumbo a la Estación Central del Ferrocarril, y, cuando íbamos por el carril de la derecha, por poco nos estrellamos con un auto que así de repente y de la nada salió a toda velocidad de donde estaba estacionado. El conductor del taxi en que iba alcanzó a frenar, el taxi derrapó y casi le pegamos al auto que quedó frente a nosotros. Después de esto, el conductor del otro auto, el que casi causó el accidente, asomando la cabeza por la ventanilla, comenzó a gritarnos todo tipo de insultos. Todavía recuperándome del susto, lo que acabó de sacarme de mis casillas fue la actitud del chófer de mi taxi, quien de forma extremadamente amistosa y cortés sonreía y saludaba con la mano al conductor del otro auto. Yo estaba furioso y confundido, pero no me quedé con las ganas y le pregunté al chofer de mi taxi por qué se ponía a sonreír y a saludar al hombre que casi nos hizo chocar, arruinar su taxi y posiblemente hasta enviarnos al hospital. Entonces, el taxista, con voz pausada, me contó lo que ahora yo llamo «La Ley del camión de basura».
«Mire», me dijo: «¿Ve aquel camión de basura?». «Sí», le dije, «¿y eso que tiene que ver?». «Pues, así como esos camiones de basura, existen muchas personas que van por la vida llenos de basura, frustración, rabia y decepción. Tan pronto como la basura se les va acumulando, necesitan encontrar un lugar donde vaciarla, y si usted los dejara, seguramente le vaciarían su basura, sus frustraciones, sus rabias y sus decepciones. Por eso, cuando, alguien quiere vaciar su basura en mí, no me lo tomo como algo personal; sonrío, saludo, les deseo todo el bien del mundo y sigo mi camino. Hágalo usted también y le agradará el haberlo hecho, se lo garantizo». A partir de ese día comencé a pensar cuándo permitía que estos «camiones de basura» me atropellaran; y me pregunté a mí mismo cuán a menudo recogía esa basura y la esparcía a otra gente en casa, en el trabajo o en la calle. Así que me prometí que jamás lo iba a permitir otra vez. Comencé a ver camiones de basura y así como el niño de la película El Sexto Sentido decía que veía a los muertos, ahora yo veo los camiones de basura. Veo la carga que traen, veo que me quieren echar encima su basura, sus frustraciones, sus rabias, y, sus decepciones y tal y como el taxista me lo recomendó, no me lo tomo como algo personal, sonrío, saludo, les deseo lo mejor y sigo adelante.
En un momento determinado de la historia, Alemania se encontraba dividida en dos. Una de ellas decidió llenar un camión de estiércol y arrojarlo al otro lado del muro; pero, en respuesta, la otra Alemania cargó un camión con frazadas, alimentos y con un gran cartel que decía: «cada uno da lo que tiene dentro».
Habrá personas, puentes de oro, que, en el peor momento de tu vida, te acercarán a tu sueño.
Warren Buffett es uno de los hombres más ricos del mundo. En su juventud fue a inscribirse a la Universidad de Harvard; como no reunía todos los requisitos, lo rechazaron y no pudo inscribirse. Decidió entonces probar en la Universidad de Columbia, se inscribió y se hizo amigo de uno de los profesores, que luego fue su mentor. Le enseñó cómo invertir dinero en bolsa, y Buffett terminó haciéndose multimillonario. Por eso dice: «Descubrí los millones gracias a que me rechazaron en Harvard».
Un muchacho australiano que nunca había hecho una película —nadie lo había llamado— decide presentarse a un casting y el día anterior tres ladrones lo asaltan, le pegan y le desfiguran la cara. Cuando se presenta al productor, lo ve y dice: «Justo lo que estaba buscando… ¡un tipo rudo!». Gracias a que le robaron y le lastimaron la cara, Mel Gibson empezó su carrera como actor.
Joseph Pulitzer, un hombre en sus comienzos sumamente pobre, al llegar a Estados Unidos no tenía ni para comer. Se dedicó a hacer lo que sabía, que era jugar al ajedrez. Jugaba con uno, jugaba con otro, y en una partida se hizo amigo del contrincante. Éste le preguntó: «¿Usted a qué se dedica?». «No tengo trabajo…», respondió Pulitzer. «Bueno, le voy a dar trabajo de aprendiz, soy dueño de un diario».
Este hombre entró como aprendiz, con el tiempo empezó a escribir artículos, más tarde fue jefe, compró acciones y por fin… ¡la empresa!
Aprendamos a invertir tiempo en relaciones.
Seamos personas sociables,
personas colectoras de relaciones sanas.
La gente que tiene expectativas positivas de su futuro atraerá a su vida las mejores relaciones interpersonales. Sé sabio y no permitas que nadie arroje su basura en la puerta de tu casa.