9
Conducía su Mercedes más pequeño con cuidado. Aquellas carreteras serpenteaban peligrosamente y no estaba acostumbrada a tanto cambio de marcha. Tenía que haber pedido el coche con cambio automático pero no era el caso, por lo que iba a tardar una eternidad en llegar.
Larry había insistido en llevarla, pero no deseaba verse en una situación como la vivida sin un vehículo disponible, al menos de los que no tenían tracción a las cuatro ruedas y estaban atestados de barro.
Al final, lo que creía que iba a ser una mañana visitando su negocio textil se había transformado en una semana de duro trabajo. El local que servía de almacén para la última de sus tiendas se había inundado. Las tuberías estaban en tan mal estado que una de las paredes se había desplomado y un cuarto de millón de dólares se había esfumado por arte de magia. Que le pasara algo así tenía su gracia, después de todo, la profesional en el ramo de la construcción era ella. Claro que de todo se aprende, no iba a confiar en ningún agente inmobiliario jamás.
Respiró entrecortadamente, había dejado a Bruce lidiando con los del seguro aunque ambos sabían que aquello no iba a prosperar. Acabarían solicitando por vía judicial la responsabilidad del vendedor y se había prometido a sí misma no volver a pisar un juzgado en lo que le quedaba de vida. Maldita la gracia.
Llegó a las tres de la tarde. Justo a tiempo de comer en cualquiera de los turnos y de salir a revisar el estado de las obras. Según le había informado Peter, el acuífero se negaba a colaborar y estaban teniendo que emplearse a fondo.
En una hora cabalgaba a lomos de un viejo Jeep por uno de los senderos que bajaban hasta las excavaciones con una sonrisa radiante en la cara. Le encantaba estar de vuelta. Incluso el día colaboraba, lucía un sol espléndido y una agradable brisa atenuaba sus efectos.
Peter la recibió con la mano extendida y una expresión satisfecha.
-Has ganado, drenaje lateral –matizó el ingeniero.
Elle estrechó la mano de su segundo con una espléndida sonrisa en la cara. Construirían una laguna artificial y cuidarían del paisaje hasta donde pudieran. Era más de lo que había esperado.
Tenía que ver a Robert, aquello era obra suya. El famoso proverbio chino le vino a la cabeza, “Si caminas solo irás más rápido; si caminas acompañado llegarás más lejos”. Qué expresión más acertada, pensó mientras examinaba el estado de los trabajos.
Saludó a los encargados y miró a diestra y siniestra. Bajó el sendero hasta el otro lado de las obras y volvió a subirlo. Montó en el vehículo y rodeó todo el perímetro. Dio varias vueltas y volvió a empezar. Cualquiera que la viera pensaría que estaba haciendo su trabajo pero ella sabía que no era así. Necesitaba verlo con tanta ansiedad que el pulso se le había acelerado y sus piernas chocaban contra el volante sin que pudiera responsabilizar de ello a la orografía del paisaje.
Paró el vehículo y salió enojada. No podía seguir así. Tocó la pulsera con nerviosismo y ninguna imagen dolorosa vino en su ayuda. Vaya, ningún mal recuerdo al que echar mano. Era la primera vez que le sucedía, allí sólo estaban ella y su extrema urgencia por ver a ese hombre. Comprendió aturdida que su blindaje se estaba desmoronando y una sensación extraña la sobresaltó.
El ruido de un todoterreno interrumpió sus cavilaciones. Miró hacia atrás y olvidó todas sus aprensiones.
Robert se acercaba a ella con paso firme. Una tierna expresión adornaba sus facciones. Elle suspiró, le dirigió una sonrisa sin abrir la boca y se miraron mutuamente.
-Johnson, te has tomado tu tiempo –dijo el hombre haciendo que sonara como un reproche.
-Newman, ¿significa eso que me has echado de menos? –inquirió sin dejar de sonreír.
Robert la contempló con admiración. Había empezado a temer que hubiera dejado el proyecto en manos de Collins para no verlo más. Casi se vuelve loco.
Los ojos de Elle brillaban con aquellas motitas doradas y sus labios se habían abierto mostrando una hilera preciosa y perfecta de dientes blancos. Para colmo de males, los hoyuelos aparecieron para acabar de amargarle la existencia. Por un momento, se centró en su boca y recordó lo que era introducirse en ella hasta quedarse sin aliento. Lo único que pudo hacer fue resoplar como un imbécil, eso o devorarla con su lengua sin dejar un resquicio a salvo.
Movió la cabeza y se tocó el pelo nervioso.
-Espero que tu amigo esté mejor.
-Mucho mejor, gracias –lo miró directamente con aquella expresión risueña-. Al grano Newman, ¿me has echado de menos?
El suspiro del hombre fue de lo más explícito.
-Sí pequeña, te he echado de menos –no sabes cuánto pensó disgustado consigo mismo por no mantener el tipo.
¡Joder! no era más que una cría.
-Vale Newman, no hace falta que te enfades –sonrió de nuevo-. Créeme, no he podido venir antes.
Robert se apartó de su lado como si quemara. ¿Estaba jugando, cuando él lo único que quería era hundirse en ella hasta hacer que gritara su nombre?
-He conseguido… que acepten el lago –balbuceó cambiando de tema.
Elle suspiró contenta.
-Lo sé, he visto a Peter –lo miró sin pestañear -. Estoy encantada. Vamos a crear algo bello, Newman.
Robert estuvo a punto de echarse a llorar de frustración. Él no estaba para juegos, ni de palabras ni de ninguna otra cosa.
-Ardo en deseos de crear algo bello contigo –susurró en su oído.
Se dio la vuelta y entró en su coche. Si se quedaba allí la arrastraría hasta el árbol más cercano y crearía, con algo más que su lóbulo occipital, algo bello y hermoso, preferiblemente una niña.
Elle se quedó mirando la nube de polvo que habían levantado las ruedas del vehículo. Por más que se la considerara un genio, no iba a comprender a ese hombre jamás.
¿Hablaba de un bebé? Volvía a imaginar cosas.
Sin embargo, una maravillosa y profunda sensación de bienestar invadió su cuerpo al descubrir que la había echado de menos. Al menos, eso le había quedado claro.
Esa noche entró en el comedor a toda prisa. Llegaba muy tarde, se había pasado una hora pegada al teléfono. Waylan le había explicado las opciones que tenían y todas ellas pasaban por entrar en un juzgado. Sin embargo, respiraba tranquila, su presencia no sería necesaria.
Robert salía en ese momento acompañado de la rubia natural, se reían de algo y la mujer le tocaba el antebrazo con excesiva confianza. Si no era su nueva asociada, ¿quién demonios era esa mujer y por qué lo seguía como si fuera su sombra?
Ni ante sí misma estaba dispuesta a reconocer que el dolor que sentía en la tapa del pecho era consecuencia del despliegue amistoso que estaba presenciando. Tocaba disimular.
Lo miró esperando un saludo pero él la obvio como si nada. Encajó el golpe y se sentó en una mesa apartada junto a una de las ventanas del fondo de la habitación. Miró a través de los cristales y las luces del jardín le ofrecieron una escena idílica. Su profesor abrazaba a la chica que se agarraba a él con fuerza. Daba gusto verlos…Lástima que el desencanto y la desilusión no la dejaran admirar el paisaje. Acababa de recibir tal mazazo que por un segundo quiso desaparecer.
La pareja salió de su campo de visión y fue peor imaginar que ver.
Respiró hondo y esperó a calmarse, el latido salvaje que se había instalado en su pecho amenazaba con cortarle la respiración.
¡Ah! La vida, volvía a ponerla en su sitio. Ya no necesitaba tocar más veces la pulsera. Si sería tonta…
A la mañana siguiente no había mariposas. Por primera vez desde que había pisado aquel lugar se levantó tarde y sin ganas. Se vistió sin dedicarse ni una mirada y salió de la habitación como una autómata.
Su existencia gris y monótona había vuelto para quedarse. Días sin alma.
Desayunó en medio de un sepulcral silencio. Dormirse es lo que tiene. Se había pasado la noche entera dando vueltas en la cama espiando la luz y los ruidos de la habitación de al lado. Gracias a Dios, no oyó nada.
Ahora se sentía avergonzada. Sus hombres trabajando y ella desayunando como si fuera Barbie arquitecta. Y todo ello, como consecuencia de no haber pegado ojo por controlar a su vecino que, además, era la única persona en el mundo por la que no debería de perder el sueño.
En un arrebato, se quitó la pulsera y la metió en uno de los bolsillos laterales de su pantalón. A la mierda la pulsera.
Después, salió haciéndose el firme propósito de volver a recuperar su estabilidad emocional que, aunque aburrida, era menos dolorosa.
Cuando llegó a las obras comprendió que ése no sería un día para el recuerdo. Una de las máquinas excavadoras había dejado de funcionar y el mecánico no disponía de piezas para arreglarla. Hasta las cinco de la tarde no consiguieron que rugiera el motor de aquella mole de hierro.
Tiempo perdido, se dijo al observar lo poco que habían avanzado.
A las siete se autorizó para abandonar el lugar y decidió hacer lo único que siempre le daba resultado. Correr como una posesa.
A las nueve comió con el último turno. Se flageló mentalmente por haber llegado tan tarde, un poco antes no habría visto el brazo de su profesor en la cintura de la alemana. Se hizo la indiferente y los saludó con una sonrisa.
En su habitación lloró de rabia e impotencia. Mirando la luz que se filtraba bajo la puerta de comunicación se repitió la misma pregunta una y otra vez, ¿Cómo olvidar a ese hombre?
Por lo visto, lo que le había hecho hasta ese momento no era suficiente…
Bajó a desayunar algo más repuesta. Nueve días de indiferencia por parte de su profesor y colega ayudaban bastante. No tenía mucha hambre, se había pasado media noche tomando leche y la otra media probando galletitas de las que el hotel había dejado en la estantería. Y además, no se había perdido ni un solo ruido de la puerta de al lado. Todo un éxito.
Sonrió satisfecha, a pesar del magnífico empacho, lo había logrado. Acababa de enviar a Matt los arreglos de algunos patrones que le parecieron algo vulgares.
Su empresa, QP, marchaba como un buen reloj. Hasta el punto de verse en la necesidad de contratar a un grupo de diseñadores de cierto prestigio y, no es que dudara de la profesionalidad de los artistas, lo que no quería era perder su propio estilo y esos chicos, con más frecuencia de la deseable, se dejaban llevar por tendencias extravagantes e inconcebibles para una personalidad sencilla como la suya. Cuando los flecos o los volantes hacían acto de presencia, ella imponía con mucha sutileza su propia línea creativa, y la maquinaria funcionaba de nuevo con belleza y precisión.
Entró en el comedor sin mirar más que a la isla central, “Quien evita la ocasión evita el peligro”. Optó por un sándwich mixto y lo acompañó de zumo de naranja. Obvió el artefacto de los batidos (seguía imperando el dicho), y tomó asiento en su mesa junto al ventanal. Sólo entonces se atrevió a mirar a sus hombres y los saludó con un gesto, no estaba de humor para compartir bromas sobre su edad, como hacían siempre que comían juntos.
Empezó por el zumo. Miró a través del cristal y un sentimiento de nostalgia la atravesó de pies a cabeza. Necesitaba ver a su hermana aunque en esos momentos le hubiera bastado con cualquiera que pudiera darle un buen abrazo. Ese fin de semana se largaría de ese lugar y buscaría el consuelo de sus amigos. Incluso podía plantearse volar a Arizona.
Miró al frente y descubrió a Robert contemplándola. No pudo disimular, recordó lo que era sentirse amada por alguien y estuvo a punto de echarse a llorar. En ambas ocasiones le había salido de pena.
Apartó la mirada y siguió comiendo. Estaban terminando con la capa freática, en cuanto comenzaran a construir el maldito aeropuerto sería libre de nuevo. Sólo necesitaba aguantar unos meses, después bastaría con seguir el ritmo de las obras.
Terminó el zumo y salió del comedor.
¿De verdad había creído que podía trabajar con Robert Newman?
Verdaderamente, no estaba bien de la cabeza.
Robert la vio salir sin dedicarle ni una sola mirada y empezó a preocuparse. Su preciosa alumna apenas había tocado la comida y su cara había perdido el brillo que la caracterizaba. La idea de no asustarla y dejarle espacio no estaba dando resultado. Frida tenía razón, debía ir a por ella, proporcionarle tiempo para reflexionar era lo peor que podía hacer. Bien sabía él que su comportamiento en el pasado no resistiría un estudio bajo el microscopio.
¡Joder! no dejaba de equivocarse con esa criatura.
El resto del día transcurrió muy deprisa. Ni siquiera pudo acercarse al comedor. A las cinco de la tarde no aguantaba más, necesitaba carbohidratos. Iría al pueblo y buscaría un lugar donde comer.
Esperó a que Peter volviera y corrió a ducharse. Se miró en el cristal del ascensor y se encontró triste y delgada. Su melena había perdido brillo y sus ojos también.
Lavó su pelo con un brío especial y lo embadurnó con una mascarilla de frutas. Utilizó un exfoliante para el cuerpo y después lo hidrató con aceite de almendras dulces. Limpió su cara y se aplicó un potingue amarillento regalo de Nanami. Ya no podía hacer nada más. El resto lo dejaría en manos de la naturaleza.
Abrió su armario y buscó algo bonito. Hacía tiempo que no se preocupaba de su ropa y eso era impropio de ella. Leggins negros, camisa negra de seda con top debajo y botines negros con cuatro dedos de tacón. Al mirar por la ventana se impuso la realidad. Cambió la camisa por un jersey de cashmere en tono grisáceo y bufanda del mismo tejido a juego. Añadió un gorro y cogió un bonito y moderno abrigo negro que cerró sin abrochar los botones, sólo con un gran nudo central.
Se había pintado poco pero se sintió satisfecha de lo que encontró ante el espejo. Se roció con unas gotas de su colonia de siempre y salió dispuesta a comerse el mundo, nunca mejor dicho.
Al dirigirse a los aparcamientos descubrió un nuevo vehículo que la dejó sorprendida.
-¿Elle? -una voz conocida la hizo sonreír-. Qué casualidad, llevo una hora tratando de dar contigo. No había nadie en recepción.
Hugh abrió los brazos y una rendida Elle se dejó estrechar entre ellos. No lo pudo evitar y las lágrimas afloraron solas. Se sentía tan sola.
-¡Eh! vamos pequeña –susurró Farrell afectado.
-Me alegro de verte –sonrió llorosa-. Mucho.
Hugh tragó aire. Tenía que haber aparecido antes pero la historia de Denis lo había frenado. Asió su barbilla con ternura y la miró al fondo de los ojos.
-Dispongo de un día –trataba de mantener la calma pero era difícil-. Es tuyo.
Elle sonrió maravillada.
-Perfecto, me muero por conocer tu estilo Ken montañero –bromeó con un guiño. Su amigo llevaba unos Dockers beige, jersey marrón de elegantes cenefas y camisa de cuadros en tonos tierra. Botas de montaña que no lo parecían y una increíble parka. La bufanda era indescriptible, a juego con su jersey y del mismo tono que los pantalones.
Farrell se paró bruscamente y la contempló con gravedad.
-¿Esa burla es buena o mala?
Elle comprendió que no era la única que salía de Marte. Nat alucinaría.
-Bueno, si tenemos en cuenta que a veces me llamo a mí misma Barbie arquitecta, tú mismo…
El suspiro aliviado del hombre la hizo sonreír.
-No sé vestir de otra manera –murmuró cortado -. Pero si no te agrada… estoy dispuesto a ponerme en tus manos.
La última frase y la mirada que le lanzó la dejaron algo tocada.
-Me gustas Hugh, me gustarías hasta embutido en un saco –admitió ella con naturalidad -. No sabes cuánto valoro tu amistad y lo que necesitaba ver a alguien conocido.
El restaurador la examinó con atención y descubrió cierto desasosiego en su mirada. No parecía feliz. ¿Newman o Denis?
Hubiera dado cualquier cosa porque fueran ambos. Luchar contra dos afectos sería más fácil que contra uno solo. Sin embargo, no se creía una persona especialmente afortunada y menos en amores. Y, sobre todo, Elle no encajaba en el perfil, era leal hasta la médula.
-Iba a la ciudad a buscar algo de comida –repuso ella alegre -. No me mires así, tuvimos algunos problemillas y no subí a tiempo de almorzar.
-De acuerdo –sonrió Hugh-. Contigo de comensal podré conocer de una sola vez las delicias de la zona.
Las carcajadas del hombre no se hicieron esperar. Elle lo contempló extasiada, normalidad, necesitaba normalidad.
-Prefiero a Ken montañero que a Ken gracioso –advirtió junto a él.
Farrell abrió los brazos aún sonriendo y ella se arrebujó contra él sin pensarlo. Normalidad, se repitió cansada.
En Trenton localizaron un restaurante magnífico aunque algo ostentoso para su gusto. Hugh se empeñó en entrar para echarle un vistazo por dentro. La famosa deformación profesional, no era la única que la sufría.
Hubiera preferido algo más cálido y menos formal pero Farrell era Farrell. Mármol negro en el suelo, fuentes con circuito de agua, maderas de cerezo pulidas y enceradas, columnas corintias repartidas por el salón, música Chill Out y camareros solícitos y muy atractivos. Efectivamente, un sitio exclusivo reservado para personas a las que no les importara pagar doscientos dólares por una tortilla francesa, que era lo único que estaban dispuestos a ofrecerles con la cocina cerrada.
Elle se habría largado sin dudar pero el entusiasmo del bailarín era evidente. Un caso crítico de un representante del Arte por el Arte. Ella, sin embargo, engrosaba las filas de los muertos de hambre después de un duro día de trabajo. Le hubiera bastado con un mantel de papel y una mesa a reventar con todo tipo de platos modestos y apetitosos…
Aceptaron el liviano menú y añadieron unos entrantes fríos de primero. Algo era algo, pensó con ironía.
No pidieron vino. Era extraño, dado que era ella la que conducía.
-¿No bebes nunca?-le preguntó interesada.
- No, si puedo evitarlo –contestó Farrell después de meditarlo.
Elle recordó el motivo que lo llevó derecho a un hospital y a dejar el ballet y lo comprendió en el acto. La imagen del hombre probando una de las famosas bebidas de Nat le vino a la cabeza y acabó sonriendo.
-¿Qué?
-Acabo de acordarme del día en que me llevaste al Lincoln Center –expresó con afecto-. No pudiste evitar a Natsuki.
Ambos estallaron en sonoras carcajadas.
-Era tan insistente que me pareció muy feo negarme –admitió Hugh.
Una camarera los interrumpió. La muchacha parecía perdida en la contemplación del restaurador que apenas reparó en ella. Como no acababa de dejarlos solos, el hombre la miró molesto. En ese momento comprendió que el motivo del atontamiento era él mismo y le guiñó un ojo. La chica se puso como un tomate y se alejó a toda prisa.
Elle observó la escena y dio gracias a Dios. De nuevo la normalidad.
-Eso ha estado bien –murmuró mirando la puerta por la que había desaparecido la joven.
-No, lo que ha estado bien ha sido poder guiñarle el ojo a otra mujer sin que tú me tires lo primero que pilles a la cabeza –susurró Farrell con voz queda.
Ella elevó una ceja y después de pensarlo, sonrió muy a su pesar.
-Pues tienes razón, aunque debes considerarte afortunado de que sea así –mientras lo decía sostenía con dificultad el centro de flores que adornaba la mesa y cuyo pedestal era de acero galvanizado.
-Válgame Dios –repuso Hugh con cara de circunstancias.
Elle comenzó a reír con tantas ganas que tuvo que sujetarse a la silla.
-Lo siento, pero necesitaba pasar un rato así, aunque haya sido a costa de tu amiga.
Farrell la miraba intensamente, tanto que Elle bajó la vista abochornada. No quería reírse de su amigo ni de sus sentimientos.
-No lo sientas –dijo el hombre con voz seria y profunda -. Me parece increíble que finalmente, una persona normal forme parte de mi vida.
Menuda casualidad, los dos pensando en los mismos términos. Cuando cayó en la cuenta dejó de sonreír en el acto.
¿Ella normal?
La llegada de un camarero con los entrantes los interrumpió. Quizá debería aclararle a ese maravilloso hombre que era de todo menos normal pero le encantó verse retratada de esa manera y, además, le dolía tanto el estómago que pospuso para un momento menos canino la pequeña explicación.
Terminó su primer plato en un tiempo récord, su compañero de mesa apenas había comenzado. Los usos y las buenas costumbres parecían indicar que se había pasado un poco. Sintió la mirada de Hugh y se la devolvió, no iba a sentirse avergonzada por tener hambre.
-Bajé a la obra a las ocho de la mañana –matizó con una sonrisa -. No he comido en todo el día y estoy desfallecida.
Farrell asintió comprensivo y cambió los platos. Ahora, el vacío estaba delante de él.
-No es necesario, no quería dejarte sin comer sólo trataba de expli… -el dedo índice del hombre le tapó los labios. Lo mantuvo más tiempo del que los mismos usos y las mismas buenas costumbres anteriores lo consideraban apropiado.
Lo miró confundida, la sensación del dedo sobre su boca aún persistía en su cabeza.
-Deberíamos haber ido a otro lugar –susurró Hugh acercándose a ella-. Lo siento, a veces me olvido de las cosas importantes y comer lo es.
Elle parpadeó nerviosa sin atreverse a decir ni una sola palabra. El ambiente había cambiado de repente. Maldita sea, no sabía comportarse con los hombres, al menos con los sofisticados que se la comían con los ojos y le dedicaban un día.
-La belleza siempre me ha subyugado, en cualquiera de sus formas –al decir la última palabra rozó con sus dedos la mejilla de Elle y evaluó cada una de sus reacciones.
Elle bajó la vista al plato y consideró que lo menos arriesgado era dedicarse a la comida. Con las mejillas llenas difícilmente podía meterse en problemas.
-¿Deseas decirme algo en concreto? –preguntó risueña. Después cortó un trocito de queso y se lo metió en la boca. No estaba para más líos, ya tenía bastantes.
Hugh se arrellanó en su asiento y la contempló admirado.
-No te preocupes, soy consciente de que eres algo más que una Barbie arquitecta –susurró cerca de su oído.
Elle lo observó beber de su vaso de agua y se preguntó por la implicación de sus palabras. ¿La consideraba algo más que una muñequita bella y superficial o se sentía subyugado por su belleza?
Dejó el análisis para un momento posterior y se dedicó a disfrutar de la frugalidad de la comida. Estaba encantada con la presencia de su amigo y no iba a echarla a perder con dudas de ninguna clase.
Abandonaron el local en silencio. Ambos inmersos en sus propios pensamientos.
Hugh le había pasado el brazo por los hombros y ella había enlazado su cintura con naturalidad. Cualquiera que los viera pensaría que eran una pareja, se dijo pasmada. Sin embargo, se sentía tan bien que no hizo ademán alguno de separarse. Aspiró la colonia masculina y decidió que después de tanto tiempo le resultaba agradable. Sí, no había duda, pasados unos años podía afirmar que ese olor exquisito y algo especiado había llegado a gustarle.
Miró a Hugh que la observaba con los ojos entornados y lo supo. Ese hombre la iba a besar y ella, por primera vez en toda su vida, no vaciló, quería que lo hiciera.
-Te dije en una ocasión que cuando te besara, ambos lo desearíamos –susurró Farrell muy cerca de su boca -. Ha llegado el momento, llevo horas pensando en ello.
Estaban parados en mitad de la acera y la gente pasaba sorteándolos con facilidad. Algunas miradas eran de comprensión, otras de envidia y la gran mayoría de asombro, Barbie y Ken no cobran vida todos los días.
Elle notó el alboroto de su interior y se dejó llevar sin pensar en nada más. Elevó la cabeza y los destellos brillantes del iris masculino la dejaron temblando. No se había dado cuenta hasta ese momento de lo increíblemente bello que era ese hombre. Recordó cada una de las veces que había acudido en su auxilio y notó que algo tierno florecía en su corazón.
-Sí –suspiró con anhelo.
Hugh sintió que el tiempo se paraba a su alrededor. Contempló el rostro arrobado de Elle. Los labios de la muchacha estaban entreabiertos y la punta rosada de su lengua lo cegó por un instante. Odió que estuvieran tan vestidos, la acercó aún más a su cuerpo y con toda la pasión que había reprimido en todos esos años se introdujo en el interior de su boca. Las lenguas se fundieron con frenesí acariciándose mutuamente.
Elle sintió los brazos de Hugh debajo de su abrigo, le acariciaba la espalda y los costados buscando sus senos. Se había transportado al país de la sensualidad, sentía las manos del hombre y temió estar perdiendo los papeles cuando se oyó gemir ahogadamente. Ya lo decía Natsuki, necesitaba echar un buen polvo. Y era cierto.
Sin embargo, estaban en plena calle y ella no estaba preparada para nada más. Advirtió que el hombre se encontraba en un estado aún peor que el suyo (si eso era posible) y decidió poner fin a aquel despliegue erótico.
Reuniendo fuerzas procedentes de la vergüenza que sentía, se separó apenas unos centímetros y apoyó su frente en la de Hugh que había bajado la cabeza.
Farrell admitió la bajada del telón, permitió que sus bocas se separaran y sus manos no abarcaran los pechos femeninos, pero se negó a separarse de ella y volvió a abrazarla. Si alguna vez había sentido dudas al respecto, éstas habían desaparecido. La quería y la necesitaba YA.
-Después de esto… no podemos negar que somos compatibles –susurró mordisqueando su oreja.
Elle no sabía cómo comportarse, así que hizo lo mismo de siempre.
-No pienso admitir nada sin la presencia de mi abogado –murmuró risueña al tiempo que trataba de apartarse.
Hugh notó sus esfuerzos y le facilitó la salida. La sintió temblar entre sus brazos y le sorprendió encontrarse en un estado parecido. Le habría hecho el amor en medio de aquella calle, pero no quería forzar las cosas.
-Es mi amigo y socio desde hace un montón de años –murmuró ofreciéndole su mano con una mueca de satisfacción -. Estás perdida.
Elle sintió un ligero estremecimiento al oír sus palabras. Bajó la vista al suelo y suspiró preocupada. No podía meterse en más líos. Newman, Newman…
-¿Te arrepientes? –le preguntó con un dejo amargo que la sorprendió.
Elle lo miró fijamente. No iba a mentir.
-No Hugh, no me arrepiento de nada –sus ojos corroboraron sus palabras.
El hombre dejó escapar un suspiro y sonrió. Verla poner aquella cara de inquietud lo había aterrado.
-Busquemos un sitio donde pasar la noche –murmuró con naturalidad.
Elle se detuvo en seco.
-Verás, yo no…
Sintió que Farrell le apretaba la mano y le dedicaba uno de sus guiños especiales.
-No te preocupes, estaba pensando que lo hiciéramos por separado –sonrió sin tapujos -. Pero si tú quieres… yo estoy loco por complacerte.
Elle sintió que el ambiente se había distendido y respiró tranquila. Siempre había pensado que ese hombre era muy inteligente y ahora lo estaba constatando.
-Conozco el sitio ideal para que duermas tú solo –sonrió entusiasmada -. Te va a encantar, pero todavía es pronto –dijo sin saber la hora que era -. Invítame a un helado, tengo hambre.
Hugh la miró atónito. Aquella chica comía demasiado y…la adoraba.
Finalmente, fueron dos brownies de chocolate extra gigantes. Después, dieron un paseo sin más pretensiones que conocer la ciudad y aligerar la conciencia del bailarín. Cuando las luces de la noche los sorprendieron sentados en un par de columpios, Hugh decidió que había llegado el momento.
-Desde que me dijiste que teníamos que asociarnos no he dejado de pensar en ello – reconoció mirando a unos adolescentes magrearse bajo un árbol de Tule.
Elle puso cara de extrañeza. No sabía a qué se refería. En ese momento, el hombre se bajó del mecedor y se arrodilló junto a ella.
-Cuando digo que lo he meditado concienzudamente, no estoy exagerando. Elle Johnson, me gustaría formar una sociedad vitalicia contigo –le dedicó una preciosa sonrisa que la dejó sin respiración.- Me harías el hombre más feliz de la Tierra si accedieras a casarte conmigo.
Seguidamente, cogió una cajita morada de uno de los bolsillos interiores de su parka y, mirándola con auténtica veneración, la abrió y se la tendió con el corazón en los ojos.
Elle comenzó a temblar. Su ritmo cardíaco se había descontrolado y sus manos se sacudían con fuerza. Apenas podía sostener el anillo entre los dedos. Nada más echarle un vistazo, la joya reclamó todo su interés. No daba crédito a lo que veían sus ojos. Esa obra de arte había pertenecido a Carlota de Prusia (conocida como Alejandra Fiódorovna, zarina de Rusia y esposa de Nicolás I). Una esmeralda rodeada de brillantes que conformaban la silueta de una delicada flor.
Con aquel anillo principesco le estaba diciendo tantas y tantas cosas. Recordó la leyenda de la zarina y sintió que su mundo se tambaleaba irremediablemente.
“Me gusta y estoy segura de ser feliz con él." Había confesado Carlota a su hermano, Guillermo I de Alemania, en una bella misiva: "Lo que tenemos en común es nuestra vida interior; dejad que el mundo haga lo que le plazca, en nuestros corazones tenemos un mundo propio". Cogidos de la mano, pasearon por Potsdam, y asistieron a la Opera de Berlín. Al final de la visita, el gran duque Nicolás y la Princesa Carlota estaban comprometidos.
Los paralelismos eran evidentes. Si hacía caso de lo que se recogía en la Wikipedia, aquel hombre deseaba en verdad casarse con ella. La historia de amor de la zarina era legendaria.
Miró a Hugh y cerró los ojos. No estaba preparada para afrontar algo así.
-No hace falta que me contestes ahora –habló el hombre aún de rodillas. Le cogió las manos y se las acarició tiernamente -. No apartes tus ojos de mí, me gusta verlos –permaneció callado hasta que ella los abrió -. Elle, sé que puedo hacerte feliz. Nos conocemos desde hace tiempo y estoy loco por ti, ahora ya lo sabes. No me importa que creas seguir amando a Robert Newman, lo entiendo y te aseguro que el tiempo acabará con ese sentimiento e incluso te preguntarás lo que viste en él. No me contestes –dijo sonriendo -. Guarda el anillo y si llegas a ponértelo sabré que me has aceptado… Si no lo haces, atesóralo como un regalo especial de alguien que te quiere mucho y que lo único que desea es que seas feliz.
Elle no podía permanecer sentada, de seguir así parecería que estaba taladrando el suelo. Farrell la secundó sin esfuerzo alguno y se miraron de hito en hito.
-Gracias Hugh, lo pensaré –susurró sofocada.
Se fundieron en un gran abrazo y no rompieron la magia del momento con palabras vanas o superficiales. Ambos habían sentido la intensidad del momento y la posibilidad real de conseguir esa cosa esquiva y maravillosa que se hacía llamar felicidad, tal y como la describía Suzanne Beesley.
El hotel estaba cerca del parque por lo que no tardaron en pisar la mullida alfombra del vestíbulo y pedir una habitación. Estaba segura de que esa construcción absolutamente clásica y elegante haría las delicias del restaurador. No se equivocó, la cara de satisfacción de su amigo constituía toda una descripción de lo que pensaba de aquel sitio.
Elle esperó en la cafetería mientras Hugh dejaba en su habitación la pequeña bolsa de piel marrón que había llevado consigo. Le hubiera gustado ver el cuarto por dentro pero se impuso la sensatez, el panorama ya era bastante complicado después del incendiario beso y la petición de matrimonio. ¿Por cierto, quién lleva en su bolso un anillo de semejante valor?
Estaba tomando un refresco y normalizando su respiración cuando vio entrar a Mira Sherman. En esa ocasión no dudó en saludarla. La chica frunció el ceño pero fue sólo un segundo porque al instante estaba sonriéndole con simpatía.
Elle pensó si no estaría imaginando cosas. ¿Por qué iba a molestar a la secretaria encontrarse con ella? Después, recordó a Nicole y ya no lo tuvo tan claro. De cualquier forma ya era tarde, ambas se miraban y se sonreían abiertamente.
-¿Elle Johnson?- preguntó Mira con una expresión radiante.
Elle se puso en guardia, demasiada alegría.
-Hola Mira –le pareció feo no corresponderle con el mismo gesto pero le costó trabajo componer una sonrisa tan excesiva–. No sabía que trabajabas en la estación.
-No lo hago, me he tomado unos días libres y estoy con unas amigas visitando la zona –respondió con su desparpajo habitual.
De pronto, el rostro de la muchacha se descompuso. Elle miró disimuladamente y reconoció al caballero que se dirigía hacia ellas. Era el mismo hombre maduro y elegante con el que la había visto en dos ocasiones. El sujeto las obvió como si no las conociera y pasó prácticamente rozando a la secretaria.
Elle estaba alucinando. Aquellos dos eran amantes, sólo así podía explicarse que intentaran disimular que ya se conocían. Probablemente estuviera casado, pensó mientras trataba de comprender una actitud tan extraña.
-Tengo que dejarte, creía que encontraría a mis amigas aquí, pero me estarán esperando en la habitación. Ha sido un placer.
Su sonrisa seguía siendo tan grande que Elle sintió que no podía ser más falsa.
-Claro Mira, yo también me he alegrado de verte.
La chica salió prácticamente corriendo dejando a Elle inmersa en un torbellino de ideas. La entrada de Hugh en la cafetería puso fin a sus elucubraciones mentales. Presentía que allí se estaba cociendo mucho más de lo que se veía a simple vista.
-O veo visiones o la chica con la que me he cruzado es una de las secretarias de Newman –dijo Farrell a modo de saludo -. No sabía que pagara tan bien.
Elle sintió que daba en el blanco. Aunque bien pensado, podía provenir de una familia rica. Un momento, ¿rica y secretaria? Ni ella era tan ingenua como para creer algo así.
No paraba de darle vueltas a la cabeza, su simpatía, su ropa…
-¿Te has cruzado por casualidad con un caballero ya maduro vestido con un traje de tres piezas de alpaca gris, camisa violeta y corbata a juego?
Hugh sonrió con ganas.
-No, ¿debo sentirme celoso? Menuda descripción…
Elle resopló ante su comentario.
-He creído que lo conocía y no sé de qué. Me hubiera venido bien saber de quién se trataba –sonrió más tranquila, su imaginación era demasiado calenturienta -. ¿Celoso? no seas tonto, puede ser mi abuelo. Ya me conoces, deformación profesional.
El resto de la velada transcurrió a cámara rápida. Se lo estaba pasando tan bien que no le importó que la comida de aquel sitio fuera de lo más liviana y comedida. Ese día tocaba adelgazar pero a cambio estaba disfrutando como una cría de párvulos.
Ciertamente, unas horas más tarde volvió a constatar que ser atractivo era la menor de las cualidades de su amigo: ameno, divertido, ocurrente, chispeante, gracioso, provocador, jovial, entretenido, interesante, alegre, animado, comprensivo, agradable… Madre mía, eran demasiados adjetivos para alguien que le acababa de pedir en matrimonio ¿verdad?
Llegó hasta la puerta de su habitación completamente absorta en sus pensamientos. La sensación de que Mira Sherman y ese elegante caballero eran algo más que amantes persistía en su cabeza. No quería ser una suspicaz tipo Matt, pero aquello le parecía de lo más sospechoso.
No encontraba la llave por lo que vació el contenido del bolso en el suelo y de pronto tuvo que sentarse. Acordarse de su amigo la llevó hasta Ockham y su famosa navaja...Vale, no quería pasarse de lista pero si hacía caso del pensamiento del franciscano, aquel contubernio explicaría muchas cosas… “No hay que admitir nada como existente salvo que tengamos una buena razón”. ¡Oh, Dios mío! ella la tenía.
En ese preciso instante, la puerta de al lado se abrió sin mucha delicadeza. Elle estaba tan embebida en sus reflexiones filosóficas que ni siquiera miró a su vecino de habitación.
-¿Borracha? –gritó Robert muy enfadado-. ¿Llevo todo el día preocupado por ti y tú apareces como una cuba?
Ella seguía armando el puzle y no estaba para interrupciones.
-¿Conoces a Mira Sherman, la secretaria de Nicole? –inquirió sin dar muestras de haberlo escuchado.
Robert la contempló ceñudo.
-No tengo ni idea de quién me hablas y ahora, ¿puedes decirme dónde has estado? Llevo toda la tarde buscándote.
Se acuclilló a su lado y la miró con algo más de afecto.
-¿Puedes mantenerte de pie? –susurró en su oído -. Vamos, yo te ayudo.
Elle lo observó pasmada. ¿Qué creía ese malpensado que hacía en el suelo? Se levantó de un salto y, con la tarjeta en la mano, abrió sin dificultad.
-Newman, a veces las cosas no son lo que parecen –sonrió a medias -. Vaya, si no recuerdo mal, no es la primera vez que te digo estas palabras. Aunque no lo creas, no me gusta repetirme. Buenas noches.
Cerró a toda prisa. No quería perder el hilo de sus pensamientos.
A la mañana siguiente continuaba dándole vueltas al asunto. El problema era la conclusión a la que había llegado. Hubiera necesitado tener a Matt al lado, pero no quería precipitarse. Su amigo eran excesivo en todas sus formas y ella prefería andarse con pies de plomo. Allí se estaban jugando tantas cosas que pensar en sabotajes o accidentes era complicado.
Se vistió con esmero, y salió de su habitación sin hacer ruido. Encontrarse con Newman apoyado en la pared le hizo dar un respingo.
-Por Dios Robert, me has dado un susto de muerte –farfulló afectada.
-Te esperaba, nunca te he visto bebida –respondió sincero -. Estaba preocupado por ti.
Elle lo escudriñó sin piedad y no detectó nada extraño, decía la verdad. La expresión de inquietud que mostraba su rostro la desbordó por completo. No estaba preparada para esas muestras de afecto.
-Lamento que me vieras en ese estado –sonrió traviesa -. Aunque me lo pasé genial.
Bueno, donde las dan las toman. Él con la rubia no oxigenada y ella de juerga, sonaba genial. Y sí, estaba mintiendo y se sentía bien…muy, pero que muy bien.
Robert la recorrió despacio mientras sopesaba sus palabras.
-Los chicos no salieron anoche -murmuró calmado.
-Lo sé –matizó risueña.
-¿Estás tratando de ponerme celoso? –sonaba como si le hablara a una niña pequeña y malcriada.
Elle se negó a contestar. Presenciar el regodeo del hombre era lo único que le faltaba.
Entraron en el ascensor y permanecieron callados. Uno de los chicos de recepción los saludó con un gesto de cabeza. Se quedó cortada al mirar su pecho, no tenía suerte con ese muchacho. Para su vergüenza, en esa ocasión su camiseta no era de los Rolling Stone, como acostumbraba, sino de un grupo de raperos muy famoso, The Stop. La prenda tenía grabadas unas letras modernas y blancas sobre un fondo negro, My beautiful unknown, el nombre de la canción que se había hecho popular tiempo atrás. La silueta de un aeropuerto y de un avión en el horizonte eran el motivo de su sobresalto.
Sintió la mirada especulativa de Robert y mantuvo la compostura. La sonrisita de suficiencia del hombre era demasiado, no obstante aguantó como pudo. Antes morir que confesar aquella estupidez.
Salieron al vestíbulo. Necesitaba alejarse de ese maleducado y recobrar la confianza en sí misma. Llevaba mal el recuerdo de pelucas, gorros y aeropuertos.
Para su sorpresa y su consuelo, Hugh la esperaba con cara sonriente. No cambió de expresión al verla acompañada de Newman…Ese hombre era especial, su comprensión de las cosas la maravillaba.
-Hola cariño, ¿has dormido bien? –la recibió con los brazos abiertos y estampó dos besos en sus mejillas que la sonrojaron para una buena temporada, después reparó en el hombre que la acompañaba –Newman.
-Farrell –gruñó Robert y se alejó.
Elle le sonrió apurada.
-¿Me acompañas? –preguntó mirándola con intensidad.
-¿No desayunas conmigo? –su voz reflejó tal decepción que el hombre la contempló esperanzado.
Elle le devolvió la mirada. Había recuperado su aspecto sofisticado y mundano. Traje negro de tres piezas cosido a mano, camisa blanca y corbata indescriptible. Resultaba chocante en un lugar atestado de gente vestida con ropa de trabajo de la que después hay que lavar con agua hirviendo.
-No puedo, debo estar en Manhattan a las diez –habló sobre su cabello-. Quiero comprar otro local y los vendedores han adelantado la reunión. Lo siento.
-Otra vez será –suspiró ella. Era duro quedarse sola de nuevo.
Salieron del hotel. Hugh la llevaba asida de la mano, pareció pensarlo mejor y la acercó a su costado. Cómo le gustaba esa mujer.
El Porsche Cayenne color caramelo apareció ante ellos indicando el final de las mini vacaciones. Elle se sobresaltó, el bailarín la estaba mirando con tanta intensidad que supo lo que vendría a continuación. Enlazó su talle y acercó su boca a la suya. La besó con ardor. No era un beso de despedida sino uno destinado a dejarla temblando.
Todos los hombres que conocía tenían demasiada experiencia, se dijo cuando lo vio subir a su magnífico coche. No era justo.
-Se me olvidaba –dijo Hugh mientras bajaba el cristal de la ventanilla -. El caballero maduro del traje gris era Robert Newman, tío de tu colega.
Elle se quedó sin habla. No podía ser.
-¿Estás… seguro? –preguntó sin voz.
-Por supuesto, lo he saludado esta mañana –repuso con seriedad -. Llevaba el mismo traje –le guiñó un ojo y prosiguió-. Su Estudio diseñó mi primer restaurante –su bella sonrisa apareció y ella no pudo hacer otra cosa más que mirarlo -. Cuídate y…no me olvides
Elle levantó la mano para despedirse, aunque en realidad se encontraba a miles de kilómetros de allí. El Sublime, pensó.
Pues sí que llevaba razón su, cada vez más, amigo Ockham.
Volvió al comedor sin saber muy bien qué hacer. ¿Hablaba con Robert? ¿Y qué le decía? Aquello parecía una locura. Por otra parte, ¿qué tenía que ver Mira en todo aquello?, ¿el vil metal? Y Nicole, ¿estaba implicada?
Dejó las cuestiones espinosas para cuando tuviera más información y entró en el salón.
-Ya era hora –dijo una voz conocida a su espalda.
Se volvió sorprendida y contempló a Derek. Estaba más atractivo de lo que recordaba. Sus ojos verdes brillaban con fuerza y su sonrisa era contagiosa. Esbozó una mueca y evitó devolverle la sonrisa. Al final, le había tomado afecto a aquel sinvergüenza sin principios.
-Hola Derek, me alegra verte – reconoció muy a su pesar.
El arquitecto la abrazó sin ningún miramiento.
-No creo que a tu esposa le guste el numerito –decretó Robert con cara de pocos amigos.
Elle lo miró como si viera fantasmas. El frívolo de Derek Newman casado, ver para creer.
-Enhorabuena Derek, no sabía nada –sonrió, esta vez sin reservas de ninguna clase -. Me alegro por ti.
Derek la examinó a conciencia y le acarició la mejilla.
-Sigues siendo la mujer más bella que conozco –reconoció sin cortarse -. Pero no pude esperarte. Cuando conocí a la preciosidad alemana que está canturreando, mi corazón desalojó todo lo demás y aquí me tienes, visitando a la trabajadora incansable de mi esposa. Claro que tú ya la conoces.
Elle miró hacia el lugar que señalaba y sólo vio a Frida, la… Madre mía, se había equivocado. Miró al ingeniero que no apartaba los ojos de ella y lamentó enormemente el error. Claro que él tampoco había ayudado mucho. Podía haber aclarado la situación.
Vale, debía tranquilizarse. Su profesor no estaba con aquella mujer y ella no había hecho nada malo. ¡Oh, mierda! Se negaba a sentir que había traicionado a Robert con Hugh.
-A veces, las cosas no son lo que parecen –susurró una voz conocida en su oído. No necesitó mirarlo, su colonia la maltrató de todas las formas posibles.
Elle prefirió hacer oídos sordos y no contestarle como se merecía. Un ¿Señor Newman comparte chica con su primo? Recuerdo que antaño sí lo hacía, no hubiera estado nada mal.
Sin embargo, no fue capaz de verbalizarlo, ni siquiera ella lo creía. Robert no mentía, y cuando le mencionó su posible asociación con la chica, lo único que consiguió fue ofenderlo.
-La verdad es que no conozco a tu esposa –declaró mirando a Robert -. Tu primo no me la ha presentado en ningún momento.
Derek alzó una ceja y sonrió.
-Me lo creo –movió la mano y se dirigió a la muchacha en el alemán más chapucero que Elle había oído jamás. Seguidamente, y gracias a Dios, volvió al inglés-. Mi primo siempre ha creído que los celos funcionan. Por cierto, ¿dónde te metiste ayer? Te estuvimos buscando.
Elle miró de reojo a Robert y después se maravilló de la facilidad con la que algunas personas olvidan el pasado. Derek la trataba como si fueran viejos amigos y no las personas que habían tratado de acabar con ella.
-Salí con un amigo –confesó con una sonrisa radiante. No podía evitarlo, le gustaba Hugh. Aunque todavía no estaba preparada para plantearse su propuesta.
Robert apretó los puños y se alejó cabizbajo. No necesitaba explicaciones, ni verdaderas ni falsas.
-¿Qué le pasa? –Derek no perdía de vista a su primo -. Hacía tiempo que no lo veía tan mal.
Su tono de voz la sacudió, manifestaba una preocupación real por Robert. El recuerdo de una visita nocturna y etílica cuando compartía piso con Nat vino a su memoria. Allí comprendió por primera vez que ese hombre atractivo y carismático quería de verdad a su primo.
-No tengo ni idea –respondió Elle siendo muy sincera.
-Estamos teniendo problemas técnicos de todo tipo –el acento alemán de la mujer los hizo sonreír a ambos -. Debe ser eso.
Derek besó a su esposa en los labios y la contempló como si hiciera siglos que no se veían. Elle sintió cierta desazón y mucha envidia. Esos dos se amaban de verdad, bastaba con ver cómo se miraban. No hubiera creído a ese hombre capaz de algo así. La vida de nuevo.
-Elle Johnson, te presento a Frida Theiss, mi preciosa esposa –susurró rebosante de orgullo-. Representa a una Sociedad alemana que ha invertido fondos en vuestro proyecto. Frida es ingeniera como Robert.
Pues, al final, sí que estaba asociado con aquella mujer, aunque en esta ocasión los términos eran puramente mercantiles. O eso esperaba…
Elle besó a la chica y no pudo evitar echar un vistazo a cierta parte de su anatomía, tenía más bien poco pecho. Quién lo diría, las secretarias del arquitecto estarían afligidas.
Vale, para ser justa, era una belleza rubia de ojos azules, piel clara y esbelta como un junco. Se dejó de sarcasmos y reconoció que debía tratarse de amor del bueno, del que mira más por dentro que por fuera. Recordó las veces que le había parecido que estaba muy solo y se sintió feliz por el hombre.
-Aunque tarde, estoy encantada de conocerte, Frida –señaló sonriendo.
-Igualmente Elle. Robert habla tanto de ti que es como si ya te conociera –repuso la alemana.
Otra que tampoco tendría futuro como diplomática. La segunda vez que hablaba con ella y dejaba caer una nueva guinda. Juraría que lo hacía a propósito.
La convencieron para que compartiera mesa con ellos. En aquellas circunstancias no pudo negarse. Así que sufrió la indiferencia de Robert y las salidas de tono de Derek, aparte de arrumacos y besos varios. Media hora más tarde estaba loca por salir de allí. Sentía la mirada penetrante de Robert y ya no le quedaban ánimos ni para abrir la boca. Él había terminado hacía un buen rato, pero en lugar de incorporarse al trabajo, la estudiaba con severo desdén. Prefería la indiferencia.
Se levantó y simplemente se marchó. Hugh y su petición de matrimonio, la conspiración de la extraña pareja, Robert Newman y su tío, Robert Newman y ella, Derek y esposa, los problemas del trabajo… y su acusadora conciencia. No iba a añadir a todo ello las miradas corrosivas de nadie.