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El sonido del despertador la sobresaltó. Lo dejó expresarse libremente unos segundos y después de recordar que Nat y ella habían estudiado toda la noche, lo silenció con pesar. Estaba hecha polvo y su amiga estaría igual que ella.

 

Se duchó a toda prisa y salió enfundada en su albornoz hacia la habitación de su compañera.

 

-Despierta, es muy tarde –gritó subiendo un palmo la persiana -. Vaya, está lloviendo. Tendremos que salir antes.

 

Abrió el armario y le escogió un vestido de punto muy moderno en tono jaspeado azul marino y blanco. Pantis color caramelo y botas con calcetines azul marino hasta las rodillas. La dejó escoger el abrigo y salió corriendo a poner la cafetera y unos sándwiches. Después, voló a su habitación y se pasó por la cabeza el primer vestido que encontró. Se secó el pelo utilizando la tercera potencia del secador y consiguió que se le electrizara en cuestión de segundos. Fantástico, no tenía tiempo para arreglarlo.

 

En la cocina, Nat la esperaba con el desayuno preparado.

 

-Delicioso –declaró sorbiendo un trago de café -. ¿Te dio tiempo a terminar?

 

-Sí, espero no meter la pata con los materiales.

 

-Tú haz lo que te he explicado y no tendrás problemas.

 

-Vale, tú eres el genio.

 

Elle sonrió ante sus palabras. Tenían examen de Restauración a primera hora y habían repasado hasta la saciedad.

 

-Estoy helada –dijo temblando -.Voy a ponerme algo encima.

 

Miró los colores de las cenefas del vestido y escogió un jersey de lana morado de cuello vuelto y amplio. Añadió unos calentadores del mismo tono a sus botines y se recogió el pelo en una coleta. El abrigo de doble faz marrón completó el conjunto. Se perfumó pero no le dio tiempo a nada más. Casi con toda seguridad llegarían tarde.

 

Las ocho menos siete minutos, su reloj no daba abasto.  Lo habían conseguido. Aparcó el coche con maestría y salieron corriendo hacia el edificio cinco.

 

-No me lo puedo creer –gritó Nat -. Ahí lo tienes.

 

Elle miró hacia la izquierda y sonrió encantada. Robert se unió a ellas como si hubieran quedado para hacer footing.

 

-Llegáis tarde –recriminó el arquitecto.

 

-Qué va, nos sobran unos minutos –rebatió Nat que a esas alturas ya estaba acostumbrada a correr.

 

Sólo cuando embocaron la entrada del edificio se permitieron dejar las velocidades. Robert las acompañó hasta la misma puerta de la clase.

 

-Suerte –le susurró al oído -. No puedes suspender.

 

-Gracias por no añadir más presión a mi examen –musitó alterada.

 

-Lo siento, pero sólo te han concedido una oportunidad –le recordó mirándola fijamente.

 

Efectivamente, había solicitado a la Junta de la Universidad que le permitieran examinarse de los dos trimestres que le quedaban por hacer. Se lo habían concedido pero como decía Robert, sólo disponía de una posibilidad. Nada de recuperaciones. Era un poco injusto pero así querían acabar con las lenguas viperinas que rumoreaban que su novio estaba detrás de dicha concesión.

 

-Sí, lo sé y mis nervios también –masculló sin poder evitarlo.

 

-Sé que estás preparada, confío en ti –le acarició la mejilla -. Te echo de menos. Estoy deseando que acabes –resopló suspirando. Dicho lo cual se marchó andando hacia atrás sin apartar sus ojos de ella.

 

¿Se podía ser más encantador?

 

No la había besado, sería demasiado hasta para él. Pero había estado a punto. Entró en la sala con una sonrisilla maliciosa y no la borró hasta que leyó el examen.

 

¿Favoritismo por ser la novia de Robert Newman Noveno? Y una mierda… Iban a por ella.

 

 

 

Apuró hasta el último minuto. Entregó su examen a las doce en punto. Era una de las pruebas más difíciles que había hecho hasta la fecha. Ni siquiera sabía que aquella materia diera para tanto. Lo peor es que se trataba de una declaración de principios. No les había gustado la petición de adelanto de sus exámenes, pero era la novia del dueño… así que sólo podían hacerle imposible la consecución del aprobado. De esa manera, sólo ella y su ineptitud serían las responsables. En qué líos se metía, era increíble.

 

A la salida, un Robert ansioso corrió a su encuentro. Así que, confiaba en ella… Pues lo disimulaba bien, pensó agotada.

 

-¿Cómo te ha salido? –le preguntó claramente preocupado.

 

Lo observó un momento y decidió ser mala.

 

-No lo sé… era tan difícil que no lo tengo claro –la risita nerviosa le salió bordada. Lo suyo era la escena.

 

La cara de su prometido había perdido el color. Empezó a creer que el adelanto de las pruebas había supuesto un quebradero de cabeza para su querido novio.

 

-¿Qué te han preguntado y qué has contestado? –solicitó algo histérico.

 

-La primera parte era fácil, ¿desea usted contraer matrimonio con ese hombre? –habló con seriedad -. He dicho que sí.

 

-Johnson, sigo esperando –la seriedad empañaba sus ojos que ahora se veían más azules que verdes.

 

Decidió dejarse de juegos. Lo vio tan ansioso que se preocupó de verdad. Lo cogió por las solapas y alzó su mirada hasta perderse en sus ojos.

 

-Relájate Newman –le dijo sin titubear -. He aprobado y con nota.

 

Lo siguiente que supo es que era alzada por los aires y animada a rodear su cintura con las piernas.

 

-Robert, estoy enseñando las bragas –sonrió en sus labios -. No quiero aprobar utilizando estos métodos.

 

-De acuerdo –gruñó forzado -. Pero me has dado un susto de muerte.

 

Sí, ya se había dado cuenta. Cualquiera pensaría que el suspenso iba a constar en su expediente.

 

-Ya sé lo que puedes hacer para que te perdone –repuso el arquitecto con suficiencia-. Esta noche salimos a cenar. Arréglate como tú sabes porque estamos de celebración.

 

Pues sí que se alegraba por su primer examen. Y aún le quedaban unos cuantos más.

 

 

 

El resto de la mañana transcurrió lentamente. Miró tantas veces su reloj que Matt se lo quitó y lo guardó en el bolsillo de su bandolera.

 

-Estás un pelín obsesionada con el tiempo –le dijo al oído -. Lárgate a descansar. Has preparado tres muestrarios y estudiado dos exámenes. Creo que te puedes ir sin sentirte culpable. Has cumplido de sobra, jefa.

 

Su sonrisa hizo que el resto de compañeros se volvieran a mirarlos. Elle le respondió menos efusiva y le apretó la mano. Quería a aquel chico.

 

-Te voy a hacer caso. Me caigo de sueño –esperó a que Natsuki la mirara y le indicó con las manos que se iba. Su compañera asintió con disimulo -. Dile a Nat que comeré fuera.

 

-Un momento, no irás a meterte en algún lío con Denis o algo así ¿verdad? –soltó bajito.

 

-Eres tremendo –le contestó moviendo la cabeza.

 

No sabía si reír o llorar. La pregunta le recordó que aún no había hablado con su buen amigo. Se iba complicando lo de sacar tiempo para todo lo que tenía pendiente. Pero no iba a agobiarse, se dijo positiva, una cosa cada vez.

 

Ahora necesitaba hablar con Waylan. Habían resuelto el problema de su empresa por medio de internet y del servicio de mensajería del bufete, pero quería firmar la documentación en persona y para ello debía acudir al despacho del letrado.

 

Cuando abandonó la sala sin hacer ruido, se dio cuenta de lo mucho que había cambiado. Elle Johnson saliendo de una clase a hurtadillas sin morirse de vergüenza en el intento. Ya no se reconocía, pero se gustaba.

 

Llamó a un taxi y mientras esperaba se echó un rápido vistazo. Esa mañana no se había esmerado demasiado en su arreglo personal. Parecía una cría moderna y desenfada, no una mujer de negocios. Eres lo que pareces…Se reprendió mentalmente por su descuido y decidió arreglarlo.

 

El taxista la dejó en pleno pulmón de Manhattan. El bufete ocupaba cinco plantas de un descomunal edificio. Hasta dentro de un año, como mínimo, no se podrían mudar a las nuevas oficinas. Le hubiera gustado decorarlas, suspiró resignada, pero no cambiaría su futuro por nada del mundo. O eso esperaba.

 

El bajo del inmueble estaba atestado de tiendas glamurosas y demasiado caras para su pobre bolsillo. Sin embargo, no disponía de tiempo para hacer otra cosa, así que entró en la única que llamó su atención. Una diminuta habitación pintada de negro y oro con más gusto que espacio. La dependienta ni siquiera se le acercó. La dejó merodear a sus anchas (más bien estrechas) mientras hablaba por teléfono.

 

La elección fue fácil. Vestido beige por encima de las rodillas con un pequeño cordón en las costuras en piel del mismo tono. Era casi barato y sorprendentemente elegante. Miró los abrigos y se prometió crear una línea de ropa de aquel tipo asequible a todas las economías. No podía comprarse ni una sola de aquellas prendas.

 

La chica acababa de comprender que no iba de farol y le indicó la parte baja de una estantería. Abrigos apiñados y rebajados ¿se podía ser más cutre? Contempló apenada una maravilla arrugada por las dobleces y se la probó con el vestido. La calidad del abrigo saltaba a la vista y el patrón seguía a la moda. Completamente beige de grandes solapas y cinturón de nudo. Se vio muy presentable y lo mejor, sus botines no desentonaban, eran marrones y con el tacón apropiado. Se vistió a toda prisa y recogió su cabello en un moño no tan estiloso como de costumbre, pero es que nunca había estado tan encrespado.

 

Sólo disponía de un pequeño set de belleza que le habían regalado por la compra de su perfume habitual. Lo había metido en su bandolera con la intención de no usarlo jamás pero como era del tamaño de uno de los bolsillos interiores no había podido evitarlo. Se dio un toque marrón en los párpados con el dedo, colorete en las mejillas y pintalabios por el mismo sistema. El dedo se le quedó hecho un asco, pero estaba satisfecha con el resultado.

 

Pagó el conjunto y descubrió que no le había salido tan caro. Podía permitirse el pañuelo que la llamaba a gritos desde que había pisado aquella caja de cerillas. Cuando salió de la tienda se sentía otra persona y las miradas de admiración que iba recibiendo a su paso así se lo indicaron.

 

 

 

Entró en el edificio y se dirigió a los ascensores con total seguridad. No le molestaban ni las arrugas del abrigo. Iba a coronar la primera fase de la operación Quinta Planta y se sentía a rebosar de vitalidad. Nada podía salir mal.

 

Se anunció a una chica muy atractiva que estaba detrás de un mostrador de madera brillante y esperó en la sala que le indicó. Durante la espera analizó el nombre del bufete y el dibujo de los caracteres, Waylan, Brown & Asociados.

 

Definitivamente, pensó que QP (Quinta Planta) quedaba genial y tomó nota mental.

 

Unos minutos más tarde, el socio principal de la Firma estaba ante ella con una sonrisa de las que atentaban contra la tranquilidad mental de cualquiera.

 

Bruce le dio dos besos con cariño y retuvo sus manos entusiasmado.

 

-Me gusta tu proyecto –al decirlo la guiaba por un pasillo y le hablaba girándose continuamente -. Lo tienes todo tan pensado y estudiado que apenas hemos tenido que trabajar.

 

Elle sonrió entusiasmada. No habían quedado, ni siquiera había avisado de su llegada con antelación y el hombre lo pasaba por alto. Sintió que estaba en el sitio adecuado en el momento justo.

 

Tomó conciencia enseguida de que aquel bufete necesitaba nuevas oficinas. Los pasillos eran demasiado largos y estrechos. Eso, por no mencionar las vueltas que había que dar para llegar a cualquiera de los despachos que estaban dejando atrás.

 

Finalmente llegaron. El hombre la hizo entrar en su inmenso despacho y a ella le bastó un solo vistazo para comprender que, efectivamente, estaba ante uno de los mejores abogados de Manhattan. Aquello no se improvisaba. Maderas de cerezo, estanterías atestadas de libros y objetos de decoración que parecían más bien recuerdos porque estaban por todos sitios. Su mesa presentaba tal desbarajuste que Elle se estremeció de alivio. Le gustaba ese hombre. Se trataba de un trabajador incansable y no de un snob. Era consciente de que su pequeña empresa era una gota de agua en aquel inmenso mar, pero era la única que tenía. No podía dejarla en manos de cualquier inepto aunque afamado gestor.

 

Tomaron una taza de café hablando de la tendencia de los mercados y comprendió fascinada que esos minutos habían servido para que prepararan los documentos. Aquello era eficacia. Los firmó, así como los poderes que capacitaban a Waylan para representar jurídicamente a su empresa.

 

Las tarifas del letrado eran astronómicas pero necesitaba rodearse de buenos profesionales.

 

-Siento cierto vértigo –reconoció al ver el temblor de sus manos -. Espero que sea normal - una mueca indecisa iluminó su cara.

 

-Es importante saber dónde se mete uno en cada momento –le dijo el hombre muy serio -. En tu caso creo que no necesitas que te lo recuerden. Además, nos tienes a nosotros que somos los mejores.

 

Habló confiado y después le tendió la mano que ella estrechó con fuerza. Su expresión cambió de pronto.

 

-Si tienes algún problema de la índole que sea… no dudes en ponerte en contacto conmigo –seguía cogiendo sus manos -. Hablo más como amigo que como tu abogado –suspiró sin cambiar de expresión -. Espero que todo te salga bien, matrimonio incluido.

 

Elle lo estudió sin pudor y lo que descubrió no le gustó. Bruce Waylan estaba preocupado por ella. Otra persona que desconfiaba de su relación con Robert. Un ligero estremecimiento la sacudió, esperaba que aquel hombre se equivocara en sus percepciones.

 

Intentó no reflexionar sobre sus palabras pero se fustigó sin remedio. Era demasiado ingenua, debía haber indagado en la relación de su prometido con Judith. Le producía un gran malestar saber que ese hombre maduro y sensato, a quien respetaba,  no esperaba nada bueno de su compromiso.

 

Se rehízo en el acto, no era el momento de mostrar sus temores más ocultos.

 

-Gracias Bruce –le dijo sincera -. Contarte entre mis amigos es todo un honor.

 

El abogado le dio un beso en la frente y la acompañó a la salida. La chica del mostrador los miró extrañada. Aquel comportamiento no debía ser muy normal en su jefe. Sonrió para sus adentros, había hecho un amigo.

 

Salió del edificio sintiéndose satisfecha y en buenas manos y, cómo no, luchando contra ciertos fantasmas que se habían colado en su cabeza.

 

Decidió tirar la casa por la ventana y coger otro taxi, esta vez para comer con Denis. Debía tachar cosas de la lista, se recordó en el interior del vehículo.

 

Vale, se amonestó fríamente, Denis era algo más que una cosa que tachar pero no deseaba planteárselo en aquellos momentos, bastante tenía con mantener a raya cierta angustia que empezaba a corroerla por dentro.

 

 

 

El Happiness estaba a rebosar. Había escogido mal día para saludar a su amigo, un lunes no era lo más indicado. Lo recordaría para el futuro.

 

Nora la vio al instante y salió a su encuentro con los brazos abiertos.

 

-Cuánto me alegro de verte –le dijo con cariño -. Denis andaba por la terraza.

 

-Voy a buscarlo –contestó aún entre sus brazos.- ¿Cómo le va?

 

-Está bien –susurró en su oído -. Muy bien.

 

-Son las mejores palabras que podía escuchar –confesó aliviada.

 

Miró hacia el frente y reconoció la silueta de su amigo. Su altura lo delataba.

 

-Lo he encontrado Nora, voy a darle un achuchón –sonrió con inesperada alegría. Lo había echado de menos.

 

Nora la contempló embelesada. Esa niña era capaz de hacerla esbozar una sonrisa sólo con mirarla. Era preciosa.

 

Su amigo aún no había advertido su presencia por lo que disfrutó examinándolo a conciencia. Estaba tan increíble como siempre o quizá más con su pelo corto. Llevaba una camiseta blanca de manga larga marcando pectorales y vaqueros desgastados y caídos en las caderas. Botas de marca marrones con una gran lengüeta medio suelta para pillar parte del pantalón. Se había remangado la camiseta y sus antebrazos, fuertes y morenos, parecían moldeados con un cincel. Era tan atractivo que no pudo evitar soltar una risita tonta.

 

En ese justo momento, Denis la descubrió y la felicidad de su cara fue tan reveladora que Elle se sintió nerviosa. Avanzó hacia ella completamente hipnotizado y la abrazó sin que nada ni nadie hubiera podido evitarlo. Era como si necesitara sentirla en sus brazos.

 

-Elle Johnson –susurró en su pelo -. Me tienes abandonado.

 

-Denis Carter –contestó abrumada por su recibimiento -. Tú tampoco te has prodigado mucho.

 

-Matt me contó que habías vuelto con el arquitecto –bajó la cabeza afectado -. No quería ocasionarte problemas. Ya has tenido bastantes por mi causa.

 

Elle jadeó enfadada. Le iba a cortar la lengua a ese chico. Aunque… bien mirado le había hecho un favor. Lo que tenía que contarle era más fácil de aquella manera.

 

-Sí, estamos juntos -espió su reacción y respiró tranquila. Lo que fuera que hubiera existido estaba superado. Es más, ni se había inmutado.

 

-Espero que sepa valorar lo que tiene –expresó galante -. De todas formas, recuerda que si no lo hace le debo un buen derechazo.

 

Se tocó el mentón con tranquilidad y Elle le sonrió completamente relajada. Allí no había fantasmas.

 

-No te preocupes, se ha reformado –le dijo convencida.

 

Denis la examinó en silencio. Estaba radiante y feliz. No había nada que él pudiera hacer. Era demasiado tarde.

 

-Subamos a mi casa. Aquí no hay sitio.

 

Enlazó su mano y se dirigieron a la cocina.

 

En unos minutos estaban en medio de su ordenado y pulcro salón. Entró en el baño y volvió a sorprenderse de la limpieza que se respiraba en aquella casa. Salió suspirando, le gustaba aquel sitio y le gustaba su amigo. Denis conseguía que se sintiera relajada y en paz consigo misma, quizá porque nunca juzgaba.

 

Colgó el abrigo en el mueble de la entrada y se contempló en el espejo. Parecía una condesa a punto de tomar el té. Miró el atuendo de su amigo y se sintió fuera de lugar con aquel vestido ceñido y cortito.

 

-Voy a cambiarme de ropa –le gritó desde la entrada cogiendo la bolsa con su ropa.

 

Su amigo no preguntó la causa ni pareció importarle. Denis era Denis.

 

-¿Qué te apetece comer? –preguntó abriendo las puertas de un sofisticado frigorífico -. Mientras, voy preparándolo.

 

-¿Vas a cocinar tú? En ese caso, cualquier cosa que necesite poco tiempo.

 

El chico asumió con naturalidad que tuviera que irse pronto.

 

-Vale, voy a preparar unos espaguetis para chuparse los dedos.

 

-Dame cinco minutos y te ayudo.

 

Entró de nuevo en el servicio y salió sintiéndose una chica de veinte años. El modelito la hacía mayor y algo estirada.

 

-Vuelves a ser tú –susurró Denis. Iba a decir algo más pero permaneció callado.

 

-Sí, he vuelto –sonrió Elle girando sobre sí con los brazos abiertos.

 

Denis la contempló embelesado. Era tan… era Elle, eso lo decía todo. Pero, la encontraba distinta, exultante, o mejor, feliz. Sí era eso, estaba feliz. Nunca la había visto así. De pronto, una revelación lo aguijoneó con saña. No podía ser.

 

-Cuéntamelo –le pidió casi aterrado.

 

Elle lo miró con cariño. Su expresión sincera lo dejó sin respiración.

 

-Madre mía, cómo me conoces. Me caso Denis –seguía sonriendo -. Robert me lo pidió hace unas semanas y acepté –sus ojos lo evaluaron con detenimiento, aunque como en muchas otras ocasiones no supo qué pensar. El pecho de su amigo subía y bajaba con rapidez y sus ojos se habían apagado. Tampoco le gustaba la situación. La lista de personas preocupadas se incrementaba.

 

Denis conocía la respuesta. Estaba claro que el arquitecto no iba a dejarla escapar. Uno no abandona un tesoro cuando lo encuentra. Se lo queda, lo admira, lo disfruta e incluso lo esconde, pero no lo deja.

 

Sintió que algo moría en su interior, no obstante, se obligó a mantener la compostura. Lo que era más fácil de pensar que de hacer. Las lágrimas amenazaban con echar a perder sus buenas intenciones por lo que aprovechó para coger una cacerola e inspirar con fuerza.

 

-Vale, di algo –espetó Elle sin poder contenerse.

 

Denis temió que le temblara la voz, o peor aún, echarse a llorar como un crío. No podía hacerle esa faena. Reunió la poca entereza que le quedaba y deseó salir airoso en su papel de buen amigo.

 

-¿Eres feliz? –preguntó sonriendo a medias. Si lo era había poco que objetar.

 

-Mucho –le contestó con voz grave.

 

-Pues es lo único que importa –dijo el muchacho con más entusiasmo del que sentía.

 

Elle se acercó a la isla y lo abrazó.

 

-No sabes el peso que me quitas de encima –sonrió en sus brazos -. Estoy harta de tratar de convencer a los demás de que esto es lo que quiero –lo miró a los ojos -. Aunque me equivoque, sigo teniendo el derecho a cometer mis propios errores ¿no crees?

 

Denis mostró una pequeña mueca de entendimiento.

 

-Estás hablando con alguien que no ha dejado de equivocarse en toda su vida –reconoció apesadumbrado -. Por supuesto que tienes derecho a tu propio cupo de errores –su gesto de pesar la alteró -. El problema es cuando los demás ven las cosas con más claridad que uno mismo. Quizá te suene de algo.

 

Lo contempló un instante y se armó de valor.

 

-Vale, suéltalo. Deseo conocer tu opinión… Sé que me quieres bien -bajó la mirada hacia sus botines y dibujó mentalmente el contorno de su pie. No podía mirarlo.

 

Denis decidió quitar hierro al asunto. Estaba nerviosa de verdad, no sería él quien acabara con su felicidad, la amaba demasiado. Comenzó a cortar los champiñones y canturreó con ritmo.

 

-No es para tanto –concedió -. No le des el sí quiero todavía, vive con él y si funcionáis como pareja os casáis y santas pascuas. Y si no, siempre podrás divorciarte. Serás la divorciada más bella de la historia y, si te apetece, entrar en el Libro Guinness de los récords.

 

Se miraron mutuamente y se echaron a reír.

 

-Te quiero mucho –rió Elle -. Eres único analizando problemas peliagudos.

 

-Si ese hombre te hace feliz, adelante. Pero… no lo hagas a ciegas. Piénsalo bien antes de dar el paso.

 

-Gracias, voy a seguir tu consejo –se acercó a él y le dio un beso en la mejilla. Después le limpió el carmín y volvió a sonreír. Le gustaba tener amigos.

 

Denis la despidió en la puerta de su casa con una sonrisa en los labios capaz de tumbar de espaldas. Después de aquello, su nominación a los Óscar de la Academia estaba asegurada. No sabía de dónde había sacado las fuerzas pero lo había conseguido. Su preciosa e ingenua Elle no se había enterado de nada. Y eso iba a continuar sine die.

 

 

 

 

 

A las seis menos diecisiete minutos, según su preciso reloj de pulsera, cruzaba la puerta del apartamento. Llegaba bastante tarde pero se lo había pasado genial, después de tanto estudio y estrés, esas horas le habían parecido el tiempo mejor empleado en la historia de los exámenes finales.

 

¡Mierda! En dos días tendría el de Instalaciones y, en cinco, el de Estructuras. 

 

Siguió sonriendo hasta encontrar a Nat. En ese momento cayó en la cuenta de que lo tenía todo: salud, familia, amor y amigos. Qué increíble sonaba, incluso había dispuesto de dinero para invertirlo en su QP. Cierto malestar se instaló en su pecho y por un momento creyó que comenzaría a hiperventilar. Esas cosas no le pasaban a ella, pensó extremadamente lúcida. Por favor, si algo tiene que salir mal, que sea mi incursión en el mundo de los negocios, no soportaría fracasar con Robert, lo amo demasiado.

 

-Menuda cara tienes –dijo Natsuki intrigada -. Cualquiera pensaría que has visto un fantasma.

 

Elle logró salir de su aturdimiento y la enfocó atontada. Pues ahora que lo decía, llevaba una buena temporada viendo fantasmas por todos lados.

 

-Hola Nat.

 

-Umm –la miró extrañada -. ¿Problemas en el paraíso?

 

-Pues no, claro que no –contestó Elle sorprendida -¿Por qué lo has supuesto?

 

-Vale, no te pongas así, llevas ya un tiempo con Newman y aún no os habéis peleado –exclamó divertida -. Hoy te has saltado las clases, llegas tarde teniendo el examen encima…Ya sabes lo que se dice, cada paraíso tiene su serpiente.

 

Elle la contempló maravillada. Esa chica tenía una salida sentenciosa para cada situación. Primero fue el efecto microondas y ahora le soltaba lo de la serpiente. Y lo peor es que tenía sentido… Claro que también tenía sentido antes y se equivocó. Sonrió calmada, su amiga era una listilla de tomo y lomo, pero gracias a Dios no era clarividente.

 

-¿Cómo lo llevas? –preguntó mirando el despliegue de libros sobre su mesa.

 

-Pues, no muy mal. Esta materia la domino sin problemas –susurró cansada -. Claro que otras la llevan mejor que yo si ni siquiera se han dignado empezar.

 

Elle hizo un mohín gracioso ante sus palabras.

 

-Voy a ponerme en un nanosegundo –repuso acelerada -. He quedado con Robert esta noche.

 

-Sigo diciendo que tú no estás bien de la cabeza –exclamó su amiga gesticulando con brío -. ¿Te la vas a jugar por una cena y un polvo? Vale… aunque sea muy bueno.

 

Su querida Nat tan fina como siempre.  Mejor correr un tupido velo a lo del polvo.

 

-Espero que no, toco madera –sonrió frotando su cabeza-. Estudié la semana pasada.

 

-Eres alucinante. No me digas de dónde sacaste el tiempo porque me vas a traumatizar.

 

Elle la observó sonreír ante su propio comentario y volver a su concentración en otro nanosegundo. Su compañera era digna de admiración. Llevaba tanto tiempo estudiando que incluso había renunciado a sus salidas semanales, y en ese intervalo, ella practicando sexo como una desquiciada. En verdad, no había justicia en el mundo.

 

Después de perdonarse a sí misma por no ser del todo normal, se sentó en su mesa y sin cambiarse de ropa, comenzó a devorar sus apuntes. No quería tentar a la suerte.

 

Dos horas más tarde sonó su despertador poniendo fin a su sesión de estudio. Se estiró satisfecha. Había repasado todo el examen varias veces. Y, por supuesto, lo había completado. No la iban a pillar desprevenida, no les daría ese placer. Eso sin pensar en el infarto que le estaba evitando a su profesor particular.

 

Sonrió para sí misma. Tampoco necesitaba vestido, con una vez tuvo suficiente. Se había provisto de la pieza más bella que había confeccionado en los últimos tiempos. En realidad, el mérito era del tejido, una mezcla de tiras bordadas haciendo distintos dibujos, de color azul cielo y con miles de hebras plateadas que le daban un toque sofisticado. El diseño era muy sencillo, moldeaba su cuerpo como si fuera una sirena, por eso (y por el escote un pelín bajo) llevaba una chaqueta larga de la misma tela. No había tenido tiempo de forrar unos zapatos por lo que optó por unos plateados que tenían ya varios años pero que se había puesto en una sola ocasión. Analizó el bolso de mano, también plateado, que le había prestado Nat y se encontró sensacional.

 

Bueno, no tan sensacional, su pelo estaba horrible. Aunque no iba bien de tiempo, no le quedaba más remedio que plancharlo, así que lo hizo sin demora alguna.

 

Cuando terminó lo dejó suelto y cayó con gracia sobre sus hombros. Alucinó ella sola. Vaya un pelo agradecido. Nadie podría imaginar que hacía sólo unos segundos parecía que hubiera metido los dedos en un enchufe. Como solía decir su hermana, serían los genes. A saber.

 

Utilizó una base ligera y eludió el maquillaje. Se veía agotada y un fluido más espeso destacaría mucho más su estado. Después procedió como siempre. Sombras en tonos crudos y tierra, colorete marrón y pintalabios coral. Se perfumó con entusiasmo y salió corriendo hacia la cocina. Estaba muerta de hambre y no quería lavarse los dientes de nuevo. Después de un estudio analítico del contenido del frigorífico cogió un yogurt de fresa. Tendría que bastarle.

 

Contempló su reloj y se lo quitó espantada. No estaba dispuesta a llevarlo con aquel traje tan elegante. Lo dejó en su habitación y escogió una pulsera de cristal de Murano en tonos azules y engarces plateados. Mucho mejor.

 

Comenzó a dar vueltas alrededor de su cama en un vano intento de calmarse. Robert no la había llamado en todo el día y ahora llegaba tarde. Era la primera vez que le sucedía algo así. Había estado tan ocupada tachando tareas de su lista que no se había dado cuenta.

 

Miró su mimado despertador y algo parecido al miedo la recorrió por completo, las nueve y media. Era demasiado. Cogió su teléfono y lo examinó con ansiedad. Ni llamadas perdidas, ni mensajes de ningún tipo.

 

¿Qué estaba pasando ahora?

 

A riesgo de invadir su espacio personal (maldita la conversación inacabada que había mantenido con Judith que ahora no le permitía llamarlo con libertad) marcó su número y esperó con impaciencia. Tres tonos y al cuarto lo apagaron. Se quedó en blanco pero no se atrevió a repetir la llamada. Cierta sensación extraña empezó a recorrerla aunque logró eludirla sin mucho esfuerzo. Seguía teniendo hambre.

 

Salió de su habitación con el móvil en la mano y se dirigió a la cocina de nuevo. Iba a tener que lavarse los dientes, después de todo. Se sirvió un plato de ensaladilla rusa del día anterior y lo acompañó con pan tostado. No iba a pensar en paraísos ni en serpientes. Si le daba plantón se pondría a estudiar, por lo que hasta lo malo era bueno en este caso.

 

Terminó disfrutando de una manzana caramelizada especialidad de su compañera y después se arrastró hasta su habitación. Las diez menos doce minutos de la noche. Su despertador insistía en ponerla nerviosa.

 

Cuando se estaba bajando la cremallera del vestido, el timbre de la puerta la sobresaltó. Sonrió con alegría. Sin duda, algo lo habría entretenido. Robert Newman era un hombre muy ocupado, se recordó mientras corría para encontrarse con él.

 

Abrió la puerta en la mitad del famoso nanosegundo y lo miró con expresión radiante.

 

-Ya creía que no vendrías –le sonrió esperando su abrazo.

 

Robert la atravesó con la mirada, no la abrazó ni la besó. Elle lo contempló desconcertada. No estaba acostumbrada a un recibimiento tan frío, se inclinó hacia él y lo besó en la mejilla.

 

-Aquí estoy –no se había apartado de su beso pero no se lo devolvió y además evitaba tocarla -. No creo que tenga que dar explicaciones. He llegado cuando he podido.

 

Ahora sí que estaba preocupada.

 

-Por supuesto –le dijo con un gesto de asentimiento.

 

-¿Nos vamos? –preguntó Robert con bastante indiferencia.

 

El tono de voz del hombre era tan extraño que Elle se negó a salir en aquellas condiciones.

 

-Robert, ¿ha pasado algo que deba saber? –inquirió con menos valentía de la que aparentaba.

 

-Johnson, no creo que por llegar tarde tenga que contestar un formulario –le dijo con sarcasmo -. Es tarde para cenar, así que creo que debemos irnos ya.

 

Elle meditó lo que hacer. Estaba claro que pasaba algo y que no estaba muy dispuesto a compartirlo con ella. De pronto, una idea prendió en su cabeza, ¿habría suspendido el examen? Hubiera apostado su vida a que lo había aprobado pero quién sabía lo que le habían preparado en la universidad. Por otra parte, esa reacción era desmesurada, no creía que se comportara así por un suspenso.

 

-Es para hoy –le dijo con voz fría.

 

Se estremeció pero consiguió sostenerle la mirada. Robert la miraba como si su cara le fuera a revelar algo. El problema, como siempre, es que no tenía ni idea de lo que buscaba. Con lo fácil que hubiera sido hablar del tema… Ese hombre tenía que aprender a relacionarse con sus semejantes.

 

De todas formas, esperaba que no fuera muy grave, a fin de cuentas, lo tenía allí y no había huido como de costumbre.

 

Aunque… había estado a punto, le sopló al oído la voz de su conciencia que apareció para aguarle la fiesta.  

 

-Sí, déjame coger la chaqueta y despedirme de Nat –lo contempló con la expresión más amorosa que pudo componer en ese momento.

 

Alea jacta est, se dijo abrumada. Cualquiera imaginaba lo que saldría de todo aquello… Menos mal que aún no había informado a Hannah de sus planes de boda.

 

Robert la ojeó ceñudo. Si seguía mirándolo de aquella manera toda su armadura se vendría abajo. Estaba más que enfadado. No tenía que haber acudido a la cita, pero tampoco podía dejarla esperando. Necesitaba recobrar la compostura.

 

-Te espero abajo –no le dio tiempo a contestar, dio media vuelta y desapareció.

 

Elle se quedó mirando al vacío durante unos instantes.

 

No tardó en recobrarse. No había hecho otra cosa que estudiar y trabajar en sus muestrarios y, hasta esa mañana, todo había ido bien. Luego, estaba claro que se trataba de Waylan o de Denis. Descartó al abogado, aunque tenía bastantes papeletas.

 

¿Denis de nuevo? Aquello no iba a acabar bien. Pero, ¿cómo había sabido lo de su visita al Happiness? La tenía vigilada, pensó sagaz. Luego desechó la idea por ridícula. Incluso se le escapó una risotada nerviosa. ¿Vigilancia? Por favor, tenía que dejar de ver películas de James Bond.

 

Se despidió de Natsuki sin abrir su puerta y salió del apartamento con toda la parsimonia del mundo. Aquel vestido ayudaba bastante.

 

Entró en el ascensor preguntándose si no sería mejor quedarse en casa estudiando como su amiga. ¿Sería verdad que se equivocaba al querer contraer matrimonio con aquel hombre?

 

Dejó la pregunta en suspenso y abandonó el edificio. Robert la esperaba con chófer incluido, por lo que se sorprendió más aún. Normalmente conducía él mismo. Y era nada menos que Jack Bynes. Estupendo.

 

El fornido hombre le abrió la puerta del Mercedes y entró con dificultad. El modelito no estaba pensado para subir a un vehículo, pensó con actitud crítica. Fallo suyo.

 

Robert miraba a través de la ventana y no apartó la vista de lo que estuviera diseccionando por su sola presencia.

 

-Perdona la tardanza –suspiró resignada  -. No encontraba el abrigo.

 

El elegante sobretodo en paño negro estaba colgado en su armario pero de algo había que hablar…Total, era la más pequeña de las mentiras que había contado jamás.

 

Robert no dijo nada. Ella lo espió por el rabillo del ojo y lo que descubrió no le gustó. Estaba sufriendo. Eso la acicateó y volvió a la carga de nuevo.

 

-Sería todo mucho más fácil si decidieras contarme lo que sucede –le dijo entre susurros para que Bynes no se enterara.

 

Sus ojos chocaron con los de Jack en el espejo retrovisor. Ese hombre sabía lo que pasaba.

 

Robert la miró apenas y continuó con su actitud reservada. Hubiera gritado de impotencia y desesperación. Si no hubiera sonado infantil le habría pedido al musculitos que la llevara a casa. Estaba agotada de estudiar y necesitaba dormir. Quería cerrar los ojos y dejarse llevar. ¿Qué hacía aguantando aquello?

 

No volvió a hablar. Ni siquiera cuando llegaron a uno de los restaurantes más sofisticados que había pisado jamás, el Sublime.

 

Quedó apabullada en la entrada del local. Maderas nobles y pulidas, cuadros grandes y pequeños, paredes con murales, lámparas de cristal, y todo ello envuelto en un ambiente cálido e íntimo.

 

Sonrió con alegría. No podía ser otro. Hugh Farrell se acercó con expresión resuelta y aire mundano. Parecía un príncipe en su feudo.

 

-Menuda sorpresa –dijo el restaurador con energía – Me alegra recibiros en mi casa –al decirlo les dedicó una de sus sonrisas.

 

Elle comprendió a las chicas a la perfección. Llevaba un formidable traje de tres piezas en tono azul intenso de patrón estrecho y recto combinado con una camisa de diminutas flores rosadas con cuello blanco adornado con botones de aguja, sin duda de oro. La corbata en seda azul era soberbia.

 

-Gracias, es muy amable –respondió Robert manteniéndose serio -. Mi prometida y yo tenemos reserva.

 

Farrell no dejó de sonreír aunque miró a Robert con atención. Después lo descartó y se centró en Elle. Esa noche estaba deslumbrante. Se había quitado el abrigo y lo que mostraba era tan tentador que hasta el maître estaba babeando.

 

Le cogió la prenda de las manos y la vio componer aquel gesto de alegría tan característico de ella.

 

-Gracias –musitó sin elevar la voz -. Me temo que la calidad pesa demasiado.

 

Su sonrisa flotó en el ambiente y por un momento compitió con la música del piano que sonaba en la sala.

 

-¿Prometida? –Hugh se hizo de nuevas. Lo sabía por Judith -. Permitidme que os felicite -no tenía tan seguro como sus amigos que aquellos dos terminaran juntos. Ella era demasiado especial para acabar con un tipo como Newman. No les daba ni un año.

 

-Gracias, es muy amable –contestó Robert con formalidad. Hubiera dado la mitad de su fortuna por poder pegarle un puñetazo a aquel lechuguino refinado.

 

-Os acompaño a vuestra mesa y os dejo para que disfrutéis de la cena –dijo mirando a Elle con una mezcla de ternura y fascinación que no pasó desapercibida a Robert.

 

-Gracias Hugh –respondió ella intentando equilibrar el tono adusto de su prometido -. Tienes un local extraordinario y lo digo en sentido literal –hablaba en serio. En ese caso no habría asegurado, como con el Baroque, que podría superarlo.

 

-El Estudio de Newman & Meyer hizo el milagro –explicó el hombre sin pretender lanzar ninguna bomba.

 

Después los guió hasta la mejor zona de todo el restaurante. Disponían de una magnífica vista del fuego controlado que ardía en un estanque circular en medio del local y podían disfrutar de la cercanía del piano que en ese momento dejaba sentir los acordes de una música tranquila y agradable que Elle desconocía.

 

Robert apretó la mandíbula y no dijo nada cuando ella le dirigió una mirada interrogante. ¿Estudio Newman…?

 

-Que disfrutéis –con una inclinación de cabeza el restaurador los dejó solos.

 

Desde luego, ese hombre sabía agradar a sus clientes, no como el que tenía enfrente.

 

-Gracias - dijeron al unísono.

 

Elle sonrió ante la coincidencia. Robert ni se esforzó en disimular su desagrado.

 

-¿Newman & Meyer? –preguntó Elle sin poder evitarlo. ¿Se trataba de su padre, o mejor, de su tío?

 

-No me apetece hablar de eso ahora –gruñó enfadado.

 

Elle decidió no volver a abrir la boca hasta que se dirigiera a ella. Ya había hecho suficientes esfuerzos por esa noche.

 

Un camarero muy bien acicalado se acercó con dos carpetas forradas de terciopelo negro, al pasar las páginas doradas en tela de raso y contemplar lo que costaba cada plato, Elle tuvo que hacer un esfuerzo para asimilar hasta dónde llegaba el poderío económico de Hugh. Intentó escoger sin mirar el precio pero le resultaba imposible. Ni siquiera una tortilla francesa era lo suficientemente asequible a su bolsillo. Observó a Robert estudiar la carta y decidirse en segundos.

 

-Deseo lo mismo que tú –le dijo bajito.

 

-¿Problemas con la comida a estas alturas? No me lo esperaba de ti.

 

Si pretendía molestarla lo estaba consiguiendo.

 

El camarero se acercó solícito y les informó que el señor Farrell deseaba que disfrutaran de la comida con la botella que presentaba dentro de una cubitera enorme llena de hielo, un Gran Medalla Chardonnay del 2009. Robert se lo agradeció al dueño con un gesto. Seguidamente, les tomó nota de la especialidad de la casa, ensalada de langosta y salmón. De segundo, Newman fue bueno con ella, delicia de solomillo a la pimienta. No todo estaba perdido.

 

Permanecieron en silencio. Elle bebió con cuidado de la copa y para su consternación descubrió que el cristal era de Swarovski. Bueno, al menos disfrutaría de una buena comida bellamente presentada.

 

Se evadió del dolor que empezaba a sentir estudiando el dibujo del cristal y acabó repasando mentalmente el diseño de unos pendientes que había creado en su imaginación. La bolita tallada que adornaba el largo pie de la copa le inspiró un sensacional conjunto de collar, y pulsera. Mezclaría plata de ley con el cristal. Estaba encantada. 

 

No supo el tiempo que había transcurrido, cuando elevó los ojos, el primer plato se enfriaba y Robert casi lo había terminado.

 

-A veces, creo que eres producto de mi imaginación –le dijo Robert arqueando las cejas -. Nadie real puede permanecer tan indiferente.

 

Elle lo contempló mientras se limpiaba los labios con la servilleta y sonreía a dos mujeres que estaban sentadas frente a ellos. Llevaría un buen rato haciéndolo porque las féminas, algo mayores aunque muy atractivas y muy operadas, le devolvían la sonrisa sin cortarse ni un pelo. Cuando su prometido comprendió que se había percatado de la situación, su cara adquirió una expresión de intenso placer que la confundió.

 

-¿Sabes? Si en este momento quisiera, podría abandonar la sala y follarme a esas dos mujeres en los servicios –volvió a sonreír en la dirección de la mesa de al lado y después la miró esperando su reacción -. No sería la primera vez que lo hiciera.

 

Robert estaba disfrutando, de una forma extraña y cruel, pero disfrutando al fin y al cabo. Mencionar los servicios le recordó a Denis y a sus trastornos sexuales. Esa idea hizo que lo analizara desde una perspectiva distinta: su forma de actuar, de no enfrentarse a lo que le dolía en realidad, de evadirse, de tratarla… Ojalá y se equivocara. ¿Era posible encontrarse con dos personas con problemas sexuales en tan poco tiempo? La Teoría de la Probabilidad le indicaba que no. Freud, sin embargo, estaría asintiendo.

 

-No me cabe la menor duda –le sonrió con pena -. Creerán que soy tu sobrina o incluso tu hermana pequeña. Nadie en su sano juicio coquetea de esa manera delante de su prometida ¿no crees?

 

Robert recibió el impacto y lo afrontó con valentía. Había empezado él.

 

-Eres realmente buena con las palabras -sonrió con malicia.

 

Elle lo decidió en ese preciso instante. No se merecía aquello. Es más, no tenía que estar allí. En dos días tendría que realizar un examen más difícil de lo normal porque iba a dejar toda su vida en suspenso para correr detrás de ese hombre. El mismo que le estaba diciendo que se podría follar a dos mujeres en los servicios. Era de locos.

 

-Perdóname, pero debo ir al servicio –sonrió ante la mención del excusado -. ¡Oh no creas que deseo suplir a esas dos señoras! Es que no aguanto más.

 

Robert la miró desconcertado. Por un momento, incluso pensó en tirarse a aquellas mujeres delante de ella para desestabilizarla. ¿Es que no perdía los estribos nunca? Ahora, incluso se reía de él. No sabía qué hacer para que le demostrara que lo quería y que temía perderlo. Por Dios, él no soportaba ni el aire que la rozaba. 

 

La observó alejarse y se dio cuenta de que se la comía con los ojos como la totalidad de los hombres del restaurante. Era un imbécil y lo peor de todo es que lo sabía.

 

Elle no llegó a los servicios, se dirigió a la entrada y entregó el ticket en el guardarropa. Se estaba poniendo el abrigo cuando se giró nerviosa, no quería discutir con Robert en un restaurante atestado de gente. Suspiró aliviada, no era su prometido, Hugh se acercaba a ella con preocupación.

 

-¿Te puedo ayudar?

 

-Sí, necesito un taxi –contestó Elle tranquila -. Robert no sabe que me marcho. No me gustaría esperar demasiado.

 

Farrell sonrió comprensivo. ¿Un año? No les daba ni una semana.

 

-No vas a irte en un taxi –dijo tajante-. Ven conmigo.

 

Lo siguió por un pasillo cercano al ropero y salieron por la puerta posterior del restaurante. Un Porsche Cayenne turbo de color caramelo se abrió ante ellos al movimiento de la mano de su dueño. El vehículo parpadeó entrecortadamente y permaneció después en silencio.

 

-Sube –le dijo Hugh mientras se sentaba al volante.

 

-No, lo siento pero no voy a irme contigo –aclaró Elle con decisión -. Estoy enfadada con mi novio, no loca. Creía que me llevaría a casa tu chófer.

 

-Está bien –murmuró el hombre-. Quería demostrarte mi agradecimiento y disfrutar de tu compañía al mismo tiempo –elevó los hombros y la miró risueño-.  Empieza a ser gracioso eso de huir de nuestras parejas.

 

Elle no respondió al último comentario. No hubiera sabido qué decir.

 

-Gracias Hugh, eres un buen amigo –reconoció con seriedad.

 

-De nada y, por favor, cuenta conmigo para lo que necesites –manifestó igual de grave.

 

Llamó por teléfono pidiendo un conductor y en cuestión de minutos Elle se montaba en la parte trasera del vehículo y abandonaba el restaurante.

 

Haber aguantado la histeria de la bailarina le había valido un amigo. No estaba mal, se dijo cansada.

 

 

 

Se despertó sobresaltada. Miró a su alrededor y descubrió que no era un sueño. Robert estaba sentado en su silla y la miraba sin pestañear.

 

-¿Qué haces aquí? –preguntó adormilada.

 

-Pensé que hacíais tarde –explicó tranquilo -. He llamado a las siete en punto. Tamada ha sido muy amable al dejarme pasar e informarme de que hoy no vais a clase –continuó con la misma parsimonia, aunque parecía un reproche-. Ella acaba de acostarse.

 

No pensaba salir de la cama. Su pijama revelaba más de lo que tapaba, entre otras cosas porque no se lo había puesto. Después de ducharse optó por camiseta ceñida con una pequeña tira bordada en el escote y por unas braguitas a juego. El conjunto era precioso, en tono crudo, pero en aquellos momentos no parecía lo más indicado, por lo que esperaba que Robert terminara pronto con lo que tuviera que decirle.

 

-¿Sabes que es la segunda vez que me plantas? –puntualizó el profesor sin alterarse.

 

-Sí, pero en esta ocasión no he sufrido un ataque de ansiedad como en la primera –contestó Elle igual de tranquila.

 

Su respuesta le valió una tensa mirada.

 

-Espero que no –suspiró cansado.

 

-¿Has venido a decirme algo o simplemente pasabas por aquí? –repuso Elle con sarcasmo. Necesitaba ir al baño.

 

Robert la contempló con el rostro crispado, metió la mano en el bolsillo de su cazadora y sacó unas cartulinas. Las ojeó dolido y se las acercó a la cama.

 

Elle advirtió que se trataba de fotografías y las cogió con curiosidad. Cuatro imágenes en total: la primera, ella entrando en el Happiness; la segunda, ella en los brazos de Denis; la tercera, ella saliendo de la casa de su amigo y la cuarta, ella despidiéndose del chico.

 

-Explícame esto –murmuró enfadada.

 

-¿Qué yo te lo explique? –sonrió Robert claramente abatido -. Eres increíble. Esas fotos son una prueba de que me estás engañando con ese chico.

 

-¿Cómo dices? –preguntó histérica -. ¿Y se puede saber cuándo podría haberte engañado con Denis aparte de ayer? Porque apenas nos hemos separado.

 

Estaba tan enfadada que se levantó de la cama sin ningún recato y después de coger la bata del armario se dirigió al baño.

 

Robert apartó la mirada con esfuerzo. No era el mejor momento para excitarse.

 

-Dame un minuto si eres tan amable –pidió enojada.

 

Salió lo antes que pudo, incluso dejó abierta la pasta de dientes. Sólo faltaba que desapareciera antes de escucharla.

 

-Puedes pensar lo que quieras –le dijo con dignidad hablando como si no hubieran interrumpido la conversación -. La verdad es que fui al restaurante para contarle que era la mujer más feliz de la Tierra porque me casaba contigo, grandísimo tonto.

 

Robert no estaba preparado para escuchar aquel tiempo verbal en pasado. La amaba tanto que no se había planteado absolutamente nada. Ni siquiera dejarla. Desde que Jack le había mostrado las fotos, su vida entera se había desmoronado.

 

Después del plantón en el restaurante había vuelto a acampar en la puerta de su casa. No había podido alejarse de ella más que eso. Y lo inaudito, estaba allí sin perder los nervios, esperando escuchar algo que le hiciera creer en ella, en lugar de haberla apartado de su camino como hacía normalmente. Esa mujer lo había cambiado.

 

-Y ahora, antes de que te marches –daba por sentado que iba a romper con ella -. Explícame por qué me hiciste seguir ayer. Un momento, si no fue sólo ayer también debería saberlo. Esto atenta contra…todo lo atentable. Espero que exista la palabra –dijo no muy segura.

 

Robert sonrió sin querer, continuaba siendo ella, preocupada ahora por la corrección léxica. No parecía muy afectada. Contemplaba su indignación sorprendido. Le había molestado más la investigación que la posibilidad de que hubiera descubierto su infidelidad. ¿Estaba cometiendo otro error?

 

-Hemos sufrido varios sabotajes –indicó amable -. Todas las personas que llevan trabajando para nosotros menos de un año están siendo investigadas.

 

Elle lo miró preocupada. Creía que sólo habían tenido problemas con el puente. La situación era más grave de lo que pensaba. Pero eso no importaba ahora. La habían seguido. ¡Joder!, la habían seguido.

 

-Así que me han estado espiando –bufó abochornada -. Pues han debido aburrirse un montón. Robert, no hago otra cosa más que estudiar y estar contigo. Mírame a los ojos ¿De verdad crees que te engaño con Denis? –el dolor que reflejaba el tono que había empleado lo sacudió por dentro.

 

El arquitecto la contempló con ternura. Había repasado todo lo que habían vivido juntos desde que se conocieron (siete horas en su coche daban para mucho) y se negaba a admitir que lo que compartían no fuera real. La verdad era que sentía su amor y creía en él.

 

-Explícame el cambio de vestido –preguntó ansioso-. Llegaste al restaurante vestida de una manera y después de estar con él casi tres horas, sales de otra.

 

Elle no se había fijado en ese detalle. Se vio a sí misma llevando el vestido y el abrigo que había adquirido en la pequeña boutique del centro y acabar despidiéndose de Denis con su ropa de siempre. La voz de Robert había sonado atormentada. Sin duda, ese punto era importante para él. ¡Ah! Los hombres y sus simplezas.

 

-Ayer llegábamos tarde al examen y me puse lo primero que pillé –suspiró agotada -. Después, decidí hacer una visita a Waylan para ultimar los detalles de un negocio en el que me he embarcado –esperó, pero no dijo nada al respecto. Estaba claro que el tema Denis era lo único importante -. Como podrás observar no iba vestida para la ocasión –señaló su vestido corto y sus calentadores -. Así que me compré esa ropa tan formal de la primera fotografía.

 

-Continúa –le dijo impasible.

 

-Oye, la culpa de todo la tiene el poco tiempo de que dispongo para hacer un maldito montón de cosas –su voz no podía encubrir cierto deje lloroso.

 

Robert comenzó a sentirse mejor. No era fácil presenciar cómo pasaba de él.

 

-Quería hablar con Denis, como sabes somos amigos –lo miró sin miedo -. Deseaba contarle que me caso contigo pero no quería lucir como si fuera a tomar el té a la embajada británica –señaló su elegante traje -. El vestido es estrecho, ceñido y no tiene mangas. No quería gastar más dinero, y simplemente, lo combiné con el abrigo, pero es incómodo.

 

Saltó de la cama y abrió su armario. Le mostró el vestidito y aguardó a que comprendiera la situación.

 

-Íbamos a comer espaguetis, y lo ayudé con la salsa -informó como si eso lo explicara todo -. Era demasiado, y llevaba mi ropa en la bolsa –se dejó caer de nuevo en la cama y lo miró abiertamente -. No tengo nada más que decir.

 

Robert hubiera sonreído si la imagen de los dos críos compartiendo cocina y comida no le estuviera carcomiendo las entrañas.

 

-¿Qué negocio te llevó hasta Waylan? –preguntó aún inquieto.

 

Elle se estaba indignando por momentos. Ahora se abría la veda de preguntas cuando él permanecía en su esquina seguro y resguardado.

 

-¿Quiénes son Newman & Meyer? –inquirió enfadada.

 

Allí había preguntas para todos. Qué se creía.

 

Robert sonrió a su pesar. Aquella criatura era maravillosa y demasiado inteligente para su gusto.

 

-El Estudio que abrió mi pa… quiero decir, mi tío, cuando el abuelo y él rompieron la sociedad –sus ojos se habían acerado y su mandíbula se había contraído. Menuda reacción.

 

-¿Mantienes alguna relación con tu tío? –no quería hacerle daño pero no lo conocía en absoluto.

 

-Ninguna –dijo inexpresivo.

 

Elle esperaba algo más, así que se mantuvo sin hablar confiando en que le contara alguna cosa del que hasta los doce años había creído su padre.

 

-Vale, me maltrataba psicológicamente y de vez en cuando me daba una buena paliza. Así que, comprenderás que no desee mantener ninguna relación con ese sujeto –sus ojos habían adquirido tonalidad azul y su cara parecía tallada en granito. Estaba sufriendo -. Lo siento, pero no se trata de pequeñas diferencias que se puedan limar después de una cena de Navidad. Ese hombre odiaba a mi madre de forma enfermiza y me lo hizo pagar a mí. No quiero hablar más de eso, te aseguro que en su día fui tratado y dado de alta.

 

Elle estaba pasmada, no había esperado semejante despliegue de sinceridad y menos en aquella situación.

 

-Fui a ver a Waylan porque he iniciado un pequeño negocio con mis diseños de ropa y de complementos –estaba dispuesta a contarle de dónde provenía el dinero -. Firmé los documentos ayer. Es el único abogado que conozco aquí y quiero al mejor –sonrió tímidamente y le sostuvo la mirada -. No amo a Denis. Si te soy sincera, lo considero un hermano, y estoy segura de que él no me ve como algo más que una amiga. Sólo hay un hombre en mi vida y eres tú. Es una lástima que no lo veas porque estoy loca por ti.

 

Robert asimiló sus palabras con fe ciega. Necesitaba creerla porque era su vida la que estaba en juego. Aunque sólo una persona muy ingenua podía creer que ese guaperas no sentía más que amistad por ella. Pero así era su chica, incapaz de pensar mal de nadie.

 

Se acercó y la abrazó con fuerza. No podía perderla.

 

-¿De verdad tenías que ponerte esa camiseta y esas bragas? –le dijo al oído -. Sabías que vendría.

 

-No te lo creas tanto Newman, ¿cómo iba a saber que mi amiga te dejaría pasar sin que yo me enterara? –le sonrió sobre sus labios.

 

Robert la sentó en su regazo y le abrió la bata. Contempló sus pechos cubiertos por la fina tela de la camiseta y enterró su cara entre ellos.

 

-Necesito sentir que eres mía –susurró entrecortadamente.

 

Elle cogió su cara y sobresaltada siguió con su dedo el sendero que había dejado una lágrima. Robert estaba llorando por ella. No la había dejado y ahora estaba dispuesto a hacerle el amor. Ese hombre no parecía el mismo.

 

Se quitó la camiseta y le ofreció sus senos confiada. Era suya por completo y se lo iba a demostrar. Le mordisqueó los labios con pasión dando rienda suelta a todo lo que se le ocurrió hacerle con la lengua. No parecía ir mal el asunto, Robert la tenía agarrada con tanta fuerza que apenas podía moverse. Sus lenguas seguían enlazadas sin darse tregua.

 

Lo tumbó sobre su cama y empezó a desnudarlo con anhelo. Llevaba la misma ropa de la noche anterior. Si no se hubiera percatado de que la camisa era Armani habría rasgado los botones, pero se contuvo a tiempo. Cuando la tuvo desabrochada observó su pecho grande y musculoso y gruñó de placer. Le iba a demostrar lo que era amor.

 

Comenzó a pasar su lengua por su tetilla izquierda y a mordisquearla con fuerza. Cuando consideró que había cumplido con ella siguió con la derecha. De vez en cuando, elevaba los ojos y lo miraba retorcerse de placer.

 

Robert la contemplaba fascinado. No se atrevía a decir nada por miedo a romper el hechizo.

 

Elle llevaba tiempo queriendo hacer algo pero hasta ese momento no se había atrevido.  Se elevó sobre sus brazos y comenzó a frotarse los senos en su pecho con un movimiento ascendente y descendente. Tenía los pezones tan duros y arrugados que temió estar haciéndole daño. Lo examinó con atención y quedó maravillada de la expresión de intenso placer que mostraba su chico.

 

Continuó con las caricias hasta que lo sintió maniobrar con la bragueta de su pantalón. No se lo iba a consentir. Ese día no. Atrapó su mano con la suya y fue ella la que lo despojó de las prendas. Su pene, largo y sólido la encandiló. Sonrió para sus adentros y decidió que el sonido de los gemidos de ese hombre era lo más trascendental que había escuchado jamás. Después descendió hacia sus caderas dejando que su pelo le acariciara las zonas por las que iba pasando. Comenzó a lamer su miembro sin mucha delicadeza, le apetecía demasiado para hacerlo de otra manera. El estremecimiento de Robert fue tan tremendo que tuvo que situarse sobre su cuerpo. Comenzó a sentir que el líquido preseminal fluía en mayor cantidad y tomó la decisión en el acto. Lo amaba más que a su vida y se lo iba a demostrar.

 

Robert sabía que iba a estallar de forma inminente. Intentó salir de su boca pero ella le negó la posibilidad con un movimiento de cabeza. Sus ojos le indicaron que quería continuar y él había llegado a un punto de no retorno. Se inclinó para no perderse ni un detalle y la sintió acoger su semilla con total naturalidad. Allí no había ninguna chiquilla, sino toda una mujer que le estaba demostrando su amor sin palabras. Jamás se había sentido más querido que en aquel momento, con aquella maravillosa criatura tragando su semen y llevando aún las bragas puestas. Dios, la amaba.  

 

Lo había hecho. Elle lo contempló con la mirada velada por el deseo. Su bella sonrisa se había transformado en una autoafirmación de su propia sensualidad. No habría barreras, con aquel hombre lo quería todo.

 

-No vuelvas a dudar jamás de mi amor –le dijo suspirando.

 

Robert la miró aturdido. Era tan hermosa… allí desnuda con sus grandes pechos aún hinchados y excitados y aquellas pudorosa bragas de algodón blanco… Comprendió que no había nada en este mundo que le hiciera renunciar a esa mujer. Nada.

 

-Bien –contestó atontado por el descubrimiento.

 

-Bien –sonrió satisfecha.

 

 

 

Permanecieron abrazados unos minutos.

 

¿Minutos?

 

Según el tesoro selenita eran las diez y media de la mañana. Tenía que estudiar Estructuras, hablar con Hannah, con Matt, con Nanami… Vale, respiró hondo y se recordó la frase del mes: una cosa cada vez.

 

Su profesor la miraba fijamente con expresión sosegada. Su pecho subía y bajaba lentamente y su boca dibujaba una sonrisa de las de infarto. Todo estaba bien, se dijo más relajada.

 

-Voy a preparar el desayuno –exclamó saliendo del cerco de sus brazos -. Debo ponerme en marcha.

 

Robert la observó salir de la cama y abrir su armario para coger ropa. Al inclinarse para buscar alguna cosa en su interior, le mostró su bonito y redondeado culo envuelto en aquella prenda de recatado algodón.

 

-Quítate las bragas y agáchate –pidió trastornado por el deseo.

 

Elle se dio media vuelta y lo observó desconcertada.

 

-¿Hablas en serio? -preguntó nerviosa.

 

Robert acababa de apoyar su espalda en el cabecero de la cama y parecía estar preparándose para una función de voyeurismo. Confiaba en que aquello no formara parte de ninguna parafilia del hombre, se dijo preocupada de repente.

 

-Por favor… no he podido apartar esta escena de mi mente.

 

Elle seguía sin entender. Sin embargo, había mencionado la palabra mágica y hasta ahora no había mostrado ningún comportamiento sexual extraño y, lo más importante, no le incomodaba mostrarse de esa manera para él. Lo que confesó a Suzanne era cierto, había superado los problemas relacionados con su cuerpo y aquel hombre había ayudado bastante en el proceso.

 

Su cara debió reflejar la decisión que había tomado porque los ojos de Robert se abrieron desmesuradamente y se pasó la lengua por los labios. ¿Pensar en ella en aquella postura le dejaba la boca seca? Empezó a disfrutar de la sensación de poder que se abrió paso en su cabeza. Era estimulante.

 

Comenzó a bajarse las bragas lentamente. Toda la vida corriendo como una loca para que ahora pudiera mostrar su culo, redondeado y trabajado hasta la extenuación, sin una pizca de vergüenza. Al final iba a ser cierto eso de que todo lo que se hace sirve para algo.

 

¿Cómo se quita una las bragas de forma sensual? He ahí la cuestión. Tenía que haber visto algo de porno para hacerse una idea. Dado que no había sido ese el caso, las dejó caer al suelo y salió de ellas con toda la naturalidad que pudo. Antes de darse media vuelta para afrontar el escenario de su desnudo integral, cometió el error de mirarlo de nuevo.

 

Madre mía, Robert la deseaba. Aunque, esas tres palabras no llegaban a definir exactamente lo que la cara del hombre traslucía. Se quedó atontada cuando advirtió que él no miraba precisamente su rostro. Vaya, el descubrimiento de que su cuerpo lo dejara sin habla la hizo sonrojarse. Ahora sentía vergüenza. ¿Cómo salía del aprieto? La naturalidad había desaparecido como por ensalmo.

 

Por un instante sus ojos se encontraron, fue suficiente para recobrar la confianza en su debut erótico. Se volvió hacia el armario y se inclinó como si buscara algo en su interior.

 

-Más… -la voz de Robert no parecía de este mundo. Se oía rota por el deseo.

 

Fue extraño pero el tono desgarrado con el que le había pedido que se agachara más, la excitó. De hecho, toda la situación era muy excitante.

 

Se dobló hasta que consideró que su encargo estaba cumplido. Miró a hurtadillas y lo vio respirar a trompicones y abandonar la cama. Trató de incorporarse pero él se lo impidió.

 

-¿Puedo penetrarte? –murmuró con los dientes apretados.

 

Elle lo sintió pegado a su cuerpo. Su pene completamente erecto chocaba en su espalda. No lo dudó ni un segundo.

 

-Por favor… -contestó sabedora de lo que iba a seguir.

 

-No te muevas –le dijo exaltado.

 

En ese momento, sintió que se alejaba de su lado y corría a su mesa.

 

-Levanta los pies –rogó con urgencia.

 

Elle se dejó elevar como si fuera una pluma y aterrizó sobre el libro de Estructuras. Sus quince centímetros le dieron la altura que necesitaban. Ya nunca volvería a ver ese libro de la misma manera, pensó turbada.

 

Robert la acarició con delicadeza. Descubrir que su querida alumna estaba más que preparada actuó como un potente afrodisíaco, cosa que no necesitaba, se dijo asustado. Se iba a correr. Maldición, con esa mujer siempre se estaba corriendo antes de tiempo.

 

-¿Preparada? -preguntó para ganar tiempo y calmarse.

 

Elle no podía articular palabra. Gimió intentando hacerle comprender su desesperación.

 

Robert no se hizo esperar. La penetró con un envite certero y continuó alargando su agonía. Los gemidos de su chica hacía rato que habían dejado de ser callados para transformarse en auténticos alaridos de placer. Cerró los ojos para no ver su culo redondo y apretado pero no sirvió de mucho. Bajó la mirada y la centró en su libro de texto. Se lo sabía de memoria. Leyó la portada y la volvió a leer. Era inútil, aquello se acababa y… se acabó. Se derramó en su interior entre quejidos y aullidos de lujuria.

 

¿Alguna vez había dicho que un polvo había sido el mejor? Se equivocaba. Ese acababa de borrar del mapa a todos los demás

 

La ayudó a ponerse recta, sintiéndose un tanto culpable, y la tomó entre sus brazos.

 

-¿Estás bien? –le preguntó con mimo -. ¿Te duele la espalda?

 

-Sí y no –rió cansada -. Soy una atleta ¿lo has olvidado?

 

Robert la estudió minuciosamente y concluyó que su respuesta había sido sincera. La siguiente observación era la misma de siempre, no conocía a nadie capaz de semejante voluptuosidad. Su estudio continuó reconociendo que cada vez le costaba más trabajo mantener el tipo con esa mujer.

 

La depositó en la cama y corrió a buscar algo con lo que limpiarla. Encontró toallitas de bebé, cogió un buen puñado y la aseó con cariño. Después la obsequió con dos besos en la sien y la cubrió con la colcha.

 

-Duerme mientras yo preparo el desayuno o el almuerzo ya –rió contento -. Cuando esté preparado te llamo. Necesitas estudiar Estructuras –mencionó afectado.

 

Su carcajada la avivó. Daba gusto oírlo sonreír.

 

-Has arruinado la imagen mental que tenía de tu asignatura –rezongó Elle adormilada.

 

-A mí me lo vas a decir –confesó con ironía. Si ella supiera…

 

 

 

Al llegar a la cocina, leyó el folio pegado por un imán de Tutankamón al frigorífico: Llámame cuando tengas preparada la comida. Espero que lo hayas solucionado con Newman. Te quiero. Natsuki.

 

Robert se sintió ridículo. Aquella mujer no lo estaba engañando, incluso había hablado con su compañera. Pero ¿qué pasaba con él? La respuesta le llegó de forma inesperada, no se creía merecedor de alguien como ella.

 

-Pues aún así, no la voy a dejar escapar –informó al faraón.

 

Hablar con un imán pareció convencerlo de estar perdiendo la razón, por lo que decidió hacer algo más productivo. Abrió la nevera y comprobó impresionado que en esa casa se comía y se comía bien. Aquellas chicas tenían un poco de todo. Pues se había quedado sin excusas. Si había algo que no hacía bien era cocinar. En eso, el niñato de la moto le llevaba ventaja, resopló apesadumbrado.

 

Volvió al dormitorio y buscó su móvil. Antes de salir se detuvo ante la cama y admiró a la bella durmiente. Qué acierto de título, pensó embelesado, su hermana la había definido bien. Si antes era la bella indurmiente, ahora lo era durmiente. No podía perder más tiempo comportándose como un imberbe enamorado, aquellas chiquillas tenían que estudiar.

 

Regresó a la cocina y llamó a su catering de confianza. En una hora les servirían una comida de escándalo. Pidió en abundancia para dejarlas pertrechadas unos días. Se avecinaban tiempos difíciles.

 

No sabía qué hacer, si se acostaba con Elle acabaría dormido. Se había pasado la noche en vela contemplando la luz de las farolas. Sin quererlo, sus pasos lo encaminaron al dormitorio y acabó sentado en la mesa de trabajo de su chica.

 

Los apuntes de Instalaciones estaban perfectamente ordenados en la parte superior derecha de la mesa. Ni subrayados ni garabateados, limpios como una patena. Había cientos de páginas. Le interesó el grosor tan impresionante de la materia y se asombró de encontrar un libro de texto fotocopiado. Su dificultad superaba con mucho la asignatura. Esas fotocopias sí estaban más trabajadas. Incluso, encontró alguna que otra aclaración dispersa. No conocía ni al autor ni a su obra.

 

Miró hacia la cama, esa mujer lo superaba de tantas formas que empezó a sentirse pequeñito a su lado. Bueno, al menos sexualmente la hacía gritar como una posesa. Algo era algo.

 

Ordenó el montón de folios y lo colocó tal y como lo había encontrado. Pasó al bloc de dibujo y la primera página lo dejó atónito. Era el conjunto de collar, pendientes y pulsera más impresionante que había contemplado desde que los pagaba de su bolsillo. De cada boceto salían flechas explicativas. Un nombre se repetía, cristal de Swarovski.

 

Se dio cuenta de que su ensimismamiento en el restaurante, con aquella copa en las manos había dado a luz aquellas pequeñas obras de arte. Esa chiquilla era verdaderamente excepcional. Mientras él intentaba ponerla celosa, ella se hallaba inmersa en un estadio superior cercano a la divinidad. ¡Joder!, su altura intelectual era tan descomunal que nunca podría acercarse a ella. Él envuelto en cosas terrenales, mundanas, prosaicas y vulgares (no estaba mal, a fuerza de probar iba saliendo mejor eso de las palabras) y ella rozando el cielo con su arte.

 

Ahora ya no le quedaba ninguna duda. No lo había engañado, nadie medianamente equilibrado se concentra en crear esas maravillas estando preocupado por algo (se suponía que lo había engañado esa misma tarde). Era imposible. Volvió a sentirse seguro del terreno que pisaba y para alguien como él, eso era mucho.

 

-Despierta, bella durmiente –susurró en su oído.

 

La agraciada protagonista  apenas se movió. Estaba demasiado cansada para hacerlo.

 

-Qué torpe soy –murmuró Robert -. A la bella durmiente hay que despertarla con un beso.

 

Elle mantuvo la sonrisa a raya y se preparó para recibir la caricia. Sintió un pequeño beso en la frente y frío en la muñeca. Abrió un ojo expectante. ¿Qué estaba haciendo ese hombre? Le había puesto algo y lo contemplaba orgulloso.

 

-Felicidades tardías -se acostó a su lado, la miró con timidez y después de cogerle la cara le dio un beso dulce y amoroso en los labios -. Veinte años –suspiró resignado.

 

Elle levantó la mano derecha y contempló la joya sin creérselo del todo. Qué maravilla, era un Cartier. No parecía un reloj sino una pulsera de oro blanco y diamantes. La diminuta esfera estaba incrustada en el centro. Se dio cuenta atontada de que las irisaciones que lanzaban las finísimas gemas eran tan espectaculares que con ese reloj no necesitaría linterna.

 

-No puedo aceptar algo así –dijo con pesar -. Es excesivo.

 

Además, ella no celebraba su cumpleaños. Nunca, jamás, en ninguno de sus veinte años lo había permitido. Lo miró a los ojos y no pudo decírselo. Se veía tan contento y tan satisfecho de su regalo que le faltó valor para hacerlo.

 

¿Cómo se acepta una joya valorada en más medio millón de dólares? Qué tontería, no se acepta y punto.

 

-¿Excesivo? –rió satisfecho -. En dos semanas serás mi esposa y todo lo que tengo será tuyo. Eso sí será excesivo, te lo puedo asegurar –cogió su mano y la llevó a sus labios -. Sé que te gustan los relojes y que no tienes uno apropiado para lucir con un traje de noche. El abuelo, Sid y yo elegimos este modelo. Sólo espero que te guste, el precio es cuestión de opiniones y no debe asustarte.

 

Tenía que reconocerle que incluir a su familia había sido una buena estrategia. Por otra parte, ¿asustarse de un reloj valorado en medio millón? Para nada. Cualquiera le contaba que no tuvo valor de viajar con el de Hannah y Nick porque costaba mil dólares.

 

-No sabía que fueras tan observador –sonrió sin perder de vista el extraño dibujo que hacían los diamantes.

 

-Todo lo referente a ti me interesa –le dijo abrazándola con fuerza -. Lo que siento es no habértelo dado en la fecha correcta y que la cena de anoche resultara un desastre. Había planeado hasta el último detalle –pareció pensarlo mejor -. Bueno, lo del petimetre refinado recibiéndonos en su casa no estaba previsto.

 

Elle sonrió alegre. Cuando estaba de ese humor era todo un privilegio estar a su lado.

 

-No sé qué hacer, la verdad -recordó su viejo reloj de plástico rosado y la situación le pareció surrealista.

 

-Me harías muy feliz si lo aceptaras –hablaba seriamente.

 

Los ojos de su prometido se habían apagado y parecía dolido. Lo último que pretendía era ofenderlo.

 

-Me lo quedo –musitó nerviosa -. Deseo tener un buen reloj que dejar a mi hija de herencia.

 

Robert la observó enjugarse una lágrima. Debió ser duro crecer sin nada…Le iba a comprar tantas cosas que dejaría de pensar en muertes y herencias cuando las recibiera.

 

-Bueno, no quiero ser aguafiestas pero debes levantarte –expresó con brío -. Estructuras es el más difícil, una vez que lo hagamos podremos respirar más tranquilos.

 

Elle se sorprendió del uso del plural mayestático. En realidad, ella ya respiraba tranquila, el que no parecía hacerlo era él… Decidió ser buena, no todos los días recibía un tesoro susceptible de convertirse en reliquia familiar.

 

-Terminé el examen hace algunos días –le sonrió con confianza -. No creo que debas preocuparte.

 

-Lo estoy –expresó sincero -. Agustine es muy exigente y la materia complicada. No hemos estudiado juntos ni me has planteado dudas –la miró fijamente -. Estoy más que preocupado, estoy aterrado.

 

-Pues no lo estés, confía en tu prometida –le guiñó un ojo con picardía.

 

Saltó de la cama completamente desnuda y se acercó al armario. En ese momento recordó su preludio erótico y se volvió con timidez.

 

-¿Qué tal lo hice esta mañana? –preguntó ansiosa. Era curioso, su respuesta le daba más miedo que el examen.

 

Robert se había dejado caer sobre el colchón y la repasaba con el rostro contraído.

 

-Tan bien que me largo –reconoció mientras se acercaba a la puerta -. Si sigo aquí no respondo de mi comportamiento. Tenéis la comida preparada. Nos vemos mañana, nena. Te quiero –estaba ya fuera de la habitación y la miraba dubitativo. Finalmente, se impuso la sensatez y salió corriendo.

 

La carcajada de Elle lo acompañó hasta que cerró la puerta del apartamento. Ya le daría él risa cuando la cogiera de nuevo.

 

 

 

En la ducha, repasó los temores del arquitecto algo mosqueada ¿Sabía ese listillo que tenía memoria fotográfica y que su cerebro funcionaba como si estuviera revolucionado? No pretendía alardear, pero jamás se había sentido más ninguneada. No sabía si le gustaba o no. Lo único que tenía claro es que deseaba con toda su alma que ese hombre la valorara por algo más que por su físico.

 

Las palabras de Matt irrumpieron en su cabeza con fuerza, había llamado encoñamiento a su relación con Robert. En su segunda acepción daba algo de miedo: Encapricharse con algo. Pero en la primera, daba pavor: Sentir atracción sexual por una mujer hasta llegar a tener obsesión por ella. Por supuesto, no podía haber escogido una palabra más vulgar. Pero ese era su amigo, había que quererlo tal cual.

 

¿Obsesionado o encaprichado? Menuda disyuntiva.