7

 

 

-¿Yo te llamo?

 

Elle se paró en seco. Hizo un gesto a Larry y el hombre desapareció sin abrir la boca.

 

-Hola Denis –intentó sonreír pero no era fácil.

 

Estaban en la entrada de su casa, aún no habían terminado las rampas de acceso al exterior por lo que era inevitable coger el coche desde fuera del inmueble.

 

-¿Yo te llamo? –repitió el muchacho sin alterar la voz -. No sabía que iba a estar a la espera durante una semana.

 

Elle lo contempló con dolor. Grandes sombras rodeaban sus ojos y una ligera barba cubría su mentón. Se veía destrozado y cansado, pero curiosamente, eso lo hacía lucir más bello aún.

 

-He estado muy ocupada –suspiró abriendo la puerta para que entrara -. Nos hemos embarcado en un nuevo proyecto.

 

Pasaron al vestíbulo y cerró con cuidado. Le hubiera gustado abrazarlo hasta hacer que volviera a fluir la corriente que los unía, pero su cupo de sufrimiento estaba más que agotado. La imagen de su querido Denis compartiendo sexo con aquel chico se había grabado a fuego en su memoria.

 

La falsedad posterior fue lo peor de todo. Había sido capaz de mirarla y hasta de hablarle…bueno, al menos, no de tocarla.

 

Lo enfrentó con decisión. No podía escapar de aquello y lo sabía, aunque el dolor que se había instalado en su pecho le decía que iba a resultar más difícil de lo que había imaginado.

 

-Lo siento Denis –susurró mirándolo a los ojos -. Lo he pensado mucho y creo que lo nuestro no funcionaría.

 

No mentía. Una semana de imágenes y lloriqueos interminables. Por segunda vez en su vida se sentía vilmente traicionada por una persona en quien confiaba ciegamente.

 

-No me lo puedo creer –dijo Denis con una mueca angustiosa -. Aparece el maldito arquitecto y, de repente, los demás sobramos –sonrió desganado -. Te creía más digna, ese tío te trató como si fueras escoria y ahora vas a trabajar con él.

 

¿Matt haciendo de las suyas? Ese chico no sabía mantenerse callado.

 

La auténtica verdad era que él tampoco la había tratado muy bien. Aunque ni loca iba a  mencionar el incidente de los servicios, era demasiado humillante para los dos. Quizá, debía hacerle creer que continuaba enamorada de Robert. 

 

-No quiero engañarte, en estos momentos no deseo mantener una relación con nadie –reconoció sincera -. Tengo tanto trabajo por delante que dudo mucho que me pueda dedicar a algo más.

 

Denis se acercó lentamente y la atrajo hacia su cuerpo.

 

-Déjame hacerte olvidar a ese gilipollas –la besó con delicadeza casi venerándola -. Quiéreme Elle, por favor…

 

-Denis…

 

No la dejó continuar, la arrinconó lentamente contra la pared y la besó con menos delicadeza y menos veneración. Su mano derecha descendió por su cuello hasta su pecho y se situó sobre su corazón.

 

-Denis… no deseo esto…-la mano sobre sus senos la incomodaba enormemente.

 

Estaba claro que no la oía. Sus ojos se habían oscurecido hasta parecer dos pozos negros y no dejaba de pronunciar su nombre.

 

Elevó las manos para acariciar la frente de su amigo y se encontró con las muñecas suspendidas sobre su cabeza. La sujetaba con la mano izquierda mientras que la derecha continuaba sobre su pecho.

 

-Denis, suéltame –aquello empezaba a parecerse a algo extraño a lo que no quería dar nombre.

 

Sintió que los botones de su camisa caían al suelo y ese fue el detonante.

 

-Suéltame Denis, no deseo hacer el amor contigo –daba por sentado que bastaban sus palabras, no veía necesario utilizar la violencia para que dejara de tocarla. Era su amigo, por Dios Santo.

 

Denis la contempló sin parpadear. Acercó sus labios a los suyos y habló sobre su boca.

 

-Elle cariño, todos quieren hacer el amor conmigo -rió seguro de sí -. Tú también. Al menos, hace una semana querías.

 

Apretó los labios. No sabía qué otra cosa podía hacer.

 

-Abre la boca –siseó en su oído -. Déjame demostrarte que puedo darte más placer que ese cabrón remilgado.

 

Elle acababa de comprender que su amigo no tenía las ideas muy claras, aunque sus pupilas no eran las de una persona drogada.

 

Sintió su mano descender hasta sus piernas y subirle la falda sin ningún reparo, enganchó con mucha delicadeza el borde sus bragas y empezó a bajarlas con suavidad. Aquello no podía continuar.

 

-Denis –gritó ella completamente fuera de sí -. No deseo que me toques.

 

La sonrisa del muchacho la sobrecogió.

 

-No tienes con qué comparar, y créeme, soy mejor que ese tío –dijo con apenas un susurro -. Deseo hacerte suspirar, déjame, por favor…

 

Elle sintió que aflojaba el agarre de sus manos y comenzó a respirar más tranquila. Sin embargo, fue sólo para desabrocharse el cinturón. Entonces, sin pensarlo siquiera, las palabras salieron solas de su boca.

 

-Te vi en el cine –gritó con voz desgarrada -. Te vi con aquel chico, maldita sea. Esto no tiene nada que ver con Robert sino contigo. Fui a los servicios a buscarte, yo… estaba preocupada…

 

Las palabras sacudieron al muchacho con tanta fuerza que se tambaleó. Bajó la cabeza y cerró los ojos. Lentamente se separó de ella y retrocedió sin mirarla.

 

Elle permaneció de pie con las bragas a medio muslo y la falda hecha un lío en la cintura. Entonces se percató de su desnudez y se compuso rápidamente. Cuando terminó de arreglarse la ropa oyó un pequeño clic. La puerta se había cerrado con cuidado y su amigo había desaparecido tras ella sin decir ni media palabra.

 

Nada de explicaciones y nada de disculpas. Ese era Denis.

 

Se derrumbó en la escalera y después de meditar sobre lo sucedido rompió a llorar.

 

No podía más.

 

Necesitaba el abrazo de Hannah, escuchar su bella sonrisa y oírle decir que no pasaba nada. Por el momento, tendría que conformarse con una buena ducha.

 

Una hora más tarde salió de su casa sabiendo lo que quería hacer. Cogió las llaves de su Mercedes más pequeño y condujo ella misma.

 

Aparcó el coche bajo un árbol y subió la cuesta corriendo. Entró en el cementerio a la velocidad del rayo y en pocos minutos se encontraba frente al reposo de su querida Beesley. Tomó asiento en el suelo sin importarle que su chándal se manchara y sólo entonces suspiró más calmada.

 

-Hola Suzanne –murmuró bajito-. He estado a punto de salir corriendo pero al final aquí me tienes. No voy a huir, de todas formas, no es que se me dé muy bien que digamos. Siempre me acaban encontrando…

 

Imaginó a la doctora asintiendo y supo que la hora de la verdad había llegado.

 

 

 

La mañana era gris y fría. Las luces de la ciudad emergían desteñidas y pálidas. Le gustaba Manhattan, su dinamismo y su bullicio. En ese momento, el tráfico era intenso, Larry conducía con cuidado. El reloj del coche marcaba las ocho cuarenta, habían salido con antelación suficiente, no quería nervios de ningún tipo.

 

Bruce había sido bastante conciso, si incumplía el contrato se exponía a una demanda multimillonaria. La Corporación había previsto hasta la menor de las contingencias.

 

Vale, no había forma humana de rescindir el maldito acuerdo, así que para qué iniciar causas perdidas…

 

Miró a través del cristal y supo que estaban llegando. Ni siquiera se alteró al pensar que vería a todos los que en su día la repudiaron.

 

Larry le abrió la puerta, abandonó la seguridad del vehículo con cierto titubeo. El hombre le guiñó un ojo y ella le devolvió una pequeña sonrisa.

 

Lo haría y lo haría bien.

 

Atravesó la plaza con paso firme y se detuvo frente a la placa del Estudio. La habían cambiado. Le gustaba más la anterior. Queriendo ser mala constató impasible que la del Estudio Beesley era mucho más impactante. Claro que si arquitectas como Nicole estaban detrás…

 

No pudo seguir con sus pesquisas, Peter Collins la esperaba con una amplia sonrisa en la cara. Lo había contratado sin dudarlo, era uno de los profesionales más capacitados que había podido encontrar y pagar. De sesenta años (aunque aparentaba cincuenta), padre de tres hijos estupendos que cursaban estudios universitarios y amante de su esposa. No podía pedir más.

 

-Vamos allá –dijo el hombre con regocijo.

 

Elle le sonrió respondiendo a su apretón de manos. Era normal la excitación que mostraba su colega, lo extraño era su absoluta indiferencia. Aunque bien pensado, no necesitaba a Newman para nada, sólo debían coordinar los proyectos. De ahí que sobrara el nerviosismo. No obstante, lo entendió. Hablar de Newman era hablar de una institución en el mundo de la arquitectura.

 

-Vamos allá –repitió ella mecánicamente.

 

Entraron en el edificio y notó ciertos cambios. La moqueta era más oscura y los muebles de la entrada más claros. Tampoco conocía al portero uniformado que los acompañó hasta los ascensores. Todo cambia, se recordó con frialdad.

 

Esperaron a que salieran varias personas con más nerviosismo del que aparentaban, y respiraron al unísono cuando las puertas se cerraron tras ellos. Se miraron sorprendidos y rieron de pura inquietud. Cuando el elevador se acercaba a su destino sintió cierta ansiedad pero la controló al instante. Oír la voz de su amiga virtual la afectó, se había emocionado, si sería tonta. Bueno, todo no había cambiado.

 

Se bajaron en el piso veinte y una Helen Sandler, mucho más delgada y mucho más rubia, se acercó a ellos con una expresión serena en la cara.

 

-Elle Johnson –dijo extendiendo la mano -. Me alegra que estés aquí.

 

Lo dudaba, en el último año les había arrebatado más de veinte proyectos. Elle la miró y estrechó su mano. Esa mujer era sincera.

 

-Gracias Helen, a mí me alegraría estar en cualquier otro lugar –sinceridad por sinceridad. Robert aplaudiría.

 

Su compañero debía conocer la historia porque le apretó el antebrazo con fuerza y le sonrió como si pretendiera darle ánimos. Elle le guiñó un ojo, no quería que se preocupara por su falta de profesionalidad, estaban allí para trabajar.

 

La mujer torció los labios en una mueca comprensiva y no le dio tiempo a pronunciar siquiera el nombre de su acompañante, ella sola se hizo cargo de la situación. Se presentó, estrechó la mano de Peter con cordialidad y le habló de lo extraordinario que era que ambos Estudios trabajaran juntos. Seguía llevando el timón del barco, comprobó Elle.

 

Los hizo entrar en una de las salas de reuniones centrales y después de ofrecerles un café, los dejó solos.

 

Elle admiró su comportamiento, claro que siempre había admirado a esa mujer, sabía ser y estar, lo que no resultaba nada fácil.

 

-Debo decir que no me esperaba el Estudio así –reconoció su colega en voz baja.

 

Le devolvió la mirada enarcando una ceja. A través de las paredes de cristal podía ver a varios ejecutivos hablando con Helen y su nivel de angustia empezaba a ser molesto.

 

-Demasiado serio, quizá –aclaró Collins.

 

-Estoy de acuerdo –replicó ella.

 

En ese momento las puertas se abrieron y comenzaron a entrar más personas de las que había esperado. Seis ejecutivos que no conocía tomaron asiento frente a ellos dejando la presidencia sin ocupar. Sin duda, el todopoderoso Robert Newman tenía el lugar reservado.

 

Helen entró tras ellos y comenzó con las presentaciones. Peter la miró de reojo y lo comprendió al instante, todo era excesivamente formal, hasta el ambiente se había vuelto denso y extraño.

 

Les habían quitado demasiados trabajos, concluyó Elle satisfecha…Seguro que Suzanne entendía su regocijo.

 

Bueno, ahí estaba. El hombre de su vida entró en la sala en mangas de camisa y con el pelo alborotado. Los pantalones del traje le caían en las caderas y su cara estaba tan ensimismada y pensativa que Elle fue consciente de que no era ella la que había provocado ese efecto.

 

Madre de Dios, qué atractivo lo encontró. Las revistas no le hacían justicia. Los años le sentaban bien. Cuando sonrió al verla sentada y entrecerró los ojos mostrando aquella expresión que conocía tan bien, su corazón se disparó dislocado. Bajó la cabeza a la carpeta que le habían proporcionado y la abrió para disimular su nerviosismo. No había oído ni una palabra de lo que hablaban. Maldita sea.

 

De pronto, él mismo disminuyó la intensidad de las luces y un monitor que había descendido lentamente se llenó de imágenes de distintos terrenos.

 

Menos mal que no hacía falta ser un genio para entender la causa de tanto revuelo. Aquellas personas estaban preocupadas porque las vías de los trenes y parte de su aeropuerto se iban a construir sobre una capa freática.

 

Dejó los pensamientos tontos para otro momento, aquello era serio. Si el espesor de la capa no saturada, es decir el estrato que estaba por encima del agua, era poco significativo y la topografía del lugar se prestaba a ello, como era el caso, el agua saldría a la superficie.

 

Sabía que aquel aeropuerto no le iba a traer más que quebraderos de cabeza. Ahora, debían lidiar con una laguna en ciernes. Además, ambos Estudios tendrían que trabajar codo con codo para solventar el problemilla. La cosa pintaba mal.

 

La pantalla del monitor se detuvo en un corte del terreno que mostraba un estudio geológico más que detallado. Elle se preguntó cuánto tiempo llevaba Newman con aquel proyecto porque lo tenía todo bien estudiado. Ellos habían aceptado sólo unos días antes.

 

Su aeropuerto debía enlazarse con todo un mundo subterráneo del que saldrían distintas líneas de tren de alta velocidad. Al menos, unos kilómetros tenían que discurrir bajo tierra. Ese era el único escollo de todo aquel colosal proyecto.

 

Ahora que lo observaba, el problema principal es que el acuífero era más grande que toda la isla de Manhattan. Elle se levantó preocupada de su asiento, se quitó la chaqueta sin prestar mucha atención a lo que hacía y se acercó a la pantalla para tocar la zona azulada.

 

-¿Qué tipo de agua tenemos? –miró a Newman sin pensar más que en encontrar una solución.

 

Robert la contempló fijamente. No era la primera vez que la veía, ni la segunda, llevaba semanas espiándola y no dejaba de maravillarse de la belleza de su cara. Sin chaqueta… bueno, sin chaqueta seguía siendo Elle. Todos los hombres de la sala habían dejado de mirar la imagen del monitor para contemplarla a ella. La falda moldeaba su figura sin miedo, su culo, prieto y redondo, lucía en todo su esplendor. La camisa que era entallada y sin mangas mostraba sus exquisitas redondeces con bastante precisión y allí sólo había un grupo de hombres… que, ciertamente, lo miraban con envidia. Sin duda, se lo imaginaban disfrutando de ese cuerpo. Qué más quisiera él que olvidar todas las imágenes que le venían a la cabeza. No, eso no era cierto. Repasaba diariamente todos los momentos que habían vivido juntos y los disfrutaba como si continuaran sucediendo.

 

-Pues, depende de la zona –respondió maravillado de escuchar su voz. Había llegado a creer que no volvería a dirigirle la palabra -. Básicamente, agua gravítica.

 

Al advertir la admiración masculina, Elle se había puesto la chaqueta de nuevo, lo que le valió la sonrisa indulgente de Robert. Por un instante, estuvo tentada de quitársela pero se impuso la sensatez. Habían encendido el aire acondicionado y su sujetador no lo había resistido.

 

Los hombres, sin embargo, habían dejado las chaquetas en el respaldo de los sillones y aflojado sus corbatas. Las formas se habían relajado, hablaban entre ellos y revisaban los informes geológicos con gravedad.

 

Elle miraba a Robert de reojo y cada vez que se pasaba la mano por el pelo sufría una pequeña conmoción. Se impuso la obligación de no volver a mirarlo y comenzó con las respiraciones. Hubiera sido más fácil si Newman no dejara de comérsela con los ojos. No quería jugar a ese juego, con una vez le había bastado.

 

Dos horas más tarde, continuaban debatiendo la forma de proceder con el acuífero. Elle permanecía callada, a los diez minutos de reflexionar sobre el tema había encontrado la solución y, por la cara de Robert, él también. Lo que no acababa de entender era porqué seguían allí.

 

No soportaba aquella situación ni un minuto más, por lo que abandonó la sala para ir al servicio.

 

Se contempló en el espejo, se descubrió sonrosada y nerviosa. Se quitó la chaqueta y comenzó a lavarse las manos con energía.

 

Recordó las palabras de Hugh, a una persona que te ha hecho mucho daño se la trata con indiferencia. Indiferencia… repitió resignada. Según el diccionario, “Estado de ánimo en que no se siente inclinación ni repugnancia hacia una persona, objeto o negocio determinado”. Pues qué bien.

 

La puerta acababa de abrirse, no le apetecía saludar a nadie pero tampoco quería seguir huyendo por lo que esperó paciente a la fémina. Que no sea Nicole, pidió a los que jugaban con ella.

 

Miró al espejo casi con miedo y dejó escapar un grito sordo. Robert estaba detrás de ella con una mirada que no recordaba que el hombre tuviera antes. Puedo hacerlo, puedo hacerlo, repitió para convencerse.

 

Se dio la vuelta y lo afrontó con valentía o eso quería creer.

 

-Lo siento, no pretendía asustarte… Sé que después de lo sucedido no tengo derecho a pedirte perdón –le dijo con voz clara y tierna -. Me equivoqué y te fallé. Yo mismo hubiera acabado contigo si me hubieran dejado, esa es la verdad –ese hombre debía aprender a mentir, se dijo apesadumbrada -. Pero también lo es que jamás había sufrido tanto en toda mi vida porque jamás había amado tanto a una persona.

 

La última frase la dijo avanzando hacia ella. Se quedó a un centímetro de su cuerpo, podía oler su colonia y ver la marca de varicela en su frente. Los recuerdos se agolparon en su cabeza y su corazón comenzó a latir desesperado.

 

¿Qué estaba pasando allí? Ni muerta volvería a ponerse en sus manos. Y eso, en sentido real y figurado.

 

La definición del diccionario vino a salvarla. Después de todo el calvario…y ella tenía que recurrir a un libro de ortografía para no perder los papeles. Ver para creer.

 

-No te preocupes –contestó con frialdad -. Si quieres la verdad, nunca voy a olvidar que no creyeras en mí, pero eso no debe impedirnos trabajar juntos porque es lo único que te puedo garantizar que vamos a hacer. Jamás volvería contigo porque jamás volveré a confiar en ti, por lo que es una suerte que ninguno de los dos estemos interesados. Ha pasado mucho tiempo, me he curado de espantos –sonrió alegremente-. Sólo trabajo Newman, sólo trabajo.

 

Robert no esperaba tanta sensatez y sus palabras lo pillaron desprevenido. Estaba preparado para reproches y gritos, no para aquella dolorosa tranquilidad. Era preferible que se quedara sin palabras, así al menos, sabía que le afectaba.

 

Sólo trabajo Newman, y una mierda.

 

-De acuerdo, nuestra relación no debe repercutir en el proyecto –añadió a la desesperada -. Mucha gente depende de nosotros.

 

Elle lo estudió con cuidado. Demasiado abatido para su gusto.

 

-No llegaste a conocerme –repuso con dignidad -. Nunca perjudicaría un proyecto, ni propio ni ajeno, por ninguna razón.

 

Robert bajó la vista al suelo. Nada que decir, esa mujer siempre había sido demasiado buena con las palabras.

 

Abandonaron los servicios al mismo tiempo. A Elle había pocas cosas que le importaran en ese momento y disimular la conversación mantenida no era una de ellas.

 

Entraron en la sala y el silencio les indicó que todos los allí presentes creían saber lo que había sucedido. Elle comprendió que aquellos hombres estaban preocupados por la posibilidad de una guerra abierta entre ambos que les llevara al desastre y se sintió obligada a tranquilizar los ánimos.

 

-Señores, Robert y yo hemos hablado y aunque no vamos a ser los mejores amigos del mundo tampoco vamos a menoscabar el proyecto. Hemos firmado una especie de paz, lo que no significa que el Estudio Beesley no continúe ganando los proyectos que ustedes pierden –sonrió encantada, sobre todo porque era cierto-. Ahora en serio, pueden estar tranquilos, van a trabajar con dos de los mejores arquitectos de todos los Estados Unidos –no necesitaba ser humilde - Caballeros, prepárense, pasaremos a la historia por la puerta grande.

 

Acabó con una magnífica sonrisa de anuncio de pasta de dientes que los dejó extasiados. El aplauso le indicó que había hecho lo correcto.

 

Robert le sonrió agradecido. Hubiera preferido que no lo hiciera, quería seguir odiándolo con todas sus fuerzas.

 

 

 

-¿Estás segura de que no debo acompañarte? –Nat la contempló indecisa y movió la cabeza con pesar -. Newman puede jugar sucio, ya lo conocemos.

 

Elle la miró con una sonrisa en la cara. Esa chica había visto mucho cine, ahora que lo pensaba, quizá demasiado.

 

-Segura, nuestros hombres estarán allí y Peter también –habló confiada -. Robert va a dedicarse a sus vías, no le va quedar tiempo de ligar conmigo, créeme. Te necesito en el Estudio.

 

Su amiga la observó mientras ella iba seleccionando ropa y decidió que era el momento.

 

-Hace tiempo que quiero preguntarte por Denis. Se os veía tan bien… ¿Es por Newman?

 

Elle se sentó en la cama y suspiró. Una lágrima solitaria y perdida se deslizó por sus mejillas. Denis… No había vuelto a saber de él. No devolvía sus llamadas ni contestaba sus mensajes. Según Nora, estaba bien, pero ella sabía que no era cierto. Necesitaba hablar con él y recuperar a su amigo, lo echaba tanto de menos que a veces lloraba sin motivo aparente. Pero… comprendía que él no quisiera verla. No debía ser fácil explicar cómo estando juntos mantenía ese tipo de relaciones con otras personas. Quizá, necesitara volver a la clínica, aunque esta vez no se sentía con fuerzas para hacérselo ver. Suponía indagar demasiado en su vida íntima y no quería descubrir más muertos en el armario. Por otra parte, acudir a Nora y contarle lo sucedido le parecía una traición en toda regla.

 

Tiempo, había decidido darle tiempo para que curara sus heridas o, al menos, afrontara  lo sucedido. Ese chico formaba parte de su vida y no lo iba a dejar ir. Lo quería demasiado.

 

-No funcionó Nat, lo intentamos y no funcionó –susurró herida.

 

-No creo que encuentres a otro hombre que te ame más que él –dijo Siete Lunas en voz baja.

 

Elle sonrió con ternura. Nat creía que no había funcionado por ella. Qué ironía. Sin embargo, no sintió reproche alguno por parte de su amiga. La quiso más por ello.

 

-Lo sé –afirmó llorando -. Lo sé.

 

Continuó llenando la maleta. Al día siguiente se marchaba a Trenton y comenzaba una nueva etapa de su vida. Sólo pedía a los seres celestiales que en esta ocasión le pusieran las cosas más fáciles.

 

No era pedir demasiado ¿verdad?

 

 

 

Conducía Larry. El hombre no había permitido que hiciera ella sola ese primer viaje por lo que estaba sentada a su lado admirando el paisaje. Intersecciones, puentes, cambios de carril, e incluso indicaciones quedaron grabados en su memoria. Desde luego, no era la ruta más fácil que había seguido. Su pobre Nat se habría visto superada por aquel asfalto sinuoso y áspero. No le iba a hacer muchas visitas, pensó sin entusiasmo.

 

Las siete y cuarto de la mañana. En apenas dos horas y veinte minutos habían llegado a su destino, un bonito hotel de montaña a las afueras de la ciudad.

 

Elle salió del vehículo. Le gustó aquella edificación de ladrillo rojo y madera. Contó los quince pisos y estudió las pequeñas terrazas con ojo crítico. No estaba nada mal.

 

En el vestíbulo, Robert Newman andaba con ropa de trabajo en tonos tierra. Tenía el cabello mojado y mostraba una expresión risueña en la cara. Estaba bromeando con alguien.

 

Elle sintió cierto nerviosismo pero se recordó su nuevo rol de semi amiga y trató de parecer natural. Al descubrir que el arquitecto iba acompañado de la rubia albina de la carpeta violácea, y que la miraba con embeleso, perdió los nervios de golpe. La imagen del culo grande y llamativo de la mujer del Winter Garden se instaló en su campo de visión y comprendió que a pesar de los pesares no había aprendido nada.

 

Una nueva chica entre veinticinco y treinta.

 

Se había pasado la noche entera dando vueltas en la cama engañándose a sí misma, que si ese cosquilleo en el estómago era por el proyecto, que si levantarse dos horas antes de que sonara el despertador era para ducharse con tranquilidad, que si cambiarse tres veces de ropa era para encontrar la más cómoda, que si la risita en sus labios era porque le gustaba su trabajo, que si, que si,…

 

Allí estaba la razón de sus que sis acompañado de una rubia escultural con la que mantenía una animada conversación. Mientras ella buscaba excusas, él estaba (con toda seguridad) manteniendo sexo con aquella mujer. Tonta, tonta y más que tonta.

 

Lo vio desaparecer en el comedor con la chica y suspiró preocupada. Ya había tenido bastante, debía pasar de ese hombre.

 

Larry dejó las maletas en recepción y se dirigió hacia ella con una sonrisa en los labios. Le caía bien su chófer. Cincuenta y seis años, casado y con cuatro nietos de los que no paraba de hablar. Buen profesional y mejor persona.

 

Elle le devolvió la sonrisa y se despidió con cierta nostalgia. A saber lo que le esperaba en aquella aventura.

 

Un chico vestido con vaqueros y una camiseta negra de los Rolling Stone la acompañó hasta la última planta y la dejó sin mirarla siquiera. Aquello era nuevo.

 

Se contempló en el primer espejo que encontró y no se vio tan mal. Vaqueros ajustados, jersey de hilo con dibujos geométricos en tonos azulados y sandalias fashion con dos dedos de tacón. El bolso era azul y beige. 

 

El modelito había arrasado en sus tiendas. En fin, siempre había alguna excepción.

 

Dejó la moda para otro momento y pasó a estudiar la estancia, le sorprendió la modernidad del interior comparada con el exterior. Aquella habitación tendría unos treinta metros cuadrados. Las paredes eran de un cálido color miel. Cama enorme con cabecero de madera tapizada en tonos mostaza a juego con la colcha y las cortinas. Mesa rectangular frente a la cama con un gran televisor negro y extraplano y otra redonda con un pequeño sillón de ratán en una esquina. Por un momento sonrió al recordar su casa de Arizona. Cuánto echaba de menos a su hermana.

 

Le sorprendió encontrar en una de las paredes una pequeña estantería con cafetera incluida así como sobres con té, café, leche en polvo y azúcar. Además, un cesto de mimbre contenía pequeñas galletitas envueltas en papel plateado. Cogió una y la saboreó mientras abría la puerta de la terraza y se sentaba en uno de los dos sillones que acompañaban a una pequeña mesa de cristal. Qué lujo.

 

Miró a su alrededor y respiró con calma. Las montañas, la luz de la mañana, el aire que se respiraba, las nubes…Le encantó el lugar.

 

Leyó el folleto que había cogido de una de las mesitas y miró el reloj de su móvil. Si se daba prisa aún podía desayunar, hasta las nueve no había quedado con Peter.

 

 

 

El comedor del hotel estaba en consonancia con el resto del edificio. Era un rectángulo  moderno y funcional, orientado al sur con unos amplios ventanales que dejaban pasar tanta luminosidad que las cortinas se hacían indispensables. En el centro, una isla de dimensiones considerables hacía las delicias de los comensales con un  montón de comida.

 

No lo pensó demasiado. Cogió un plato blanco y comenzó a servirse un energético desayuno. Tenía hambre, tantos que sis no le habían permitido comer como Dios manda.

 

 

 

Robert la vio entrar y parpadeó nervioso. No había pegado ojo pensando que ese día la tendría cerca. Se echó hacia atrás y contempló emocionado cómo llenaba la mesa de alimentos hasta no dejar espacio alguno. Después se sentaba muy recta y comenzaba a comer con la pulcritud que la caracterizaba.

 

Frida le decía algo, pero ese momento no se lo perdería por nada del mundo.

 

-Perdona –se levantó a toda prisa y se sentó en una de las mesas situadas frente a ella. Había revivido tantas veces ese momento que le parecía irreal. ¡Elle y sus desayunos macrobióticos!

 

No podía dejar de mirarla, su cara, su boca, sus manos…Parecía tan ensimismada en sus pensamientos que creyó que no lo vería. Sin embargo, era inevitable que lo hiciera, estaba demasiado cerca de su mesa. Le daba igual, aquello era superior a él.

 

Elle elevó los ojos del plato y sus pupilas brillaron con miles de lucecitas juguetonas, tenía delante a su profesor de Estructuras que no dejaba de mirarla con una expresión indecible en la cara.

 

El tema principal de Una proposición indecente sonaba de fondo, aquello era magia, soltó el tenedor sin saber que lo hacía y le sostuvo la mirada.

 

Robert se removió inquieto en la silla pero consiguió que no se notara la sensación turbulenta que lo embargaba. ¿Cómo había dejado escapar a aquella mujer?

 

-Robert, debemos irnos –Frida le tocó el brazo y con ello logró sacarlo del aturdimiento.

 

Elle los observó sin disimular que lo hacía.

 

-Ve tú, yo voy a esperar a mi colega –lo dijo sin despegar los ojos de Elle que ya había vuelto a su ingesta de calorías.

 

Frida titubeó unos segundos, después abandonó el salón seguida de la mirada apreciativa de los comensales de las mesas cercanas.

 

Robert se cruzó de brazos y permaneció en aquella postura sin perderse un solo detalle del ritual alimenticio de su preciosa alumna. Le daba igual que lo miraran o que ella misma lo hiciera algo molesta. Ni muerto iba a perderse esa escena.

 

-¿Algún problema, Newman? -estaban tan cerca que no hizo falta que elevara el tono de voz. Por Dios, estaba sentado en la mesa de al lado comiéndosela con la mirada.

 

Robert sonrió contrito.

 

-Ninguno Johnson, espero pacientemente a que acabes tu proteico desayuno.

 

Elle sostenía entre las manos una taza de leche y bebió con cuidado.

 

-Pues, ya te queda menos –dijo mostrando su bebida.

 

-No, aún nos queda un buen batido de fruta –al decirlo movió la cabeza en la dirección en que habían situado una máquina exactamente igual a la que había en el Kepler.

 

Elle la contempló sonriendo.

 

-¿Es lo que pienso?-preguntó sin creérselo del todo.

 

-Síppp.

 

La expresión del arquitecto se tornó tan bella que Elle dejó de respirar. Odiarlo, se repitió sin muchos escrúpulos, debo odiarlo.

 

-¿Casualidad? –no podía dejar de sonreír.

 

Robert hizo un gesto que en realidad no contestaba a nada y se acercó a la máquina.

 

-¿No vas a venir?

 

Elle pegó un bote de su asiento. Pues claro que iba a servirse uno de los batidos más exquisitos que había probado jamás.

 

-Ya estoy aquí –la sonrisa aún adornaba su cara. Lo miró olvidando momentáneamente que no aparecía en su lista de personas favoritas y le habló con simpatía-. No puedes ni imaginar lo que he echado de menos estos brebajes –dijo saboreando el de plátano con chocolate.

 

Robert había perdido la capacidad del habla. Le había bastado verla sonriente y feliz para pensar en postrarse de rodillas y pedirle perdón otra vez. De seguir con ella iba a terminar metiendo la pata por lo que optó por una retirada a tiempo.

 

-No tardes demasiado, te espero en el salón de actos –dijo andando hacia la salida.

 

Elle lo miró abandonar el comedor a toda prisa dejándola tan perdida como siempre. Algunas cosas no cambian, pensó mientras saboreaba su fantástico batido.

 

 

 

En el vestíbulo la esperaban sus hombres. Peter llegaba en ese momento de dar una vuelta por los alrededores. Era una de las personas más vitalistas que conocía, le recordaba a su querida doctora.

 

Entraron en el salón que se anunciaba en un cartel enorme y, en ese momento comprendió que el hotel estaba reservado para ellos. Por todas partes se veían obreros, alguna que otra chica con aspecto de secretaria, ingenieros con ropa de trabajo… Era un lugar fantástico para trabajar, nada que ver con la casita prefabricada que había imaginado.

 

Peter y ella tomaron asiento en la mesa ovalada que ocupaba el centro de la sala. Una pantalla enorme mostraba el curso real de las obras. Elle no vio nada más, estaban desecando el acuífero.

 

Miró a Robert que explicaba en una pizarra de rotulador cómo lo iban a llevar a cabo y de nuevo admiró la mente privilegiada de ese hombre. Al cabo de media hora y de oírlo bromear con sus hombres, tuvo que pellizcarse en la mano para recordarse que ese ingeniero engreído y demasiado atractivo la había destrozado sin pestañear.

 

No sirvió, así que echó mano de la artillería pesada. Miró la nueva pulsera que adornaba su muñeca y el eco de un sonido metálico la puso de nuevo en su sitio. Ese tío la había tratado a patadas, no debía olvidarlo.

 

Dejó de pensar cuando la interpeló directamente, debían coordinarse para avanzar más rápido. El problema del agua los iba a retrasar algunos meses.

 

-¿Has pensado en crear un lago artificial? –preguntó Elle interesada.

 

Robert la contempló pensativo. Era una posibilidad, aunque una posibilidad muy cara.

 

El resto de asistentes los miraban como si se tratara de un buen partido de tenis. Quién ganaría estaba claro.

 

-Tendríamos que hacer cuentas, y mucho me temo que el precio de la obra ya es bastante elevado.

 

Robert 1, Elle 0.

 

-Lástima –exclamó sincera -. Este sitio es increíble y un lago daría más valor al proyecto. De todas formas, hay que canalizar el agua y estamos en ello. Podemos participar ambos Estudios.

 

No estaba tan claro, la chica movía bien la pelota.

 

Robert sonrió ante su insistencia.

 

-De acuerdo, lo propondré a la Corporación –al decirlo dejó escapar un suspiro. Si ella supiera…

 

Elle 1, Robert 0.

 

Una hora después, abandonaron la sala sabiendo exactamente lo que correspondía hacer a cada grupo de hombres. Robert era magnífico en su trabajo, Elle esperaba estar a su altura y no retrasarlo con su incompetencia.

 

Mientras subía a cambiarse, un extraordinario júbilo la animaba desde dentro. El pulso se le había disparado y empezaba a considerarse un ser privilegiado. Menos mal que no habían podido rescindir el contrato, al fin estaba donde quería estar.

 

Su aeropuerto iba a ser una realidad. Estaba exultante, ni ella misma se lo creía.