4
Abandonó el aula con calma. No se lo podía creer. Había terminado su último examen. Una inquietud extraña se apoderó de ella. Hasta ese momento todo le había parecido muy irreal, pero a medida que pasaba el tiempo se hacía más patente que en unas semanas abandonaría el país con Robert y que su vida cambiaría irremediablemente.
Se sentó en un banco del pasillo y respiró hondo. Hannah llegaba el sábado a medio día y aún no le había contado nada. ¿Por qué no se lo había dicho? Ahora parecía mucho peor… Luego, estaba el pequeño detalle de que Robert se iba a poner hecho un basilisco. Y con toda razón, se dijo abrumada, había actuado como una niña, que es lo que era y… no quería parecer. No deseaba que su hermana se pasara la vida preocupada por ella y si Robert la hubiera dejado de nuevo... La verdad es que no quería pasar por tonta dos veces seguidas. Qué lío.
Miró su despistado reloj y descubrió espantada que llevaba quince minutos en el mundo de las almas acongojadas. Salió corriendo hacia la salida y chocó contra el pecho duro y musculoso de su reciente esposo.
-Empezaba a preocuparme –dijo sobre su pelo -. No ha podido ser tan difícil.
Elle lo estudió con atención. Decir que estaba preocupado era quedarse corta. Tenía el pelo revuelto y el corazón le latía como un loco bajo su mano. A ver cómo salía de esta.
-Lo siento, me he quedado sentada en el banco del pasillo incapaz de creerme que haya terminado esta locura –vale, no era exacto pero nadie podría acusarla de estar mintiendo -. Hemos aprobado.
Lo vio respirar con más tranquilidad y sonreír ante la mención del plural. Robert sufría tanto con cada examen que lo menos que podía hacer era incluirlo en su éxito.
-Vale nena –suspiró como si le hubieran comunicado que le había tocado la lotería -. Ahora vamos a celebrarlo.
La atrajo hacia su cuerpo y la miró con una expresión tan escandalosamente sexual que incluso alguien tan torpe como ella no dudó en cómo quería festejar su profesor el fin de aquel suplicio.
-¿Significa eso que has dejado de huir de mí? –preguntó Elle entusiasmada.
-Nunca más –sonrió Newman despreocupado -. Ahora sólo quiero completarte…
Las últimas palabras las dijo en su oído. Elle lo miró aturdida. Ese hombre la descolocaba con sólo rozar el lóbulo de su oreja. Le echó un vistazo furtivo y lo que vio le gustó. Vaqueros desgastados, camiseta negra y cazadora de cuero. El pelo seguía despeinado y una ligera barba sombreaba su cara. No podía lucir más atractivo. Se percató, una vez más, de que todas las chicas que pasaban cerca lo repasaban a fondo y se animó con el pensamiento de que sólo tenía ojos para ella. Cuando se acabara la novedad y otras mujeres llamaran su atención esperaba saber estar a la altura de las circunstancias, por ahora era fácil.
El sonido de un móvil la sacó de su ensimismamiento.
-Dame unos minutos –le dijo Robert apartándose de su lado -. Jack quiere ponerme al corriente de todo.
No aclaró qué era todo ni ella se lo preguntó. Lo dejó solo y se acercó a uno de los árboles milenarios del campus. Miró a su alrededor y respiró hondo. A lo lejos vio a sus amigos y corrió hacia ellos con alegría. Qué narices, habían terminado los exámenes y no habían muerto en el intento.
Robert observó con envidia cómo se abrazaban y gritaban aquellos tres. Elle chillaba tan alto y su expresión era tan malditamente feliz que sintió celos de sus amigos. A él lo había dejado olvidado veinte minutos, después de llevar cuatro horas esperándola como un imbécil en la cafetería.
Se quedó absorto viéndola sonreír, Jack le decía algo sobre el puente, pero él se había perdido en la visión de su chica haciendo el payaso con Williams de acompañante. En ese momento, Elle lo miró con aquellos hoyuelos marcados y sus ojos brillando incandescentes, y supo que ella había ganado de nuevo. Ya no sentía celos, daba gracias al cielo de poder contemplarla sintiéndose tan feliz. Comenzó a sentirse avergonzado de su pequeño arrebato, seguía sin ser lo suficientemente bueno para aquella criatura, pensó apesadumbrado.
-¿Me oyes Robert? –preguntó Bynes por segunda vez.
-Lo siento Jack, ¿qué decías? –se situó de espaldas a Elle, si continuaba mirándola sería imposible concentrarse en algo que no fuera ella.
-Esto se ha puesto feo –informó el hombre con preocupación -. Creo que debes venir.
Robert masculló una maldición por lo bajo y se despidió de su Jefe de Seguridad. Lo único que deseaba era perderse con su mujer en una isla desierta. No lo sacarían de allí ni con una bomba, se dijo afligido. Él que se las prometía felices…
Se dio media vuelta y se encontró con Elle que lo observaba preocupada.
-¿Robert, sucede algo?
-Nada que deba preocuparte –cogió su preciosa cara entre sus manos y la besó con delicadeza -. Tengo que irme –miró a sus antiguos alumnos y los saludó con un gesto -. Disfruta con tus amigos pero no bebas, por favor. En cuanto termine me pasaré por tu casa.
La miró antes de marcharse. La sonrisa de Elle le dio las fuerzas que necesitaba para alejarse de su lado. Cuando creía que tenía la situación controlada, las palabras de Williams atravesaron su corazón con la fuerza de una espada.
-Muy bien chicas, a divertirse –aulló el crío -. La noche es joven y nosotros también.
Entró en su coche enfadado. Mientras salía del campus se repitió hasta la saciedad que debía confiar en ella.
¡Joder! Es mi esposa, se recordó acobardado.
A las once de la noche Elle abandonó a los borrachuzos de sus amigos y pidió un taxi. En aquel garito se habían concentrado la mitad de los estudiantes de la universidad y no se podía respirar. Un vaso de leche caliente y una cama eran lo único que deseaba en aquellos momentos.
Antes de abrir la puerta del apartamento sonó su teléfono, Hannah llegaba al día siguiente, recordó ilusionada. No era su hermana. Robert Newman Noveno estaba al aparato.
-Hola nena –saludó ¿demasiado serio, quizás?
-Hola nene –contestó risueña -¿Tu puente sigue en pie y llamas para decirme que podemos comenzar nuestra luna de miel hoy mismo?
Oyó el suspiro del ingeniero y lo imaginó maldiciendo por lo bajo.
-Ojalá fuera posible, me refiero a lo de la luna de miel –lo creyó. El tono que utilizó no podía ser más convincente -. ¿Dónde estás? No oigo ningún ruido.
-Pues acabo de llegar a casa –dijo abriendo la puerta con dificultad.
-¿En casa? –Robert no daba crédito y se notaba -. Sólo son las once, has terminado los exámenes y estás en casa…
Elle masculló algo ininteligible.
-Puedo demostrarlo –ese desconfiado no le daba tregua.
Corrió a su habitación y dejó sonar la alarma de su despertador.
-¿Convencido Newman? –preguntó sonriendo.
-¡Oh!, no dudaba de tus palabras –reconoció entusiasmado -. Es sólo que estoy impresionado. Eres una cría muy madura, tengo suerte.
Elle escuchó su risa y cómo alguien lo llamaba a lo lejos.
-Tengo que dejarte – exclamó contrariado -. Gracias por quererme. No te merezco pero te prometo que hago lo que puedo por estar a tu altura.
-Eso sí que es profundo –murmuró inquieta de repente -. Robert, no deseo que me tengas en ningún altar. Soy tan normal como cualquiera. No me gustaría decepcionarte porque esperaras más de mí de lo que realmente soy.
Demasiado para una llamada telefónica, pensó molesta, pero hablaban tan poco de ellos… que no podía desperdiciar la ocasión.
Robert repasó mentalmente el comportamiento de ambos desde que se habían conocido y salió tan mal parado que ponerla en un altar resultaría insuficiente. ¡No podía haberlo hecho peor!
-¿Normal? –inquirió pisando terreno más seguro -. Señorita Johnson lamento sacarla de su error, pero usted no es normal en ningún sentido de la palabra –rió más relajado -. Créeme, estás muy lejos de serlo, es lo que pienso cada vez que te veo desnuda –su voz ronca delataba sus pensamientos -. Y, por otra parte ¿quién quiere ser normal y corriente?
Yo, pensó Elle, sin ninguna duda.
Curioso que mencionara su anormalidad física. Con esa podía lidiar perfectamente, era la intelectual la que parecía crearle más problemas a su imponente profesor. Lástima que no fuera el momento más adecuado para tratar el tema.
-Vale, vale –expresó queriendo acallar sus temores -. Imagino que está bien ser como soy.
-Sí, te aseguro que está muy bien ser como eres –oyó su risilla y se dijo agotada que de nuevo se refería a su físico -. Tengo que dejarte o Jack me requisará el móvil –aceleró las palabras como si el musculitos pretendiera quitarle el teléfono realmente -. Intentaré estar ahí para recibir a tu hermana. Te amo, nos vemos mañana.
-Yo también te amo. Que te sea leve –Consiguió esbozar una pequeña sonrisa y colgó preocupada.
Tenían tanto trecho por delante…
Las siete de la mañana. No dejó que su despertador se regodeara, lo apagó limpiamente y saltó de la cama nerviosa. Esa tarde llegaban Hannah y Nick y por la noche se celebraba la ceremonia de la famosa Beca. Después, en menos de una semana, el enlace y dejar el país para emigrar a Alemania. Tuvo que sentarse en el filo de la cama. Todo aquello era demasiado.
¿Y si no había boda? A fin de cuentas ya se sentía casada. Fue lo que hicieron en la puerta del apartamento. En esta ocasión no había dudas, Natsuki actuó de testigo indiscreto. Sonaba bien, así no tendría que enfrentarse a su hermana… No, no podía hacerle esa faena a Robert. Lo amaba demasiado para ello. Tenía que dejarse de miedos infantiles y asumir la situación con madurez.
Se vistió como si tuviera que hacer algo urgente. En ese instante cayó en la cuenta de que no tenía que estudiar (de lo que se alegraba enormemente). Además, dos días antes había enviado a Matt varios muestrarios, hablado con Suzanne y con Nanami y recordado a Hannah el horario de su vuelo. Todo estaba en orden.
Saldría a correr. Se puso sus viejas deportivas y cogió un cortaviento. Necesitaba un respiro, aquello era de infarto.
Antes de salir dejó un mensaje bajo el imán del faraón advirtiendo a Nat para que no se preocupara. Su compañera aún no había llegado a casa. Esperaba que el impuesto extra del alcohol le permitiera acudir a la ceremonia sin muchos efectos secundarios.
Dos horas después, se sentía exhausta por fuera y nueva por dentro. Todo iba a salir bien.
A las cuatro de la tarde, según uno de los relojes del aeropuerto, divisó a Hannah a lo lejos. Nick le decía algo al oído y la hacía sonreír. Los vio acercarse a ellos con las manos entrelazadas y se sintió feliz. ¡Querida Hannah!, todo les estaba yendo tan bien que daba un poco de vértigo.
Robert la estrechó con fuerza y le susurró al oído.
-¿Esa chica pequeñita es Hannah?
Elle se rió con ganas.
-Sí, pero no se te ocurra decírselo –no dejaba de sonreír -. Es capaz de pegarte una buena patada en la espinilla.
Robert la contempló con adoración. La cara de su chica mostraba una expresión tan radiante que por un momento sintió miedo. ¿Y si no le gustaba a aquella muchachita a la que consideraba su hermana? No tuvo tiempo de reflexionar, la pareja estaba junto a ellos.
Elle abrazó a Hannah como sólo pueden hacerlo las personas que se quieren profundamente; con fuerza y emoción, con cariño y ternura, con apego y amor. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas a pesar de que no perdía la sonrisa. Hannah se unió a la llantera y le devolvió cada uno de los apretujones con alegría.
Aquellas dos chicas estaban muy unidas, comprendió Robert temblando de nerviosismo. Se acercó a Nick, que estaba mirándolas tan absorto como él, y le tendió la mano. Las hermanas no parecían dispuestas a soltarse, por lo que saludó al hombre en primer lugar.
-Tú debes ser Nick –dijo aparentando una tranquilidad que no sentía -. Encantado de conocerte. Elle me ha hablado mucho de ti, soy Robert Newman.
Nick apartó los ojos de sus chicas preferidas y contempló al arquitecto. El tío exudaba dinero y poder por los cuatro costados. Le sorprendió que alguien así hubiera acaparado la atención de la buena de Elle. ¿Lo amaba de verdad o se había dejado deslumbrar por aquel modelo sacado de una revista de lujo?
-Nick Calder –dijo solemne -. Mucho gusto.
Le dolió pensar que Brian hubiera sido desbancado por aquel tipo. Aunque no sería él quien se quejara.
En ese momento, Elle volvió a la realidad y pareció reparar en la difícil situación que tenía Robert delante.
-Hannah, déjame presentarte al hombre de mi vida –dijo sonriendo con los hoyuelos profundamente marcados en sus mejillas-. Robert Newman, esta es mi queridísima hermana, Hannah Montgomery y su prometido Nick, a quien ya has saludado.
Hannah se quedó sin habla. Jamás había contemplado a un espécimen de hombre como el que tenía delante. Era tan atractivo y varonil que, por un segundo pensó que sólo una belleza como su hermana podría ser su pareja. Era alto y muy grande. Mostraba una increíble forma física (ahora que se entrenaba con Nick, sabía de lo que hablaba) y exhalaba seguridad por cada poro de su piel. Iba vestido con pantalones de vestir oscuros y camisa de pequeñas rayas celestes y blancas. Chaqueta y mocasines de piel. Parecía un dandi de revista del corazón. Sus ojos verdes la miraron con intensidad. Le dio miedo aquel hombre. Demasiado guapo, demasiado importante, demasiado rico, demasiado… hombre para Elle. ¡Ah! Pequeña ¿no podías haber encontrado un muchacho más parecido a ti? Dios mío, esperaba que todo aquello llegara a buen puerto y que ese tipo no hiciera sufrir a su hermana de nuevo.
Mientras Hannah se perdía entre reflexiones y miedos, Nick abrazaba a Elle con una confianza que sorprendió a Robert, incluso la despeinaba como si fuera una niña. No le hizo ni pizca de gracia.
-Encantada de conocerlo, por fin –reconoció Hannah en un alarde de valentía recién adquirida. La cara exultante de Elle le había proporcionado la fuerza que le faltaba para hablar.
Robert sonrió aturdido. Aquella pareja parecía estudiarlo a fondo. Qué mala opinión debían tener de él. Imaginó a Elle contándole a su hermana todos los problemas que habían tenido y no le gustó la imagen mental. Hizo un esfuerzo, por ella estaba dispuesto a enfrentarse a cualquier cosa.
-Por favor, tutéame –dijo mostrando su sonrisa especial, esa que todavía no le había fallado con ninguna fémina. Necesitaba ganarse su confianza -. El gusto es mío, créeme, tu hermana habla de ti tan a menudo que es como si ya te conociera
Hannah no pudo evitar devolverle la sonrisa, aquel hombre era lo más impresionante que sus ojos habían contemplado. Durante mucho tiempo había creído que Brian lo era. Se equivocaba, ese individuo sobrepasaba con creces el atractivo del bombero. Empezó a comprender a su hermana. ¿Quién podría resistirse a alguien así a los veinte años?
-De acuerdo, Robert –sonrió con timidez mientras lo miraba embelesada.
De haber estado solos, Nick le hubiera propinado un buen codazo. Estaba claro que su Hannah perdía el norte ante un hombre guapo. Se había pasado medio vuelo despotricando acerca del arquitecto y ahora se le caía la baba. Qué iba a hacer con aquella mujer.
Elle sonrió, su chico no jugaba limpio. Estaba desplegando sus armas delante de una simple mortal y no parecía muy justo. Quería ganarse a su hermana, no le quedaba la menor duda. Lo quiso todavía más, si eso era posible.
Salieron de la terminal y se dirigieron a los aparcamientos. El arquitecto mantenía a Elle sujeta a su costado y de vez en cuando le daba un pequeño beso en el pelo. Hannah no perdía detalle. Parecían muy compenetrados y muy enamorados. Deseaba que su hermana fuera feliz y parecía que aquel hombre se esforzaba en ello. La miraba con amor, le sonreía, la estrechaba, la espiaba…
Le dio la mano a Nick y le sonrió aliviada. Quizá se había pasado con aquel tipo. A fin de cuentas, ¿quién no se equivoca alguna que otra vez? Definitivamente, le daría otra oportunidad.
Llegaron hasta un majestuoso Mercedes todoterreno en color crema. Nick miró de reojo a Hannah y esta exhaló un suspiro gracioso. Iban a emparentar con la jet set, no era lo peor que habían vivido.
Robert había reservado habitaciones en el Winter Garden, algo cómodo aunque no barato. Elle había querido pagar la suite de su hermana pero su prometido no lo había permitido. Cuando miró los precios de las habitaciones en internet se quedó a cuadros. La de Hannah costaba dos mil dólares por noche. La que había reservado para ellos era de las más caras de todo Nueva York, superaba los cinco mil. Sin duda, les esperaba una noche de bodas apoteósica.
Su prometido fue de lo más comprensivo. Cuando llegaron al hotel desapareció con Nick en la cafetería de aquel coloso pulido y marmóreo y ellas se dejaron guiar por un muchacho atractivo y atento que no dejaba de sonreírles con aplomo. Aquel chico podía dar clases de confianza y autoestima. Al cerrar la puerta tras él estallaron en carcajadas. Haberles guiñado un ojo había sido el remate. ¡Qué descarado!
Más calmadas, se dedicaron a abrir las maletas y a preparar los trajes.
-Madre mía Elle, qué hotel –exclamó Hannah mirando a su alrededor -. Da miedo romper algo.
Ciertamente, la habitación era escandalosamente lujosa: Jarrones con flores, alfombras exquisitas, sillones tapizados en telas de seda, chimenea real, muebles tallados y pulidos con ceras perfumadas…
-Es lo primero que he pensado –rió inquieta -. Y nuestra suite es el doble de grande. Le he echado un vistazo por internet. Nunca había estado aquí. –aclaró ante la mirada inquisitiva de Hannah.
-¿Cómo te encuentras? Este sitio impone bastante –susurró bajito -. Debes estar hecha un flan con la ceremonia.
En ese preciso momento no era la ceremonia lo que le preocupaba. Tomó aire y se armó de valor. Ahora o nunca.
-Hannah, Robert se marcha a Alemania en una semana y me ha pedido que lo acompañe –soltó la bomba muy seria mirándola directamente a los ojos -. He aceptado.
Hannah no supo reaccionar. Se sentó en un refinado sillón y la contempló con el ceño fruncido.
-Dios mío Elle, ¿Vas a abandonar tus estudios para seguir a un hombre a otro país? –Preguntó alterada –. Después de todo lo que hemos luchado… de todo por lo que has pasado. Vas a renunciar a tus sueños por un tío bueno –estaba gritando. La decepción no podía ser mayor -. No me lo puedo creer, esperaba más de ti.
Elle se sintió morir. No quería defraudar a su hermana, pero Robert no era sólo un tío bueno. Era el hombre de su vida, cuando se lo dijo en el aeropuerto no había exagerado.
-No abandono nada –replicó dolida -. Me han adelantado los exámenes finales. Oficialmente ya he terminado cuarto curso. Sólo queda conocer las notas.
Hannah la miró con lágrimas en los ojos.
-¿Y qué harás cuando se canse de ti? –preguntó con frialdad -. Dios mío Elle, abre los ojos. Es el arquitecto más famoso de Nueva York… su coche vale más que toda nuestra casa. ¿Es que no lo ves?
-No me he explicado –susurró cada vez más nerviosa -. Me ha pedido que me case con él.
Se quedó callada, la cara de Hannah hablaba por sí sola.
-No quiero pinchar tu burbuja, pero no creo que para ese hombre el matrimonio signifique lo mismo que para ti –se acercó a Elle y la abrazó con ternura -. No deberías abandonar los Estados Unidos ni casarte con alguien a quien apenas conoces… por muy enamorada que estés. Lo siento, pero es lo que pienso –musitó con fuerza -. De mí no creo que esperes paños calientes. Hermana, soy yo…
Elle lloraba amargamente, su pena era tan grande que podía tocarse. Hannah comenzó a experimentar algo muy parecido a la culpa. ¿Quién demonios era ella para destrozar las ilusiones y las esperanzas de nadie? Ya había hecho bastante obligándola a abandonar Arizona por sus fantasías amorosas. Deseaba no haber abierto la boca. No podía vivir la vida por ella, además ¿por qué estaba tan segura de que las cosas no saldrían bien? Ricos y pobres, feos y guapos, arquitectos y obreros acertaban y erraban por igual.
Elle no dijo nada. Trató de sonreír pero los hipidos se lo impidieron. En el fondo, sabía lo que su hermana iba a opinar, quizá por eso no se lo había contado antes.
-Perdóname. Me he pasado, como siempre –declaró Hannah consternada -. Nadie puede garantizarte que te vaya a salir bien, pero por esa misma regla de tres, tampoco te puedo garantizar que te vaya a salir mal. Hagas lo que hagas, estoy contigo –sonrió angustiada -. Siempre estaré contigo, lo sabes.
Elle la observó retorcerse un mechón de cabello de forma frenética y supo que estaba seriamente afectada. Aquel movimiento convulsivo era el tic de su hermana. Se conocían bien.
-Gracias Hannah, sé que estás haciendo un esfuerzo y te lo agradezco –habló entrecortadamente -. Lo amo y, aunque me equivoque, voy a casarme con él. No hay nada que desee más que compartir mi vida con Robert –consiguió esbozar una pequeña mueca-. Estoy convencida de que con el tiempo cambiarás de opinión, es un hombre extraordinario.
Se fundieron en un gran abrazo y dejaron que el destino se encargara del resto. Nadie mejor que ellas para saber que ese caballero hermoso y cruel, hacía lo que quería sin pedir permiso a los afectados.
A las ocho en punto estaban los tres preparados. Elle y Hannah se habían arreglado en el dormitorio y Nick en el saloncito de la suite. Robert se había conformado con saber que estaban cerca y había desaparecido con una sonrisa resignada.
A las seis y media recibieron una llamada de la peluquería del hotel. Necesitaban saber cuántos profesionales necesitaban. Elle iba a declinar la oferta pero la expresión ilusionada de su hermana la detuvo. Pues serían dos peinados y dos manicuras. El gesto contrariado de Nick le aclaró lo que pensaba. Vale, serían tres peinados y tres manicuras.
Mientras Hannah disfrutaba de lo lindo, Elle a duras penas mantenía el tipo. Su hermana la había herido de gravedad. Lo último que deseaba era acudir a una fiesta. Estaba cansada de nadar contra corriente, de estudiar, y de trabajar en su recién adquirido negocio. Le hubiera gustado desaparecer entre las sábanas de aquellas modernas camas y no dar señales de vida en una buena temporada…
Se dejó peinar su melena en un sofisticado moño y se negó a que sus uñas lucieran de rojo. Para alguien que no se las había pintado jamás era excesivo. Permitió un brillo transparente que no le impedía el movimiento y dejó que la chica del hotel se carcajeara a sus anchas. Teniendo en cuenta que llevaba encima más pintura que el Louvre, no se portó mal con ella.
Sin embargo, con las extremidades inferiores no tuvo tanta suerte. Cuando la esteticista vio las sandalias doradas, no dudó en el color. Así que tuvo que permitir que las uñas de sus pies adquirieran una pátina de color rojo puro que dañaba la vista. En honor a la verdad, cuando se puso el vestido y se calzó aquellas tiras acristaladas, reconoció para sí misma que la mujer tenía razón en insistir. Aún le quedaba mucho por aprender.
Al llegar al salón examinó concienzudamente a sus compañeros de aventura. Hannah llevaba un vestido de su creación en tono blanco roto que le favorecía enormemente. Sus nuevas medidas, dignas de una modelo, habían conseguido que ganara en seguridad y confianza. El diseño no tenía tirantes y dejaba ver el nacimiento de los senos. Bajo el pecho había incrustado una filigrana con cristal de Swarovski. Era la originalidad del diseño, por lo demás, era muy simple ya que la tela caía libremente hasta el filo de sus sandalias (de plataforma) de color plata.
Nick la miraba con la boca abierta y con una expresión extraña. Elle comprendió divertida que su hermana estaba pavoneándose de forma disimulada delante de su novio y que este no podía parecer más perdido ante la nueva Hannah.
Estudiar a Nick le valió una sonrisa del hombre y un paseíllo imitando a un modelo. Estaba fantástico con su traje negro de tres piezas, camisa blanca y pajarita negra. Le habían engominado el pelo con una pequeña elevación en el flequillo. Su cara angulosa se veía muy masculina y su cuerpo trabajado también contribuía al conjunto final. Impresionante, concluyó Elle.
-No te pierdas lo mejor –sopló gracioso y le mostró las uñas arregladas.
Estallaron en carcajadas.
El sonido de unos golpes en la puerta los sobresaltó, de pronto, todo aquello se volvía real. Elle comenzó a temblar levemente, inició sus ejercicios de respiración y se acercó a la puerta como si tras ella la esperara el patíbulo. Dichoso aeropuerto, se dijo angustiada.
La aparición de Robert vistiendo un traje de tres piezas negro con camisa blanca la dejó sin aliento. El chaleco de seda natural presentaba unos elegantes y discretos bordados en negro. La corbata era de la misma tela. Zapatos negros brillantes y, curiosamente, no se había engominado el pelo. Le gustó su melena brillante y natural.
Robert parpadeó asombrado.
-Señorita Johnson, no creí que pudiera lucir más bella de lo que ya es –sonrió casi con pesar -. Me equivocaba, esta noche está deslumbrante –se pasó la mano por el pelo en ese gesto tan suyo y la miró fijamente -. Nena, me has dejado sin palabras. No soy capaz ni de juntar dos adjetivos.
Elle sonrió con timidez. La estaba desnudando con la mirada. Esperaba que no lo hiciera delante de su hermana. Por un día ya había tenido bastantes problemas.
-¿Ocurre algo? –preguntó preocupado -. Te noto distinta –se acercó a ella y la estrechó entre sus brazos -. ¿Pequeña, estás triste por algo? ¿Has discutido con tu hermana por mi culpa?
Elle se sorprendió de su análisis, sobre todo por lo acertado.
-Estoy bien Robert –susurró en su oído -. Bueno, bien no es la palabra exacta, estoy muy nerviosa.
Su prometido la escudriñó con atención y decidió creerla. Era normal que estuviera nerviosa, incluso él lo estaba. Es más, toda la Junta lo estaba. El decano Lee lo había llamado para preguntarle cómo iba todo y el Secretario había hecho lo mismo cinco minutos más tarde. Incluso su abuelo le había mandado varios mensajes.
-Pues no lo estés, al menos, no demasiado –le cogió la barbilla y alzó su cara -. Tu aeropuerto es apabullante, tu vestido impresiona y toda tú eres preciosa. Y, lo mejor –sonrió tranquilo -. Estoy a tu lado, pase lo que pase, estoy a tu lado.
Elle se sorprendió de la última frase. ¿Qué podía pasar? Se referiría a algo más profundo y como siempre no se enteraba de nada.
-¿Pase lo que pase? –preguntó deseando que aclarara sus palabras.
Robert le dirigió una mirada difícil de interpretar. Esos estudios de Cinésica le urgían cada día más.
En ese momento, Hannah y Nick salieron a la puerta y saludaron a Newman entusiasmados. Todo va a salir bien, se repitió mientras cogía su bolso de mano.
Bajaron en uno de los ascensores acristalados hasta la primera planta. Elle miró a su alrededor y sintió que el mundo se abría bajo sus pies. Había tantas personas en aquel patio hexagonal que por un momento consideró seriamente echar a correr. Robert se dio cuenta de su estado de ánimo y estrechó su mano con fuerza. Se miraron a los ojos y sin cruzar ni una sola palabra la tranquilizó consiguiendo tal grado de intimidad que Hannah tosió incómoda.
Aquel hombre amaba a su hermana, de eso no había duda. Respiró más tranquila. Si no hubiera metido la pata se sentiría completamente feliz. Se había dejado llevar por los prejuicios. Tenía que reparar aquello como fuera.
Cuando se abrieron las puertas del ascensor una multitud curiosa se congregó a su alrededor. El aplauso que se oyó a continuación fue ensordecedor, los flashes de las cámaras los cegaron con violencia. Durante unos segundos, Elle consideró seriamente la posibilidad de fingir un desmayo. Lo único que se lo impedía era el anclaje que le ofrecía la mano de Robert que la guiaba por el pasillo que aquel público entregado había abierto para dejarlos llegar al salón de la ceremonia. Mirara por donde mirara veía caras sonrientes y amigables que no le quitaban ojo. Qué vergüenza. Sintió que sus mejillas adquirían el mismo tono de su vestido. Perfecto, ahora parecería una antorcha humana.
Robert apretó su mano con fuerza una vez más.
-Tranquila, estoy a tu lado –susurró en su oído.
Elle lo miró agradecida incapaz de articular palabra.
Hannah y Nick los seguían a una distancia prudencial. El objetivo era llegar al otro lado de aquel inmenso espacio con techo de vistosas vidrieras. Repasó la paleta de colores que podía haber elegido para su vestido y encontró cientos de combinaciones. Pero no, su modelito tenía que ser rojo torero, ideal para pasar desapercibida. Daba igual que se encorvara como el Jorobado de Notre Dame, lo cierto es que se veía a una legua. ¿En qué estaba pensando cuando aceptó el regalo? Excusas, se dijo deprimida, tenía que haber encontrado alguna excusa convincente. Ahora se le ocurrían tantas como colores distintos.
El abuelo de Robert se acercó hasta ellos con una sonrisa triunfal. Elle olvidó de inmediato sus intentos de pasar desapercibida. Robert Newman Octavo la miraba con tal orgullo y adoración que logró que se sintiera culpable por sus traidores pensamientos. Sólo es un vestido, se dijo más animada.
-Hija mía, vas a conseguir que esta ceremonia borre del mapa a todas las anteriores –sonrió besándola con cariño -. Eres la arquitecta más bella que jamás haya conseguido un galardón –miró a su nieto con ternura -. ¿No es así Robert?
-Completamente de acuerdo, abuelo –mientras lo abrazaba aprovechó para hablarle al oído -. Ni una copa.
Elle oyó las palabras, una gran sonrisa iluminó su rostro. Aquel hombre se había colado en su corazón hacía tiempo.
-Señor Newman, déjeme presentarle a mi hermana, Hannah Montgomery y a su prometido, Nick Calder –dijo con orgullo. En aquellos metros estaba congregada prácticamente toda la gente a la que quería.
El hombre estudió a Hannah con detenimiento y después esbozó una sonrisa sincera.
-Encantado de conocerla señorita Montgomery –manifestó serio -. La familia de Elle es nuestra familia. Considérese incluido hijo –exclamó mirando a Nick -. Otro bribón con suerte –dijo sonriendo -. Esa chica de rosa es la hermana de Robert y mi nieta –alzó la mano y con un solo gesto consiguió que Sid abandonara a dos chicos y avanzara hacia ellos -. Esta locuela que tontea demasiado es Sidney. Cariño saluda a la hermana de Elle y a su prometido.
Sid dejó escapar un pequeño gritito y abrazó a Hannah con alegría.
-Estaba deseando conocerte –exteriorizó con simpatía -. Elle me ha hablado mucho de ti. Me va a gustar eso de tener hermanas.
Hannah no supo qué decir. Se sentía profundamente avergonzada de sí misma. Aquella gente quería a su hermana y no habían dudado en admitirla en su familia, mientras tanto ella imaginando que el arquitecto sólo quería aprovecharse de la ingenuidad de Elle. Ahora le parecía aún más lamentable la conversación que había mantenido con ella.
Sid reparó en Nick y le sonrió encantada.
-Vaya, otro guapo en la familia Newman –dijo con el desparpajo al que los tenía acostumbrados.
Nick le dedicó una de sus sonrisas y al instante todos los presentes supieron que se trataba de una buena persona. La cara es el espejo del alma, pensó Elle, mirándolo con cariño.
Robert también sonrió relajado. No estaba acostumbrado a que otras personas trataran con tanta confianza a su prometida.
Derek llevaba un rato observándolos. Pensar en esa mujer le quitaba el sueño. Hubiera dado lo que fuera por encontrarse en el pellejo de su primo… Pero si algo se aprendía siendo un Newman era a disfrutar de los éxitos y a encajar los fracasos. Se acercó a ellos y consiguió mostrar una sonrisa sincera.
-Elle, hoy es tu día. Estás preciosa –dijo respetuoso al darle un beso en la mejilla. El brillo de su mirada lo delataba –Tío me alegro de verte tan bien -lo saludó con un fuerte apretón de manos y seguidamente se giró hacia Sidney-. Cariño, pareces una sirena –le guiñó un ojo y le dio dos besos. Después permaneció al lado de Robert -. Hace unas horas que nos hemos visto primo, no pienso besarte como si te echara de menos –y sonrió dejando a los presentes parpadeando. Era un hombre increíblemente atractivo. Llevaba chaqueta y pantalón negro con raya diplomática, chaleco gris perla de seda y corbata y pañuelo de la misma tela. Tampoco se había fijado el pelo. Los Newman parecían coincidir en aquellos detalles.
Robert suspiró inquieto aunque no tanto como Nick que dudaba entre cerrar la boca de su prometida o sacarla de aquel sitio lleno de tíos con aquella pinta.
-Gracias Derek, tú también estás muy atractivo –sonrió Elle al ver los esfuerzos de su hermana por permanecer indiferente.
El abuelo Newman se le adelantó en las presentaciones.
-Este apuesto muchacho es el hijo de mi hermana, Derek Newman. Derek, esta joven tan bonita es la hermana de Elle, Hannah Montgomery –el arquitecto la miró con galantería y Nick dio un paso al frente -. El caballero que la acompaña es su prometido, Nick Calder.
-Encantado –sonrió Derek. Apenas besó a Hannah y estrechó la mano de Nick sin resultar desafiante. Había entendido el lenguaje corporal del hombre. La chica no estaba nada mal pero no era su tipo. Además, tenía delante a la única mujer por la que se hubiera batido en duelo, aunque no con su primo. Las cosas de la vida.
Robert apretó el antebrazo de Derek. Elle comprendió que con aquel gesto acababa de agradecerle su comportamiento. ¿Qué podía ser si no?
-Es la hora –dijo Robert mirando el tesoro selenita de su muñeca.
Elle descubrió pasmada que junto al reloj, su prometido lucía la pulsera que ella le había regalado cuando creía que estaba a punto de morir. Sin duda, el objeto más barato que un Newman habría recibido en toda su vida. Madre mía… comprendió que para ese hombre extraordinario no importaba el precio monetario de los objetos sino el sentimental. El Magistralis se lo había regalado su abuelo y la pulsera ella. Su corazón empezó a latir furioso y un pequeño estremecimiento la sacudió. Amaba a aquel hombre duro por fuera y sensible por dentro con toda su alma, suspiró con ganas de llorar.
Las puertas de un elegante salón se abrieron por arte de magia y las ganas de llorar de Elle fueron sustituidas por cierto miedo escénico. Centenares de mesas engalanadas con faldillas burdeos y tapetes bordados en blanco ocupaban toda la zona central. Al fondo, un majestuoso escenario mostraba su aeropuerto a una escala tan grande que se dejaba apreciar desde cualquier punto de la habitación. Elle parpadeó preocupada. Si hubiera sabido que se iba a liar todo aquel monumental embrollo se habría estado quieta. Claro que en ese caso no habría conocido al hombre que la acompañaba con aquella expresión de orgullo en la mirada. Intentó permanecer indiferente. No lo consiguió, cuando advirtió que varios canales de televisión y un centenar de periodistas comenzaban a ocupar posiciones privilegiadas, empezó a sentir unas ganas tremendas de vomitar. Se vio a sí misma perdiendo el conocimiento delante de aquellas personas y saliendo en todos los informativos del planeta.
-Me querrás pase lo que pase –musitó nerviosa -. ¿Verdad Robert?
Su prometido la observó preocupado.
-Pues claro que sí –contestó sin dudarlo -. Además, ¿qué puede suceder?
Elle sintió su mirada inquisitiva. Se había acercado a ella y no perdía detalle de su rostro.
-Que me caiga, estrelle, resbale, tropiece, maree, desplome, ruede, desfallezca, desmaye, agonice, sucumba, vomite, muera, fallezca… se me ocurren algunas más pero creo que ya te puedes hacer una idea –susurró casi llorando.
Robert sonrió a pesar de que no quería hacerlo. Elle y sus sinónimos.
-Voy a estar tan cerca de ti que si te caes me arrastrarás contigo –musitó sobre su frente -. Pero, por favor, si vomitas no me salpiques –sonrió gracioso -. El traje es nuevo.
Por un instante consiguió que se olvidara de todo y se echara a reír. La imagen mental después de sus palabras no podía ser más sugerente. Ambos caídos por el suelo o ambos… En fin, tenía que afrontar aquello. Después, el regalo de su unión con aquel maravilloso y gracioso hombre y a dedicarse a ser feliz a su lado. No sonaba nada mal.
-Quedan unos minutos y si no me equivoco, aquellos son tus amigos –sonrió con ternura -. Habla con ellos y disfruta de todo esto. En menos de lo que piensas habrá terminado.
Elle miró hacia la mesa principal y vio a Hannah charlando con Natsuki. Necesitaba hablar con alguien ajeno a todo aquello. Además de salir corriendo de allí, claro está.
Le dedicó un mohín divertido y lo dejó sonriendo. Antes de llegar a su destino, Bruce Waylan la saludó desde una de las mesas. No vio a Judith, quizá estuviera en los servicios. La imagen de la chica vomitando la asaltó sin poder evitarlo. Era preferible esa idea a creer que estaba en casa evitando encontrarse con Robert.
Llegó hasta sus amigos desencajada. Demasiadas mujeres en la vida de su prometido. Echó un vistazo a la sala y se preguntó con cuáles de aquellas bellezas habría compartido cama su querido profesor. Miró hacia atrás y lo vio hablar con una exuberante mujer que le contaba algo mientras apoyaba la mano en su brazo.
El que busca encuentra, se recordó abatida. Giró la cabeza y siguió hasta la mesa que debían ocupar sus familiares.
Nat se levantó al verla y la abrazó con alegría.
-Tu hermana es fantástica –dijo mirando a Hannah y después más bajito sólo para ella -. Desde ya puedo decirte que no deseo que me prestes el vestido. No sé cómo pude creer que me sentaba bien. Parece que lo hayan hecho pensando en ti. Te odio.
Hannah sonrió ante el comentario. Aquellos chicos apreciaban a Elle de verdad.
-¿Querías que te prestara ese modelazo? –preguntó Matt sonriendo -. Por Dios Nat, baja de las nubes.
Elle sonrió. Por un momento todo pareció tan normal como de costumbre. Sus amigos peleándose en broma y ella disfrutando de la dialéctica.
-Ya veo que os habéis presentado –exclamó feliz -. Necesito que os caigáis bien porque no tengo a nadie más. Bueno, a Denis pero no ha venido –reconoció con pesar -. Así que, vamos a disfrutar de la noche. Por cierto, no tengo ni idea de cómo va todo esto.
Nat resopló con humor.
-¿Cómo no? Tú siempre en Marte –dijo sin cortarse -. Primero la presentación, después la entrega y por último, las preguntas de la prensa. Acto seguido, cenamos y terminamos con un baile hasta altas horas de la madrugada.
Todos miraron a Natsuki sorprendidos. Ninguno conocía el programa.
-No sé lo que voy a hacer sin ti –expresó Elle sonriendo.
-Echarme de menos –susurró Natsuki.
El ambiente se volvió sensiblero de repente. Sus amigos estaban a punto de llorar y ella había empezado ya. Se limpió una lágrima y trató de hacerse la fuerte. No se iba al fin del mundo.
Nick aprovechó para hablar del hotel mientras Hannah se levantaba de su asiento y cogía a su hermana de la mano.
-Vayamos a los servicios –dijo emocionada -. Tengo que hablar contigo.
En ese momento, Robert le hizo señas desde el escenario y todas las miradas se dirigieron hacia ellas.
-Lo que quieras decirme –suspiró Elle - tendrá que esperar.
Hannah necesitaba expiar su culpa. No aguantaba más. Aquella gente no podía importarle menos.
-Lo siento –murmuró apenada en su oído-. He observado a tu arquitecto y creo, sinceramente, que te ama y que vais a ser muy felices. Por favor, no dejes que mis palabras empañen tu relación. Soy muy desconfiada, ya me conoces.
Elle la abrazó en silencio y la miró a los ojos.
-Gracias hermana…–quería seguir hablando pero se le quebró la voz.
-Sal ahí y déjanos con la boca abierta –dijo Nick poniéndose también de pie.
Elle los miró agradecida y enfiló el pasillo que la llevaba al escenario. El público que abarrotaba la sala y que ya ocupaba sus mesas, prorrumpió en aplausos a su paso. La situación no podía ser más dantesca.
Robert la esperaba acompañado de tres hombres de edad avanzada. Sus aspectos eran tan imponentes que prefirió no reparar demasiado en ellos. Sin embargo, no pudo obviar el rubí del tamaño de un huevo de codorniz que el más joven llevaba como alfiler de corbata. Se rió de sí misma. Estaba a punto de un colapso y se fijaba en un alfiler de corbata…
Los caballeros la saludaron encantados. Elle comprobó divertida que no dejaban de lanzar miradas a la maqueta y después a ella. No había duda, se resistían a creer que alguien con su aspecto pudiera crear un proyecto como aquel.
Se perdió la mitad del discurso. Despertó cuando uno de los ilustres arquitectos mencionó su nombre. Gracias a Dios era pura retórica, no tenía que contestar a nada. Los flashes se sucedían molestos y las pantallas de televisión tenían el pilotito encendido. Estaban saliendo en antena.
Robert permanecía a su lado. Sus manos se rozaban y el olor de su colonia la tranquilizaba. De vez en cuando giraba la cabeza y la miraba divertido. Le hubiera gustado prestar atención a lo que decía el último de los ínclitos pero era imposible. Su cabeza se empeñaba en analizar sus gestos y sus ropas. Las palabras le resultaban indiferentes. ¿Qué podían decir aquellos hombres sobre ella y su proyecto?
La sala comenzó a aplaudir y el del huevo de codorniz le hizo la entrega simbólica de un cheque de cartón enorme. La cifra de un millón y medio de dólares destacaba impresa en negrita. Elle lo cogió con dificultad y sonrió aturdida. Todavía no había gastado ni un dólar de aquel dinero, ¿qué dirían aquellos tres si lo supieran?
Miró a Hannah y la vio llorar de pura alegría. Nick aplaudía fuerte y rápido como sólo un bombero orgulloso podía hacer. Nat se limpiaba los ojos con un pañuelo y Matt chiflaba sin importarle demasiado el protocolo. Su familia, se dijo abrumada.
Los tres caballeros se despidieron de ella besándole el dorso de la mano y la dejaron acompañada solo de Robert. Este la besó en la sien delante de toda aquella gente y enlazó su mano. Se veía orgulloso y feliz a su lado. Elle no pisaba el suelo, después de algo así qué menos que levitar.
Apenas unos minutos después, los periodistas se concentraron bajo el escenario y esperaron inquietos a que se les concediera el turno de palabra. No todos los días se daba aquel premio y la ganadora se quedaba con el cheque y con el patrocinador.
-Contesta sólo lo que desees –le dijo Robert al oído.
Elle asintió preocupada. ¿Qué podía contar sobre su vida que no dañara la sensibilidad de aquellas personas?
Comenzó un periodista pequeño y delgado que sostenía el micrófono con fuerza.
-Elle, ¿tienes algún parentesco con Philip Johnson?
Ella sonrió aturdida. Madre mía, el Philip Johnson del edificio Sony. No había considerado siquiera la coincidencia de apellidos. Menuda casualidad.
-No, no guardo ningún parentesco con el genial Johnson, aunque no me importaría vivir en una casa de cristal como la suya –contestó decidida a tomarse el tema con humor.
-Pero se cree que él siempre deseó tener hijos –insistió una mujer madura y muy arreglada-. ¿Puedes contarnos de dónde procede tu apellido?
Elle suspiró intentando calmarse. ¿Contar el origen de su empresarial apellido? Antes muerta que desvelar su secreto.
-Soy huérfana –declaró intentando disimular su contrariedad -. Me temo que el origen de mi apellido es bastante prosaico, se lo debo a la directora del centro en el que me crié.
Sonrió apurada. ¡Qué más quisiera ella que ser la hija o sobrina del famoso arquitecto! Desgraciadamente, sólo era un triste inconveniente abandonado a la puerta de una iglesia en Arizona.
La periodista asintió comprensiva y cambiaron de tercio. La siguiente pregunta se la formularon a Robert que no dudó en contestar.
-Señor Newman ¿es cierto que han contraído matrimonio en secreto?
Robert se pasó la mano por el pelo y la miró directamente a los ojos, le hizo un guiño delicioso y contestó sonriendo.
-Si hubiera sido posible me habría casado con esta mujer al día siguiente de haberla conocido, pero desde luego, no en secreto –para corroborar sus palabras la atrajo hacia su costado y la estrechó con delicadeza.
Las siguientes preguntas parecían interesar más a la prensa del corazón que a revistas especializadas. Nada del aeropuerto, nada de su peculiar estructura, nada de sus influencias, nada… salvo la relación entre Robert y ella.
Cuando habían transcurrido ya veinte minutos de cuestiones impertinentes, un robusto y orondo periodista levantó la mano.
-Señorita Johnson, soy de la revista Arquitectura XXI ¿Conoce usted al arquitecto indio Revant Batra Sekhon?
Elle no necesitó buscar en su memoria. No tenía ni idea de quién podía ser aquel hombre o qué podía tener en común con ella. Para una pregunta que le hacía un medio especializado y ella no podía contestar. Miró a Robert por si él sabía algo del arquitecto pero se veía tan perdido como ella.
-No, me temo que no conozco al señor Sekhon.
Esperó pacientemente a que el periodista aclarara su pregunta. Si le salía con algún parentesco gritaría de indignación.
El hombre dejó transcurrir mucho tiempo. La expectación iba creciendo y los murmullos también.
-¿Por qué sabe entonces que su apellido es Sekhon y no Batra? –interrogó con suspicacia el reportero.
Elle no sabía el terreno que pisaba por lo que decidió ir con cuidado. La cara de aquel tipo la estaba poniendo muy nerviosa.
-Señor, en la India los nombres guardan una estructura específica. Sólo he seguido la lógica de que las dos primeras palabras eran nombres y la tercera el apellido. Algo común en muchas regiones.
El periodista mostró una sonrisa capciosa. Elle tembló de miedo, aquel hombre creía que la había pillado, el problema es que no sabía en qué. Miró a su prometido y verlo gesticulando con Jack no sirvió más que para aumentar su nerviosismo.
Dios mío, ¿qué estaba pasando?
-El señor Sekhon, a quien usted afirma no conocer, asegura que es el creador de ese magnífico aeropuerto –señaló la maqueta con el dedo índice - y que usted le ha robado el proyecto.
El tono de voz y la cara del reportero parecían sacados de una película de Hollywood. Ese fotograma correspondería al momento central en el que el protagonista recibe el golpe mortal de su enemigo.
La sala entera comenzó a cuchichear aunque en un tono apagado. Estaba claro que nadie quería perderse ni un sórdido detalle.
-Lo que acaba de decir es muy grave –expresó Elle indignada -. Le aseguro que el proyecto es mío y que no conozco a ese caballero. No he robado ni plagiado nada en toda mi vida, por lo que espero que tenga pruebas porque voy a demandar a su revista.
El periodista sonrió, esta vez abiertamente. Había ganado.
-Tengo entendido que el aeropuerto con el que ha obtenido el premio sería su primer trabajo a gran escala. Dada su edad y su escasa preparación resulta difícil de creer que sea la artífice de semejante proyecto –realmente, ese cronista creía lo que decía. Su tono de voz no podía ser más convincente-. Arquitectura XXI publica mañana un extenso reportaje en donde podemos demostrar, paso a paso, que ese aeropuerto pertenece al ingeniero Revant Batra Sekhon. Un hombre de reconocido prestigio en la India y con una dilatada trayectoria profesional –permaneció unos segundos en silencio para que los invitados asimilaran sus palabras -. Si no estoy mal informado usted tiene veinte años. Es difícil de creer que pueda haber proyectado una obra de esa envergadura. No existe nadie tan excepcional ¿Qué opina, señor Newman?
Elle estaba tan enfadada con aquella farsa que no se había dado cuenta de que Robert había retirado su mano de la suya y se había apartado de ella.
-Señores, como comprenderán debemos suspender la ceremonia –la actitud de Robert era de completa indiferencia, podía estar hablando del tiempo -. En los próximos días, la Universidad Newman les facilitará un informe con los resultados de las investigaciones. No hay más preguntas.
Elle comprendió que si alguna vez su paraíso había tenido una serpiente, esa había sido el maldito aeropuerto. Ahora iba a disponer de una evidencia clara de la confianza de su profesor en ella. Tembló al pensarlo.
Robert se inclinó hacia ella.
-Sígueme –habló en su oído.
No la esperó, salió a toda prisa del entarimado dejándola rodeada de periodistas que disparaban sus flashes como locos. Elle no podía respirar ni pensar con claridad. Su cabeza trataba de buscar una solución pero, de haberla, no llegaba. En sus veinte años no había salido de Arizona más que para viajar a Nueva York. No conocía a ese tal Sekhon ni de oídas y mucho menos a ninguna de sus obras. Estaba claro que alguien quería perjudicarla… aunque aquello era excesivo, no había hecho nada que se mereciera semejante castigo.
Una mano la agarró fuertemente del brazo y consiguió apartarla de aquella jauría humana. Elle sintió que tornaba a la vida de nuevo. Había dudado de Robert, no volvería a hacerlo. Se aferró a su antebrazo como si fuera una tabla de salvación y al cabo de unos minutos consiguieron dejar atrás a la mayor parte de periodistas.
-¿Puedes respirar? ¿Estás bien?
Elle sintió que un agujero negro la engullía. No era Robert…su salvador había sido Bruce Waylan. Se tambaleó al asimilar que su prometido la había dejado a su suerte y negó con la cabeza. Unos conocidos y viejos síntomas la saludaron con fuerza y supo que se iba a desmayar. Se perdió en la negrura y desapareció.
-Ya despierta –oyó una voz femenina a lo lejos. Debía de estar muy mal porque parecía Hannah -. Elle cariño, ¿Cómo te encuentras?
¿Hannah? ¿Era su hermana de verdad?
-Elle, esto está que arde, debes despertar y pegarle una patada en los huevos a esos gilipollas –gritó Nat.
Las palabras de Natsuki le recordaron todo lo sucedido. Se levantó y corrió a vomitar. Hannah la sostuvo con fuerza porque no era capaz de mantenerse inclinada. Se dejó caer de rodillas y dejó que su cuerpo se liberara de toda aquella tensión.
No sabía qué hacer, qué hacer, qué hacer…
Nat comprendió que estaba aterrada. Conocía a su amiga y no la creía capaz de algo así. Jamás se había aprovechado del trabajo de otros. Era la persona más recta y leal con la que se había topado en toda su vida. Pero tenía que aprender a defenderse, se estaba comportando igual que cuando creyó que iba a morir.
Dejó que terminara de vomitar y se enjuagara la boca. Su hermana le pasó un chicle y la dejó sentada en el suelo apoyada contra la pared. Aquello no podía terminar así.
-Elle, tienes que escucharme. Tu abogado está ahora mismo reunido en la sala de al lado con Robert y toda la camarilla de la UNA –la miró preocupada -. Llevamos aquí mucho tiempo y debes aparecer ahí dentro o creerán que lo que ha dicho ese tipejo es cierto. Si alguna vez has tenido que defenderte en la vida es en este momento.
Elle miró a Hannah y ambas sonrieron levemente. Llevaba toda la vida defendiéndose. Suzanne le había comentado que lo había hecho bien, ella no estaba tan segura. Lo único que quería era desaparecer de aquel sitio y dejar atrás toda aquella mierda. El indio podía quedarse con su aeropuerto, se lo regalaba.
-Es absurdo –susurró sin energía –. Esto es una locura.
-No lo entiendes –gritó Nat enfurecida -. Te van a denunciar por estafa. Lo último que me ha dicho Waylan es que la cosa pintaba muy mal. Debes hacer un esfuerzo y defenderte, aunque sólo sea por Robert.
Nat la conocía bien. Lo único que podía sacarla de aquel entumecimiento era mencionar su nombre.
-¿Por estafa? –era para morirse de risa -. ¿Quién me desea la cárcel?
El silencio que siguió a sus palabras respondió a su pregunta. Así que, tal y como había temido, Robert volvía a ser señor Newman. Pues, acabaría dignamente toda aquella parafernalia. A fin de cuentas, dignidad es lo que nadie había conseguido arrebatarle jamás. Tampoco Robert Newman Noveno lo haría.
Se levantó a duras penas y se miró en el espejo. Era increíble que su cara siguiera mostrándose tan perfecta como al principio de la tarde. Nadie podría imaginar lo que acababa de vivir. Mejor, no quería dar pena. Además, por experiencia sabía que no servía de nada.
Hannah alisó su vestido por detrás y le subió la cremallera. La peinó con los dedos y ordenó algunos mechones, después le puso colorete en las mejillas. La barra de labios se cayó de entre los dedos de Elle, así que con todo el amor del mundo se los pintó ella misma. Antes de salir, Nat la roció con un sofisticado perfume.
-Estoy lista –anunció mirándolas con cariño -. No quiero lidiar en esta guerra pareciendo una estafadora. Gracias chicas, os quiero.
-Demuéstrales quién eres –dijo Nat con fuerza -. Esos malnacidos aún no te conocen.
Elle sonrió ante la efusividad de su amiga. Si la dejara, acabaría con el problema a puñetazo limpio. Cuánto la quería.
-Elle, sé tú misma –aconsejó su hermana -. Las dos sabemos cómo creaste ese aeropuerto y lo podemos demostrar. Voy contigo.
Nat las miró extrañada pero no dijo nada. Parecía un momento tan trascendental que no osó interrumpirlas.
-Tranquila hermana –susurró Elle serena -. Esto es algo que debo hacer sola.
Cómo explicar que no quería que fuera testigo de lo que, sin duda, se avecinaba.
-De acuerdo, pero no dejes que te avasallen –dijo con firmeza -. Tú vales mucho.
-Sí, yo valgo mucho –murmuró entre dientes mientras salía del servicio.
Matt y Nick esperaban sentados en el salón. Cuando la vieron aparecer se levantaron presurosos. Los gestos de Hannah y Nat los contuvieron.
Elle les sonrió pero no interrumpió su avance. Estaba todo lo preparada que podía estar y deseaba terminar cuanto antes.
Llegó ante una aparatosa doble puerta y esperó pacientemente a que el hombre uniformado con el emblema del hotel la abriera. Antes de entrar respiró profundamente, la mirada del portero la sobresaltó, ¿era lástima lo que veía en sus ojos?
Se paró en seco y contempló sus manos, estaba temblando. Bueno, toda ella lo hacía y por la cara de aquel individuo debía ser bastante evidente. Tenía que haberse quitado aquellos zapatos, pensó enfadada, iban a creer que había estado bebiendo.
Consiguió entrar sin dar un traspié y sin demostrar la angustia que la oprimía por dentro. Se trataba de la típica sala de reuniones. Una mesa de madera brillante ocupaba la posición central y frente a ella una enorme pantalla exhibía en ese momento imágenes de su proyecto en tres dimensiones. Imágenes que no había realizado ella, advirtió nerviosa. La cosa se ponía interesante.
Diminutas lucecitas brillaban en el techo lo que le permitió analizar la distribución del enemigo sin mucho esfuerzo. En el centro, el decano Lee y Robert Newman Octavo. A la derecha, la Junta de la UNA y a la izquierda, la pléyade al completo de arquitectos ejecutivos del Estudio.
Bruce estaba sentado junto a Robert Newman, lo que no podía ser más irónico. Al verla entrar abandonó su asiento con elegancia.
-Discúlpennos unos segundos –expresó con calma.
La habitación quedó en un silencio extraño. Elle comenzó a sentir el mismo tipo de pánico que cuando el doctor Shaw le dejaba claro quién era el que mandaba.
Waylan se dio cuenta de su estado. Estaba a punto de desmayarse de nuevo. Nadie que actuara de forma tan fría y premeditada como aquellos tipos decían, reaccionaría de esa manera. Él lo sabía bien, antes de abandonar el ejercicio del Derecho Penal, había defendido a auténticas sabandijas.
La sujetó con firmeza y le habló con dulzura. Si era inocente debía de estar pasando el peor trago de toda su vida.
-¿Cómo te encuentras? ¿Suspendo esta caza de brujas hasta mañana?
Elle lo miró agradecida. La estaba ayudando sin que se lo hubiera pedido. Era su abogado pero sólo en el ámbito mercantil.
-Me encuentro mal pero mañana estaré aún peor –susurró aterrada -. Cuando antes acabemos mejor.
Bruce la estudió en silencio. Si tenía alguna duda, esa chiquilla acababa de desvanecerla. De haber sido culpable habría buscado dilatar ese momento o incluso huir.
Buscaron un lugar lo más alejado posible de la mesa. Waylan perdió entonces su expresión impasible y se permitió parecer preocupado. Muy preocupado, pensó Elle alarmada.
-Se te acusa de un Delito contra la Propiedad Intelectual–informó el letrado en voz baja y muy lenta, como si quisiera que comprendiera perfectamente sus palabras -. Concretamente, de plagio y apropiación de un proyecto arquitectónico. Además, la UNA va a denunciarte por la comisión de una estafa –la miró con el gesto contraído. Aquello era muy serio -. La gravedad de los hechos, la publicidad, el valor de la defraudación, la institución afectada… lo siento Elle, pero entre los dos delitos pueden condenarte a más de diez años de prisión –suspiró ruidosamente -. Necesitamos al mejor penalista que podamos encontrar –apenas sonrió-. No te preocupes por eso, forma parte de mi bufete. Ahora, te aconsejo que permanezcas en silencio, lo único que puedes hacer es empeorar tu situación procesal –dudó unos segundos -. Esto es difícil pero… Robert Newman no ha abierto la boca más que para hacer alguna pregunta… No creo que esté de nuestra parte. Lo siento, pequeña.
Elle trató de asimilar toda la información que le había proporcionado. No podía, era imposible. Miró hacia la mesa y observó a Robert. Su cara era una máscara imperturbable. Incluso su postura parecía de total indiferencia, como si aquello no le afectara lo más mínimo. Se preguntó si ella hubiera actuado de la misma manera… Pues claro que no, ella lo amaba, confiaba en él. Estaba claro que los sentimientos no eran recíprocos.
Habían paralizado la imagen de la pantalla a la espera de que se unieran a la mesa. Elle estudió el diseño durante unos segundos y después los miró sorprendida. Aquel dibujo no podía haber originado su proyecto. Contó los arquitectos que había en la mesa, quince en total, y ninguno parecía haber advertido ese pequeño detalle. Les había bastado la supuesta trayectoria profesional de un desconocido para descartarla de un plumazo.
Bruce la sostuvo del antebrazo cuando comprendió que se dirigía al cadalso y a toda velocidad.
-Prefiero que permanezcas callada, dejemos que hablen ellos –siseó en su oído -. No podemos meter la pata. Tendrás tiempo de defenderte, te lo aseguro.
Lo contempló absorta y asintió. Su cabeza se había atascado dando vueltas sobre lo mismo, ¿quién quería acabar con ella y por qué?
Siguió a Bruce y tomó asiento a su lado. Habían tenido la deferencia de dejarles el lugar que antes ocupaban el Decano y el abuelo Newman por lo que todas las miradas la estaban enfocando. Durante unos segundos sintió el peso de la vergüenza sobre ella. Recordó las palabras de Lewis Smedes, Sentimos culpa por lo que hacemos, sentimos vergüenza por quiénes somos.
Pues ella no había hecho nada, salvo proyectar un maldito aeropuerto como una actividad de clase. Y respecto a quién era, no podía cambiar su pasado. Era fruto de lo que le habían dejado ser. Quizá, si no fuera una huérfana rota y estropeada sin apenas nadie a quién recurrir, la hubieran creído o, al menos, habrían dudado de las palabras del reportero. Era difícil de encajar que ni siquiera la persona con la que iba a contraer matrimonio confiara en ella. Nadie había alzado la voz en su defensa y eso dolía. Dolía mucho.
Robert contemplaba unos documentos que le acababa de pasar Bynes. El musculitos se quedó tras él y la contempló sin mucha sutileza. Más problemas, comprendió preocupada.
En ese momento, se oyó un cuchicheo en el extremo izquierdo de la mesa y se topó con los ojos de una Nicole radiante. La mujer se mostraba tan satisfecha que no podía evitar sonreír, lo más humillante era que ni siquiera lo disimulaba.
¿Ella? ¿Nicole Richardson? ¿La arquitecta que se había adueñado de su trabajo sin pestañear la acusaba de plagio?
Le costaba trabajo creer que esa mujer fuera capaz de orquestar semejante plan. ¿La había subestimado? Eso parecía.
La bruja acababa de quitar de en medio a una inocente Blancanieves. Quien avisa no es traidor y esa mujer se lo advirtió alto y claro. Sin embargo, era tan excesiva aquella vendetta que incluso conociendo a la fémina se resistía a considerarla responsable de aquella maquinación.
Waylan la pisó levemente, el decano Lee le estaba hablando y ella vagaba por las nubes dilucidando posibles autorías. Debía centrarse, se recordó extrañamente calmada.
-Señorita Johnson, la gravedad de los hechos nos ha dejado desconcertados –reconoció el hombre guardando las formas -. Hemos visionado las pruebas que la revista va a publicar mañana y esperamos ansiosos sus explicaciones.
Elle miró a Robert directamente. Su prometido le sostuvo la mirada, supo que esos ojos grisáceos ya la habían juzgado y sentenciado. Algo se rompió en su interior. Le hubiera bastado con percibir algún destello de duda, algún titubeo, alguna vacilación…no era el caso. Su amado profesor ya la había declarado culpable.
-Deseo conocer esas pruebas –repuso envuelta en su indiferencia liberadora -. Aún no me creo lo que está sucediendo.
Sintió la mano de Bruce sobre la suya y lo miró agradecida. Robert retiró la vista de ella y la posó en las manos del letrado. No movió ni un solo músculo de su cara.
La risita tonta de Nicole destacó en una habitación callada. Algunos de los presentes la miraron impresionados por su falta de delicadeza. Elle pensó que no estaba siendo muy inteligente. Ya tendría tiempo de disfrutar de su fechoría.
El Decano asintió y en cuestión de segundos comenzaron a desfilar por el monitor sus propios diseños. Se sintió morir. Había creído que todo era una farsa pero aquellos bocetos eran los suyos. Allí estaban desde el primero hasta el último. Gracias a Dios, se habían añadido tres diseños nuevos que estaban mal realizados y centelleaban como las luces de un faro.
Habían robado su proyecto, eso era incuestionable. Pero, cómo lo habían conseguido, ella siempre llevaba consigo su ordenador… Miles de alarmas se activaron en su cabeza. La imagen de Mira Sherman, la secretaria de la bruja, avanzando por el pasillo del Estudio con su portátil en las manos la sacudió vivamente.
Después de todo, sí había sido Nicole. Recordó con total claridad que aquel día la mujer se había comportado de un modo extraño, ni siquiera salió de la habitación para despedirse de su presa favorita, Hugh Farrell, ni de Waylan. De hecho, le pidió a ella que los acompañara hasta la salida.
Elle contempló al abogado, lo conoció en aquel momento. Después de que Bruce se despidiera, Farrell le habló de las flores, la invitó al ballet, ella se despistó… y voilà, ordenador saqueado y plan ejecutado. Jamás volvería a subestimar a nadie en toda su vida.
Sin embargo, no pudo evitar sentirse aliviada. Lidiar con alguien como Nicole hacía las cosas mucho más fáciles. No la subestimaría de nuevo pero no tendría que vérselas con una inteligencia superior y que los dioses y sus acólitos la perdonaran por semejante pensamiento.
Waylan observó a Elle y supo que iba a intentar aclarar la situación. No podía hacerlo, al enemigo ni agua.
-No digas nada –susurró en su oído sin importar que se notara su reacción.
Elle se sorprendió por el arrebato del flemático letrado. En verdad, estaba ansiosa por defenderse. Miró a su alrededor y sólo vio al doctor Shaw gritándole que no necesitaba sus explicaciones: “Sólo se justifican los cobardes y los mentirosos”.
-¿Estás bien? –preguntó su letrado.
Acababa de ver y oír a su torturador, no estaba bien pero en algo tenía que darle la razón, no tenía que justificarse. En un mundo cuerdo y racional, la carga de la prueba le correspondería al señor Revant Batra Sekhon.
-No –susurró serena -. Pero no importa.
El Decano la miró impaciente, al igual que todos, no entendía su corrección.
-Señorita Johnson, estamos esperando sus explicaciones, si es que las hay.
Elle reflexionó sobre sus palabras. No la creía. Recorrió las caras de todos los presentes, algunas muy conocidas como la de Larry Thomas o la de Levinson. También se encontraba Helen o Eliot Winter. Ya habían llegado a una conclusión. Sus gestos y sus expresiones decepcionadas así se lo indicaron. Todos en aquella sala aceptaban que un perfecto desconocido que vivía en la otra punta del planeta era el creador de su pequeño aeropuerto… porque con veinte años no se podía concebir un proyecto así. ¡Ahhhh!
¿Alguna vez, en algún universo, llegaría a ser normal?
Estaba harta de ser Elle Johnson.
-¿Alguno de ustedes cree que el aeropuerto es mío? –preguntó relajada. No miró a Robert, su capacidad de sufrimiento estaba al límite.
-Yo –afirmó Robert Newman Octavo -. Sin ninguna duda.
Elle sofocó una pequeña exclamación. Aquel hombre era una bendición. Su agradecimiento no conocía límites.
Se levantó y se acercó hasta su asiento. El viejo caballero la esperaba de pie con los brazos abiertos. Lo abrazó con cariño y dejó que el anciano le limpiara una lágrima con el dedo.
-Gracias señor, no lo olvidaré jamás –murmuró bajito.
-Dale tiempo y perdónalo –le dijo entre susurros.
Elle se quedó paralizada, ni había tiempo ni había perdón. Era ese el momento de las demostraciones y no otro.
-Yo también creo que el aeropuerto es tuyo–secundó Derek Newman con seriedad -. Te he visto en acción, eres excepcional de verdad –le guiñó un ojo y la contempló con una gran sonrisa de ánimo.
El arquitecto se había puesto de pie, le dio un pequeño beso en la frente y la admiró por su valentía. Amaba a aquella criatura, le hubiera gustado abrazarla hasta borrar ese gesto de sufrimiento. Miró a Robert y algo se removió en su interior, se merecía una buena paliza por permitir aquello. Descubrió asustado que por primera vez en toda su vida estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por una mujer, hasta huir con ella.
-Gracias Derek, eres un buen amigo –expresó sorprendida. ¿Creía en ella?
Elle volvió a su asiento. Robert la contempló con una expresión burlona en la cara.
-Muy emotivo –replicó el Newman traidor -. Pero seguimos esperando una explicación que no llega.
Lo miró sin ninguna pretensión. Hasta allí había llegado su amor por ella. El primer problema serio y salía huyendo. Ya conocía cómo funcionaba sólo que esta era mucho peor.
-El aeropuerto es mío. Sin plagios, sin robos y sin influencias –recordó la fuente de su inspiración y sonrió apenada -. Bueno, sí sufrí cierta influencia aunque de un objeto inanimado - miró a Robert y prosiguió -. Te parecerá una tontería, pero me inspiré en el sándwich especial del Happy, su forma me dio la idea. Pueden comprobarlo –suspiró ruidosamente -. Es curioso que las lealtades de todos ustedes se hayan incorporado a las filas de una persona que no conocen y en tan solo unas horas. A mí me ha costado meses que confíen en mi talento –miró a su prometido con toda intención. Robert no bajó la vista ni se dio por aludido. Aquello era peor de lo que había imaginado.
-¿Eso es todo lo que tienes que decir cuando un colega te acusa de que te has apropiado de su trabajo? –gritó colérico -. Eres patética.
Elle acusó el golpe aunque no dio muestras de ello. Prefería ingresar en una prisión de máxima seguridad que dejar entrever que le habían herido de muerte sus palabras.
-Demostraré ante un Tribunal que el proyecto es mío y no será muy difícil, créeme.
-Espero que con algo más que con un sándwich –masculló con sarcasmo.- Ahórranos trabajo y declárate culpable de una vez.
Robert la miró, había muerto y estaba en el infierno. Lo que siempre había temido se había hecho realidad. Aquella chiquilla no podía haber realizado ese proyecto, lo supo desde que estudió el trabajo por primera vez. Había abusado de la confianza de todos ellos. Su cara de ángel, su sonrisa, su cuerpo escultural… todo había sido una burda estratagema, pero para qué… ¿Para ganar la beca? ¿Para estudiar en la UNA? Había algo que no encajaba en todo aquello.
El decano Frank lee Anderson la observó con gesto adusto. Desplazó su mirada por los miembros de la Junta y asintió.
-Elle Johnson –expresó como si leyera una sentencia in voce -. Le comunico que esta institución académica la va a denunciar como autora de un delito de estafa y que tendrá que abandonar de forma inmediata la universidad sin posibilidad de reingreso.
Elle lo miró aturdida. ¿Ya la habían juzgado y sentenciado?
-Decano Lee, déjeme recordarle que previamente al delito de estafa, deberá probarse por parte del señor Revant Batra Sekhon que el proyecto le pertenece –afirmó Waylan de forma comedida -. Esta noche estamos dando por sentadas demasiadas cosas, ¿no le parece?
Lee Anderson masculló algún improperio, miró al señor que estaba sentado a su derecha y hablaron entre ellos.
-Solicitaremos diez veces el valor de la Beca por el daño que se le está haciendo a esta Universidad –declaró el Decano furioso -. Como medida cautelar se le impedirá tocar el dinero del premio. Lo que hemos pedido y se nos ha concedido hace aproximadamente una hora.
Les acercó unos documentos. Bruce los estudió y permaneció callado. Elle advirtió que eran los que Robert había estado leyendo. Dio gracias al cielo por no haber suplicado clemencia. La habían declarado culpable antes de entrar en la sala.
A pesar de sus esfuerzos por no mirar a Robert, no pudo evitarlo. Lo contempló como si de allí la mandaran directamente a presidio.
¿Por qué no la defendía? Esperaba que en cualquier momento se levantara y la estrechara entre sus brazos diciéndole que estaba a su lado pasara lo que pasara, justo lo que le había asegurado antes de la ceremonia. Se dio pena a sí misma, algún día crecería y la gente dejaría de hacerle daño.
-Señorita, nos ha decepcionado enormemente –rugió el Decano mientras ordenaba los documentos y los introducía en una cartera de piel.
-Ustedes a mí también señor –confesó Elle sin amilanarse.
Por un instante el hombre se vio confundido. No había esperado esa respuesta. Sin embargo, no añadió nada más.
En ese momento, Jack Bynes entró en la habitación con la expresión más agresiva que Elle le había visto desde que lo conociera.
-Señorita Johnson, aún no hemos terminado –indicó nervioso.
Elle volvió a sentarse en el mismo sitio y Bruce la siguió sin dudarlo. Ambos contemplaron al jefe de seguridad hablar con Robert.
-¿Sabes algo de eso? –señaló el letrado inquieto. Las cosas ya andaban lo suficientemente mal.
-Hace horas que no sé de qué va nada –suspiró Elle resignada.
La mayoría de asistentes habían abandonado la sala. Nicole continuaba sentada, su cara resplandecía. A pesar de estar embutida en un soso vestido verde, se veía muy atractiva. Eso de cometer delitos le sentaba bien. La mujer le dedicó un gesto feliz y sonrió con la satisfacción del que espera ver caer al enemigo.
Elle le devolvió la risita a duras penas. Era mala arquitecta y mala persona. Los malos no ganaban, al menos, en las novelas y en el cine. El problema era cuando lo hacían en la vida real, reconoció pesarosa.
Volvió la cabeza y se topó con la mirada desorientada de Robert. Su rostro se había transformado, la careta había desaparecido y sólo quedaban él y un dolor atroz. Por primera vez en toda la noche sintió auténtico miedo. ¿Qué estaba pasando ahora? ¿Nicole no tenía bastante?
-Todos los presentes deben abandonar la sala –manifestó Robert destilando hiel -. Mi familia y yo deseamos hablar con la señorita Johnson.
Elle estaba alucinando. Vio cómo Bynes no se mostraba de acuerdo con su jefe. El hombre hacía aspavientos con las manos mientras hablaban en susurros.
Lentamente, los asistentes fueron abandonando la habitación. Una remisa Nicole fue la última en dejar la escena. Al contrario de lo que pudiera pensarse, Elle se sintió peor al comprobar que la sala se quedaba vacía. Pequeños temblores la sacudían de forma intermitente. Se encontraba mal.
Bruce se inclinó hacia ella receloso.
-No te voy a dejar sola bajo ninguna circunstancia –afirmó con seguridad -. Esto es demasiado para cualquiera.
Así es mi vida, pensó Elle, demasiado para cualquiera.
-Gracias Bruce –dijo sincera -.Ya no sé qué puede venir a continuación, pero tengo miedo.
Waylan la miró con ternura. Era normal que tuviera miedo, hasta él lo tenía. Le pasó la mano por el pelo y la besó en la sien. Aquella chiquilla despertaba su instinto protector. Le había gustado desde el mismo instante en que la conoció. Curiosamente, a Judith le había pasado lo mismo.
La contempló en su asiento, estirada y digna. Se apretaba las manos con fuerza y luchaba por no llorar. Los ojos le brillaban y los labios le temblaban, pero allí estaba, soportando con entereza aquel maldito lio.
-¿Arrumacos entre abogado y cliente? –preguntó Robert con sarcasmo.
Waylan obvió sus palabras. Si tanto la amaba debía defenderla no acusarla.
-¿Podemos terminar con esto de una vez? –expresó el letrado indignado.
-Me temo que, como siempre, lo mejor aparece al final –apuntó Robert con odio.
Su abuelo lo miró contrariado.
-No creo que debamos tratar ese tema en este momento –señaló el anciano.
Derek se levantó hacia un carro atestado de bebidas y vertió líquido en un vaso alargado.
-Bebe agua, parece que te vayas a desmayar –dijo preocupado -. Tranquilízate, no vamos a permitir que te haga daño.
Terminó mirando al Octavo Newman que negó con vehemencia.
-Gracias Derek, pero si tomo algún líquido vomitaré –manifestó sin pensarlo.
Sintió los ojos de Robert sobre ella, la recorría sin piedad. No debió gustarle lo que vio porque su gesto se agravó. Por unos segundos, Elle creyó haber apreciado cierto titubeo. Sin embargo, se recuperó al instante.
-Acabamos de descubrir que la señorita Johnson ha invertido la cantidad de tres millones de dólares en un negocio textil –reveló Robert.
Un silencio pesado y denso se adueñó de la sala.
Elle deseaba que acabara de hablar. Ella ya lo informó de su aventura empresarial. No sabía qué tenía que ver su dinero con todo aquello.
-¿Nada que decir? – la voz de Robert se había vuelto grave y extraña -. Hace apenas unos días te encontramos Jack y yo buscando algo en mi ordenador. Por cierto, te agradezco la distracción posterior –el carraspeo de Waylan lo hizo sonreír -. Sí, una distracción muy oportuna, me hiciste olvidar el pequeño detalle de estar hurgando en mi equipo informático. Dos días después, el puente que construyo muestra problemas de estabilidad y uno de los pilares sufre filtraciones por un defecto en los cálculos –la miró con una crudeza ofensiva -. Desde hace tiempo, sabemos que tenemos un traidor en casa. La policía estaba trabajando en ello. Nos han comunicado que eres la única persona que ha recibido una importante cantidad de dinero y que además, la has invertido rápidamente. El traspaso sólo ha durado unas horas en tu cuenta –suspiró con fuerza-. Todo encaja Johnson, comenzamos a tener problemas cuando tú apareciste. No sé para quién trabajas, pero ahora todo tiene sentido. Necesitabas acercarte a mí y te adueñaste del aeropuerto de un colega que estaba lo suficientemente lejos para que no se supiera jamás. La Beca te introdujo en la UNA y en el Estudio, que era el verdadero objetivo. Lo que no entiendo es dónde encajo yo. Imagino que si estabas dispuesta a jugártela por tres millones, casarte con la gallina de los huevos de oro sería un extra bienvenido –sonrió trastornado -.Voy a acabar contigo, me das asco.
La sala había quedado en un silencio sepulcral. Elle temió que los latidos de su corazón se hicieran audibles. Aquello no podía estar pasando. Madre mía, ¿cómo podían encajar las piezas tan bien siendo tan distinto el paisaje a ensamblar?
Miró a Bruce que la contemplaba tan perdido como ella. Derek había bajado la vista al suelo y el anciano Newman la escrutaba con intensidad. Los ojos del abuelo la taladraban intentando encontrar una respuesta.
En aquel momento, Robert se puso de pie y se sirvió un whisky. Las fotografías de Elle saliendo de la casa del tío de la moto con distinto traje lo golpearon en aquel momento. Lo había estado engañando desde un principio. Probablemente, el guaperas también estuviera implicado. Los problemas con su físico, las inseguridades, su virginidad…Todo era falso. Tendría que haberse dado cuenta, demasiado bella y demasiado perfecta para tanto trauma.
Se llevó el vaso a los labios y bebió con lentitud. Ahora que lo pensaba con frialdad, ¿Cómo se transforma uno en cuestión de días y pasa de no poder mostrarse desnuda a desear hacer el amor y a perseguirlo luciendo modelitos que harían revivir a un muerto? Maldijo en silencio. Necesitaba tenerlo a su merced y lo había conseguido.
Elle vio la expresión que había adoptado la cara de su prometido y supo que aquel hombre estaba sufriendo como un condenado. Ella misma estaba al borde del colapso. Tenía que hacer algo.
-Deseo hablar a solas con Robert –no estaba dispuesta a desnudar su alma delante de otras personas que no fueran él.
Su profesor sonrió como un loco.
-Dime cariño, ¿hoy también llevas lencería transparente?
Elle ni siquiera sintió vergüenza. Aquellos hombres tenían más experiencia que ella. No se iba a dejar vencer tan fácilmente. De todas formas, prefirió no mirar a nadie. Se puso de pie y se acercó a su prometido.
-No Robert, hoy directamente no me he puesto ropa interior –su mirada era pura y cristalina -. ¿Podemos hablar?
Se oyó una pequeña sonrisa. Derek la alentaba con su expresión. Ese hombre le empezaba a caer francamente bien. Respiró hondo y se preparó. Nada le importaba en aquel momento más que defenderse de aquellas absurdas acusaciones.
Esperó a que Robert la enfocara y habló con la simpe y llana verdad. Estaba dispuesta incluso a contar delante de extraños lo que constituía el mayor de sus traumas personales. No podía permitir que creyera esas monstruosidades de ella.
-A la edad de cinco años formé parte de un estudio sobre la inteligencia humana –respiró hondo, podía hacerlo -. El 19 de mayo del 2005, el científico responsable fue detenido y el Programa ECIH cancelado. Yo fui indemnizada por haber sufrido… torturas con más de un millón de dólares –prosiguió a duras penas -. Comencé a invertir en bolsa y ese millón fue creciendo. Nunca lo había tocado hasta que me topé con la posibilidad de hacer un sueño realidad. Te hablé sobre mi participación en un negocio de ropa.
Robert era consciente de que parte de su revelación podía ser cierta, aunque empezaba a dudar de la veracidad de aquel cuaderno. Pero, ¿invertir en bolsa cuando aún cursaba Primaria? Seguía mintiendo, ni en aquellas circunstancias dejaba de hacerlo.
-Claro que lo hiciste –respondió alterado -. Eres demasiado inteligente para ocultarlo, pero me diste a entender que era un pequeño negocio. Tres millones Elle, tres millones…–repitió como si no diera crédito -. Pretendes hacerme creer que duplicaste el dinero cuando aún llevabas pañales. Realmente, crees que soy un completo imbécil.
-Ahora lo estás siendo –gritó abatida -. Nunca me has apreciado lo suficiente –reunió la dignidad que aún le quedaba indemne y habló como pudo -. Sí Robert, con sólo catorce años invertía en bolsa y ganaba mucho dinero. Para mí era un juego y como odiaba su procedencia, lo hacía sin miedo y sin vacilaciones. Un bufete de abogados de Arizona me respaldaba, se suponía que ellos invertían por mí y un juez verificaba las operaciones cada año. Como puedes observar, todo muy legal.
Sintió el frío acero de su mirada recorrerla con lentitud. No la creía.
-Después de todo no eres tan lista –rió como un desquiciado -. Te mereces lo que te vaya a pasar. Lo único que siento es haber confiado en ti. La próxima vez que te vea espero que sea entre rejas –permaneció callado unos segundos, debía de estar calibrando sus próximas palabras porque una expresión triunfal se dibujó en su cara-. No te quepa la menor duda de que pediremos el máximo de condena. Esa belleza tuya no va a afectar a nadie más.
Se quitó el anillo de su dedo anular y lo metió en el bolsillo de su chaqueta. Seguidamente se subió la manga de la camisa y desabrochó la pulsera. Miró a su alrededor y se dirigió al fondo de la sala. El ruido que hizo la cadena al caer en la papelera la estremeció hasta la médula. Eso era lo que pensaba de ella. Muy efectivo.
Bruce se levantó y se acercó a su lado.
-Debes tranquilizarte –su tono firme la sobresaltó -. No puedo permitir que sigas hablando.
Elle comprendió lo que el letrado quería impedir, pero ya era tarde. Nadie podía parar lo que tenía que decir a continuación.
-Robert, voy a demostrar la veracidad de cada una de mis palabras y cuando lo haga, en la mitad del tiempo de la condena que vais a solicitar, os arruinaré –lo contempló sin piedad -. Voy a acabar contigo Robert Newman Noveno. Yo te demostraré lo que una cría con pañales es capaz de hacer y te aseguro que no voy a necesitar sabotajes ni espías. Lo haré limpiamente y sin engaños. No vas a tener ninguna queja de mí, te lo aseguro.
Por una fracción de segundo, Robert se sobresaltó ¿sería posible que se estuviera equivocando? Sin embargo, las pruebas eran tan abrumadoras que volvió a sentir todo el peso de la traición sobre sus hombros. No supo cómo lo había conseguido aquella hija de Eva, pero jamás volvería a confiar en otra mujer en toda su vida.
Elle sintió que perdía el control. Le costaba cada vez más contener las lágrimas, su cuerpo temblaba y temía que si seguía hablando acabara echándose a llorar como una desgraciada. A fin de cuentas, es lo que era, una auténtica desgraciada que podía dar clases de infortunios. Ese pensamiento la vapuleó como ningún otro en toda la noche: Vida de Elle Johnson, de sus fortunas y adversidades. Hasta el Lazarillo parecería dichoso a su lado. No lo iba a consentir. Nunca más permitiría que la pisotearan como si no valiera nada.
-Newman –habló Elle con calma -. El día que recibas mi anillo de prometida sabrás que he demostrado mi inocencia y empezará mi turno. Hasta entonces, que disfrutes de tu ceguera mental.
Después del exabrupto, se dirigió a Jack Bynes.
-En parte, lo considero responsable–apuntó tranquila -. Si hubiera hecho correctamente su trabajo nada de esto habría sucedido. Quiero que sepa que se ha fijado en la fémina equivocada y que ni arrastrándose conseguirá deshacer todo el daño que me ha causado con su ineptitud. Abra los ojos y ejercite otros músculos además de los visibles.
Le echó un último vistazo al hombre y salió con la cabeza muy alta. Sentía a Waylan a su lado y eso la reconfortaba. Le hubiera gustado salir corriendo y esconderse en algún lugar apartado e inhóspito pero sabía que antes de hacerlo debía probar su inocencia. Ahora no era el momento de venirse abajo, tenía por delante un largo camino que recorrer.
Al llegar al ascensor retrocedió sobre sus pasos y volvió a la sala con desesperación. Respiró mejor al ver al portero.
-Necesito que recoja la pulsera que encontrará en la papelera –pidió bajito -. Envíela a mi habitación.
El hombre asintió sin emitir sonido alguno y ella volvió al ascensor.
-Elle, espera –gritó Derek Newman -. Deseo hablar contigo.
Lo miró con gratitud. La había apoyado en una situación más que delicada. No lo olvidaría mientras viviera.
-Quiero decirte que estoy a tu entera disposición –siseó en voz baja -. Podemos marcharnos del país cuando quieras.
Elle sonrió con amargura. Así que, no la creía pero estaba con ella por otros motivos menos nobles. Era de agradecer igualmente. Ojalá y Robert le hubiera propuesto algo parecido.
-Derek, te agradezco el ofrecimiento y el apoyo que me has brindado ahí dentro –contestó con gravedad -. Verás, aunque sea difícil de creer, te aseguro que soy inocente y lo voy a demostrar. No voy a salir huyendo, pero aprecio el gesto, no imaginas cuánto.
Siguiendo un impulso lo besó en la mejilla. Una fuerte y agradable fragancia masculina llegó hasta ella. La colonia de Robert era completamente distinta, se dijo apenada. Robert… tenía que empezar a borrar ese nombre de su cabeza.
Le sonrió sin mucho ánimo.
-Adiós Derek, deseo de corazón que encuentres la felicidad– expresó sincera.
-Adiós Elle, yo también deseo que seas feliz –una sonrisa franca y bella floreció en los labios del hombre-. Aunque debo confesar que me hubiera gustado ser el elegido.
Elle le guiñó un ojo. Al final había resultado ser un buen tipo. Falto de principios, pero un buen tipo. Quién lo hubiera dicho.
Llegó sin aliento hasta la zona de los ascensores, había tardado demasiado y no deseaba preocupar a Bruce. El hombre tampoco se merecía pasar por aquel trago. Lo encontró paseando nervioso por uno de los pasillos de los elevadores.
-Temía que cometieras alguna estupidez –señaló el abogado resoplando.
Sí, estaba claro que esperaba algo así.
-Bueno, creo que he cometido una, pero pequeñita –dijo pensativa -. Necesito esa pulsera –lo miró directamente -, la que Robert ha tirado a la papelera, para recordar lo que ha sucedido esta noche y el trato que se me ha dispensado –después de la explicación retomó el hilo de sus pensamientos -. Voy a ganar dinero y a ser importante socialmente. Jamás volveré a sentirme insultada sin que tiemble quien lo haga –hizo una pausa para respirar -. Bruce Waylan, soy inocente de todo lo que se me acusa y puedo demostrarlo, ¿estás conmigo en esta cruzada?
El letrado se pasó la mano por la barbilla y sonrió. No sabía por qué pero estaba seguro de que aquella chiquilla conseguiría todo lo que se propusiera en la vida. Ser inocente añadía un plus a la contienda confiriéndole unos tintes casi altruistas.
-¿Acabar con Robert Newman? Por supuesto –admitió con seriedad -. Será un auténtico placer.
Elle comprendió que aquel hombre caballeroso y gentil no llevaba tan bien como aparentaba el affaire entre su esposa y su ex profesor. Sintió cierto vértigo, pero la traición de Robert la puso de nuevo en situación.
Tomaron el ascensor, al pulsar el botón, los zafiros de su anillo destellaron mostrando distintas tonalidades de azul. Trató de quitárselo a toda prisa, con los nervios cayó al suelo y rodó hasta los pies del hombre. Verlo tirado removió algo en su interior y sollozó sin poder evitarlo.
-Llora pequeña, te aseguro que nadie puede reprochártelo -Bruce lo depositó en su mano con delicadeza y la besó en la frente.
Las palabras del hombre actuaron como un bálsamo tranquilizador. Elle se refugió en sus brazos y lamentó la crueldad del destino. Gimoteó y lloró hasta que la chaqueta del abogado estuvo tan mojada que elevó la cara avergonzada.
-Te debo un traje –susurró entre hipidos.
-Sí, creo que sí –rió el letrado -. Ya te mandaré la factura. Aunque, tendrás que explicar a Judith las manchas de maquillaje.
Elle advirtió sorprendida que Bruce volvía a poner en marcha el ascensor. Ni siquiera se había dado cuenta de que lo hubiera parado. Como ese ascensor, ella también debía reanudar su camino.
Se movió con cuidado. No quería despertar a Hannah pero ya no aguantaba más en la cama. Apartó su brazo y salió sin hacer ruido. Buscó por toda la habitación, su maleta de piel recién estrenada estaba abierta y desordenada. Antes de acostarse había buscado sin muchos miramientos. Al encontrar sólo transparencias y modelitos exuberantes, tuvo que dejar que su hermana le prestara uno de sus decentes pijamas. Le quedaba corto de mangas y apenas le cubría las rodillas, pero al menos no había tenido que optar por alguno de los destinados a su supuesta noche de bodas.
Revolvió entre la arrugada ropa y localizó un vestido que había resistido sus ataques con bastante decoro. Era ajustado y ceñido en color negro con pequeñas pinceladas de color blanco. Entró al baño, se lavó y peinó sin apenas mirarse. Le daba miedo lo que iba a encontrar. Hizo un esfuerzo y se contempló en el espejo. No parecía una mujer rota.
Salió al pasillo y entonces miró la esfera de su reloj. Dios mío, llevaba la pedrería de Cartier en la muñeca. Comenzó a sentir una quemazón inquietante en la piel. Se quitó con delicadeza la joya y advirtió que no tenía dónde guardarla. Volvió a ponérsela y se encaminó a los ascensores. No podía quedarse con la pulsera.
Llevaba un buen rato esperando. Miró hacia la derecha y comprobó que las escaleras no estaban muy lejos. En ese momento, las puertas del sofisticado elevador se abrieron emitiendo un agónico timbre como advertencia. Se sobresaltó con el sonido, le gustaba más el de su amiga virtual del Estudio. En ese momento, recordó que ya no volvería a oír la cadencia artificial de su voz. Tenía que dejar de pensar en cosas como esa porque dolían y mucho.
El perfume de las tres chicas que ocupaban el ascensor la abofeteó sin piedad. En aquella caja sin ventilación no se podía respirar, el oxígeno había salido huyendo ante la idea de mezclarse con aquella sustancia empalagosa e intensa que llevaban las mujeres. Elle ni las miró. Su cabeza vagaba por senderos escabrosos: le daría el reloj y se marcharía sin abrir la boca.
-¿Tú también vas a la fiesta? –preguntó una de las ninfas aromatizadas.
Elle comprendió que se dirigía a ella.
-No, no voy a ninguna fiesta –aclaró sin que le saliera la voz del cuerpo.
-Creía que sólo había una habitación en el ático –dijo la chica mirando a sus compañeras.
Elle comprendió la situación. Ella no había pulsado ningún botón. Contempló el panel y descubrió anonadada que se encaminaban a la misma única planta. Una fiesta, había una fiesta en el ático. No podía ser.
Las puertas se abrieron, su corazón palpitaba con tanta fuerza que consiguió eclipsar el eco enfermizo del timbre de apertura. Siguió a aquellas mujeres cubiertas por apenas unos metros de telas elásticas y coloridas y comprendió que se trataba de prostitutas o por lo menos, parecían serlo. Sintió tantas ganas de vomitar que se recostó en la pared y se abrazó a sí misma. Robert, su querido Robert…
Las mujeres desaparecieron tras una puerta dejando su persistente aroma en el pasillo. Elle avanzó con miedo. Quizá no fuera tan malo, pensó sin estar muy convencida, Robert podía haberse marchado del hotel y dejado su habitación a otra persona. Al sinvergüenza de su primo, por ejemplo. Los seres celestiales no podían ser más crueles con ella, no esa noche.
La música del interior la sorprendió. Aquella suite tenía las paredes a prueba de bombas porque no se oía nada desde el exterior. Varias mujeres la saludaron con alegría. Estaban en bragas y mostraban los senos con la indiferencia del que está acostumbrado. Comenzó a sentirse incómoda. Sin embargo, tenía muy claro que no saldría de allí hasta descubrir si Robert estaba participando en aquel desmadre.
El salón estaba en penumbra. Vislumbró a dos hombres sentados en el sofá central con unas chicas a horcajadas sobre ellos. Apartó la mirada, los movimientos eran lo suficientemente explícitos como para no tener dudas de lo que estaban haciendo. La situación no podía ser más escandalosa. Toda la habitación estaba llena de mujeres semidesnudas. Los pocos hombres que vio estaban sin pantalones y en mangas de camisa. Montones de botellas cubrían casi todo el espacio vacío de los muebles. Allí no se escatimaba en licor.
Después de un minucioso análisis de la situación, comprendió que el pasillo de la izquierda era el que buscaba y supo que había llegado el momento de la verdad. Lo sintió en su interior, el corazón se le aceleró una vez más y un estremecimiento la hizo temblar convulsivamente. No iba a desmayarse, en ese momento tenía que comprobar hasta qué punto su amor estaba siendo mancillado.
La habitación olía a sexo y a aquella esencia intensa y desagradable que tanto la había molestado en el ascensor. Elle avanzó con miedo. Su respiración se había hecho irregular y las lágrimas bañaban sus mejillas haciendo difícil encontrar el objeto de sus temores. Sin embargo, no hizo falta que buscara demasiado.
Aquel cuerpo musculoso y bronceado brillaba bañado por el sudor del esfuerzo. Sus embestidas hacían que el trasero de la mujer oscilara al recibirlo. Robert penetraba a una mujer morena y rolliza con tal violencia que a ella misma le sorprendió su capacidad para permanecer arrodillada sin caer de bruces. Sintió que aquel pequeñísimo hilo que aún la mantenía unida a aquel hombre acababa de romperse. Todo su cuerpo se estremeció de dolor y no pudo acallar un alarido agónico que se coló entre sus cuerdas vocales. Quería desaparecer, alejarse de toda aquella inmundicia.
-¿Elle? –La voz de Derek la trajo de vuelta a la realidad.
Lo enfocó sin sentir nada y comenzó a andar hacia atrás. Derek estaba tan desnudo como Robert, dos mujeres de color estaban a su lado. El hombre cogió un pequeño cojín y, cubriendo sus genitales, abandonó la enorme cama.
-Robert –gritó nervioso.
Su prometido apenas movió la cabeza. Tenía los ojos cerrados y cuando los abrió Elle vio la confusión en ellos. Contempló a la mujer que tenía arrodillada a su lado y luego a ella como si no supiera con quién estaba. Unos segundos más tarde, su mirada volvió a acerarse y su sonrisa reapareció con crueldad.
-¿Comprobando los daños?
Elle observó con estupor cómo su profesor reanudaba la penetración en el interior de la chica sin apartar los ojos de ella. Sus gemidos eran ahora de extremo placer. La expresión lujuriosa de su cara la impactó con fuerza. ¿Estaba imaginando que se adentraba en ella mientras poseía a aquella mujer de grandes curvas?
Abandonó el dormitorio a toda prisa, tropezó con un pequeño puf de piel y cayó de bruces contra el suelo del pasillo. Permaneció sin reaccionar bastante tiempo. Estaba en un estado casi catatónico. Una mano la ayudó a incorporarse. De no haber aparecido ese buen samaritano, habría permanecido en aquella posición mucho tiempo, no podía moverse.
-¿Te has hecho daño? –Derek la incorporó sin esfuerzo y le acarició el pelo.
A pesar de haberse puesto un bóxer, Elle se sintió asqueada con su tacto y se apartó con violencia. Esa sensación la ayudó a salir del agujero en el que se encontraba y se alejó cojeando.
Derek comenzó a gritar su nombre pero ella lo único que deseaba era salir de aquel lugar y meterse bajo el agua hasta que la suciedad fuera arrancada de su cuerpo.
Robert acababa de salir de su vida para siempre.
La luz del día la pilló desprevenida. Después de utilizar una de las duchas del gimnasio había pasado toda la madrugada sentada en el invernadero del hotel pensando en cómo había llegado a esa situación. No lograba sacarse la imagen de Robert con aquella mujer.
Miró la hora del reloj y comprendió que tenía que hacer acto de presencia. Eran las ocho de la mañana y su hermana iba a preocuparse. Antes, decidió ver al Director de aquel lugar. Tenía que acabar con aquello de una maldita vez.
Robert abrió la puerta molesto. ¿Alguna de las chicas que pretendía sacar más dinero? Le sorprendió encontrarse cara a cara con el señor Thornton acompañado de dos individuos del servicio de seguridad. No estaba para sermones, tenía un terrible dolor de cabeza. Jamás había bebido con más empeño en toda su vida.
-Perdone que lo moleste señor Newman, pero se me ha encomendado hacerle entrega de algo muy delicado y he querido hacerlo personalmente –aclaró el Director ante su gesto contrariado –. Que tenga un buen día.
El hombre le pasó una bolsa con el emblema del hotel y lo dejó cavilando sobre su contenido.
-Gracias, muy amable –respondió con cautela.
Cerró la puerta, abrió el plástico con un gesto enérgico y encontró un estuche de terciopelo negro. Al abrirlo, el precioso reloj de Cartier brilló con sus destellos blanquecinos. ¿Por qué una mujer fría y despiadada le devolvía una joya tan cara? Esa chuchería costaba cerca de un millón de dólares, si había vendido el Estudio por tres… Aquello no tenía sentido
Terminó por destrozar la bolsa como un loco en busca de una explicación y sintió que la decepción no lo dejaba respirar. No había nada.