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-Debes aceptar –gritó Waylan en su oído mientras botaba la pelota a su alrededor.

 

-Ni loca –respondió Elle quitándosela de las manos.

 

Bruce se paró en mitad de la cancha para ver cómo se la pasaba a Denis y este encestaba con tranquilidad. Matt vitoreó bajo la canasta.

 

Los miró enfadado, les estaban dando una paliza

 

-Vamos cariño, no la presiones más –su esposa se alejó unos segundos para echar un ojo a la pequeña Amanda.

 

-¿Cómo no la voy a presionar? –aulló Bruce indignado.

 

Judith se acercó a su esposo y le puso la mano en el pecho.

 

-¿Seguimos hablando de baloncesto o hemos cambiado de tema? –preguntó sobre sus labios.

 

El abogado la miró con ardor. El segundo embarazo la había transformado en una mujer espléndida. Había ganado los kilos que le faltaban y estaba arrebatadora.

 

Nat interrumpió nerviosa.

 

-Chicos es para hoy –repuso compungida -. Waylan, quiero que conste que es la última vez que juego en vuestro equipo. Sois una pena.

 

Bruce miró a su esposa y le guiñó un ojo.

 

-De acuerdo –admitió suspirando. Echó un vistazo a Elle que correteaba con el pequeño Jesse y elevó la voz-. Nos rendimos, pagamos nosotros.

 

Los orgullosos jugadores del equipo vencedor chocaron las manos y sonrieron animados.

 

-Elle –llamó Bruce mientras se atusaba el cabello-. Necesito hablar en serio.

 

-Habías prometido que sólo jugar y comer, nada de trabajo –exclamó Judith cogiendo al pequeño que acababa de caerse con total naturalidad -. Arriba Jesse.

 

-Lo siento cariño, pero esto es serio –explicó entrando ya en modo letrado.

 

Elle notó el cambio de registro y se acercó resignada.

 

-De acuerdo, mientras ellos piden las pizzas, podemos hablar en mi estudio.

 

Abandonaron la terraza reconvertida en cancha de baloncesto y bajaron al segundo piso. La enorme habitación había sido dividida en dos partes, la cercana a las escaleras hacía las veces de estudio de arquitectura. Al fondo, los maniquíes proclamaban a los cuatro vientos la segunda ocupación de la dueña de la casa.

 

Enormes alfombras establecían el cambio de oficio. A Elle no acababan de convencerle los tabiques, el espacio diáfano la ayudaba a concentrarse.

 

-Tú dirás –dijo mientras bebía de una botella de agua.

 

-No tienes liquidez –informó Waylan con total gravedad -. Abrir la quinta tienda te ha dejado sin cash y tienes que hacer frente a numerosos pagos. Entre otros, el sueldo de tus empleados –añadió señalando con la cabeza el piso de arriba. Natsuki y Matt trabajaban para ella, Matt en QP y Nat en el Estudio Beesley.

 

Elle permaneció callada unos segundos.

 

-No puedo acelerar los pagos que se me deben –reconoció tranquila -. Sabes que no funciono así. Podemos pedir un préstamo. Las tiendas son un río de oro, en varios meses volveremos a tener liquidez.

 

Bruce la contempló con el ceño arrugado.

 

-Acepta el trabajo –señaló enfadado.

 

-No pienso construir el maldito aeropuerto –afirmó fuera de sí -. Me ha traído mala suerte desde que lo proyecté.

 

-Escúchate –resopló Waylan -. No puedes creer seriamente lo que dices. Tu precioso aeropuerto no es el responsable de que Newman sea un cabrón despiadado –su mirada se volvió fría como el acero -. Creo que ya va siendo hora de que lo sepas… Judith intentó suicidarse cuando la dejó tirada como a un perro y ni siquiera apareció por el hospital, Jack Bynes asumió su representación. Así que, no confundas las cosas, tu aeropuerto no tuvo nada que ver con lo que sucedió.

 

La habitación quedó en silencio. El llanto de Amanda se oía por encima de sus cabezas. Elle lo miró apesadumbrada.

 

-Lamento lo que acabo de oír, no lo sabía –estrechó las manos de su amigo y lo contempló con cariño.

 

-Judith quiso contártelo pero no pudo hacerlo, pensaba que Newman te amaba de verdad y eso le impidió hacerte un daño innecesario –Bruce miró sus manos y esbozó una mueca amarga -. Si hubiéramos sabido cómo iban a salir las cosas te habríamos advertido, pero es cierto que se os veía muy enamorados.

 

El suspiro de su abogado la conmovió, se sentía responsable por no haberla alertado, aunque, para ser sincera consigo misma, todos sus conocidos la avisaron de una forma u otra. Ella era la única que había creído en el futuro de esa relación. Curioso, la única genio fue la única equivocada.

 

-Siento ser tan directo –admitió el hombre-. Pero una oportunidad como esa no se presenta todos los días. Y no hablo sólo del dinero.

 

Elle sonrió, no deseaba seguir por esos derroteros. El pasado no iba a desaparecer pero no quería hacerlo presente.

 

-Soy consciente Bruce… soy muy consciente de ello, créeme –después de un segundo lo pensó mejor -. ¿Sabías que tú también puedes pasar por un cabrón despiadado?

 

Waylan arqueó una ceja y se carcajeó despreocupado. Lo peor había pasado.

 

-Sí, te aseguro que podría dar lecciones –afirmó sin mencionar a quién.

 

-Ya me había dado cuenta –suspiró recordando otra época.

 

Se miraron a los ojos con la confianza del que ha luchado en la misma guerra.

 

-Espero que no tengas ninguna queja –su voz adquirió un matiz extraño -. Hicimos lo correcto. Ni la UNA ni la revista fueron a la quiebra, pero si no recuerdo mal, a ellos no les quitaba el sueño arruinarte a ti. Por Dios, si tuvimos que amenazar a la universidad con demandarlos por no querer proporcionarte unas simples calificaciones…

 

Cuando fue absuelta del supuesto plagio, Bruce la convenció para demandar a la UNA y a la revista. Ganaron ambos juicios y lo obtenido se invirtió íntegramente en el Estudio Beesley. No era fácil abrirse camino saliendo de la nada.

 

Elle sacudió la cabeza. Una de las razones que se daba a sí misma para no querer construir su famoso aeropuerto eran precisamente los recuerdos. Dolían demasiado.

 

-Ni una queja, sino todo lo contrario –sabía que Suzanne no estaría muy de acuerdo, pero hicieron lo necesario para salir indemnes de todo aquello -. Sin ti creo que me habría rendido. No me he sentido más sola en toda mi vida.

 

Bruce le dio un beso en la frente y le sostuvo la mirada.

 

-Jamás he tenido como cliente a alguien tan extraordinario como tú. Aunque debo reconocer que al principio las cosas se veían terriblemente feas.

 

Denis había bajado a buscarlos y los escuchaba con un mohín de preocupación en la cara. Elle se veía muy afectada desde que un consorcio desconocido le había comunicado su interés por construir el dichoso aeropuerto.

 

-Las pizzas se enfrían –comunicó queriendo disipar la gravedad del ambiente.

 

Elle lo vio en ese momento, su cara se iluminó de pura alegría y Denis sufrió la misma sacudida de siempre. Todo seguía igual.

 

Subieron las escaleras en silencio. Cuando el letrado atisbó la pista de baloncesto y a su hijo corriendo tras la pelota como si tratara de batir un record, la piel del cuello se le erizó advirtiéndole del peligro. En dos zancadas sujetó al inconsciente que era su retoño y volvió a respirar tranquilo. Aquel pequeñajo iba a acabar con él.

 

Denis sonrió a Elle y puso los ojos en blanco.

 

-Un día de estos va a sufrir un infarto por el enano y te vas a quedar sin abogado

 

- Da gusto verlos ¿verdad?

 

Se habían quedado parados en la entrada de la terraza y contemplaban la estampa familiar. Judith daba el pecho a su hijita mientras Bruce las contemplaba con el pequeño Jesse en sus rodillas. La expresión del letrado lo delataba, no era fácil descubrirlo con la guardia baja. Ese hombre era feliz.

 

Denis no miraba el cuadro sino a ella. Se había recogido el pelo en una coleta y su preciosa cara mostraba todo su esplendor. Se volvió hacia él sonriendo y tuvo que agarrarse a la puerta para mantener el equilibrio. Sus grandes y expresivos ojos verdes, su sonrisa, sus hoyuelos, sus labios gruesos y perfilados… Sonrió abrumado. No podía quererla más.

 

-¿Qué pasa? –preguntó mosqueada -.¿Tengo la cara manchada por la pelota?

 

Su amigo se la acarició con delicadeza y asintió aprovechándose de la situación.

 

-Muy manchada –la risita lo delató.

 

-¿Me estás sobando a propósito Denis?

 

Elle admiró la belleza de aquel sinvergüenza. Se estaba rascando la cabeza con timidez y evitaba mirarla. Llevaba una camiseta blanca y unos short beige. Parecía un modelo descuidado y moderno. No podía ser más perfecto. La piel le brillaba y los músculos estaban tan marcados que apartó la mirada cortada. La imagen del hombre desnudo apareció ante ella por primera vez y no supo muy bien por qué. Un ramalazo de vergüenza la delató y su cara se transformó en un ascua encendida que amenazaba con quemar la mano de su amigo que había vuelto a la carga.

 

El chico la estudió detenidamente. Lo que vio lo maravilló y asustó a partes iguales. Elle bajaba la vista al suelo completamente avergonzada con aquella muestra de afecto. Denis colocó un dedo bajo su barbilla y elevó su cara. Analizó cada gesto, cada detalle y… sonrió. No se lo podía creer.

 

Se acercó lentamente hasta que sintió sus pechos grandes e hinchados sobre él. Todo había quedado en suspenso, allí sólo estaban ellos y esa pequeña llama que acababa de prender. Elle lo miraba completamente encandilada y en ese momento, Denis tuvo muy claro lo que deseaba hacer. Lo que llevaba tanto tiempo queriendo hacer…

 

Con una parsimonia extraordinaria le pasó el brazo derecho por la cintura y sin perder en ningún momento sus ojos, esperó temeroso. Nada. Al cabo de unos segundos, bajó la cabeza y estudió sus labios con deseo. Su dedo pulgar dibujó el contorno y cuando acabó lo dejó resbalar por su cuello hasta llegar a su escote, justo donde acababa el pico de su camiseta. No lo movió de ahí. Después de eso, sintió el aliento entrecortado de ella en su cara, respiraba con dificultad. Sus senos subían y bajaban proporcionándole la visión de sus pezones completamente erguidos y deseosos. No podía más, los labios de la muchacha se habían abierto voluptuosos mientras cerraba los ojos y se pasaba la lengua por el labio inferior.

 

Iba a desfallecer de placer, acercó sus labios a los suyos deleitándose en la espera. Elle apenas abrió los ojos y miles de motitas doradas brillaron incandescentes. Entonces, deslizó la lengua dentro de su boca que se abrió para acogerlo con timidez.

 

Denis no acababa de creérselo. La tomó de la nuca y la mantuvo bien pegada contra sí. Su lengua la acariciaba de formas insospechadas. No dejó ni un resquicio de ella sin chupar. Elle se estaba derritiendo literalmente en sus brazos. Ambos habían perdido la noción del tiempo y del espacio. Sus lenguas se seducían con movimientos lentos y sensuales.

 

La mano izquierda de Denis bajó hasta su corazón, no la movió pero no la apartó. Sentía el contorno de su seno grande y redondeado y el pinchazo de su pezón en la palma. Su miembro reaccionó sorprendido. Jamás había sentido semejante excitación sin estar drogado. Aquello lo hizo temblar de miedo y de deseo.

 

Elle abrió los ojos cuando sintió la pared en la espalda y la erección del hombre en su vientre. Se miraron completamente inflamados.

 

El sonido de un golpe en el cristal de la puerta la devolvió a la Tierra. Madre mía, ¿qué estaba haciendo? Era Denis, por favor.

 

-¿Se puede saber qué coño hacéis? –preguntó Natsuki con su lenguaje más diplomático.

 

Denis sonrió con los ojos entrecerrados y salió a la terraza sin dejar de mirarla. Si continúa andando de espaldas se caerá, pensó Elle atontada.

 

-No lo sé Nat –bajó la voz hasta transformarla en un susurro -. De repente, no parecía Denis…

 

Su amiga la examinó detenidamente.

 

-Tú lo que necesitas es echar un buen polvo -sentenció con sabiduría -. Pero no lo hagas con él si no sientes algo más profundo. Te ama demasiado para que le hagas algo así.

 

Una bomba no hubiera producido mayores destrozos.

 

-¿Qué has dicho?

 

-Que necesitas echar un polvo.

 

-Me refiero a Denis –preguntó desconcertada.

 

-Vamos Elle, ni tú puedes ser tan inocente –explicó preocupada -. Ese chico lleva años esperándote. Si no lo amas, deberías alejarte de él. No creo que pueda pasar por algo así, ya lo conoces.

 

Elle lo buscó con la mirada. Había cogido a Jesse entre sus brazos y simulaba ser un avión. Cuando sus ojos chocaron, la cara de euforia de su amigo era tan evidente que sintió que su mundo se venía abajo. ¿Denis la amaba?

 

Realmente, no sabía lo que le había sucedido en ese rellano. Por un momento, había creído estar en otros brazos, pero al mismo tiempo sabía que estaba con él.

 

¿Le gustaba su amigo?

 

El beso había sido de los que hacían historia. Uno de los mejores que había recibido nunca, pero no estaba segura de nada más. Qué lío.

 

Una vocecita en su interior le dijo que sí sabía algo más; le había gustado y mucho…

 

 

 

Pasaron a la pérgola de hierro gris que Elle había anclado en uno de los extremos de la terraza. Grandes cortinas blancas estaban sabiamente distribuidas para evitar el calor de la tarde. Una mesa rectangular con ocho cómodas sillas los esperaba completamente vestida para la ocasión. Junto a ella, un descomunal sofá blanco semicircular decorado con montones de cojines en tonos turquesas, hacía las delicias de los jugadores que aspiraban a tumbarse después de la comida. La mesa central mostraba bebidas de distintas clases, incluido el shochu de Nat.

 

Sonrió encantada, le gustaba su nueva casa. Una vieja fábrica de tres pisos que había remodelado a su gusto y que aún no estaba terminada del todo. No disponía del tiempo suficiente, pero estaba quedando genial.

 

Después de acabar con siete de las ocho pizzas especiales que habían pagado los perdedores, tomaron asiento en el sofá donde se sirvieron algunas copas de más. Todos disponían de su propia habitación en aquella macro casa por lo que el alcohol no era un problema.

 

Hablaron, rieron e incluso cantaron al ritmo de la música de fondo. Elle comprendió que sus queridos amigos habían bebido demasiado. Sólo Judith y ella se dedicaron a los zumos naturales.

 

Cuando el reloj de Bruce marcó las cuatro tarde, la familia Waylan al completo desapareció para echarse una gloriosa siesta. Matt estaba ensayando canastas, Natsuki se quedó vencida en el balancín con parasol que había adquirido hacía unas semanas y ella… bueno, ella trataba de disimular su reciente descubrimiento.

 

El problema es que Denis se lo estaba poniendo muy difícil. Sentado a su lado, había pasado el brazo por sus hombros y, tras quitarle la goma del pelo ascendía por su cuello, se paraba en su nuca y la masajeaba con maestría. Ahora, jugaba con uno de sus hombros tras descubrir que la camiseta que llevaba daba de sí. Con una calma pasmosa le había bajado el tirante del sujetador y las caricias de sus dedos la estaban estremeciendo hasta la médula.

 

Elle lo miró abrumada. Ese chico era excesivamente sensual y ella tenía muy poca escuela en la materia. Si seguían por aquel camino, esa misma noche lo tendría en su cama y no estaba segura de nada. Después de Robert, el trabajo era su vida. Incluso se había negado a salir con quien no fuera seguro y conocido, es decir, con los presentes y con Hugh Farrell.

 

Desde luego, no era una oponente de envergadura para aquel hombre.

 

-¿Juegas Denis? –Matt estaba parado frente a ellos y los observaba con atención-. Me debes una.

 

Elle sonrió agradecida, ese chico tenía un don.

 

Denis la miró y sopesó el ofrecimiento, después cogió la gorra que le tiró Matt y se la puso con naturalidad. Ni siquiera se colocó el pelo correctamente.

 

-Claro, prepárate porque voy a machacarte -se levantó y depositó un casto besito en los labios de Elle.

 

El carraspeo de Matt lo hizo sonreír, se quitó la camiseta y la dejó en el sofá.

 

Elle respiró aliviada. Adoptó una postura más cómoda y se puso las gafas de sol. Espiar no se le daba muy bien y no quería perderse el espectáculo. El pecho desnudo de su amigo brillando por efecto del sudor, la tira de sus slips asomando por la cintura de los pantalones, sus piernas fibrosas y kilométricas…

 

-Está alardeando delante de ti –afirmó Nat con voz estropajosa analizándola de forma implacable.

 

Se lo estaba comiendo con los ojos, eso tenía poco que explicar. Sentir la pasta de las gafas de sol la alivió de inmediato. Su amiga podía ser implacable y ella no estaba para análisis.

 

-Sí, eso parece –admitió discreta.

 

Nat se incorporó y lanzó una exclamación que reverberó en las paredes de la terraza.

 

-¡Madre mía! cada día está más bueno.

 

Elle pensó que no se equivocaba pero no podía darle cuerda, la bebida y su desparpajo eran demasiado.

 

-Por Dios Siete Lunas, disimula un poco –sintió que la sangre se agolpaba en sus mejillas, Denis no le quitaba ojo plenamente consciente de lo que allí se perpetraba.

 

¿Le gustaba por su físico? ¿Era eso?

 

Desde luego, no se le podía reprochar, pero no se consideraba una persona superficial. 

 

La belleza del jugador era incuestionable y él lo sabía. Se acariciaba el pecho de vez en cuando, se quitaba la gorra y se revolvía el cabello, flexionaba los músculos, sonreía con una de sus arrolladoras expresiones, y sobre todo… la miraba.

 

Matt estaba babeando igual que ellas por lo que Denis le llevaba bastantes puntos de ventaja.

 

Elle sonrió turbada, si fueran pareja se acercaría y lo acariciaría entero. Empezando por sus brazos y acabando por las uñas de los pies. Recordó el beso y la caricia en su seno y no pudo reprimir un jadeo. Dios mío, su amiga tenía razón, necesitaba tener sexo.

 

Salió a toda prisa y entró en la casa sofocada. Se encerró en el primer aseo que encontró. Después de echar el pestillo y apoyarse en la puerta tratando de calmar su respiración, se miró en el espejo y lo que vio la dejó anonadada.

 

Deseaba a aquel hombre. No sabía cómo había sucedido, pero lo deseaba sin excusas ni ambages.

 

Cuando regresó a la terraza, un Denis alegre la esperaba con algo tras la espalda.

 

-Elle cariño, te estamos esperando –la sonrisa lo traicionaba y de qué manera.

 

En ese momento vio a sus amigos chorreando de agua y antes de darse cuenta estaba tan empapada como ellos. Un Denis armado con la supermanguera megaespecial anunciada en el canal de ventas, los perseguía por toda la terraza con intenciones claramente refrescantes.

 

Daba gusto verlos.

 

Elle tomó conciencia de que, después de tres largos y asfixiantes años, ese día era feliz. Gracias, gracias, y más gracias a los seres celestiales y a todos sus acólitos por permitirle recuperar las ganas de vivir.

 

Cuando a las nueve de la noche despidió a sus amigos, incluido a un Denis remolón que no quería dejarla, supo lo que tenía que hacer.

 

Armada de valor, subió a su despacho y abrió un baúl de madera de ébano que le había regalado Farrell. Era tan bello y estaba tan bien labrado que lo había colocado bajo uno de los ventanales de su Estudio personal para admirarlo a diario. Sacó las revistas con cuidado de no mirarlas y las introdujo en un carrito de la compra. Entró en el montacargas que aún no había transformado en ascensor y salió a la calle. A unos cientos de metros habían situado un contenedor de papel.

 

Podía hacerlo, se dijo más afectada de lo que pensaba.

 

Podía hacerlo.

 

Podía hacerlo.

 

No podía. Estaba delante del armatoste azul y sus manos se negaban a desprenderse de aquellas publicaciones.

 

Tomó asiento en la acera de enfrente y se mantuvo a la espera durante… ¿mucho tiempo? No llevaba reloj por lo que no podía saberlo. 

 

Cuando la noche se hizo evidente y la luna brilló con fuerza sobre su cabeza, se levantó, respiró hondo y… dejó caer aquellos folletines en el fondo del armazón.

 

Volvió a casa pensando que había hecho lo correcto. Tenía que empezar de cero, Denis no se merecía otra cosa. Sin embargo, grandes lagrimones calientes recorrían su cara y no era capaz de pensar en nada que los hiciera más livianos.

 

 

 

Acababa de aterrizar en Nueva York. Había pasado el fin de semana en París yendo de un desfile a otro y estaba muy cansada.

 

Su chófer la esperaba junto a un escultural hombre moreno que se atusaba el cabello nervioso y no pudo evitar sonreír. Era feliz.

 

En el instante en que sus ojos se encontraron, el resto del mundo quedó paralizado. Denis se acercó con aquel anhelo rebosando de sus ojos y la estrechó como si no la hubiera despedido dos días antes.

 

-Te he echado de menos –dijo sobre su boca -. La próxima vez voy contigo.

 

Elle le devolvió aquellos besos húmedos y sensuales a los que empezaba a acostumbrarse y comprendió que tenía que hacer frente a sus dudas de una vez por todas y lanzarse a la piscina. Llevaban dos semanas manteniendo una relación de lo más casta. Ni siquiera la había visto desnuda…

 

Sabía que aquello no podía continuar así por más tiempo. En París había tomado una decisión y la iba a llevar a cabo con todas sus consecuencias. Se iba a entregar a Denis. Con sólo pensarlo el pulso se le aceleró y una risita tonta apareció en su boca.

 

-Se te ve radiante –manifestó el chico acariciando su mejilla.

 

-Soy feliz –contestó sonriendo abiertamente.

 

-Bien –suspiró Denis.

 

Elle dejó de respirar. Aquella palabra le hizo tanto daño que por un momento pensó que se desplomaría en el suelo. Robert… su querido Robert.

 

Como si estuvieran conectados por algún tipo de encantamiento poderoso, Denis se paró, la atrajo hacia su cuerpo y la besó con determinación. Después, le sonrió como sólo él podía hacer y le acarició la mejilla con ternura.

 

El gesto fue suficiente para que la crisis desapareciera. Soy feliz, se repitió hasta conseguir que su voz interior se rebelara ante tantas horas extras.

 

Un grupo de chicas modernas y explosivas pasaron a su lado y miraron a su acompañante con asombro. Sonrieron entre sí y se acercaron a ellos más de lo que marcaban los usos sociales. Elle comprobó que el adonis que la acompañaba ni siquiera parpadeaba. La indiferencia también podía ser cruel, advirtió al mirar las caras de desencanto que lucían ahora las muchachas.

 

-Podías haberles sonreído un poco –le dijo al oído.

 

-¿Cómo? No sé a qué te refieres.

 

El despiste era real. Lo contempló sorprendida, no sabía de lo que le hablaba, la mantenía pegada a su costado y se veía satisfecho. Elle se volvió a mirarlas y contó seis preciosidades. Algunos hombres se paraban y les echaban un vistazo (las minifaldas eran de escándalo), pero Denis ni siquiera había reparado en la existencia de las féminas. Un ligero temor se instaló en su pecho aunque lo descartó enseguida. Era tan atractivo que estaría acostumbrado a ese tipo de situaciones.

 

Teniendo en cuenta lo que ahora conocía de él, la vuelta a casa fue de lo más normal. Su chico era la persona más sexual que había tenido el placer de conocer y eso se traducía en aquello que estaba sucediendo en la parte trasera de su Mercedes.

 

No quería repetir los mismos errores del pasado. Era adulta, soltera y plenamente consciente de lo que hacía. Estaba dispuesta a mantener sexo con aquel hombre. El problema radicaba en el sitio en el que se encontraban.

 

Denis había desnudado sus pechos y los mordisqueaba con desesperación, al mismo tiempo su mano derecha avanzaba entre sus piernas y presionaba con fuerza su pequeño y olvidado botón perlado.

 

Elle lo contempló confundida, no deseaba hacer el amor en su coche. No de aquella manera.

 

-Denis –susurró con dificultad -. Aquí no, por favor.

 

El hombre abandonó sus senos y la miró con los ojos afectados por la pasión. Elle sintió algo extraño, como si de repente ese chico no supiera que estaba con ella. Qué locura, sin duda volvía a ver fantasmas donde no los había.

 

Lo vio sacudir la cabeza y sonreír azorado.

 

-Perdona, llevo imaginando esto varios días.

 

Su expresión candorosa la devolvió a la vida. Últimamente estaba dejando al ciego de su refrán a la altura de una zapatilla.

 

-Creo que ya estoy preparada para el siguiente paso, pero no aquí –admitió maquillada de escarlata. Debía de tener roja hasta la esclerótica.

 

Denis la miró con una carga sexual tan evidente que por un instante consideró la idea de tumbarse en el asiento y mandar al diablo sus melindrosos prejuicios.

 

El coche se detuvo en ese instante, habían llegado a casa.

 

Estaban prácticamente desnudos. Comenzaron a arreglar su ropa a toda prisa. Su chófer no era tonto y les dio tiempo más que de sobra para recomponer sus atuendos. Sin embargo, estaban excitados y embargados por una necesidad más que creciente.

 

A ver cómo salían ahora del vehículo, menos mal que el aire acondicionado había evitado que se empañaran los cristales, algo era algo… Los de ahí arriba seguían disfrutando de lo lindo.

 

Elle le dio las gracias a Larry y dejó que el hombre desapareciera en la cochera. Todavía no sabía cómo se había dejado convencer para tener chófer. Recordó la insistencia de su abogado, en tu nuevo status social es imprescindible no sólo ser sino aparentar que se es. Frase acuñada por el propio Bruce Waylan. Cuando quería, su abogado podía ser muy persuasivo.

 

Bueno, el destino, los seres celestiales, los hados o quienes estuvieran en las alturas seguían proveyendo de situaciones incómodas. Natsuki y Matt los esperaban con caras radiantes.

 

-Ya era hora. Llevamos aquí una eternidad –explicó Matt -. Hemos conseguido entradas para la versión original de Psicosis. ¿Qué os parece? Peli, cena y discoteca. A propósito, ¿hemos vendido la última colección?

 

Elle asintió con un gesto y se dejó abrazar por su amigo. Nat sonreía a su lado, el beso que le tenía reservado resonó en aquella aislada calle.

 

-Nos han costado una fortuna pero al final aquí están –decía Siete Lunas mostrando las cuatro entradas con un gesto triunfal.

 

Aquellos dos se habían propuesto hacer una cinéfila de ella. Cada vez que mencionaban una película y se le escapaba que no la había visto, la anotaban en una lista que, por cierto, empezaba a parecerle interminable, quizá por eso había comenzado a mentir con el mayor de los descaros (la auténtica verdad es que después de tragarse el último rollo infumable no tuvo reparos en hacerlo. Robert no estaría muy orgulloso de ella)

 

Elle miró a Denis y sintió la presión en su mano. No podían dejar a sus amigos plantados. Tocaba una buena ducha.

 

Tenían tiempo, si algo había aprendido era a apreciar la relatividad del tiempo. Recordó una frase de Confucio que le había calado hondo, No importa la lentitud con la que avances, siempre y cuando no te detengas. Qué tío más sabio.

 

 

 

Increíble pero cierto, llegaron al cine con tiempo de sobra y eso, a pesar de haber parado por el camino para comprar unos perritos calientes.

 

Esperaron en la antesala a que saliera el turno anterior y el aburrimiento les hizo mirar algunos de los carteles de las paredes. Eran películas antiguas, Elle sintió cierto pudor al darse cuenta de que no había visto ninguna de ellas pero no lo iba a confesar ni bajo tortura. Tortura… ya podía decir la palabra sin problema alguno. Lo estaba consiguiendo.

 

Denis llegó a su lado con un refresco enorme y dos cañitas.

 

-¿Estás segura de que no quieres nada más? –preguntó mientras la besaba con cuidado.

 

Elle sonrió negando con la cabeza.

 

Un grupo de chicos pasaron por su lado y las muchachas silbaron sin cortarse lo más mínimo. Elle miró de reojo a Denis, su indiferencia era sorprendente, apenas había cruzado la mirada con un atractivo muchacho que lucía una cazadora universitaria, pero esa fue la única reacción. Está demasiado acostumbrado a que lo admiren, se dijo más confiada.

 

Segundos más tarde, dos muchachos se situaron frente a ellos y la examinaron a conciencia.

 

-Tu turno, señorita preciosa –rió Denis en su oído atrayéndola hacia sí con cariño.

 

Elle comprendió que aquel hombre estaba más que habituado a aquellos despliegues, que lo llevaba bastante bien. ¡Ah! …y que ella era una mal pensada.

 

Entraron en la sala y tomaron asiento en la parte central. El film comenzó y el abrazo de Denis no se hizo esperar, se miraron varias veces a los ojos y sonrieron sabedores de lo que estaba por venir. Sin embargo, conforme avanzaba la película, Elle sintió cómo aumentaba el desasosiego de su amigo. Su pierna derecha se movía rítmicamente y había quitado el brazo de sus hombros.

 

La secretaria había robado el dinero y el patrullero la seguía durante un tiempo, es cierto que Hitchcock había conseguido crear cierta tensión, pero tampoco era para tanto.

 

Lo espió por el rabillo del ojo y aprovechando la luz de la pantalla advirtió que cerraba y abría las manos varias veces. Estaba realmente muy nervioso aunque no alcanzaba a entender por qué. Quizá la historia lo estuviera afectando de alguna manera o le recordara algún suceso de su pasado. Apretó su mano infundiéndole ánimos y sintió el agarrotamiento de los dedos. Quizá debieran salir y dejar para otro momento ese clásico del suspense.

 

En el preciso instante en que iba a proponérselo, una persona pasó delante de ellos. Denis retiró su mano y aprovechó para beber con ansia. Después pareció calmarse.

 

Elle volvió a la historia y recuperó el aliento. Las aves embalsamadas de Norman Bates  le hicieron dar un respingo en la silla. Pero fue la frase “todos estamos un poco locos a veces” del dueño del motel y la respuesta de Marion “a veces, sólo una vez puede ser suficiente” la que hizo saltar a Denis del asiento.

 

-Ahora vuelvo, necesito ir al baño –susurró en su oído.

 

Elle sintió el malestar del hombre como propio, pero no le dio tiempo a decirle que prefería estar con él a ver la película, que además la estaba poniendo histérica. En segundos, había salido de la sala y la había dejado con el alma en vilo.

 

Pasaron lo que le parecieron horas (maldita idea decidir no llevar reloj), Denis tardaba demasiado. Aprovechando que no quería ver la escena de la ducha y que la protagonista femenina se dirigía a la bañera, abandonó su asiento entre los gritos desenfrenados del público. La loca de la madre de Bates estaba haciendo una de las suyas.

 

Salió de aquella sala con el corazón a punto de salírsele del pecho y lo buscó con la mirada. Esperaba encontrarlo en alguno de los sillones que habían distribuido por todo el pasillo. No estaba allí.

 

Comenzó a dar vueltas y fue entonces cuando reparó en las risitas de los dependientes, debía parecer que estaba así por la película. Disimuló un poco y se dirigió a los servicios. Entró en el de mujeres y se miró en el espejo, si Denis necesitaba su ayuda no veía tan malo entrar en el de caballeros. Total, no podía ser peor que estar allí imaginando todo tipo de cosas, Denis tirado en el suelo con la mirada perdida, Denis vomitando por un ataque de ansiedad, Denis drogándose…

 

Fue demasiado, sin dudarlo más entró en los aseos de caballeros. Al principio, no observó nada extraño, sin embargo aguzó el oído, unos gemidos ahogados le indicaron que en uno de los cubículos estaba Denis y que probablemente estuviera llorando.

 

Un momento, en la puerta objeto de sus pesquisas habían colgado de cualquier manera una cazadora con el emblema de una universidad. Era la misma que llevaba el chico de la antesala. Menuda casualidad.

 

Elle respiró aliviada, no se trataba de Denis.

 

Iba a salir cuando un golpe en la pared la sobrecogió. Había vivido tantas experiencias en los servicios que no dudó en acercarse. Esperaba que aquel chico no estuviera haciendo una locura. Claro que la película invitaba a ello…

 

La puerta no estaba cerrada del todo pero no se atrevía a abrirla. Unos gemidos más fuertes acompañados de unos gritos dolorosos la hicieron decidirse. Empujó la puerta un poquito y se asomó.

 

Denis, su Denis, penetraba con fuerza a un chico que permanecía inclinado sobre la taza del váter dejando a su disposición su blanco trasero. Los enviones eran tan extremos que el muchacho emitía alaridos de dolor. El culo musculado y perfecto de su amigo no paraba de machacar al pobre chico. Él, sin embargo, no emitía ni un solo sonido. La imagen era tan cruda que la hirió por dentro.

 

¡Oh, Dios mío!

 

Sintió que su mundo, ahora perfecto e ingenuo, se paraba. Iba a vomitar. Abandonó el lugar a toda prisa y entró en el de señoras. Se arrodilló ante la taza y vomitó por primera vez en tres años. Aquel sitio estaba asqueroso pero no podía superar el asco que embargaba su interior. Trató de ponerse en pie para evitar que sus rodillas desnudas siguieran tocando el suelo y se apoyó en la puerta.

 

No se lo había esperado, aquello no se lo había esperado, se repetía al borde del colapso. Su corazón latía con desenfreno y todo su cuerpo se había cubierto de un sudor frío y malsano. No se merecía algo así, no después de todo lo que ya había pasado. Y Denis… cómo podía hacerle aquello, su querido Denis que tanto decía amarla.

 

Era curioso, todos le advirtieron que no hiciera daño al chico y hete aquí que iba a ser ella la damnificada. Lloró desconsoladamente, por sí misma, por Denis y también por lo que podía haber sido.

 

Tenía que volver, no llevaba reloj, y no sabía el tiempo que había transcurrido desde su salida de la sala, aunque sus amigos los creerían ocupados… Su llanto volvió de nuevo y esta vez para no parar.

 

Entraron varias chicas y el sonido de sus sonrisas consiguió hacerla regresar del agujero en el que se había hundido. Había salido de cosas peores, se recordó en un intento de recuperar el decoro.

 

Esperó a que las mujeres se marcharan y se acercó al espejo con miedo. Los estragos de la tormenta vivida eran más que evidentes. Buscó con desesperación en su bolso, sacó toallitas de bebé, se limpió la cara con ellas y después se hidrató con una crema fluida con algo de color. No llevaba maquillaje, aquello tendría que bastar. Después pintó sus ojos con sombra marrón y obvió el rímel y el colorete. Se aplicó un poco de pintalabios para disimular el rojo fuego de sus labios y sacudió su cabello con brío. Se encontró digna, jodida, pero digna.

 

Mientras salía de aquellos servicios, una idea la asaltó con una claridad más terrorífica que la película que estaban viendo, jamás volvería a confiar en un hombre en toda su vida. De Robert lo hubiera esperado (no era cierto, ese hombre no mentía en ninguna situación) pero de Denis… No quería volver a llorar.

 

 

 

Se dejó caer en su asiento con dificultad, su atractivo compañero miraba la pantalla con atención.

 

-Te has perdido lo mejor –siseó en su oído.

 

No, qué va, pensó abatida, lo he visto todo.

 

El resto de la película continuó entre los gritos y las sorpresas de un público más que dispuesto. Elle permaneció inalterable, se hallaba perdida en su universo particular de traiciones y fingimientos. Analizando fríamente la situación, le parecía que esa era aún peor que la vivida con Newman porque ese muchacho la estaba engañando en toda regla. Robert no le mintió, mantuvo sexo con otras mujeres, pero nunca estando vigente su relación… Tenía que dejar de pensar en deslealtades y vilezas porque las lágrimas amenazaban con aparecer de nuevo.

 

Denis (qué decepción de Denis) no hizo ningún intento de volver a tocarla, lo que le agradeció mentalmente. El chico se había replegado en su asiento y parecía tan normal como siempre. Elle no pudo evitar pensar si aquello habría sucedido otras veces. Ahora ya, con la venda caída y pisoteada, tuvo que reconocerse ante sí misma lo obvio; claro que habría sucedido otras veces, desgraciadamente, había quedado muy claro.

 

Al salir a la calle respiró con tal intensidad que Nat la miró sorprendida.

 

-Tenemos que hablar –murmuró la chica entre susurros -. ¿En un cine? Es excesivo.

 

Elle la miró como si fuera de otro planeta.

 

-No sé a qué te refieres –dijo aparentando serenidad.

 

-Desaparecéis uno detrás del otro y reapareces pintada –rió su amiga -. No hay que ser muy listo. Espero que sepas lo que haces, no me gustaría veros sufrir a ninguno de los dos.

 

Llegas tarde, yo ya sufro como una condenada, reconoció su yo interior. Elle bajó la vista al suelo, no quería llorar y no iba a hacerlo.

 

-A veces, mi querida Nat, las cosas no son lo que parecen –contestó inmersa en un paradójico déjà vu.

 

No estaba para discotecas, se inventó un terrible dolor de cabeza que no era tan ficticio como le hubiera gustado y se despidió de sus amigos.

 

Denis no la tocó ni para despedirse, desde el incidente de los servicios evitaba rozarla. Recordó las palabras que le confesó bajo aquel árbol de Staten Island y comprendió lo que significaban. En ese momento agradeció el detalle.

 

Subió hasta la tercera planta despojándose de la ropa por las escaleras, cuando llegó a la ducha ya estaba desnuda, necesitaba lavar toda la porquería que se había adherido a su cuerpo.

 

Mucho más tarde llamó a Waylan.

 

-¿Bruce? Perdona la hora pero tengo que hablar contigo –aclaró su voz después de que pareciera que no le pertenecía  -. Ponte en contacto con el Consorcio, acepto el trabajo.

 

Apagó el teléfono dejando las felicitaciones de su abogado colgadas en el aire. Iba a construir el maldito aeropuerto.

 

 

 

Aquella habitación haría temblar al más resuelto. Suelos de mármol, ventanales envolventes, sofás de piel, obras de arte en las paredes, mesas de madera y cristal… No tenía la menor duda, ese despacho estaba pensado para intimidar. Imaginaba las especificaciones impuestas al decorador: que inspire respeto y temor. Lo había conseguido con creces. Le recordó al de Newman aunque en otra escala.

 

Miró de reojo a Bruce y comprendió que él también estaba afectado aunque lo disimulaba mejor que ella que tenía las manos rojas de tanto frotarlas bajo la mesa. Cuando tuviera que firmar los dichosos contratos multimillonarios se darían cuenta de su estado y se haría evidente que no era más que un pececillo jugando en la misma piscina que aquellos tiburones.

 

Al menos estamos tan bien vestidos como ellos, se animó mientras observaba los atuendos de aquellos estirados caballeros.

 

Había escogido para la ocasión un pantalón en color crema con chaqueta entallada que dejaba ver la piel bronceada de su escote, zapatos de salón en tonos beige simulando piel de serpiente y un elegante bolso a juego con solo un rectángulo de la misma piel, justo para enmarcar la chapita plateada con su marca. Pelo planchado y recogido en una coleta muy tirante y, como toque final, un maquillaje muy ligero.

 

Bruce estaba soberbio, traje de tres piezas gris claro con camisa amarillenta de cuello blanco y corbata de seda en tonos azules y naranjas. Parecía un modelo maduro y atractivo. La paternidad le había sentado bien.

 

Elle estudiaba a aquellos hombres de edades más que maduras con respeto, hablaban de cifras millonarias con la misma facilidad que ella de ropa.

 

Hacía algo más de un año que había abierto su propio estudio de arquitectura y todavía le aterraba manejar grandes cifras. Eso era la vida real y no el Monopoly.

 

Había invertido en el nuevo y prestigioso Estudio Beesley hasta el último céntimo de su querida Suzanne, a fin de cuentas se lo había dejado para eso. Y no vaciló, con Nat como su mano derecha, había contratado a casi todos sus compañeros de universidad, aunque también a cinco de los mejores arquitectos de todo el país, a los que había cedido la dirección de los distintos departamentos.

 

Milagrosamente, la publicidad que le había reportado el juicio sirvió para que en pocos meses comenzaran a lloverle los proyectos. Además, su faceta de empresaria en el mundo de la moda le vino de perlas; si no tenías alguna reforma, algún mueble o algún motivo de decoración de la marca ELLE no eras nadie. Así que, bienvenida la promoción gratuita.

 

Ni que decir tiene que cuando conseguían alguno de los trabajos a los que también aspiraba el Estudio Newman, lo celebraba doblemente. Después, visitaba a su querida doctora y le daba todo tipo de explicaciones, pero la realidad es que se sentía a reventar de satisfacción.

 

El carraspeo de Joseph Landon, el presidente del Consorcio que la había contratado, le recordó dónde se encontraba.

 

-Creo que hemos terminado –manifestó el hombre con gravedad -. Por último, recordarle que tendrá que trabajar en coordinación con la Constructora que llevará a cabo el trabajo de la estación.

 

Elle asintió mecánicamente. El proyecto era realmente importante, construir un aeropuerto en la ciudad de Trenton con una estación subterránea intermodal que enlazaría trenes de alta velocidad con New York, Philadelphia y Washington.

 

Se pretendía descongestionar el tráfico de la zona y llegar, por medio de un tren de alta velocidad, a cualquiera de las tres ciudades en muy poco tiempo.

 

Esperó a que Bruce terminara de repasar los contratos y las copias. Cuando lo vio sonreír supo que había llegado su turno, debía firmarlos. Su pulso se aceleró, las sienes comenzaron a palpitarle y la habitación se hizo más pequeña. Con movimientos lentos y pesados verificó los documentos y se concentró en la pluma de oro macizo que aguardaba para ser utilizada, oro blanco y dorado combinado con un círculo rosado. Un pinchazo, agudo y sordo, a la altura del corazón la espoleó de forma dolorosa. Titubeó, cogió aquel pequeño tesoro de tinta negra como si en realidad se tratara de algo mortífero y precisó de toda su fuerza de voluntad para no lanzarla lejos.

 

En la sala se hizo un silencio extraño.

 

Elle miró a aquellos engominados caballeros y le dio la impresión de que esperaban con demasiada impaciencia. Nunca sabría qué veían los demás en su pequeño proyecto, no era para tanto. Cualquiera podía construir un aeropuerto en Trenton, porque allí no podía haber nada más…De los componentes del Consorcio, casi una veintena de personas, no conocía a nadie y en cuanto a la constructora de la estación y de las vías, se trataba de una empresa alemana especializada en dichos trabajos, Bau NEW und Mitarbeiter. Nueva Constructora y Asociados, tradujo mentalmente.

 

Todo era correcto, aunque continuaba con cierto malestar que no sabía a qué atribuir. Contempló a Bruce que asintió con un gesto que ella conocía bien y estampó su firma en el primer ejemplar con manos temblorosas. El Presidente emitió un suspiro de alivio que la puso en guardia y volvió a recordarse que allí no había nada más.

 

Continuó rubricando las copias hasta que llegó a la última, después de vacilar unos segundos consignó sus originales trazos temblando y con ellos selló su destino de los próximos años.

 

Elevó la vista de los documentos y contempló las caras satisfechas de los asistentes. Había hecho lo que debía, se dijo en un vano intento de infundirse ánimos… Tenía que alejarse de Denis, esa era la única verdad.

 

Los caballeros de la sala comenzaron a felicitarla, la puerta se abrió sin previo aviso y dos chicas entraron portando varias botellas de champagne junto con una bandeja llena de  diminutos canapés. El mundo de la arquitectura y sus celebraciones, pensó aún intranquila. 

 

En medio de la controlada algarabía, el teléfono de Bruce taladró el ambiente con insistencia. Elle conocía ese sonido, era el de las crisis, algo urgente requería la atención de su magnífico abogado. No supo por qué pero empezó a estremecerse premonitoriamente.

 

Lo vio coger el pequeño aparato y escuchar con atención. Después, la miró con algo más que con preocupación. Los ojos del hombre se cerraron y cuando los abrió se habían oscurecido hasta parecer negros.

 

Elle se acercó a su lado, lo que fuera no podía ser tan grave. Pensó en los pequeños y en Judith, Dios mío que no fuera eso.

 

-¿Pueden confirmarnos quién es el responsable de la Constructora alemana? –preguntó Waylan con voz ronca.

 

Elle seguía sin comprender. Al menos, lo que sucedía no tenía nada que ver con la familia del letrado y ya puestos, con la suya tampoco. Sin embargo, todavía no se permitió respirar, el gesto de su amigo daba miedo.

 

Joseph Landon los miró con una expresión demasiado inocente para ser sincera.

 

-Se trata de una de las mayores empresas de su ramo, no puedo facilitar ese dato sin equivocarme –sonrió con modestia -. Sin embargo, puedo hacer algo mejor, puedo presentarles a su responsable –no perdía la beatífica sonrisa-. Por casualidad, se encuentra en nuestras oficinas en este preciso instante.

 

Bruce Waylan se alejó de los hombres seguido de una Elle cada vez más preocupada, cuando estuvieron en una posición segura cogió sus manos y las apretó dejándose llevar por un arrebato demasiado impetuoso. Elle comenzó a sentir pánico, si algo caracterizaba a su abogado es que nunca perdía la calma.

 

-Tienes que ser fuerte, ha pasado mucho tiempo…Creo que vamos a encontrarnos con…ese maldito cabrón. Lo siento pequeña, mi gente no ha llegado a tiempo. Lo han descubierto por el abuelo, saldrá en la prensa de mañana –la miró buscando su reacción. Ninguna -. Encontraremos la forma legal de invalidar el contrato… Esto estaba preparado –terminó mascullando con indignación -. Han perdido demasiados trabajos con tu Estudio.

 

Elle respiró con calma, estaba a punto de desmayarse. Era una atleta consumada pero había aguantado el aire en los pulmones demasiado tiempo.

 

-Necesito que lo verbalices –dijo con un hilo de voz. Podía estar equivocada, la parrafada anterior no era la más clara que había oído de los labios de su letrado.

 

-Robert Newman es el responsable de la Constructora alemana –manifestó Bruce con lentitud, como si ella tuviera problemas de entendimiento -. Debes estar preparada, Bau New und Mitarbeiter no significa Nueva Constructora y Asociados, sino Constructora Newman y Asociados.

 

Y una mierda, no estaba preparada para nada.

 

Lo único que deseaba en aquellos momentos era salir corriendo y, salvo que un rayo cayera sobre ella y la partiera en dos (cosa no imposible a tenor de cómo transcurría su vida), lo iba a llevar a la práctica.

 

Sonrió de forma histérica y entre carcajadas abandonó la estancia. Cuando abría la puerta se volvió.

 

-Caballeros, deben disculparme pero soy una persona muy ocupada –seguía sonriendo -. Nos mantendremos en contacto -ante todo, las formas, pensó con ironía mientras se alejaba de aquella encerrona a toda prisa.

 

Cayó en la cuenta de que había dejado a Bruce solo ante el peligro, pero a fin de cuentas, ese era su trabajo. Necesitaba desaparecer, no estaba preparada para ver a Robert Newman.

 

Una secretaria bajita y muy atractiva la acompañó hasta los ascensores: No hace falta, No se preocupe, No es necesario, Tengo mucha prisa, Gracias, puedo encontrarlos sola… no fueron suficientes, la chica se pegó a ella como una lapa y evitó que se escapara por las escaleras de emergencia. No puede ser de otra manera, resopló su voz interior, con la racha que llevas…

 

La puerta del ascensor se abrió. Elle reprimió las ganas de gritar. Robert Newman Noveno estaba frente a ella mirándola fijamente. Su primer impulso fue apartar la mirada pero después se recordó que si alguien tenía de qué avergonzarse no era ella. Dio un paso atrás y dejó que saliera, por cierto, acompañado de una impresionante rubia de pelo casi albino, que llevaba un portafolio de piel en tono violáceo apoyado sobre su pecho.

 

Aprovechó la situación para entrar en el interior del receptáculo y apretar el botón de cierre rápido. La cara de sorpresa de Robert fue lo último que vio cuando las puertas los separaron. Por una vez, alguna deidad había apostado por ella.

 

Dios mío, necesitaba correr hasta que su vida volviera a restablecerse en el punto en que la había dejado. Ni siquiera la experiencia con Denis la había preparado para afrontar algo así. ¿Robert entrando de nuevo en su vida?

 

Las puertas del ascensor se abrieron con un elegante clic. Elle trataba de controlar sus pulsaciones con unos ejercicios de relajación y parecían dar resultado. Ahora podía respirar sin que le doliera su alborotado corazón.

 

Apenas avanzó dos pasos, Robert Newman se situó delante de ella.

 

Sigue estando en forma, pensó impresionada. El ingeniero no parecía alterado por el montón de escaleras que, sin duda, había tenido que bajar a galope tendido.

 

Lo examinó por primera vez y lo encontró mucho más delgado, y también mucho más atractivo. Madre mía, como si eso fuera posible…

 

-Johnson, creía que tú no huías –manifestó el arquitecto con tanta calma que Elle lo hubiera abofeteado.

 

No era justo, él se comportaba como un auténtico hijo de mala madre y era ella la que no podía controlar sus nervios. Eso ya lo había vivido antes.

 

Lo contempló con pena. Recordó la noche de la ceremonia cuando la dejó sola frente a aquellas acusaciones y cuando él mismo se unió a la caza de brujas. El trasero de una mujer morena también apareció en escena. Qué decir ante algo así.

 

Robert no se había movido, se la estaba comiendo con la mirada. La repasaba de arriba abajo y volvía a empezar. Cualquiera diría que no podía hacer otra cosa. Sin embargo, no la miraba a los ojos, no se atrevía.

 

-Quería decirte que me alegra trabajar contigo –confesó sincero.

 

Elle cambió la expresión de su semblante, de la pena pasó a la indignación. Después de todo lo sucedido… aparecía de nuevo y le decía que estaba encantado de trabajar con ella. Como si se hubieran saludado el día anterior. Iba a cometer una locura.

 

Cerró los ojos y suspiró, Larry se acercaba con el coche en marcha.

 

No puedo decir lo mismo –se sintió orgullosa de sí misma, lo dijo sin balbucear, con la voz alta y clara y, sobre todo, sin rehuirle la mirada.

 

Subió a su Mercedes y entonces cayó en la cuenta de que no había despegado los labios. No había abierto la maldita boca para decirlo, se había limitado a pensarlo.

 

¿Podía ser más patética?

 

-Deja de beber –Farrell le quitó el vaso de la mano y se lo entregó a la camarera que acudió servicial a su llamada.

 

Elle sonrió mientras contemplaba el techo.

 

-¿Sabías que es la primera vez que me emborracho?

 

-Sí, algo imaginaba –murmuró el hombre con seriedad -. Pero no voy a permitirte que lo hagas en mi local. Además, me han dicho que sólo has tomado una copa.

 

-Llegas tarde –siguió sonriendo-. Veo un agujero en el techo, eso debe significar algo.

 

-Sí, que has descubierto el panel que falta –rió sin querer -. Estamos cambiando algunas luces.

 

Elle se acomodó en el sofá para tener una mejor visión del hombre y lo examinó con atención.

 

-Me pareces muy atractivo –habló con lentitud -. Creo que la gente como tú y como yo deberíamos formar un club o algo así.

 

Hugh la observó arrobado, embriagada o no, daba gusto contemplarla.

 

-No te sigo –sonrió el restaurador -. ¿Un club de gente atractiva?

 

-No, tonto –se carcajeó oscilando como un péndulo -. Un club de personas dolidas.

 

Hugh le acarició una mejilla y se acercó a ella.

 

-¿Por qué estás bebiendo? –inquirió con dulzura.

 

Pasó un brazo por sus hombros y dejó que se reclinara sobre él. Después, esperó paciente.

 

-¿Hugh, cómo se trata a alguien que te ha hecho mucho daño?

 

Su amigo sabía perfectamente a qué se refería, Bruce le había comentado que Newman había vuelto. No la hizo esperar demasiado, conocía bien la respuesta.

 

-Con indiferencia cariño, con mucha indiferencia.

 

La oyó respirar con dificultad. La respuesta no le había gustado.

 

-Robert ha aparecido –musitó somnolienta -. En las novelas, la protagonista que ha sufrido mal de amores sabe comportarse cuando ve al objeto de su desdicha –suspiró de forma ruidosa -. Hugh, han pasado tres años y yo, ni he crecido ni he madurado, he salido corriendo. Menuda indiferencia…Siempre acabo corriendo…ya lo decía Suzanne…

 

Farrell sintió una oleada de cariño hacia la muchacha. Le gustaría estar a su lado para protegerla de todo aquello que pudiera hacerle daño.

 

-No creo que se te pueda pedir nada más –masculló sin ocultar su irritación.

 

Elle no contestó, cayó en una especie de sopor muy parecido al sueño. El hombre la tomó en brazos y al sentir los labios de la muchacha en su cuello, sintió que algo se removía en su interior. Una idea empezó a germinar en su cabeza.

 

 

 

La luz de la mañana se filtraba por las ventanas. Elle se retorció entre las sábanas y se acercó a la mesita para apagar el despertador antes de que tocara. Sin embargo, su mano no encontró el reloj extraplano que la saludaba todos los días, abrió los ojos y descubrió sobresaltada que no se encontraba en su casa.

 

De un salto salió de la cama y comprobó que estaba en ropa interior. No iba a gritar, allí no había ningún hombre y ella no estaba desnuda, algo era algo.

 

La imagen de Robert vino a su memoria, el vaso de whisky con cola también. La de Hugh Farrell fue más difícil de encajar. ¿Estaba en su casa? Lo último que recordaba era al hombre hablándole con cariño.

 

Un rápido vistazo a aquella habitación le dio la respuesta. Claro que estaba en la casa del bailarín, esa decoración sólo podía esperarse de alguien como él, cama de madera labrada con dosel, muebles del XVIII y alfombras de marca. Respiró tranquila.

 

Entró al aseo. Después de tomar una reconfortante ducha en uno de los baños originales más antiguos que había tenido el placer de usar, comenzó a sentirse ella misma de nuevo.

 

No había bebido casi nada, pero tenía el estómago vacío y no estaba acostumbrada al alcohol, el resultado era que por primera vez en toda su vida gozaba de un intenso dolor de cabeza como consecuencia de la copa que Hugh le había impedido consumir. Si el hombre no hubiera llegado a tiempo no quería ni pensar en cómo se sentiría ahora.

 

Todos esos años quejándose de Nat y alegrándose (no sentía ni una pizca de remordimiento por ello) de los dolores de cabeza etílicos de su amiga, le estaban pasando factura. Aunque la venganza era excesiva por cuatro tragos de aquel brebaje.

 

Enfiló un pasillo encerado y siguió el ruido de cacharros hasta una sofisticada cocina que pretendía parecer antigua. Allí se encontró con Hugh que peleaba entre fogones y sartenes. El hombre la saludó con un gesto y continuó moviendo las tortitas para evitar que se quemaran.

 

-Buenos días, bella durmiente –sonrió dedicándole una de sus expresiones especiales reservada para muy pocas personas -¿Cómo te encuentras?

 

¿Por qué tenía que haber utilizado ese apelativo? Empezaba a estar enfadada con Walt Disney. Demasiados recuerdos.

 

-Mejor de lo que merezco -se pasó una mano por el pelo y sonrió avergonzada

 

-No seas muy dura contigo misma –le aconsejó cogiendo un plato cuadrado de color negro-. Ayúdame con el desayuno.

 

Al decirlo se quitó la camiseta y se la pasó a ella con familiaridad.

 

-Póntela, no queremos arruinar tu magnífico traje.

 

Su mirada de reconocimiento la animó. Ese hombre estaba en todo.

 

Le dio la espalda y comenzó a buscar algo en los armarios. Elle se desabrochó la chaqueta y se puso la camiseta. Le agradó sentir sobre su cuerpo el tacto suave y caliente del algodón. Sin embargo, al elevar la vista lo sorprendió mirándola con avidez. Eso no se lo esperaba, había creído que le ofrecía cierta intimidad, encontrarlo con los ojos en su cuerpo la desconcertó. Tosió incómoda y se acercó a la cocina intentando olvidar lo que acababa de suceder, claro que tampoco estaba para muchas teorías.

 

-Me gustan las tortitas aunque no las hago muy a menudo –fue lo primero que se le ocurrió. No paraba de dar vueltas a la idea de que su cuerpo no se llevaba muy bien con las camisetas. Robert, Robert…

 

Quiso creer que Hugh sonrió por su comentario y no por la estrechez de la prenda en su pecho. El bailarín estaba musculado pero la camiseta no era muy ancha.

 

Como no paraba de lucir una pícara sonrisa en su cara lo observó disimuladamente. Ese hombre estaba más que cómodo con el torso desnudo. Imaginaba que el ballet tendría algo que ver. Se volvió hacia ella y tuvo que reconocer que era un ejemplar masculino de altura. Sonrió ante sus propios pensamientos, ¿ejemplar masculino de altura? Menos mal que no se podía leer el pensamiento, ese hombre lo que estaba era buenísimo, sin eufemismos ni recursos literarios. Su pelo negro como el azabache brillaba con irisaciones azuladas, lo llevaba peinado con descuido y le daba un aspecto moderno y desenfadado. Sus ojos oscuros brillaban con alegría y la sonrisa que le regalaba era tan bella que Elle perdió el hilo de sus pensamientos.

 

Miró su cuerpo trabajado y fibroso y reprimió una de sus risillas tontas. Los pantalones del pijama se ajustaban a sus caderas dejando al descubierto el filo del bóxer y lo que era más llamativo, la V abierta que acababa en su cintura. Parecía una escultura del mismísimo Miguel Ángel.

 

Un momento… ¿estaba alardeando delante de ella?

 

Comenzó a sentirse incómoda.

 

-Pues estás de enhorabuena, sólo sé hacer tortitas y café –reconoció Farrell sin un ápice de vergüenza –. Siento comunicarte que los fines de semana no tengo servicio. Así que serán tortitas o tostadas.

 

Respiró de nuevo. Se había vuelto una mal pensada, pero ya se sabe, eres lo que vives.

 

-¿Me estás diciendo que uno de los restauradores más famosos de Nueva York no sabe cocinar? –preguntó fingiendo sentirse indignada.

 

-Efectivamente, no sé freír ni un huevo –sonrió algo cortado.

 

Elle lo contempló con aires de suficiencia y abrió el frigorífico. Tal y como pensaba estaba tan bien surtido que parecía una tienda con puertas.

 

-Siéntate y disfruta de la mañana, en media hora vas a tomar el desayuno más espléndido que te hayan hecho jamás.

 

No volvió a reparar en el hombre. Tenía una misión que cumplir.

 

Hugh abandonó la cocina a toda prisa. Ninguna de sus parejas había hecho algo así por él. Quizá por ello no sabía cómo comportarse. Lo único que tuvo claro es que habría dado toda su fortuna porque aquella mujer hubiera pasado la noche en sus brazos y accediera a prepararle el desayuno el resto de sus días.